Si los malos supieran que es buen negocio ser bueno, serían buenos aunque sea por negocio
Facundo Cabral (recientemente asesinado por la insania)
José Enrique González Ruiz*
Si los malos supieran que es buen negocio ser bueno, serían buenos aunque sea por negocio
Facundo Cabral (recientemente asesinado por la insania)
José Enrique González Ruiz*
Autor: Opinión
Sección: Opinión
17 JULIO 2011
La Gordillo se descaró. Totalmente segura de que es una pieza de poder de primer orden en este sistema de corrupción y desvergüenza, la cacique del magisterio dio a conocer públicamente sus acuerdos pactados con Felipe Calderón en 2006. Manejando a los trabajadores de la educación como manadas, cuyos votos con intercambiables a su voluntad, Elba Esther Gordillo declaró que los ofreció al panista a cambio de posiciones en el gabinete federal: la Lotería Nacional, la dirección del Instituto de Seguridad Social y Servicios Sociales de los Trabajadores de Estado (ISSSTE) y la Secretaría de Seguridad Pública (SSP). Olvidó mencionar que también le dieron la Subsecretaría de Educación Básica de la Secretaría de Educación Pública (SEP), y un partido con su respectivo financiamiento (el Partido Nueva Alianza, Panal). Valdría la pena revisar si algún otro personaje recogió un botín tan abundante como el de Gordillo. Quizá, solamente Televisa y los González Torres del Partido Verde podrían competir con ella.
Sus enemigos de entonces fueron Roberto Madrazo, quien consiguió expulsarla del Partido Revolucionario Institucional (PRI), donde cobraba como secretaria general; y por supuesto, Andrés Manuel López Obrador, con quien dice haber buscado acuerdos. El primero desapareció –así sea temporalmente– del mapa, mientras que el segundo mantiene vivas sus aspiraciones a la presidencia de la que fue despojado precisamente por Gordillo y Calderón, entre otros.
La presidenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) se sabe intocable: en la dirección nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI) está Moreira, quien se reconoce como su socio, y quien ya está buscando arreglos con Peña Nieto, a quien los priistas dan como seguro ocupante de Los Pinos en 2012. Calderón saldría ganando con ello, pues ha dicho que el encopetado mexiquense “no es un peligro para México”, pues no lo llevaría a juicio por los saldos de dolor y muerte de su “guerra contra el crimen organizado”.
Lo que más lacera es la actitud de los maestros oficialistas, que siguen la voz de la desagradable Gordillo. La siguen como sumisos y en pago reciben dádivas gubernamentales. Solamente la disidencia mantiene la dignidad como divisa de lucha.
Los fundadores del Partido Acción Nacional (PAN) proclamaron valores éticos. Sus diferencias con la corriente dominante del Estado postrevolucionario (priista) se establecieron en principios morales. Se dijeron partidarios de un régimen que se basara en la honestidad, e incluso en la doctrina católica conforme a la cual a los seres humanos los caracteriza la fraternidad. Todo eso lo tiraron a la basura en cuanto tuvieron puestos de poder.
Los políticos panistas hoy en día son tan acaudalados como cualquier priista. Vicente Fox mandó construir un mausoleo en su rancho, y vive de la pensión que el gobierno le cubre sin merecerla. Exactamente igual como hacen los tricolores. Los bienes de Calderón, quien todavía ocupa ilegítimamente la Presidencia de la República, no corresponden con sus ingresos oficiales.
Por eso, nos es extrañarse que Calderón se haya ufanado de su pacto con Gordillo. Dijo que en eso consiste la política; en convenir el reparto de los puestos públicos con los depositarios de poder real. Como si se tratara de un botín que se obtuvo “haiga sido como haiga sido”.
Quienes conocimos a los panistas de antaño, sabemos que este pragmatismo rapaz es contrario a sus ideales (al menos los que daban a conocer). Es impensable que Gómez Morín –con todo lo conservador que fue– amasara una fortuna como la del Jefe Diego, o la de Vicente Fox.
La ética panista es ahora comparable con la del PRI: sólo les importa llegar a los puestos públicos para hacer negocios y, con las ganancias, pagar el precio de la siguiente campaña para perpetuarse en el puesto.
El delito que confesaron Calderón y Gordillo se llama tráfico de influencias. Ésta aprovechó su posición en el más grande sindicato de toda América Latina (cuyas cuotas la convierten en una de las personas más ricas de México), y el otro, usó el cargo más alto de la República (del que se apoderó por medio del fraude electoral).
A final de cuentas, no hay sorpresa; son tal para cual. Forman parte de una casta política que nada en medio de la corrupción y que tiene al país en la peor circunstancia de su historia moderna. Calderón será recordado como el Ejecutivo que causó más de 50 mil muertes, en tanto que Gordillo llevará a cuestas la acusación que le hizo su benefactor Carlos Jonguitud Barrios, de haber mandado asesinar al profesor Misael Núñez Acosta. Ambos se merecen uno al otro.
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