¿No son los empresarios, esa agrupación de hombres y mujeres de espíritu capaz de enfrentar los retos, invertir dinero, generar ideas productivas y valientes para hacer negocios, aún los más difíciles, en Perú? ¿Miedo de qué tienen aquellos que saben que trabajan con apego a la ley, con limpieza justiciera en el trato con el personal, devotos del entusiasmo que escala montañas y supera escollos financieros o de cualquier índole? La ex ministra Mercedes Aráoz sostiene que estas personas “como que tienen miedo”. ¡Bah!

No hay empresarios si no hay trabajadores convictos y confesos. Se reconoce, he allí la diferencia, que el liderazgo y el capital, no pocas veces, se origina en los aportes, en dinero y en ideas, que ponen los adalides y para ello no necesitan contratos bajo la manga, embajadores en el gabinete, operadores en toda la administración pública. ¿O sí? Ciertamente, una respuesta a la interrogante, afirmativa, clasificaría a esos mal llamados “empresarios” en vividores, vulgares y miserables.

Esos que viven medrando al amparo del nombre inmenso o transnacional que poseen sus empresas y que aquí gustan de ser llamados “empresarios”, las más de las veces no pasan de anuentes y poco conflictivos palafreneros del poder extranjero. Nada más que empleados de alto nivel o ejecutivos. Aquí gritan, vejan, abusan de los trabajadores, pero se prosternan y son aquiescentes hasta el asco cuando llegan los jefes extranjeros. Hay pues diferencias entre quienes son los dueños y los simples mandaderos.

Los empresarios que invierten, apelan al crédito bancario, oneroso y robusto en cortapisas, o que se las ingenian para conseguir el capital suyo o el ajeno asociado, no tienen causa de miedo porque transitan por las amplias alamedas de la limpieza legal. No necesitan de compadres, amigotes, presidentes, parlamentarios o ministros, para hacer ganancias diáfanas y, mucho menos, para justipreciar la fuerza laboral.

En cambio. Los delincuentes que compran al peso, mandatarios, legiferantes, ujieres en la burocracia, estudios enormes de abogángsters acostumbrados al muy polémico y oprobioso “arte” de administrar coimas, homenajes, fiestas compra-conciencias y que aquí abundan hasta con Carta Magna propia, la de 1993, esos sí están con miedo hasta los huesos. Sospechan, con alguna razón o motivos, que han tocado fondo y que el gobierno que viene no será tan prostituible como el que se va con sus mesalinas gordas capaces de regalar o de malbaratear cualquier centímetro del patrimonio nacional.

Hay pues enorme diferencia entre los que sienten miedo que la limpieza y la meritocracia sienten sus reales en las competencias empresariales y entre aquellos que desde lustros atrás vienen amasando copiosas fortunas que se basan en el robo, la exacción, la monra, el deshonor. ¡Esos son los que lloran hoy de terror ante un simple aseo en la cosa pública!

Los miedosos son los que anunciaron vía el norteamericano PPK que la bolsa iba a resentir el triunfo rotundo de Ollanta Humala. No sólo los medios de comunicación escritos, televisivos, radiales, en su inmensa mayoría hicieron del ganador pasto de sus odios y mentiras, sino que el poder mundial, el genuino Big Brother de allende y aquende, movió las piezas a su antojo. No pudieron, eso sí, colocar a Keiko Fujimori y a la banda de delincuentes que ya saboreaban con deleite el “retorno” ¡Cómo si alguna vez se hubieran ido de las fuentes y génesis de sus pingues fortunas!

Perú tiene millones de empresarios. Hay hombres y mujeres que están huérfanos casi de reconocimiento social aunque son filón magnífico del movimiento económico: las pequeñas y medianas empresas. Las familias, no pocas veces, trasladan su dinámica y unidad, a la gestión empresarial y hasta exportan. El Estado debía considerar e impulsar su creatividad, entrenar a sus líderes y alentar la participación institucional, política, cultural y de identidad propia en ¡todas las actividades locales y foráneas! Cancillería tiene que entender que la promoción a través de sus oficinas en todo el mundo, puede constituir la exportación de más y más riqueza con valor agregado que son divisas para el país.

Miedo sienten quienes son sabedores que el dinero de la timba social o la apuesta tramposa, agoniza su horizonte o amengua sus rentas sucias. Pavor padeden los que han hecho fortunas sobre la pobreza y miseria que NO pagaron con justicia al trabajador siempre sufrido y despreciado.

Conozco empresarios peruanos que han arriesgado hasta la camisa. Y gozan de la querencia y estima de sus trabajadores. Pueden ser pocos, pero debían ser muchos. ¿Qué falta?: conciencia que sólo el ensamble y un nuevo contrato social en que todos enriquecemos merced al esfuerzo conjunto, procure pan para mayo y años venideros.

Las trompetas anuncian nuevos tiempos. Los peruanos deben acudir al reto y demostrar en la grandeza de su pasado y presente, el premio del porvenir. Así debe ser y nadie tiene derecho a esquivar el desafío ¡desde cualquier trinchera!

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Solo el talento salvará al Perú!

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