Autor: Guillermo Fabela Quiñones *
Sección: Opinión

27 FEBRERO 2011

Sarkozy debe estar pensando que si no es ahora –cuando existen condiciones propicias para apoderarse de los recursos nacionales, todavía importantes, de una nación sin un liderazgo firme como lo tuvo en 1863, con el presidente Benito Juárez a la cabeza de un Estado entonces débil, pero con fuertes convicciones patrióticas–, ya no habrá tantas facilidades para competir contra inversionistas españoles y canadienses (los estadunidenses tienen sus nichos de poder bien salvaguardados), quienes están haciendo su agosto con las gangas de un “gobierno” dispuesto a medrar hasta el límite de las posibilidades que brinde el tiempo de su gestión.

No es difícil suponer que tal es el objetivo del mandatario galo, toda vez que no hay ninguna justificación jurídica para actuar como lo está haciendo. Sabe, porque así debe habérselo informado su embajador en nuestro país, que el inquilino de Los Pinos es un gobernante débil, enfrascado en una “guerra” intestina muy desgastante y sumido su gobierno en un pantano de corrupción que lo mantiene aislado de la sociedad. Debe saber muy bien que los españoles, sobre todo, están haciendo muy redituables negocios en México, impensables en cualquier otra nación subdesarrollada. De ahí que quiera entrar a la competencia para ver qué obtiene.

En el mar convulso que ahora es México, la ganancia para los “pescadores” es muy cuantiosa, como lo dejan ver las extraordinarias utilidades de los bancos de procedencia extranjera que operan en nuestro país. La Comisión Nacional Bancaria y de Valores acaba de informar que durante 2010 cobraron intereses por 372 mil 594 millones de pesos, cifra que les dejó ganancias por 74 mil 726 millones de pesos. ¿En qué nación europea podrían tener tan enormes beneficios? De ahí que Sarkozy quiera recrear la Guerra de los Pasteles en pleno siglo XXI, al suponer que Felipe Calderón se doblegará ante las presiones de su gobierno. Incluso, amenazó con llevar al Grupo de los 20 la reclamación de justicia su compatriota Florence Cassez, sabiendo que para Calderón no hay peor amenaza.

Sin embargo, calculó mal porque ya no estamos en el siglo XIX, aun cuando el pensamiento del gobierno del Partido Acción Nacional sí lo esté, y obligó a Calderón a proceder conforme lo manda el derecho internacional y no se plegó, por ahora, a las presiones del gobierno galo. En una inusual actitud de dignidad, el inquilino de Los Pinos decidió cancelar su participación en el Año de México en Francia, ya que según informó Sarkozy, esta celebración estaría dedicada a la señora Cassez. Obviamente, es un despropósito semejante decisión, toda vez que la ciudadana francesa está en prisión porque delinquió en territorio mexicano y fue hallada culpable, independientemente de las fallas en su aprehensión por parte de la Policía Federal.

Florence Cassez no es una prisionera de conciencia, sino una secuestradora y, por lo tanto, se hace acreedora a la pena que le impuso el juez. Aceptar las presiones del mandatario francés sería la peor demostración de debilidad. Calderón lo sabe y por eso dio el paso insólito de cancelar la participación de nuestro país en una celebración muy esperada, con la que el gobierno mexicano contaba para mejorar su imagen en la patria de Charles de Gaulle. No hay duda de que esto le acarreará consecuencias negativas, pero no tantas si se hubiera plegado a las presiones de Sarkozy.

Sin habérselo propuesto, Sarkozy le hizo un favor a Calderón, pues lo hace parecer un mandatario que defiende con firmeza la dignidad de la patria. Con todo, tal supuesto será de corta duración, en tanto que españoles y canadienses lo tienen bien agarrado por el cuello, ya no digamos el gobierno estadunidense, el cual lo trata como un general manager que debe obedecer cualquier orden, so pena de recibir severas represalias, mucho peores que las amenazas del presidente galo. Ante tal debilidad real, las acciones de Calderón lo muestran como un individuo desesperado, sin ninguna posibilidad de actuar en defensa de los intereses nacionales. Con lo que posiblemente no contaba Sarkozy, es con el escudo que significan para Calderón las fuertes inversiones de Estados Unidos, España y Canadá en nuestro país.

Por lo pronto, el mandatario galo se presenta ante el pueblo francés como un firme defensor de sus compatriotas, con el propósito de ver si pega y suben un poco sus alicaídos bonos.

*Periodista

Fuente: Contralínea 221 / 20 de febrero de 2011