Usted comentó que la elección de Nicolas Sarkozy como presidente hace cinco años fue un síntoma de los males que sacuden a la sociedad francesa. ¿Qué puede decir de la elección de François Hollande, proclamado presidente de Francia recientemente?

—Esta elección fue muy importante. Se ha dicho que se trataba más bien de un referéndum a favor o en contra de Sarkozy. En realidad, fue un referéndum sobre la identidad nacional [de los franceses] y que llevaba la siguiente pregunta: ¿Qué es Francia? ¿Francia sigue siendo aquella nación de los ideales de 1789 [Revolución Francesa] o se define hoy, en este espacio globalizado, bajo criterios étnicos? Para mí, Nicolas Sarkozy ha hecho una campaña [política] de extrema derecha en lo que yo califico como una pedagogía de la maldad. Él ha sido el candidato de una patología, el candidato de la desviación y alejamiento de lo que es realmente la tradición nacional [francesa], la cual lleva un mensaje de universalismo y de igualdad. François Hollande nos hizo sonreír cuando declaró que él sería un presidente “normal”. En realidad, él era el candidato para que la normalidad nacional vuelva. Y Hollande ha hecho también su campaña sobre estos temas. Hay una ilusión en la democracia. La gente piensa que eligió a un hombre, pero de hecho, los franceses han expresado lo que son: un pueblo que vota y que dice cómo se juzga a sí mismo. El resultado fue ajustado, pero las grandes decisiones históricas no se toman con una gran mayoría.

Más allá del diferendo existente entre la canciller alemana, Angela Merkel y el presidente francés, Fronçois Hollande, ¿no es en sí la misma naturaleza de las sociedades francesa y alemana la que genera el problema?

—En mi libro La invención de Europa, yo preconizaba ya en 1990 que 15 o 20 años más tarde, Europa sería una “jungla”. Mi investigación antropológica me había convencido que la diversidad de sistemas familiares, de temperamentos políticos y sociales [europeos] haría que la moneda única [es decir el euro] fuese, por decir algo, casi imposible [de administrar].

¿Pero qué relación hay entre las estructuras familiares y el euro, es decir la moneda común?

—Las personas que toman las decisiones [políticas] y que crearon el euro pensaron que unificando las monedas [europeas] iban a cambiar las mentalidades. Pero las sociedades están ante todo marcadas por los valores heredados implícitamente de su estructura familiar. Francia, por ejemplo, históricamente vive bajo un sistema individualista igualitario. Es conocido, por ejemplo, que en el mundo campesino francés de la Edad Media la herencia era repartida a partes iguales entre todos los hijos, fueran estos hombres o mujeres. Los jóvenes eran liberados [de la tutela de sus padres] a temprana edad, la autoridad siendo débil, daba como resultado jóvenes adultos particularmente favorables a ideas de libertad e igualdad. Este modelo termina siendo proyectado sobre un plano ideológico y todo esto procrea o engendra individuos bastante difíciles de ser gobernados o administrados, sea en un plano político o social. ¡El típico burdel francés, pues! Al contrario, la estructura familiar alemana era el sistema del heredero único. La granja o la bodega se le otorgaba en herencia frecuentemente al hijo mayor (pero a veces al menor, como sucedía en la ciudad de Berna, Suiza). Esto genera valores de autoridad y de desigualdad, de jerarquía. Parejas de esposos bastante maduros vivían aún en casa de sus padres… Evidentemente, las reglas de herencia han cambiado y las ciudades alemanas ya no son ni se asemejan a las del pasado, pero los modos de comportamiento en la vida política, económica y social perduran aún hoy. Resumiendo: se trata de dos sociedades muy diferentes. Y si se ha hecho la moneda única con los alemanes, ¿por qué no hacerla con los japoneses?

Pero justamente… Suiza está construida de culturas diferentes alrededor de una moneda única [el franco suizo].

—Sí, es verdad esto. En Suiza hay una población de cultura germánica con estructuras familiares de tipo alemán. Y también los suizos romands, es decir, los suizos que hablan francés y con estructuras familiares de tipo francés (sin olvidar a los suizos italianos y los suizos romanches). Pero en Suiza la religión ha equilibrado el sistema. El protestantismo es casi tan fuerte en ambas partes de la suiza francófona [de cultura latina] que en la parte suiza alemana [de cultura sajona]. No es el caso de Alemania, mayoritariamente protestante y de Francia mayoritariamente católica. Las identidades culturales están más polarizadas.

¿No es posible una solidaridad entre países vecinos?

—Ahí hay una confusión. El discurso europeo es infantil. En estos tiempos de globalización, se piensa que mientras más grande se es, uno es más fuerte. Los chinos son 1 mil 300 millones de personas, en India habrá pronto más gente que en China, en Estados Unidos son 300 millones de personas… Se piensa pues: la unión hace la fuerza. Pero en la realidad europea, primero privilegian la cultura y la solidaridad nacional y, en ese sentido, el librecambio neoliberal [comercial] empuja a las naciones [a una lucha, disputa económica] entre ellas. La globalización no es otra cosa que una competición [económica-comercial] a escala mundial, pero en los hechos, los países que se están confrontando son sobre todo los que están más parejos en términos de nivel de vida que más cerca geográficamente. Por ejemplo, si los chinos mantienen su moneda [devaluada], el yuan, a un nivel bastante bajo, no lo hacen por estar en contra de nosotros [europeos o de las exportaciones europeas], nosotros europeos no le importamos para nada en ese sentido a consecuencia de la gran diferencia de salarios [y de costos y niveles de vida] existentes entre China y Europa. Los chinos lo hacen para seguir siendo competitivos frente a sus vecinos asiáticos, sean estos tailandeses, filipinos y poder conservar en China las empresas [fábricas productoras], y que estas no vayan a implantarse en otros países donde la mano de obra sea más barata. Lo mismo sucede en Europa. Para sobrevivir, cada país juega su juego. Comenzando por Alemania, cuyos líderes han sabido muy bien utilizar el euro como un espacio cerrado y en el cual las economías [europeas] más débiles no podían ya devaluar sus monedas [para hacer que sus exportaciones sean más competitivas frente a Alemania porque todos usan la misma moneda, el euro]. La paradoja de Europa resulta que se suponía que todos iban a ser solidarios, pero los Estados se han comportado a la manera inversa.

¿El eje franco-alemán puede ser aún la columna vertebral de la Unión Europea?

—La reconciliación franco-alemana después de la guerra [Segunda Guerra Mundial], se tenía que hacer. Pero reconciliarse no quiere decir que somos iguales. La historia de Europa es eso. En un principio, se trató de un proyecto que se basó en un modelo franco-compatible, proyecto de hacerlo con otras naciones a un nivel de igualdad de voz, cual fuese el tamaño o potencia del país. La costumbre de aplicar una jerarquía por los países miembros poniendo a Alemania a la cabeza, Francia en un brillante segundo puesto y a los otros países europeos de cultura latina en la cola del pelotón, ha pasado finalmente a un modelo aun más jerarquizado. Pero uno se hace la pregunta: ¿Alemania tiene en verdad un deseo real de dominación? El problema con este tipo de sociedad construida sobre un modelo “autoritario” es que cuando no hay nadie por encima de ellos, esto se puede ir por la tangente. Ahora Alemania está muy emancipada de Estados Unidos. Y aunque Brzezinski plantea la cuestión de una tentación alemana (de un retorno a la política de Bismarck, política de poder independiente, sobre todo después de los acuerdos estratégicos en materia de energía firmados con Rusia) hay indicios que muestran que Alemania se comporta como una gran potencia ahora, y no sólo por los diktats (dictado, imposición) dados a Grecia. En cambio, los japoneses, que también tienen una estructura familiar “autoritaria”, ya no quieren estar más en una posición de dominación y por eso han preferido elegir el rol de ser el hermano pequeño de Estados Unidos.

¿En qué el modelo familiar griego puede esclarecer la crisis [europea actual]?

—Esto es muy interesante. Escuchamos en estos momentos discursos muy humillantes respecto a Grecia [se le acusa de todos los males e incompetencias]. Entonces, ante la ausencia de un Estado central fuerte, ante la dificultad de recaudar los impuestos, todo esto podría explicarse por la complejidad [existente] de las estructuras familiares [griegas]. Porque en Grecia hay tres modelos tradicionales diferentes. El que existe en Atenas y en las islas [del mar Egeo] que es matriarcal (centrado en las mujeres) con reglas de primogenitura femenina pero “a la ligera”, sin cohabitación de generaciones. En cambio en el Peloponeso y en la región de Beocia tenemos núcleos [familiares] menos rígidos patriarcales (centrados sobre los padres). En Tesalia y el Epiro el modelo [familiar] es más bien comunitario, a la manera existente entre los serbios y rusos. Entonces, estos diversos modelos familiares generan personas diferentes, muy dinámicas [por su diversidad]. Grecia tiene una gran historia marítima. Tienen una gran diáspora. Los demógrafos están impresionados por la longevidad de su población. Manifiestamente existe un arte de buen vivir, una sabiduría, y que no se puede calificar de ocio. Si los griegos son expulsados de la Eurozona [espacio económico que utiliza esta moneda europea] contra su propia voluntad, ellos van a tener un año muy duro y difícil. Pero enseguida, toda la gente verá la enorme ventaja competitiva en términos salariales de Grecia. El país se levantará [económicamente]. Pero por otro lado será el fin de la moneda única europea. Sí, los países europeos se pelean hoy en día por mantener a Grecia dentro del espacio monetario común (tratan de mantenerla dentro para que Grecia siga pagando, para poder despojarla aún más de sus bienes), pero en realidad es sobre todo la salida decidida de Grecia de la Eurozona lo que les da mucho miedo.

Usted hace la constatación de un fracaso de la moneda única. Alemania amenaza a Grecia ahora con sacarla de la Eurozona. ¿Qué significa esto para usted?

—En primer lugar, ser conscientes de que si el euro se derrumba, es Alemania el país que será más afectado, ya que es el país más exportador [de Europa]. En 1929, fueron Estados Unidos y Alemania los que sufrieron más con el desplome de la bolsa debido a que estos dos países eran las dos mayores potencias industriales de la época. Los alemanes han entendido claramente que con un retorno a las monedas nacionales del pasado [peseta española, lira italiana, franco francés, marco alemán, dracma griego, etcétera], todos van a devaluar [sus monedas] para protegerse de las exportaciones alemanas. Y Alemania además de tener que volver al marco alemán, estará estrangulada [económicamente]. Es por esta razón que los dirigentes o líderes [políticos] alemanes van muy lejos con sus amenazas respecto al euro, más lejos de lo que pueden. En realidad quienes están más traumatizados con la posibilidad de una desaparición del euro son los mismos dirigentes alemanes. Sin embargo, los griegos y los franceses quieren quedarse en el euro más por razones irracionales. Debido a que hay una parte mágica en la moneda única, a pesar de que ellos no entienden la razón. No se dan cuenta de que el fin de la moneda única les hará mucho bien.

Usted denuncia una especie de conspiración mundial de la oligarquía financiera y globalista contra la democracia. ¿Usted acusa al Foro Mundial de Davos o a la OMC [Organización Mundial de Comercio], con sede en Ginebra, como las capitales mundiales de lo que usted detesta?

—En primer lugar, Davos no tiene mucha importancia. En cuanto a Ginebra, no se trata sólo de la OMC. Ginebra es también la sede de la Organización Internacional del Trabajo y de muchas otras instituciones internacionales. La OMC no es el problema. Si vamos aplicar un proteccionismo regionalizado, habría que despedir al señor Pascal Lamy. El problema es la corriente librecomercio [librecambismo neoliberal] actual de la OMC. En cuanto a Ginebra, se trata de una gran ciudad de habla francesa que tiene una función internacional prestigiosa. Ginebra es una oportunidad real para Francia. Si Francia quiere suicidarse sólo tiene que criticar a Ginebra o a Bruselas. Francia tiene una gran deuda en ese sentido con estas dos ciudades francófonas que no están bajo la influencia de París. Sin estas ciudades, Francia con su centralismo [agobiante] estaría muerta desde hace tiempo.

Fuente: Tribune de Genève-Red Voltaire