Remitió pocos días atrás el autor de este libro, el buen amigo y magnífico colega trujillano, Carlos Burmester Landauro, un ejemplar con la siguiente inextricable dedicatoria:
Para Herbert Mujica Rojas, apreciado amigo, con la cordial expectativa de tu discrepancia. Afectuosamente, Carlos Burmester Landauro.
Narra Burmester, en múltiples artículos compilados a modo de volumen, trabazones intensas, circunstancias álgidas, momentos estelares que vivió con cercanía imborrable a Manuel Pita Díaz y que involucran a otras personas que, es cierto, tuvieron protagonismo desde Trujillo, en la historia política nacional. Tal el caso de Luis de la Puente Uceda, Gonzalo Fernández Gasco, Sigifredo Orbegoso, entre los principales.
A fines de los años 50 un grupo inteligente y contestatario enhebró críticas a la dirección política del Partido Aprista, entonces a cargo de Ramiro Prialé como secretario general y que sostenía al régimen de Manuel Prado Ugarteche en la llamada “convivencia”. Haya vivió, entre 1956-62 casi siempre fuera del Perú, en Europa, sin embargo y a tenor de los acontecimientos, dio su asentimiento, tácito o explícito, a lo que pasaba entonces en la política nacional.
El duro enfrentamiento dentro del Partido culminó en la escisión llamada el Apra Rebelde y fueron de la Puente Uceda y Manuel Pita con Fernández Gasco y Orbegoso, sus cabezas visibles más conspicuas. Cuando en la Convención de 1959 pretendieron sustentar su posición, expresada antes en textos escritos y muy difundidos, el diktat de la expulsión les cortó la chance. Argumentaban que la línea ideológica y política del Partido se había desviado y que eso debía corregirse cuanto que la combatividad sindical y en las calles era un asunto de vigencia insobornable. No ocurrió así, no hubo respuesta inteligente o de nivel que peleara palmo a palmo la verdad o inexactitud de cuanto clamaban los protestantes, simplemente se los puso de patitas en la calle.
La tragedia advino, la muerte siempre lo es, cuando un disciplinario aprista Sarmiento Ghiorzo resultó muerto en un enfrentamiento que culminó en cárcel y largo juicio para Luis de la Puente, la defensa del joven abogado Orbegoso, la coordinación política establecida por Manuel Pita y un hito cuya madeja aún no ha sido desovillada sin pasiones, exageraciones o perversiones anti-históricas. El magnífico libro de Burmester Landauro es un serio intento, desde su óptica vivencial y de cuasi protagonista, de poner las cosas tal cual ocurrieron y con su verdad por testimonio.
Afirma Burmester que aquellos sucesos serían el proemio de hechos que tuvieron significación honda en la historia del Perú. Es posible que tenga razón y que hasta hoy no se haya estudiado con severidad rigurosa los sucesos de la época. A las generaciones apristas, desde entonces, nunca se les instruyó en el detalle escrupuloso de cómo se dieron las cosas, por el contrario bastó el insuficiente argumento que el caído en Trujillo había sido de sus filas. Emocional como era la apelación, fue difícil llevarla al plano del sereno juicio que dan los años y, sobre todo, la narración o escritura del intríngulis.
De la Puente caería en Mesa Pelada en la conducción de las guerrillas de 1965, su cadáver nunca fue devuelto o se supo del mismo. En 1968, la Fuerza Armada dio en octubre un golpe de Estado distinto y con fines nunca antes enunciados por los insurrectos. Las elecciones programadas para 1969 y con un solo candidato sólido, Haya de la Torre, debieron asimilar la interrupción del orden constitucional.
En cada una de estas etapas, como protagonista fundamental, estuvo Manuel Pita Díaz y así lo recuerda Carlos Burmester en su libro sugestivo y sugerente, incitador de investigaciones, narrador de hechos a que los peruanos deben concurrir lo antes posible para entender mejor la historia política del país, sus devaneos e indefiniciones hasta hoy incomprensibles.
Estoy cierto que el libro de Carlos Burmester Landauro: Manuel Pita Díaz, un hombre y su tiempo, es un serio alegato fraternal que rinde homenaje al amigo y al combatiente. Es un deber noble reconocer la valentía y audacia de quienes rompieron el pacto infame y tácito de hablar a media voz para exclamar lo suyo. Sobre todo cuando muchas de sus acciones revelaron, a posteriori, que transitaban por caminos polémicos pero nada alejados de sus convicciones.
Leí el libro en pocas horas: en microbuses, en la oficina, literalmente devoré la entrega de fino periodismo del que hace gala Burmester con facilidad asombrosa. Cuando uno toca algún texto de él, sabe que pueden suscitarse controversias y diferencias, no obstante aquellas son menos importantes que la sabrosa crónica, el lenguaje apropiado, la emoción impresa y la generosidad que no encona ni sobrevalora lo que escribe Carlos.
Acaso su libro sea una genuina Señal de Alerta para la exhaustiva revisión de arcanos y su revelación constructiva para las nuevas generaciones.
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