(Por José Camino Carrera).- La tradición migratoria latinoamericana que en principio se enfocaba solamente hacia los Estados Unidos de Norteamérica, por su cercanía y oportunidades, desde hace un poco más de una década se trasladó hacia regiones más lejanas, más allá de su propia vivencia y estilos: Europa. Por un breve período y ante la necesidad de mano de obra, Australia también fue destino de muchos latinos en busca de nuevas y valiosas oportunidades aunque no logró desarrollarse debido principalmente a la lejanía. La perspectiva humana, su afán de salir adelante, de mejorar a costa de inmensos sacrificios fue el impulso decisivo para dejar su lar nativo dejando atrás sueños y vivencias propias de su ser; de su mestizaje y ancestros.
En este ámbito, no solo los mexicanos, quizá por su cercanía, vieron en el inmenso país del norte la oportunidad para salir de pobrezas, de optar por el famoso estilo de vida estadounidense, el tan nombrado “american life”. Nacionales de otros países más al sur del río Grande siguieron el camino trazado dejando atrás familias, esperanzas y tradiciones tan propio de los latinoamericanos.
Si en determinado momento muchos latinos alcanzaron su sueño sobrepasando lo inicialmente previsto, los que llegaron atrás solamente obtuvieron abandono, discordia, tristeza pues también la crisis llegó al gigante haciendo peligrar su hegemonía y afectando su prestigio. Esta crisis no miró solamente al pequeño, al más pobre y desafectado, ingresó sin temor donde la opulencia hacía gala de un gasto desmedido y sin límites. El más afectado, como siempre, fue el migrante, el extraño, el que ponía su esfuerzo y sacrificio al servicio de los grandes intereses.
El migrante de la mitad del mundo; el mestizo latino heredero de dinastías bravas y luchadoras sintió el efecto. Sus ilusiones se trastocaron en desesperación y desesperanza. Se sintió abandonado por la vida. También miles de ecuatorianos optaron por abandonar el país buscando horizontes mejores aunque no es reciente esta migración, data de hace muchos años pero se incrementa a partir de un infausto suceso que marcó el destino de los compatriotas allá en 1999: pésimas políticas sociales, desastroso y equivocado manejo económico que desembocó en un congelamiento bancario que arruinó no solo su vida sino de la Patria toda.
Pero a diferencia de los hermanos mexicanos y de otros lares, el ecuatoriano prefirió arriesgarse más lejos, ya no sentía atracción por los Estados Unidos a pesar de la cercanía y el antecedente de compatriotas que en buena época llegaron a ese país. España e Italia fueron los escogidos. Hasta allá llegaron con ilusiones y sueños renovados. Esperanzados buscaron refugio en la lengua materna, en las costumbres similares, en la historia y tradición que nos cobijó. Un poco más allá, en la lontananza de la península de la bota, del mediterráneo donde el sol y el mar asemejan su tierra asentaron su anhelo. Ecuador lloraba a sus emigrantes, no se conformaba con la desintegración familiar, con al abandono de hijos, esposas, esposos, padres. Pero era su destino y única salida a la crisis. La prosperidad, el cambio económico no tardó en llegar en el nuevo país, no así el cultural y social que los
afectaba sobremanera. Nunca fueron aceptados fácilmente en una sociedad carente de solidaridad y humanismo. Fueron excepciones los que aceptaron una nueva cultura dentro de su sociedad cerrada y tradicionalista.
Mucho peor en la cerrada Italia donde las rivalidades entre el norte y el sur hacía mella en el lado más débil: el migrante. Signos xenofóbicos hacían su aparición, las agresiones verbales, físicas y culturales no se hacían esperar. A pesar de ello su valentía y necesidad los obligó a seguir adelante venciendo dificultades e incomprensiones. Un cálculo simple señala que cerca de dos millones de ecuatorianos han salido desde la malhadada época, la cifra exacta es difícil de cuantificar con claridad. Las secuelas sí.
La afectación económica en los países europeos detuvo la llegada de connacionales al viejo mundo. Nuevamente se volvió la mirada al norte y los traficantes de ilusiones aparecieron nuevamente. Mafias internacionales empezaron a lucrar con la desesperación. Muerte, desilusión y afectación económica causó la nueva oleada. Ciudades abandonadas, pueblos fantasmas, localidades donde solamente mujeres, ancianos y niños quedaban como muestra de una salida a las necesidades. El alcoholismo, la drogadicción, embarazos precoces, consumismo desmedido sentaban sus reales en una sociedad desintegrada, frustrada en sus aspiraciones y llena de necesidades.
Los efectos negativos no solo se ensañaban en tierra firme; en el mar cientos de gentes morían en las peores condiciones cuando las embarcaciones en que viajaban naufragaban por su fragilidad o porque sencillamente eran desaparecidas en el fondo de las aguas frías y tenebrosas. Las mismas mafias coyoteras se encargaban de denunciar a “las autoridades cómplices y corruptas” del traslado de miles de ilusiones para su captura, deportación o muerte. La tragedia de Tamaulipas es una muestra de ello, de lo que se conoce. Hasta hora, meses después de ocurrido este lamentable suceso, todavía se van conociendo a las víctimas ecuatorianas.
Específicas zonas del Ecuador han sido afectadas por una migración indiscriminada. Los correos paralelos, los bancos informales, las agencias de viajes han hecho su agosto con la decisión de compatriotas de salir en busca de mejores días. Bandas coyoteras nacionales e internacionales destrozaron hogares e ilusiones, muchas veces a vista y paciencia de autoridades corruptas e ineficaces. Lo importante era hacerse ricos a costa de la pobreza de otros. Esfuerzos gubernamentales y de organizaciones religiosas facilitan el retorno de los desesperados por la vida, ofreciendo programas de reasentamiento y facilidades para establecer negocios, aunque no en la medida deseada.
Queda una conclusión a todo este drama: el mundo no ha respetado una tradición migratoria. Muchos países se olvidaron del aporte de los migrantes a su desarrollo. Muchos países han aprovechado del esfuerzo, trabajo y contribución de gente fuera de los migrantes. Hoy se desconoce su esfuerzo y aporte. Por ello es necesario respetar la movilidad humana, o, que cada país establezca políticas serias y consolidadas para que su sociedad se sienta protegida y no recurra al sueño fácil de buscar oportunidades en otros sitios.
– Periodista de Ecuador. Ex Vicepresidente de la FELAP.
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