En vez del templado rostro de Juana InésdeAsbaje yRamírez de Santillana, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, en el billete de 200 pesos aparece la imagen de Esmeralda Castillo Rincón, una niña de 14 años de edad, originaria de Ciudad Juárez, Chihuahua. El cabello suelto, las mejillas rosadas, el tenue delineado de los ojos.

El valor comercial de este verdusco billete, expedido por el “Banco de Cristo Jesús” y marcado con la insignia “Ayúdanos a encontrarla”, es nulo. Para los padres de Esmeralda, representa, en cambio, un esfuerzo más por encontrar a su pequeña, la menor de sus tres hijos, que desapareció a la luz de la primavera.

Al igual que Esmeralda, al menos 159 mujeres han desaparecido en Chihuahua durante el reciente sexenio: 76 de ellas menores de edad.

Las pesquisas emitidas por la Unidad Especial de Investigación de Personas Ausentes, Extraviadas y Desaparecidas de la Procuraduría General de Justicia de Chihuahua se han impregnado ya al paisaje de esa ciudad, frontera entre México y Estados Unidos. Por eso, José Luis Castillo decidió, a pesar de las críticas y de su limitada economía de desempleado, imprimir el rostro de su hija en cientos de billetes de imitación.

“Es que las pesquisas ya la gente ni las quiere agarrar. Voltean, las miran y dicen: ?otra más y otra más’. Se las da usted y al ratito todas están tiradas en la basura. Y entonces mi esposo como nada más anda pensando qué hacer, sacó esos billetes: que han llamado más la atención. Aunque también es muy criticado porque la gente le dice: ?¿Qué, tu hija tiene valor de 200 pesos?’, pero es que ya no halla uno qué hacer”, dice, afligida, Martha Alicia Rincón, mamá de Esmeralda.

El 19 de mayo de 2009, alrededor de las 12:30 horas, Esmeralda salió de su casa, ubicada en la colonia Altavista, con rumbo a su escuela, la Secundaria Técnica 78. Sería un día como cualquier otro para una adolescente: intensas confesiones entre amigas; cocteles de emociones y nuevas experiencias. No fue así, jamás llegó a su destin: tampoco a la casa de Perla, su hermana mayor, con quien solía alojarse, porque se encuentra más cerca de la secundaria.

Con los ojos húmedos, José Luis Castillo recuerda la última conversación con Esmeralda: su niña tierna y “comelona de nieve”. Él, postrado en la cama, consecuencia de una enfermedad; ella pidiéndole, rogándole, que le permitiera cuidarlo.

—Papá: deja, me quedo. Yo quiero estar contigo porque tú estás malo.

—¡No, hija, váyase a la escuela! Ya será otro día.

—No, papá, es que quiero estar contigo.

—¡No, mi’ja, váyase!

A casi tres años de su desaparición, en la cabeza de José Luis aún retumban aquellas palabras como una lacerante migraña: ¡Váyase mi’ja!, ¡váyase mi’ja! “De alguna manera me siento culpable por haber dicho esas palabras. Pero Dios sabe que no era con esa intención”.

Detona su pena la desconfianza que siente hacia las instituciones mexicanas, que a la fecha no le han brindado siquiera líneas de investigación. Reconforta, en cambio, el acompañamiento de otros que también han perdido a sus hijas: juntos integran el Comité de Madres yFamiliares con HijasDesaparecidas, cuyo punto de encuentro es un improvisado campamento, plantado, “como cuchillito de palo”, a las afueras de la Fiscalía General de Chihuahua.

Ahí, aun en el cobijo de los otros, las malas noticias llegan: “He escuchado palabras de madres que me dicen: ?Luis, ya no sigo con usted, me entregaron los restos de mi hija y la tengo que sepultar’”.

“Y las comprendo porque esto es bien difícil”, dice el papá de Esmeralda, con voz lenta y entrecortada. “Eso nos causa dolor. No quisiéramos que nos entregaran a nuestra hija así. Tengo confianza en Dios que mi hija está con vida y que la vamos a encontrar cuando sea la voluntad de él. Nomás le pido fuerzas para estar listos en el momento en que ella regrese”.

Con la fotografía de Esmeralda grabada en la playera que viste, Martha Alicia pronuncia apenas lo indispensable. Su rostro ovalado responde, sin embargo, a cada nota del relato de José Luis, su compañero desde hace 32 años: gesticula tristeza y zozobra. En una mano carga el expediente de la desaparición de su hija; en la otra, un pañuelo que utiliza para reprimir el lagrimal.

Ella es la más afectada. Ni siquiera pudo despedirse de su “niña chiquita”, pues cuando ésta desapareció. Martha Alicia cumplía una condena de casi cuatro años de prisión por supuestos delitos contra la salud. Fue en el Centro de Readaptación Social Municipal de Ciudad Juárezdonde su hija mayor le confesó lo ocurrido. No se lo esperaba. Cuando olió las malas noticias, lo peor que se imaginó es que Esmeralda se había casado.

A través de una carta fechada el 4 de noviembre de 2011, este matrimonio expone a César Duarte Jáquez, actual gobernador de Chihuahua, “situaciones anómalas en la investigación”. Señala también, en que son ellos, y no las autoridades a cargo, quienes diariamente recorren las calles de la cuidad “repartiendo pesquisas, hablando con los medios de comunicación, apoyando a otros familiares de mujeres desaparecidas y haciendo hasta lo imposible por encontrar a nuestra hija”.

Las irregularidades que denuncian van desde la no activación del Protocolo Alba –mecanismo de búsqueda urgente de niñas y mujeres–, a pesar de que el reporte de desaparición se realizó de manera oportuna; hasta el hecho de que las autoridades no dan seguimiento inmediato a las pistas que les aportan bajo el argumento de que “no tienen personal y otros recursos necesarios para hacer la investigación”.

Por ejemplo, Pedro Loyo, tío político de Esmeralda y quien es comerciante, declaró haber visto a su sobrina en octubre de 2009, en un mercado de segundas, de la mano de un joven de unos 25 años de edad. No obstante, los agentes del Ministerio Público estatal visitaron el lugar cuatro meses después y ni siquiera elaboraron un retrato hablado del hombre que supuestamente acompañaba a la menor.

También, en diciembre de 2009, una vecina dijo haber visto a Esmeralda en una zapatería, ubicada en el centro de la ciudad de Chihuahua, en compañía de los dueños del negocio, dos personas adultas. Transcurridos cinco meses de la testimonial, los agentes del Ministerio Público acudieron a la zapatería pero sólo platicaron con las empleadas.

Un dato curioso aunque igualmente irregular, indica el padre de Esmeralda, es que a pesar de que la denuncia de hechos se presentó el 22 de mayo de 2009, en el expediente del caso que le entregó la Fiscalía (UAE-F-99/2009) hay un documento de “Acuerdo de inicio” de la investigación que data de cuatro meses antes, es decir, del 22 de enero.

Viaje a la Ciudad de México

Con un expediente de unas 200 hojas, un par de mudas de ropa y 1 mil 800 pesos en el bolsillo, José Luis y Martha Alicia viajaron a la capital del país a principios de marzo pasado. Ésta es la primera vez que visitan el Distrito Federal en 51 años de vida.

Cargaron también con algunas postales que imprimieron con motivo del 17 aniversario de su Esmeralda, que se cumplió el 28 de enero de 2012. Ese día, frente a la Catedral Metropolitana de Chihuahua, partieron un pastel; luego, oraron por recuperar con vida a su pequeña. “Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes”, se lee en una de las postales.

Juntos y solos recorrieron las calles de Tepito y la Merced en busca de Esmeralda. Sin éxito hurgaron entre caras pintarrajeadas y pronunciados escotes.

—¿Cuáles son las expectativas de su viaje a la Ciudad?

—Yo tengo mucha fe de que algo bueno va a salir de todo esto. Pienso que va a haber una llamada o algo, de que a ella la vean por algún lado –dice Martha Alicia.

Si bien, durante los ocho días que permanecieron en el Distrito Federal, acudieron a instancias del gobierno federal, como la Fiscalía Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas, su prioridad fue servirse de los medios de comunicación para difundir la fotografía de Esmeralda.

—Esto para nosotros es como sembrar una semilla para que la foto de nuestra hija salga en todo México y en todas partes, y haya una persona que la mire.

El plan del viaje se gestó el 21 de octubre de 2011, cuando una recepcionista de Televisa Chihuahua, recibió una llamada anónima al teléfono de esa empresa de comunicación. Era la voz de una mujer, quien supuestamente laboraba en el bar Don Beto. Le dijo que una “compañera” de trabajo, que aseguraba ser “la niña del billete de 200 pesos”, le pidió ayuda para contactar a su papá, pues había escuchado “que se la iban a llevar a la Ciudad de México dos mujeres que traen a varias menores de edad”.

El hecho sacudió nuevamente a los padres de Esmeralda, quienes luego de no encontrar a su hija en dicho bar, comenzaron a preparar su viaje a la gran urbe. No tenían nada que perder: localmente ya habían agotado todas las instancias.

Así, el 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad, instalaron un puesto de hamburguesas, chilindrinas, refrescos y paletas de chocolate, en el principal espacio público de Chihuahua, la Plaza de Armas. Con la vendimia pretendían recabar al menos 7 mil pesos, lo necesario para el traslado; sólo consiguieron 1 mil 800. No obstante, gracias a la ayuda de “una buena mujer”, que les financió los boletos de avión, lograron su objetivo.

A pesar de las limitaciones durante su estancia en el Distrito Federal, principalmente de alimentos, José Luis no se queja. Su alma desecha se resiste, incluso, a perder el buen humor: “No sabíamos que fuera tan barato acá. Que por tres pesos te daban masaje, baño sauna y que te paseaban todo el día”.

—Por tres pesos en el metro –pronuncia Martha Alicia entre carcajadas.

—Así somos –acota él–. Las pequeñas cositas así, tratamos de rescatarlas para reírnos un rato, para despejarnos.

La situación por la que atraviesa esta familia los ha sensibilizado. En la carta que dirigen al gobernador César Duarte Jáquez refieren otros 30 casos de desapariciones en la entidad y piden “que se establezca un programa de prevención para familiares y jóvenes”, pues “no queremos que ninguna joven más desaparezca”.

—Aunque ande yo con bordón (bastón), voy a seguir en la búsqueda de mi hija hasta que yo muera o hasta que ella aparezca. Sólo le pedimos a Dios que nos dé fuerza porque no queremos que cuando nuestra hija regrese o la encontremos, vea a dos viejos ahí tirados en la cama. Queramos que nos mire fuertes –expresa, con gran certeza, José Luis.

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Fuente: Revista Contralínea 278 / 01 de abril de 2012