La conversión del Ejército Mexicano y de la Armada de México en policías militarizadas antinarcóticos y el surgimiento de un conflicto armado, que lleva decenas de miles de víctimas en los últimos años, han afectado los planes de modernización militar del país.
Más parecidas a fuerzas intermedias de seguridad que a ejércitos modernos, las Fuerzas Armadas mexicanas han experimentado un cambio radical en sus funciones, armamento y organización.
La Fuerza Aérea Mexicana y la Fuerza Aérea Naval están convertidas principalmente en flotas de helicópteros con apoyo de aviones de transporte y reconocimiento. Las fuerzas terrestres del Ejército y la Infantería de Marina parecen más policías militarizadas que ejércitos de tierra, y la Armada cumple funciones principalmente de guardia costera.
Esta transformación tiene un contexto global, marcado por el surgimiento de amenazas no tradicionales y por las constricciones presupuestales que ha traído consigo la recesión en las principales naciones industrializadas. La tendencia de emplear a las Fuerzas Armadas para fines no militares o para reemplazar a cuerpos policiales mal pertrechados o corruptos no es sólo un fenómeno mexicano.
Prácticamente todos los ejércitos del mundo están afectados por una transformación de su naturaleza. Aunque aún persisten amagos de confrontación entre naciones, como los que ahora ensombrecen las relaciones de los países occidentales con Irán, lo cierto es que el fenómeno de la guerra entre ejércitos nacionales, tal y como se conoció antes de la Guerra Fría, prácticamente ya no existe.
La recesión de las principales economías del mundo ha originado una caída de los presupuestos de defensa. Los principales países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) son la mejor demostración de este hecho.
Esos países están reduciendo aceleradamente sus presupuestos militares y están empeñados en tener a ejércitos menos numerosos, pero con más capacidad de despliegue rápido, helitransportación y apoyo de aviones no tripulados.
A su manera, México está viviendo esa tendencia, pero con presupuestos militares insuficientes. La política antinarcóticos de los últimos tres sexenios ha alejado a las Fuerzas Armadas de una reconversión que planearon para los siguientes 20 años.
Los militares mexicanos esperaban la renovación de la Fuerza Aérea, el reemplazo de las viejas naves de superficie que han limitado a la Armada a la condición de una guardia costera mal pertrechada, y la creación de un Ejército reducido, pero efectivo, rápido y eficaz.
Esa reconversión no ha tenido oportunidad de cumplirse. Por el contrario, las Fuerzas Armadas han estado reduciendo su papel al de un mero reemplazo de los cuerpos policiales.
Aunque una parte de los fondos de la Iniciativa Mérida está destinada a fortalecer sus capacidades militares, México sigue costeando la guerra contra el narcotráfico con sus propios recursos. Su socio militar principal, Estados Unidos, está al borde de una segunda recesión en menos de cinco años. Aunque los planes estadunidenses para desarrollar armas de última generación siguen vigentes, este país, junto con sus aliados europeos, están revisando sus presupuestos y adaptando sus fuerzas armadas a las exigencias de flexibilidad y movilidad que resultan del enfrentamiento contra grupos terroristas y organizaciones criminales.
La posibilidad de una guerra no se ha alejado tampoco. Los países de la OTAN y Rusia siguen enfrentados por las mutuas amenazas de misiles transcontinentales, existe una confrontación diplomática contra Irán que asemeja el estado anterior a la invasión militar de Irak, y Corea del Norte sigue siendo vista como una amenaza bélica a las naciones de Occidente.
Las señales de estabilidad y seguridad internacional no están claras. Durante 2011 vimos el fin aparente de la guerra en Irak y el asomo de conversaciones de paz con los talibanes en Afganistán, pero también la multiplicación de conflictos armados en el Norte de África y Asia, así como revoluciones sociales en los países árabes conocidas como la Primavera Árabe.
En este contexto, otros países, en cambio, están alzando sus presupuestos militares con la intención firme de convertirse en potencias militares. Japón, Arabia Saudita y, principalmente China, están cambiando el panorama de fuerza militar en el mundo con el desarrollo de nuevas armas y capacidades bélicas.
El Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (una organización con sede en Londres dedicada a estudiar el presupuesto militar mundial) le llama a este proceso “la nueva redistribución de poder militar”. Lo que vamos a presenciar en los próximos años es una suerte de consolidación de ese fenómeno.
Las potencias militares tradicionales están poco a poco dejando de serlo, mientras adaptan sus presupuestos cada vez más reducidos a las realidades de las amenazas asimétricas provenientes del terrorismo, la delincuencia organizada y las insurgencias armadas.
Quizá el caso más notable de esta tendencia es la creación de una fuerza expedicionaria conjunta entre el Reino Unido y Francia, una manera no sólo de racionalizar su gasto militar, sino de enfrentar las nuevas realidades económicas europeas.
Estados Unidos sigue manteniendo el presupuesto militar más elevado del mundo (de 662 mil millones de dólares para el año fiscal 2012), pero su Departamento de Defensa está en proceso de revisar su gasto militar para adecuar sus armas a la lucha antiterrorista.
En los últimos años, las guerras en Irak y Afganistán llevaron a Estados Unidos a privilegiar el fortalecimiento de sus brigadas de combate y a producir de manera acelerada un número grande de vehículos blindados, helicópteros y aviones piloteados a control remoto. A menos que surja otra necesidad de ocupación militar, aún no está claro qué va a suceder con la sobreproducción de vehículos y naves aéreas producidas en el contexto de las guerras en Irak y Afganistán. Existe una probabilidad de que ese exceso de equipamiento termine como transferencia militar a otros países que necesitan la renovación de su armamento, como es el caso de México.
Los programas de tecnología militar de última generación (como el F-35, el avión de combate más moderno del mundo) están sufriendo retrasos que podrían reducir la ventaja militar de Estados Unidos.
Japón, el país con el sexto presupuesto militar más grande en el mundo, ordenó recientemente 42 aviones F-35 a la empresa Lockheed Martin Corporation, cada uno de ellos a un costo de 114 millones de dólares. Corea del Sur, Italia, Holanda, Turquía, Noruega, Dinamarca y Canadá planean renovar sus flotas aéreas con el F-35. Aunque Estados Unidos buscará comprar 2 mil 440 aviones de ese tipo, no existen por el momento las posibilidades financieras de cumplir con esos planes.
En este proceso de redistribución del poder militar, los países árabes están decididos a multiplicar su fuerza militar. Arabia Saudita, por ejemplo, ha privilegiado la compra de naves de combate y unidades de defensa aérea, listas para la eventualidad de una guerra contra países que ven con recelo su alianza con Estados Unidos.
China está impulsando la construcción y el despliegue de submarinos, portaaviones y misiles antinavales. El gigante asiático está desarrollando además su propio avión de combate llamado J-20, con características que se acercan a los aviones no detectables por radares, como el F-18 o F-35 que construye Estados Unidos.
Vistas frente a este contexto, las Fuerzas Armadas mexicanas están adoptando un modelo que combina funciones policiales, de inteligencia con el uso predominente de unidades de despliegue rápido apoyadas con helicópteros y aviones de reconocimiento. El poder militar desarrollado es suficiente para necesidades internas de control territorial, pero quizá no sea el necesario para la defensa territorial.
Sin perspectivas de una guerra tradicional y con una oposición armada proveniente de la delincuencia organizada, las Fuerzas Armadas mexicanas están operando como policías intermedias, alejándose de sus propios planes de modernización. Quizá no tengan otra opción. El presupuesto no alcanza para modernizarse, el narcotráfico sigue causando estragos en muchas partes del territorio nacional y el gobierno sigue empeñado en utilizarlas a fondo en el combate antidrogas.
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