El 13/01/42 muchos amigos de Raúl quedan perplejos al leer el siguiente aviso en los ofrecidos de "La Prensa":

"Caballero argentino, casado, de 44 años, con amplias relaciones, estudios universitarios, técnicos, una vasta cultura general, científica, literaria y filosófica, con experiencia general y profunda de nuestro ambiente económico y político, ex redactor de los principales diarios, autor de varios libros premiados y de investigaciones, aceptaría dirección, administración o consulta de empresa argentina, en planta o en proyecto, en los órdenes industria, comercial o agrario. Dirigirse a Raúl Scalabrini Ortiz, Calle Vergara 1355, Vicente López". http://www.elortiba.org/sortiz.html

Una oferta, no pedida ni solicitada, de ingente colaboración crematística, motiva la reproducción del texto que muchos años atrás publicara en La Prensa de Buenos Aires, el notable ensayista, político y literato argentino, Raúl Scalabrini Ortiz.

Es que en el avatar cotidiano de las andanzas periodísticas uno se adentra en los pagos que los poderosos dominan y en donde quien se introduzca, sin invitación y con crítica, resbala, es liquidado o enjuiciado. Y comentando con algunos amigos, por email y por teléfono, los costos monstruosos que implica defenderse en los tribunales de “justicia”, hice mención episódica de las decenas de nuevos soles que ello implica para los, como en mi caso, fuimos obsequiados con, al menos, ¡5 juicios penales! conocidos.

Colofón obligado de toda charla es la curiosidad de conocer por vetas de trabajo en qué aplicar lo que uno sabe hacer y en procura de recursos honestos para sufragar las cosas simples de la vida que no esperan, que sí castigan con el corte de servicios y que a veces acumulan sus formatos impagos mes tras mes.

Entonces una voz amiga se ofrece a dar un préstamo a honrar “como tú puedas”. Sorpresivo por cordial e inesperado por no pedido ni insinuado, la especie dibuja en el horizonte menos dolores de cabeza ni quebraderos de sesera para inventar fórmulas y satisfacer cuentas huérfanas del vil pago.

Para hacer la historia corta y simple, luego que me solicitaran número de cuenta (de que carezco) para depositar la suma, la persona desapareció, no escribió más. Había protestado aquella que las diferencias políticas no interesaban y que guardaba un sentimiento de respeto para conmigo y eso era suficiente para su samaritana opción.

Frente a un desmán que la razón rechaza por ociosa, no hay sino que elevar el lema allende y aquende vigente para todos los efectos: ¡Trabajo sí, limosnas no!

En estos últimos seis lustros he visto contribuciones generosas de gente muy humilde que quiso gratificar al periodista hasta con cargas de lapicero o tinta para impresora. Una vaca vendida por un grupo de jóvenes en Cajamarca, cuyo monto, llegó a Lima a la mitad (pagó impuestos y deducciones por todo el camino), premió un trabajo de años atrás. Un ex militar me obsequió una moneda áurea de colección, recibí una carta de enfermos de cáncer por los que había pedido en un artículo con demanda enérgica, recibo llamadas telefónicas del interior y del exterior de personas que no conozco pero que aplican generosos términos en su conversación y a todos contesto: ¡sólo cumplo con mi deber informativo! En buena cuenta, uno incurre en el ámbito aleccionador del periodismo por entereza y convicción y por el profundo amor a las causas de justicia.

Por razones que nunca he podido explicarme son varias las personas que me brindan documentos, comunican pistas, dan datos de escándalos mil y actos delincuenciales que la “gran prensa” no publica por la razón palurda que sus funcionarios o primos o parientes, son los protagonistas de esas historias. Y, que digamos, no estoy en la prensa televisiva, radial o escrita.

Cierto que año tras año recibo reconvenciones: “¿y cuánto ganaste?”; “¿te da para comer?”; “¿y las cuentas?”, “¿por qué no te dedicas a algo que sea “productivo”?”. Todas mis explicaciones caen en saco roto frente a argumentos tan potentes. El espíritu, es cierto, no alcanza a llenar las alforjas y tampoco a honrar compromisos.

Nada de eso autoriza a quienes carecen de facultades, cualquiera, para burlarse o fulminar la amistad en nombre de circunstancias que no están en capacidad de asumir.

Lo divertido es que uno pretende trabajo, no limosna.

Haciendo analogía al texto del célebre Raúl Scalabrini Ortiz habría que decir:

“Caballero peruano, de nariz generosa, ex redactor de diarios y revistas, entusiasta de la primera y última hora del día, capaz de enhebrar tres o cuatro párrafos seguidos sin surmenage, pone empeño y es como los árboles que mueren de pie antes que rendirse. De sonrisa invariable y tesón perseverante aceptaría responsabilidades en equipos de imagen, construcción de liderazgos, capacitación de jóvenes. Dirigirse a Av. de la Esperanza 355, dpto. 104, Lima. Y no lo olvide: trabajo sí, limosnas, no.”