Por Octavio Borges Pérez
Por estos días se encuentra en La Habana Walter Martínez, ese eminente periodista y conductor, cuyo programa Dossier que transmite Telesur se ha convertido en cita obligada para la mayoría de los cubanos.
Por Octavio Borges Pérez
Por estos días se encuentra en La Habana Walter Martínez, ese eminente periodista y conductor, cuyo programa Dossier que transmite Telesur se ha convertido en cita obligada para la mayoría de los cubanos.
Representante del periodismo comprometido con las causas justas de este mundo, participa en el Coloquio Internacional La América Latina y El Caribe entre la independencia de las metrópolis coloniales y la integración emancipatoria, convocado por Casa de las Américas.
Su talento mayúsculo y sus toques de humor corrosivo, que con una mínima frase desnuda a un político nefasto o pone el dedo en la llaga de cualquier situación polémica, hacen de este hombre un amigo virtual insustituible para estar al tanto y con información precisa de lo que en este mundo ocurre.
Cuando culmina su “Dossier”, promete presentar la pequeña gran historia de las próximas 24 horas, los acontecimientos en pleno desarrollo, y se despide de su público, “astronautas de nuestra querida, contaminada y única nave espacial”.
Hace tiempo que ya nos hizo fieles a su sagacidad para poner en evidencia nuestras verdades como templos.
De piel muy blanca y pequeña estatura, -sorprendente cuando se le encuentra por vez primera en vivo porque en pantalla parece un gigante-, tiene un don especial, una calidez y espontaneidad que cautivan.
Walter Martínez afirma sentirse honradísimo por la gran audiencia en Cuba de su “Dossier” y reconoce que nunca imaginó la enorme acogida de un público como el cubano, que tiene una educación política tan alta.
Para el coloquio trae preparada una disertación titulada Nuestras neuronas como campo de batalla, acerca de una teoría suya muy vieja cuando ocurre una situación noticiosa o una crisis.
Al respecto señala que existe un teatro real de los acontecimientos y otro alternativo de los grandes medios de comunicación, manipulado de acuerdo con sus intereses para influir sobre las conciencias de sus telespectadores y hacerles creer solo lo que ellos quieren.
Esa es la gran batalla de nuestros días, señala, porque si bien las nuevas tecnologías de la comunicación facilitan el concurso de otras voces alternativas a los grandes medios, en segundos pueden, también, globalizar una mentira que después resulta difícil desenmascarar.
De seguro su alegato será tan eficaz como acostumbra y una vez más podremos sentirnos orgullosos de tener un compañero de viaje como Walter Martínez en “nuestra querida, única y contaminada nave espacial”.
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