Para Peter Dale Scott son inútiles los lamentos sobre el desarrollo del cultivo de droga en Afganistán y sobre la epidemia mundial de adicción a la heroína. Lo importante es sacar conclusiones de los hechos ya comprobados: los talibanes habían erradicado el cultivo del opio de amapola y la OTAN favoreció su cultivo, el dinero de la droga corrompió el gobierno afgano de Karzai pero este dinero se encuentra principalmente en Estados Unidos, cuyas instituciones están corruptas. Así que la toma de decisión para solucionar este tráfico no está en Kabul sino en Washington.
El importante artículo de Alfred McCoy publicado el 30 de marzo de 2010 [1] en el TomDispatch debería haber incitado al Congreso a movilizarse para emprender una verdadera reevaluación de la aventura militar totalmente imprudente de Estados Unidos en Afganistán.
La respuesta a la pregunta que plantea el título de ese artículo –«¿Hay alguien capaz de pacificar el mayor narcoEstado del mundo?»– salta a la vista en ese mismo artículo. Es un resonante «¡No!»… si no se modifican fundamentalmente los objetivos y estrategias definidos, tanto en Washington como en Kabul.
McCoy demuestra claramente que:
– el Estado afgano de Hamid Karzai es un narcoEstado corrupto, que obliga a los afganos a pagar sobornos ascendientes a 2 500 millones de dólares al año, cifra equivalente a la cuarta parte de la economía del país.
– la economía afgana es una narcoeconomía: en 2007, Afganistán produjo 8 200 toneladas de opio, cifra que representa el 53% del PIB nacional y el 93% del tráfico de heroína a nivel mundial.
– Para enfrentar el problema, las opciones militares son en el mejor de los casos ineficaces, y en el peor, contraproducentes. McCoy estima que la mayor esperanza reside en la reconstrucción de la agricultura afgana para convertir el cultivo de víveres en una alternativa viable capaz de competir con el cultivo de la adormidera o amapola del opio, un proceso que puede demorar 10 o 15 años, o incluso más tiempo. (Presentaré más adelante mi propia argumentación a favor de una solución intermedia: que la International Narcotics Board conceda a Afganistán una licencia para que ese país pueda vender su opio de forma legal.)
El principal argumento de McCoy es que, cuando alcanzó su máximo nivel de producción, la cocaína colombiana representaba sólo alrededor del 3% de la economía nacional y, sin embargo, las FARC y los escuadrones de la muerte de derecha, ambos ampliamente financiados por la droga, siguen desarrollándose en ese país. La simple erradicación de la droga, sin disponer de antemano de un cultivo que la sustituya en la economía afgana, exigiría la imposición de insoportables presiones a una sociedad rural ya devastada cuyo único ingreso importante proviene del opio. Para convencerse de ello basta con recordar la caída de los talibanes en 2001, consecuencia de una reducción draconiana –implementada por los propios talibanes– de la producción de droga en Afganistán, que pasó de 4 600 toneladas a sólo 185 toneladas, lo cual convirtió el país en un cascarón vacío.
A primera vista, los argumentos de McCoy parecen irrefutables y, en una sociedad racional, deberían dar lugar a un prudente debate al que seguiría un importante cambio de la política militar de Estados Unidos. McCoy presentó su estudio con tacto y diplomacia realmente considerables, para facilitar ese tipo de resultado.
La responsabilidad histórica de la CIA en el tráfico mundial de droga
Desgraciadamente, numerosos factores hacen poco probable la adopción inmediata de una solución positiva de ese tipo. Hay muchas razones que así lo determinan, entre ellas desagradables realidades que McCoy olvidó o minimizó en su ensayo –sin embargo brillante en otro sentido– y que es necesario abordar si realmente se trata de adoptar estrategias sensatas en Afganistán.
La primera realidad es que la creciente implicación de la CIA y su responsabilidad en el tráfico mundial de droga es un tema tabú en los círculos políticos, campañas electorales y medios masivos de difusión. Y quienes han tratado de romper ese silencio, como el periodista Gary Webb, han visto sus carreras destruidas.
Después de ver como Alfred McCoy se ha implicado más que nadie en hacer que el público tome conciencia de la responsabilidad de la CIA en el tráfico de droga dentro de las zonas donde se desarrollan las guerras estadounidenses, no me agrada tener que afirmar que el propio McCoy minimiza ese fenómeno en su artículo. Cierto es que escribe que «el opio surgió como fuerza estratégica en el medio político afgano durante la guerra secreta de la CIA contra los soviéticos» y que agrega que esa guerra «fue el catalizador que transformó la frontera pakistano-afgana en la más importante región productora del mundo».
Sin embargo, en una extraña frase, McCoy sugiere que la CIA se vio arrastrada de forma pasiva a establecer alianzas vinculadas a la droga durante los combates contra las fuerzas soviéticas en Afganistán, desde 1979 hasta 1988, cuando en realidad fue precisamente la CIA la que creó esas alianzas para combatir a los soviéticos:
En uno de esos accidentes históricos con tintes de ironía, la frontera sur de la China comunista y de la Unión Soviética coincidieron con la zona asiática productora de opio, a lo largo de una cadena montañosa, sintiéndose así la CIA atraída hacia el establecimiento de alianzas llenas de ambigüedad con los jefes tribales de los altiplanos de esa región.
Nunca tal «accidente» en Afganistán, donde los primeros señores de la droga de importancia internacional –Gulbudin Hekmatyar y Abu Rasul Sayyaaf– en realidad se vieron proyectados hacia la escena internacional gracias al masivo e imprudente apoyo de la CIA, en colaboración con los gobiernos de Pakistán y de Arabia Saudita.
Mientras otras fuerzas locales de resistencia eran consideradas como fuerzas de segunda clase, estos dos clientes de Pakistán y de Arabia Saudita, precisamente por no disponer de apoyo a nivel local, fueron pioneros en el uso del opio y la heroína como medio de conformar sus fuerzas de combate y de crear un recurso financiero [2].
Los dos se convirtieron, además, en agentes del extremismo salafista atacando el Islam sufista endógeno en Afganistán. Los dos acabaron convirtiéndose en agentes de al-Qaeda [3].
Pero no era la primera vez que la CIA se implicaba en el tráfico de droga. La responsabilidad de la CIA en el papel dominante que hoy desempeña Afganistán en el tráfico mundial de heroína reproduce en cierta forma lo que sucedió anteriormente en Birmania, en Laos y en Tailandia, entre finales de los años 1940 y los años 1970. Esos países también se convirtieron en importantes actores del tráfico de droga gracias al apoyo de la CIA (y de los franceses, en el caso de Laos), sin el cual sólo hubieran llegado a ser actores locales.
Tampoco es posible hablar en ese caso de un «irónico accidente». El propio McCoy ha demostrado cómo, en todos esos países, la CIA no sólo toleró sino que apoyó el crecimiento de los fondos de las fuerzas anticomunistas gracias al financiamiento proveniente de la droga, para contrarrestar el peligro que representaba una intrusión de la China comunista en el sudeste de Asia. Desde los años 1940 hasta finales de los años 1970, y al igual que en el actual Afganistán, el apoyo de la CIA contribuyó a transformar el Triángulo de Oro en un importante proveedor de opio a nivel mundial.
Durante ese mismo periodo, la CIA reclutó colaboradores a todo lo largo de las rutas de contrabando del opio clásico, como hizo en Turquía, Líbano, Francia, Cuba, Honduras y México. Entre esos colaboradores se encontraban agentes gubernamentales, como Manuel Noriega en Panamá y Vladimiro Montesinos en Perú, a menudo personalidades experimentadas pertenecientes a los servicios de policía que contaban con apoyo de la CIA o a los servicios de inteligencia. Pero también había movimientos insurreccionales, desde los Contras de Nicaragua en los años 1980 (según Robert Baer y Seymour Hersh) hasta el Jundallah [4], afiliado a al-Qaeda, que actualmente opera en Irán y en Baluchistán [5].
Es el gobierno de Karzai, no los talibanes, quien domina la economía de la droga afgana
El mejor ejemplo de esa influencia de la CIA sobre los traficantes de droga se encuentra hoy, indudablemente, en Afganistán, donde el propio hermano del presidente Karzai, Ahmed Wali Karzai (un activo colaborador de la CIA) [6], y Abdul Rashid Dostum (un viejo colaborador de la agencia) aparecen entre los acusados de tráfico de droga [7].
La corrupción vinculada a la droga en el seno del gobierno afgano debe atribuirse en parte a la decisión de Estados Unidos y de la CIA de desencadenar la invasión de 2001 con el apoyo de la Alianza del Norte, movimiento cuya vinculación con la droga era harto conocida en Washington [8].
De esa manera, Estados Unidos reprodujo concientemente en Afganistán la situación que ya había creado en Vietnam. También en Vietnam (al igual que Ahmed Wali Karzai medio siglo más tarde) el hermano del presidente, Ngo Dinh Nhu, utilizaba la droga para financiar una red privada que le permitió “arreglar” las elecciones a favor [del presidente] Ngo Dinh Diem [9].
Thomas H. Johnson, coordinador de estudios de investigación antropológica en la Naval Postgraduate School, demostró que el éxito de un programa de contrainsurgencia es improbable cuando ese programa apoya un gobierno local flagrantemente disfuncional y corrupto [10].
Así que me opongo a McCoy cuando este último, al igual que los medios masivos de difusión de Estados Unidos, describe la economía de la droga afgana como dominada por los talibanes (Según los términos del propio McCoy: «Si los insurgentes toman el control de esta economía ilegal, como hicieron los taibanes, la tarea se hará entonces casi imposible.»). La parte correspondiente a los talibanes en el mercado del opio afgano se estima generalmente entre 90 y 400 millones de dólares. Pero la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDC) estima que el total de ingresos provenientes del comercio del opio y la heroína se sitúa entre los 2 800 millones y los 3 400 millones de dólares [11].
Es evidente que no son los talibanes quienes se han apoderado de esa economía, mayoritariamente controlada por los partidarios del gobierno de Karzai. En 2006, un informe del Banco Mundial afirmaba que «al más alto nivel, 25 o 30 grandes traficantes, la mayoría con bases en el sur de Afganistán, controlan las transacciones y los envíos más importantes, trabajando estrechamente con apoyo de personas que ocupan posiciones políticas y gubernamentales al más alto nivel» [12].
Los medios estadounidenses no se han interesado en esos hechos, ni tampoco en la influencia que tienen en las estrategias políticas de su propio país en Afganistán, en materia de guerra y de tráfico de droga. La administración Obama parece haberse distanciado de los poco juiciosos programas de erradicación de la época de Bush, que nunca lograron la adhesión del campesinado afgano. Ha preferido instaurar una política de prohibición selectiva del tráfico, atacando solamente a los traficantes que ayudan a la oposición [13].
Queda por demostrar la eficacia de esa política en lo que a debilitar el talibán se refiere. Lo que sí está claro es que adoptar como blanco exclusivo a quien representa, en el mejor de los casos, una décima parte del tráfico total nunca permitirá acabar con la actual posición de Afganistán como principal narcoEstado. Y tampoco permitirá acabar con la actual epidemia mundial de consumo de heroína, que comenzó a fines de los años 1980 y que ya ha dado lugar a la aparición de 5 millones de toxicómanos en Pakistán, de más de 2 millones de adictos en Rusia, de 800 000 en Estados Unidos y de más de 15 millones a escala mundial, entre ellos un millón en el propio Afganistán.
La política de prohibición selectiva del gobierno de Obama ayuda también a explicar su rechazo a tomar en cuenta la solución más humana y más razonable de la epidemia mundial de heroína afgana. Se trata de la iniciativa «poppy for medicine» (Opio para la medicina) del International Council on Security and Development (ICOS, anteriormente conocido como Senlis Council), que plantea la creación de un programa de otorgamiento de autorizaciones, lo cual permitiría a los agricultores vender su opio para garantizar la producción de medicamentos esenciales y altamente solicitados, como la morfina y la codeína [14].
Esa proposición ha recibido el apoyo del Parlamento Europeo y del parlamento canadiense, pero fue objeto de severas críticas en Estados Unidos, principalmente porque pudiera engendrar un aumento de la producción de opio. Sin embargo, esa proposición sería, a mediano plazo, una respuesta a la epidemia de heroína que asola Europa y Rusia –situación que no se resolverá con la alternativa que presenta McCoy de sustituir el opio con otros cultivos durante los 10 o 15 próximos años, y menos aún con el programa de eliminación selectiva de proveedores de opio que aplica la administración Obama.
Una consecuencia que casi nunca se menciona de la iniciativa «poppy for medicine» sería la reducción de los ingresos provenientes del tráfico ilícito que permiten mantener el gobierno de Karzai. Es por eso, o simplemente porque todo lo que se acerca a una legalización de las drogas es tema tabú en Washington, que la iniciativa «poppy for medicine» tiene pocas posibilidades de obtener el apoyo de la administración Obama.
La heroína afgana y la «CIA Connection» a nivel mundial
Hay otro párrafo en el que McCoy, a mi entender erróneamente, concentra su atención en Afganistán como centro del problema más bien que en los propios Estados Unidos: En una conferencia sobre la droga, desarrollada en Kabul este mes, el jefe del servicio federal antinarcóticos de Rusia estimó el monto actual del cultivo de opio en Afganistán en 65 000 millones de dólares. Solamente 500 millones van a los cultivadores afganos, 300 millones a los talibanes y los 64 000 millones restantes van a la «mafia de la droga», garantizándole amplios fondos para corromper al gobierno de Karzai (subraya el autor) en un país cuyo PIB es de sólo 10 000 millones de dólares [15].
Ese párrafo pasa por alto un hecho importantísimo: según la ONUDC, sólo entre un 5 y un 6% de esos 65 000 millones de dólares, o sea entre 2 800 y 3 400 millones, se quedan en Afganistán [16]. Cerca del 80% de las ganancias provenientes del tráfico de droga proviene de los países consumidores –en este caso, Rusia, Europa y Estados Unidos. Así que no se debe creer ni por un instante que el único país que se corrompe con el tráfico de droga afgana es el país de origen. Donde quiera que el tráfico ha logrado hacerse importante, incluyendo los países por donde transita, en realidad ha logrado sobrevivir gracias a la protección, en otras palabras, gracias a la corrupción.
No existen pruebas de que el dinero de la droga que han ganado los traficantes aliados de la CIA haya alimentado las cuentas bancarias de la CIA o las de sus oficiales, pero la CIA ha sacado provecho indirectamente del tráfico de droga y ha desarrollado con el paso de los años una estrecha relación con ese ilegal comercio. La guerra secreta de la CIA en Laos fue un caso extremo. Durante ese conflicto, la CIA hizo la guerra utilizando como principales aliados al Ejército Real laosiano del general Ouane Rattikone y el Ejército Hmong del general Vang Pao, ambos financiados en gran parte por la droga. La masiva operación de la CIA en Afganistán correspondiente a los años 1980 fue otro ejemplo de guerra parcialmente financiada por la droga [17].
Una protección para los traficantes de droga en Estados Unidos
No es por lo tanto sorprendente que, a través de los años, los gobiernos de Estados Unidos, siguiendo el camino trazado por la CIA, hayan protegido a traficantes de droga contra los procedimientos judiciales en los propios Estados Unidos. Por ejemplo, tanto la CIA como el FBI intervinieron en 1981 contra la inculpación (por robo de autos) del narcotraficante mexicano y zar del espionaje Miguel Nazar Haro, afirmando que Nazar era «un contacto esencial, repito, un contacto esencial para la oficina de la CIA en México», en cuestiones de «terrorismo, inteligencia y contrainteligencia» [18]. Cuando el fiscal general asociado Lowell Jensen se negó a tramitar la inculpación de Nazar, el fiscal de San Diego, William Kennedy, denunció públicamente el caso… por lo cual fue rápidamente despedido [19].
Un ejemplo reciente y espectacular de implicación de la CIA en el tráfico de droga fue el caso del general Ramón Guillén Dávila, colaborador venezolano de la CIA, caso que explico en mi libro, aún por publicar, Fueling America’s War Machine [20]:
El general Ramón Guillén Dávila, jefe de la unidad antidroga creada por la CIA en Venezuela, fue inculpado en Miami de haber introducido una tonelada de cocaína en Estados Unidos. Según el New York Times, «la CIA, a pesar de la objeción de la Drug Enforcement Administration, aprobó el envío de al menos una tonelada de cocaína pura hacia el aeropuerto internacional de Miami como medio de obtener información sobre los cárteles colombianos de la droga». La revista Time reportó que un solo cargamento representaba 450 kilos y estuvo precedido de otros «por un total cercano a una tonelada» [21].
Mike Wallace confirmó que «la operación secreta de la CIA y de la Guardia Nacional reunió rápidamente esa cocaína, más de tonelada y media, que fue introducida clandestinamente de Colombia hacia Venezuela» [22]. Según el Wall Street Journal, la cantidad de droga que el general Guillén introdujo clandestinamente ascendería a más de 22 toneladas [23].
Pero Estados Unidos nunca ha solicitado a Venezuela la extradición de Guillén para someterlo a juicio. Y en 2007, cuando Guillén fue arrestado en Venezuela por conspirar para asesinar al presidente Hugo Chávez, su inculpación seguía traspapelada en alguna oficina de Miami [24]. Mientras tanto, el agente de la CIA Mark McFarlin, a quien Bonner, el jefe de la DEA, también deseaba inculpar, tampoco lo fue y sólo tuvo que dimitir [25].
En resumen, nada sucedió a los principales actores de este caso, que probablemente se conoció en los medios únicamente debido a las protestas que generaron en aquel entonces los artículos de Gary Webb publicados en el diario San Jose Mercury sobre la CIA, los Contras nicaragüenses y la cocaína.
Los bancos y el lavado del dinero de la droga
Otras instituciones tienen un interés directo en el tráfico de droga, como los grandes bancos que efectúan préstamos a países como Colombia y México sabiendo perfectamente que el flujo de droga ayudará a garantizar el pago de esos préstamos. Varios de nuestros mayores bancos, como el City Group, el Bank of New York y el Bank of Boston, han sido identificados como participantes en el lavado de dinero, pero nunca han sido penalizados de forma lo suficientemente fuerte como para obligarlos a modificar su comportamiento [26]. En resumen, en la implicación de Estados Unidos en el tráfico de droga se conjugan la CIA, importantes intereses financieros e intereses criminales de ese mismo país y del extranjero.
Antonio Maria Costa, jefe de la ONUDC, ha declarado que «el dinero de la droga, que representa miles de millones de dólares, ha permitido al sistema financiero mantenerse en el punto culminante de la crisis financiera». Según el Observer de Londres, Costa declaró haber visto pruebas de que los ingresos del crimen organizado eran «el único capital de inversión líquido» disponible en ciertos bancos en el momento del crac del año pasado. Afirmó que el sistema económico absorbió la mayoría de los 352 000 millones de dólares de ganancias vinculadas a la droga. Costa declaró que agencias de inteligencia y fiscales le presentaron, hace alrededor de 18 meses, las pruebas que demuestran que el sistema financiero absorbió el dinero ilegal. «En muchos casos, el dinero de la droga era el único capital de inversión líquido. Durante la segunda mitad de 2008, la [falta de] liquidez era el principal problema del sistema bancario, así que el capital líquido se convirtió en un factor importante», dijo Costa [27].
Un perturbador ejemplo de la importancia de la droga en Washington reside en la influencia que ejerció durante los años 1980 el Bank of Credit and Commerce International, gracias a su práctica de lavado del dinero de la droga. Como explico en mi libro, entre los altos funcionarios beneficiarios de la generosidad del BCCI, de sus propietarios y sus afiliados, encontramos a James Baker, secretario del Tesoro en la administración Reagan, quien se negó a investigar al BCCI [28]; al senador demócrata Joe Biden y al senador republicano Orrin Hatch así como a varios miembros importantes del Comité Judicial del Senado, que también se negó a investigar al BCCI [29].
Finalmente, no fue el gobierno de Estados Unidos quien actuó primero en aras de poner fin a las actividades bancarias del BCCI y de sus filiales ilegales en Estados Unidos sino dos personas en particular: el abogado Jack Blum, de Washington, y el fiscal de Manhattan Robert Morgenthau [30].
Conclusión: la causa del problema mundial en que se ha convertido la droga no está en Kabul sino en Washington
Puedo entender por qué McCoy, en su deseo de cambiar una política condenada al fracaso, toma más precauciones que yo cuando denuncio hasta qué punto el omnipresente tráfico de droga corrompe ciertas instituciones estadounidenses poderosas –el gobierno, los órganos de inteligencia y las finanzas– y no sólo al gobierno de Karzai. Pero creo que su enfoque, tan lleno de tacto, va a terminar siendo contraproducente. La fuente principal del problema mundial en que se ha convertido la droga no está en Kabul sino en Washington. Poner fin a ese escándalo exigirá que se divulguen hechos que McCoy no quiere abordar en su artículo.
En su magistral obra, The Politics of Heroin [31], McCoy habla de la historia de Greg Musto, experto en drogas de la Casa Blanca bajo la administración Carter. En 1980, Musto dijo en el Strategy Council on Drug Abuse de la Casa Blanca que «íbamos a Afganistán con el fin de apoyar a los cultivadores de opio en su rebelión contra la Unión Soviética. ¿No pudiéramos evitar hacer lo que ya hicimos en Laos?» [32].
Cuando la CIA le negó el acceso a datos que la ley le daba derecho a consultar, Musto expresó públicamente su inquietud, en mayo de 1980, señalando en un editorial del New York Times que la heroína proveniente de la llamada Media Luna de Oro ya estaba causando (por vez primera) una crisis médica en Nueva York. Y advirtió, anticipadamente, que «esa crisis está llamada a empeorar» [33].
Musto esperaba contribuir a lograr un cambio de política exponiendo públicamente el problema y lanzando una fuerte advertencia de que la aventura financiada por la droga en Afganistán podía resultar desastrosa. [34] Pero sus sabias palabras fueron inútiles ante la implacable determinación de lo que yo llamo la máquina estadounidense de guerra en el seno de nuestro gobierno y de nuestra economía política. Temo que el mensaje de sensatez de McCoy, por ser amable precisamente allí donde la amabilidad no tiene cabida, sufra hoy el mismo destino.
Lecturas en inglés sobre este mismo tema:
– Alfred W. McCoy, Can Anyone Pacify the World’s Number One Narco-State? The Opium Wars in Afghanistan
– Peter Dale Scott, America’s Afghanistan: The National Security and a Heroin-Ravaged State
– Peter Dale Scott, Martial Law, the Financial Bailout, and the Afghan and Iraq Wars
– Jeremy Kuzmarov, American Police Training and Political Violence: From the Philippines Conquest to the Killing Fields of Afghanistan and Iraq
– MK Bhadrakumar, Afghanistan, Iran and US-Russian Conflict Peter Van Agtmael, All You Need is Heroin: U.S. Troops in Their Own Hand
Lecturas en francés disponibles en nuestra biblioteca:
– Dépêches sur la géopolitique des drogues (1993-1996) (boletines acerca de la geopolítica de las drogas)
[1] «Can Anyone Pacify the World’s Number One Narco-State? The Opium Wars in Afghanistan», por Alfred W. McCoy
[2] Finalmente, Estados Unidos y sus aliados concedieron a Hekmatyar, quien fue por un algún tiempo el mayor traficante de droga del mundo, más de mil millones de dólares en armas, más de lo que ningún otro cliente de la CIA ha recibido nunca, ni antes ni después.
[3] Peter Dale Scott, The Road to 9/11, p.74-75 (publicado en francés con el título La Route vers le Nouveau Désordre Mondial [En español, El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial] (Demi-Lune, Paris, 2010): Khalid Sheikh Mohammed, a quien la Comisión Investigadora sobre el 11 de septiembre considera el verdadero autor del complot del 11/9, comenzó a concebir el plan cuando estaba en contacto con Abdul Sayyaf, un dirigente con quien Osama ben Laden no estaba aún en buenos términos. [9/11 Commission Report, p.145-50]. En aquel momento, varios de los hombres condenados por el atentado de 1993 contra el World Trade Center y por la «jornada de terror» de 1995 en Nueva York se habían entrenado o habían combatido con Gulbudin Hekmatyar, o habían recogido dinero para él. [Tim Weiner, “Blowback from the Afghan Battlefield”, New York Times, 13 de marzo de 1994].
[4] «Le Jundallah revendique des actions armées aux côtés des Moudjahidin du Peuple», Réseau Voltaire, 13 de junio de 2009.
[5] Seymour Hersh, New Yorker, 7 de julio de 2008.
[6] «Encargan a Hamed Wali Karzai de negociar con los talibanes», Red Voltaire, 14 de mayo de 2010.
[7] New York Times, 27 de octubre de 2009.
[8] Steve Coll, Ghost Wars: The Secret History of the CIA, Afghanistan, and Bin Laden, from the Soviet Invasion to September 10, 2001, (Penguin Press, New York, 2004), p.536. Según Ahmed Rashid, al principio de la ofensiva estadounidense de 2001, “El Pentágono disponía de una lista de al menos 25 laboratorios de drogas y almacenes en Afganistán, pero se negaron a bombardearlos porque algunos pertenecían a los nuevos aliados de la CIA miembros de la NA [Northern Alliance / la Alianza del Norte]”, (Ahmed Rashid, Descent into Chaos: The United States and the Failure of Nation Building in Pakistan, Afghanistan, and Central Asia, [Viking, New York, 2008], p.320).
[9] Stanley Karnow, Vietnam: A History (Penguin, New York, 1997), p.239. Cf. New York Times, 28 de octubre de 2009.
[10] Thomas H. Johnson & M. Chris Mason, “Refighting the Last War: Afghanistan and the Vietnam Template”, Military Review, noviembre-diciembre de 2009, p.1.
[11] El lector atento a los detalles observará seguramente que ni siquiera 3 400 millones de USD llegan a representar el 53% de los 10 000 millones estimados en el párrafo anterior como PIB de Afganistán. Esos estimados, provenientes de diversas fuentes, no son muy precisos y no pueden arrojar, por lo tanto, un resultado matemáticamente perfecto. En todo caso, se trata del valor de las drogas en Afganistán, calculado a grandes rasgos, y no del valor que puede alcanzar su venta al detalle en los países consumidores.
[13] En 2007, el Daily Mail de Londres reportó que «los cuatro principales actores del tráfico de heroína eran todos miembros importantes del gobierno afgano» [[London Daily Mail. 21 de julio de 2007. En diciembre de 2009, Harper’s publicó una larga investigación sobre el coronel Abdul Razik, “el amo de Spin Boldak”, traficante de droga y aliado de Karzai. El ascenso de Razik fue “estimulado por un círculo de oficiales corruptos en Kabul y Kandahar, y también porque a los comandantes de la OTAN, desplegados en un territorio demasiado grande, les pareció útil el control que ejercía [Razik] sobre una ciudad fronteriza esencial para su guerra contra los talibanes”, (Matthieu Aikins, “The Master of Spin Boldak”, Harper’s Magazine, diciembre de 2009).
[14] James Risen, “U.S. to Hunt Down Afghan Lords Tied to Taliban”, New York Times, 10 de agosto de 2009: “El comando militar de Estados Unidos dijo al Congreso que… sólo los [traficantes de droga] que ayudan a los insurgentes deberán ser considerados como blanco.”
[15] Corey Flintoff, “Combating Afghanistan’s Opium Problem Through Legalization”, NPR, 22 de diciembre de 2005.
[16] Ante otros auditorios, los responsables rusos de la lucha antidrogas se han referido explícitamente a la OTAN. Ver «Cultivo de la planta del opio: denuncia Rusia la responsabilidad de la OTAN», Red Voltaire, 3 de marzo de 2010. Extraoficialmente, los responsables rusos cercanos a Putin han mencionado también un soborno de 1 000 millones de dólares que la OTAN paga cada año, con el dinero de la droga, al presidente ruso Medvedev a cambio de un derecho de paso de los soldados estadounidenses a través del territorio ruso. Nota de la Redacción.
[18] Ver el libro de Peter Dale Scott, «La Route vers le Nouveau Désordre Mondial». NdT.
[19] Varios cables de Gordon McGinley, agregado legal del FBI en la capital de México, enviados al Departamento de Justicia, ver Scott & Marshall, Cocaine Politics, p.36.
[20] Scott, Deep Politics, p.105; citación del San Diego Union, 26 de marzo de 1982.
[21] Fueling America’s War Machine: Deep Politics and the CIA’s Global Drug Connection, (publicación anunciada para el otoño de 2010 en Rowman & Littlefield).
[22] Time, 29 de noviembre de 1993: “Los envíos continuaron de todas formas, hasta que Guillén trató de enviar 3 373 libras de cocaína de una sola vez. La DEA, (Drug Enforcement Agency), vigilante, lo detuvo [el cargamento] y lo confiscó.” Cf. New York Times, 23 de noviembre de 1996 (“one ton”).
[23] CBS News Transcripts, 60 Minutes, 21 de noviembre de 1993.
[24] Wall Street Journal, 22 de noviembre de 1996. Yo sospecho que la CIA aprobó la importación no tanto “como medio de reunir información” como para redistribuir el mercado del tráfico global de cocaína, en su país de origen, Colombia. Durante los años 1990, la CIA y el JSOC estuvieron implicados en la eliminación del barón colombiano de la droga Pablo Escobar, lo cual fue posible gracias a la ayuda del Cártel de Cali y de los escuadrones de la muerte terroristas de la UAC de Carlos Castaño. Peter Dale Scott, Drugs, Oil, and War, p.86-88.
[25] Chris Carlson, “Is The CIA Trying to Kill Venezuela’s Hugo Chávez?” Global Research, 19 de abril de 2007.
[26] Douglas Valentine, The Strength of the Pack : The People, Politics and Espionage Intrigues that Shaped the DEA (TrineDay, Springfield, 2009), 400 ; Time, 23 de noviembre de 1993. McFarlin había colaborado con fuerzas antiguerrilla en Salvador durante los años 1980. Jim Campbell, jefe de la estación de la CIA en Venezuela.
[27] El Bank of Boston blanqueó por lo menos 2 millones de dólares para el traficante Gennaro Angiulo, por lo cual fue incluso condenado a pagar una multa de 500 000 dólares, (New York Times, 22 de febrero de Février 1985; Eduardo Varela-Cid, Hidden Fortunes : Drug Money, Cartels and the Elite Banks [El Cid Editor, Sunny Isles Beach, 1999]). Cf. Asad Ismi, “The Canadian Connection: Drugs, Money Laundering and Canadian Banks”, Asadismi.ws: “el 91% de los 197 000 millones de dólares que se invierten en cocaína en Estados Unidos se queda en ese país, y los bancos estadounidenses blanquean 100 000 millones de dólares provenientes de la droga cada año. Entre los bancos conocidos por ese tipo de prácticas se encuentran el Bank of Boston, el Republic National Bank of New York, el Landmark First National Bank, el Great American Bank, el People’s Liberty Bank and Trust Co. of Kentucky, y el Riggs National Bank of Washington. El Citibank ayudó a Raúl Salinas (el hermano del ex presidente de México Carlos Salinas) a sacar de México varios millones de dólares destinados a varias cuentas secretas abiertas en Suiza bajo identidades falsas.”
[28] Rajeev Syal, “Drug money saved banks in global crisis, claims UN advisor”, Observer, 13 de diciembre de 2009.
[29] Jonathan Beaty & S.C. Gwynne, The Outlaw Bank: A Wild Ride into the Secret Heart of BCCI, (Random House, New York, 1993), p.357.
[30] Peter Truell & Larry Gurwin, False Profits: The Inside Story of BCCI, the World’s Most Corrupt Financial Empire, (Houghton Mifflin, Boston, 1992), p.373-77.
[31] Truell & Gurwin, False Profits, p.449.
[32] Disponible en francés con el título La politique de l’heroine. L’implantation de la CIA dans le trafic des drogues [Editions du Lézard, 1998].
[33] Alfred W. McCoy, The Politics of Heroin (Lawrence Hill Books/ Chicago Review Press, Chicago, 2003), p.461, donde cita una entrevista con el Dr. David Musto.
[34] David Musto, New York Times, 22 de mayo de 1980; citado en McCoy, Politics of Heroin, p.462.
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