por Joan Guimaray; janoguimaray@hotmail.com

19-4-2011

El Perú está de duelo. De duelo está el Perú. La democracia ha sufrido una gran derrota, la peor de sus derrotas. Y aunque muchos distraídos digan que ella ganó, pues el modelo neoliberal que engendró pobreza repartiendo limosnas, distribuyendo providencias y asignando dádivas quincenales, la ha herido con alevosía, golpeándola con premeditación y derribándola en su propia ánfora.

La democracia está en coma desde el aciago domingo diez de abril. Las masas de menesterosos, millones de indigentes, muchedumbres famélicas, le han asestado un duro golpe. Pero no lo hicieron solos, arremetieron con la venia y complicidad de aquellos que decían defenderla. Desde luego, mientras los supuestos defensores se desgañitaban disputándose el liderato de la mejor defensa y mayor representatividad, los millones de indigentes materiales y mentales se aprestaban a desfilar por las mesas de sufragio para arrasar con la fragilidad de la democracia, y finalmente, lograron aplastarla.

Claro está, que los estómagos vacíos no saben de democracia, los hemisferios en blanco no tienen nociones de país, la indigencia no conoce las bondades de la libertad, la miseria no entiende de la autoestima. De modo que jamás podrán valorar algo que no conocen. Nunca podrán defenderla a la que ignoran, ni se atreverán a proteger a la que no está en sus mentes.

La democracia no se toma con vaso de leche, no se come en los comedores populares, ni se recibe como prebenda electoral, porque esas pequeñas dádivas y esos minúsculos regalos también lo dan los dictadores de cualquier pelaje y oclócratas de cualquier color. Pues la democracia es el ejercicio constante de los ciudadanos educados, medianamente cultos, ligeramente instruidos. La democracia es el fruto de la educación, es el ejercicio del saber, el aliento del conocimiento, es la fuerza de la conciencia despierta, y en suma, es el equilibrio de la razón entre el deber y el derecho, y bajo la luz de la libertad.

Desde luego, creer que la democracia ganó porque las masas nescientes e inconscientes obligadas por la ley depositaron en las ánforas sus hambres pidiendo asistencia, es una falta de respeto a la inteligencia ciudadana, un desdén por el concepto de la democracia, y una absoluta falsedad, ya sea por conveniencia o por ignorancia; porque el estómago vacío y la indigencia mental no deciden por la democracia, sino por la oclocracia.

Es posible que la derrota de la democracia y el triunfo de la oclocracia no le interese mucho a la envanecida y cicatera clase política que únicamente aspira llegar al poder de cualquier modo, pero no cabe duda que para la ciudadanía clasemediera es un desencanto, una preocupación, una desazón. Puesto que en una sociedad piramidal, la clase media, es la única clase de principios democráticos, por cuanto los de arriba y los de abajo carecen de principios: los primeros por defender sus grandes intereses y los segundos por mitigar con algo sus apremios.

Pero al final, la oclocracia es el engendro del modelo económico, es la creación de las dictaduras, la prole de gobiernos asistencialistas, hija de populistas y criada de los representantes de la rancia oligarquía que creen en dioses pero no en la educación, que predican la fe pero detestan el saber, que aman la mano de obra e instruyen para la producción pero desdeñan el conocimiento y rechazan el desarrollo del pensamiento; sin embargo, se alucinan ser predestinados conductores del Perú hacia la órbita del primer mundo, vociferan que sin ellos el país quedará sin rumbo y se adjudican la autoría del crecimiento macroeconómico, cuando ni siquiera la propia democracia está fortalecida, consolidada y maciza.

Los oclócratas están de fiesta y los demócratas estamos de duelo. Pero volveremos a las calles a recuperar lo que nos pertenece. Llenaremos plazas y avenidas rescatando a la que no supieron defender nuestros anodinos dirigentes. Volveremos hacer nuestra a la que perdieron en plena campaña, nuestros apocados representantes. Y mientras la vieja oligarquía, ama y señora de la oclocracia nos observe como siempre desde su balcón, volveremos a abrazar a la que jamás debimos perder: la democracia.