Los estudios coinciden en que la vida nació en el agua hace más de 3 mil 500 millones de años. Las primeras civilizaciones se desarrollaron alrededor de ríos o lagos.

Hasta el momento, es irremplazable la molécula formada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno existente en el 71 por ciento de la superficie del planeta.

Sólo el 3 por ciento de ella es dulce, y de esa ínfima parte puede utilizarse el 1 por ciento para uso y consumo humano.

El desarrollo desigual y la explotación irracional de los recursos naturales provocarán el fin de la especie humana y de la vida, pronostican analistas y políticos.

La sequía en algunas regiones, las inundaciones en otras, las guerras, el cambio climático y la reciente catástrofe nuclear en Japón son apenas síntesis del apocalipsis al estilo bíblico.

El primer estudio global del Instituto Internacional para el Manejo del Agua advierte que el agotamiento incontrolado de las capas acuíferas subterráneas representa una seria amenaza para la seguridad de los alimentos.

En los países en vías de desarrollo, el sistema de riego utilizado en la agricultura depende del agua subterránea, pero su disminución y/o contaminación resulta una agravante para la seguridad alimentaria mundial. Se espera que para 2025, la demanda del indispensable líquido será 56 por ciento superior al suministro, y quienes tengan la suerte de contar con reservas serían blancos del poder imperial.

De hecho, la guerra en Irak tuvo además el objetivo adicional de controlar los recursos hídricos de los ríos Éufrates y Tigris, torrentes caudalosos en una de las zonas más áridas del planeta.

Estos dos accidentes fluviales son motivo de conflicto entre Turquía, Siria e Irak. Asimismo, el Río Nilo, cuna de la civilización humana, es la manzana de la discordia entre Etiopía, Sudán y Egipto.

También el Jordán y el Litani, en Oriente Medio, son puntos de las conversaciones en el conflicto israelo-palestino.

Según expertos, Jordania, Israel y los territorios palestinos han agotado casi todos sus recursos acuíferos; y, de hecho, cualquier acuerdo de paz entre Israel y Palestina debe considerar un apartado sobre aguas para ser aprobado por ambas partes.

La meseta del Golán, territorio ocupado por Tel Aviv a Siria, es un importante reservorio de agua dulce en medio de esa zona desértica.

Con el crecimiento poblacional mundial, cercano a 6 mil 800 millones de habitantes, aumenta la demanda en la utilización del recurso en la industria (farmacéutica, cosmética, alimenticia y textil, entre muchas otras).

En la actualidad, existe un debate ético entre quienes defienden el agua como bien social relacionado con el derecho a la vida y entre quienes hacen de ella un negocio multimillonario.

El analista Edmundo Fayanás publicó en el sitio Rebelión que, en medio de esta fiebre por el “oro azul”, ha surgido una industria cuyo valor rondó, según estimaciones del Banco Mundial, el billón de dólares en 2001.

Entre las principales industrias del sector, se encuentran las corporaciones multinacionales con fines lucrativos que ofrecen servicios hídricos o venden agua embotellada, logrando grandes beneficios, apunta Fayanás.

El agua, como la sonrisa, no debe tener precio. Pero el antiguo dicho de que “aquí no se cobra el agua” es pura fantasía para los especuladores del líquido vital.

Para el liberalismo económico, el agua es un bien comercial, como el petróleo, un auto o una prenda de vestir, y, aunque el acceso a ella es una necesidad, no la considera un derecho humano esencial.

Todo lo contrario a lo estipulado en la resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas, el 28 de julio de 2010, que reconoce al agua potable y al saneamiento básico como derecho humano esencial para el pleno disfrute de la vida.

Dicha resolución fue adoptada a iniciativa de Bolivia, tras 15 años de debates, e impulsada por una activa campaña encabezada por el presidente Evo Morales.

El agua, en tanto fuente de vida, es también consecuencia de la muerte de millones de personas por enfermedades relacionadas con su consumo contaminado, sobre todo en el África subsahariana.

Beber agua no tratada causa 5 millones de muertes al año, según informes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Pero aproximadamente 1 mil millones de personas carecen del servicio de agua potable y más de 2 mil 600 millones no disponen de acceso al saneamiento básico.

Reducir en el 50 por ciento el número de personas sin ella para 2015 se contempla como una de las Metas del Milenio de la ONU, aspiración que está lejos de alcanzarse.

Incluso si se lograse este difícil objetivo, se calcula que aún quedarían alrededor de 500 millones sin la posibilidad de acceder a ella, y más de 1 mil millones carecerían de un adecuado sistema de saneamiento.

La Organización Mundial de la Salud estima que la adopción de políticas de agua segura podría evitar la muerte de 1 millón 400 mil niños al año víctimas de diarrea.

Pero los esfuerzos actuales son insuficientes para conservar y aprovechar el recurso natural que generó vida y que se convierte hoy en causa de especulación, conflictos y muerte.

Fuente
Prensa Latina (Cuba)
Contralínea (México)