Alguna vez Bertolt Brecht, dramaturgo y poeta alemán, escribió: “cuando el delito se multiplica, nadie quiere verlo”. “Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse tendrá que pasar al ataque”. “Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime”. “Las revoluciones se producen, generalmente, en los callejones sin salida”.

Impaciente, la población contaba los días que faltaban para que terminara la dilatada pesadilla del golpista Felipe Calderón. Apuraba el último trago amargo de seis años de autoritarismo, impunidad, corrupción y pillaje, de pobreza, miseria y delincuencia que, como lepra, devoran el tejido social, de un baño de sangre, de terrorismo de Estado. ¿Qué otra cosa podía esperarse de alguien que usurpó la Presidencia de la República, confabulado con los priístas y los oligárquicos hombres de presa que financiaron y respaldaron su aventura, y que, a cambio, han recibido una gran cantidad de prebendas legales e ilegales? Incapaz de insubordinarse ante el destino que le impusieron y de romper las cadenas que lo inmovilizan, ¿qué más podía hacer esta población ante el bloque dominante de la derecha que cercenó sus anhelos democráticos e impidió la creación de los mecanismos institucionales que le permitieran defender sus intereses, imponer límites a los excesos de los gobernantes y sancionarlos legalmente, y participar en las decisiones nacionales?

Nada. Más que rumiar su impotencia de cada seis años. Incubar su cólera. Esperar estérilmente la oportunidad para tratar de cobrar la factura de las injurias ofrecida por la simulación “democrática” electoral. Es el único momento en que se le permite creer a la población que no es una ficción, que socialmente existe; que es un ciudadano, con el derecho soberano de elegir pasivamente a sus próximos gobernantes seleccionados por otros –muchos de los cuales desconoce, como es el caso de los parlamentarios, sobre todo los plurinominales– a los que delegará su mandato, a los que nunca más volverá a ver, ya que normalmente administrarán al margen y en contra de sus intereses, antes de ser regresado otra vez a las sombras del coro, donde se desvanecerá sin más derecho que el de asumir el papel de víctima, sin la opción del pataleo.

En julio de 2012 la población volvió a depositar su esperanza de cambio en la quimérica “llave” de la “democracia” electoral. Y súbitamente, al despertar de la pesadilla calderonista y de la “fiesta” electoral, se da cuenta de la farsa que ya había sido denunciada, socialmente insuficiente, por los estudiantes. Que ha sido groseramente despojado de su voluntad que rechazaba a la derecha teocrática-neoliberal representada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI)-Partido Acción Nacional (PAN) y la pandilla que los respalda, destacándose entre ellos Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas. Que sus expectativas fueron sepultadas por una montaña de fechorías cometidas por los mismos que se burlaron de ella en 1988 y 2006, y que los únicos que no las vieron fueron los parsimoniosamente ciegos y supuestos cancerberos de la legalidad, y que ante las descomunales e inocultables evidencias, ahora las desdeñan por considerarlas irrelevantes. Que al corregir el error cometido por las “masas ignorantes y estúpidas” que votaron por el candidato equivocado (Noam Chomsky dixit), la mafia organizada quiere segarles su futuro. Pretende sacrificarlas por su osadía, como si fueran mansos corderos que sólo merecen el matadero, con seis años más de infames tormentos autoritarios y neoliberales, los cuales se presagian peores, toda vez que Enrique Peña Nieto no ha dudado en mostrarse como un individuo inescrupuloso, corrupto, deshonesto, tramposo, intolerante, despótico. Ese comportamiento es compartido por los hampones que lo rodean y lo arropan, así como por los ejecutivos precedentes, de Álvaro Obregón a Felipe Calderón, con la excepción de Lázaro Cárdenas. Comparados a ellos, el Chapo Guzmán, los Beltrán Leyva y otros maleantes son unos santos que merecen la beatificación papal.

En su ambición por entronizar a Enrique Peña, que les garantizará seis años más de impune rapiña, a la oligarquía y su banda de forajidos del PRI-Partido Verde Ecologista de México (PVEM), apadrinada por Felipe Calderón (que de esa manera compró su futura seguridad frente a su criminal y turbio sexenio), no les importó provocar una crisis electoral, hundir en el estercolero del descrédito a la elite política y las instituciones, meter al país en un callejón sin salida, estimular una eventual crisis política de magnitudes insospechadas que puede desestabilizar al sistema.

Visto en perspectiva, los riesgos de esa conducta transgresora habían sido evaluados y descontados. Sabían que las leyes, la electoral y otras involucradas, están diseñadas para asegurar su propósito. La Presidencia fue convertida en un botín, en una mercancía que puede comprarse ilícitamente, recursos que sólo puede provenir de la misma Presidencia y de los gobernadores que saquean el presupuesto de la nación y de sus estados, autorizados por los legisladores del PRI-PAN-PVEM-Partido Nueva Alianza, que cubrieron con un velo legaloide su manejo turbio, sin que puedan ser sancionados; del empresariado; del exterior y ¿del narco y otras fuentes delincuenciales? El PAN fue multado con 500 millones de pesos por el dinero ilegal utilizado por Vicente Fox y sus mafiosos Amigos de Fox durante la campaña de 2000. El PRI fue sancionado con 1 mil millones por la de Francisco Labastida (recuérdese el Pemexgate). Al PAN le impusieron una multa de 15 millones por la misma práctica utilizada por Felipe Calderón, en 2006, la cual fue aplicada hasta noviembre de 2008. Con una generosidad conmovedora de julio regalado, el Instituto Federal Electoral (IFE) la redujo en 60 por ciento del monto originalmente propuesto. En la “lluvia” de ofertas, el PRI obtuvo un descuentazo por casi 80 por ciento: 323 mil contra 1.7 billones de pesos.

¿Cuál será el precio final de la compra de la Presidencia para Enrique Peña? Lo desconozco. Lo que sí sé es que al ponderar los costos con los beneficios esperados, al descontar la multa que se le impondrá al PRI-PVEM, que será pagada con nuestros impuestos (los subsidios a esos partidos), y dada la voracidad de las marcas que patrocinan a Peña Nieto, como Televisa, Tv Azteca, Cemex y otras, en seis años éstas multiplicarán varias veces sus ganancias. El negocio será redondo.

La mafia organizada alrededor de Peña sabía que los “independientes” titulares del IFE, del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales, de la Secretaría de Hacienda, del Banco de México y de la Comisión Nacional Bancaria de Valores, son siervos a su servicio que legalizarán la usurpación de la Presidencia. Ello explica las apresuradas declaraciones de los ugaldizados Leonardo Valdés, Macarita Elizondo o Marco Antonio Bernal por alabar la “pulcritud” de las elecciones y el triunfo de Enrique Peña Nieto. Tan limpio fue el proceso electoral como las “florituras” que navegan copiosamente por las cloacas del país. ¿Acaso no les pagan para meter la cabeza en el retrete cuantas veces sea necesario con anchas sonrisas? El magistrado Pedro Esteban Penagos fue explícito: las manifestaciones no influirán en las decisiones que tome el Tribunal en la calificación de la elección presidencial. Resonancia salinista: “Ni los veo ni los escucho y háganle como quieran”. Prestos, desecharon los recursos de la ciudadana chusma que demandaba la nulidad de las elecciones. Ignorante, el vulgo no acaba de entender que legalmente sólo tiene derecho a la simulación del voto y, una vez terminada la “fiesta” deberá regresar a su casa y callarse. Las impugnaciones son prerrogativa exclusiva de los partidos, y si son del PRI y del PAN tendrán mayores probabilidades de éxito. Igualmente impetuoso, el IFE aceptó el triunfo de Jorge Francisco Sotomayor, candidato panista a diputado por el distrito XV de la delegación Benito Juárez, en el Distrito Federal, pese a que había sido acusado de falsificar firmas dentro de su partido para alcanzar la candidatura, y que los votos que le otorgaron la diputación fueron fraudulentos.

También sabía que tiene a su disposición los aparatos del Estado y el poder del capital, el dinero a manos llenas. Y los usaron. Y demostraron quién tiene el poder en sus manos.

La lógica de la estrategia de la derecha ya es evidente. Primero buscaron “posicionar” la mercancía Enrique Peña en el mercado electoral como un producto telegénico irresistible, así como estrangular desde la cuna las aspiraciones de Andrés Manuel López Obrador y de la población hastiada del despotismo neoliberal priísta-panista. Es cierto que el imprevisto descontento estudiantil desnudó a Peña como el bárbaro chacal de Atenco que había sido cubierto con una zalea de cordero, evidenció que por su torrente sanguíneo corren los genes despóticos heredados por el viejo priísmo, y estuvo a punto de alterar el guion, merced a los lentos reflejos del mexiquense, lo que obligó a malparirlo, con fórceps, con las turbias prácticas innovadas por los panistas y las viejas y probadas de los priístas.

Después, el día de las votaciones, al anunciar apresuradamente el IFE y otros el triunfo de Peña Nieto, pretendieron conmocionar a la sociedad, provocar un trauma colectivo, según los manuales de doctrina militar que recomiendan aprovechar esa situación sicológica y sociopolítica para “controlar la voluntad del adversario, sus percepciones y su comprensión, y literalmente lograr que quede impotente para cualquier acción y reacción” [H K Ullman y J P Wade, Shock and awe: achieving rapid dominance (Conmoción y pavor: el logro de la dominación rápida); citado por Noami Klein en La doctrina del shock]. La renovada protesta social, luego del desconcierto inicial, indican que el resultado no fue convincente.

Ahora el Tribunal Electoral tiene la palabra. Según su comportamiento y como ya son inocultables las pruebas emergentes de cómo se maquinó el fraude, leguleyamente estrecharán su alegato a las formas cuantitativas para justificar la legalización del triunfo de Enrique Peña e imponerle una multa al PRI. La postura altanera y desvergonzada de los priístas ante las evidencias de su fraude, llevan a presumir que ya saben el resultado. Como en su momento lo hizo Vicente Fox y Felipe Calderón, Enrique Peña asume el papel del príncipe idiota: no sabía nada de las tropelías de sus facinerosos compañeros de viaje.

La ley y los responsables de aplicarla facilitan blanquear y legalizar los recursos ilícitos. HSBC fue acusado de realizar operaciones ilícitas (lavado de dinero le llaman) por 7 mil millones de dólares y todo se resolvió con una disculpa de barones ladrones y una multa por 379 millones de pesos por sus “fallas” administrativas. ¿Quiénes realizaron esas transacciones? Es un misterio. El Quijote de la Mancha se topó con la iglesia. Nosotros, con la tapadera del secreto bancario. Néstor Félix Moreno, exfuncionario de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), fue denunciado por anomalías administrativas (así llaman a las prácticas corruptas) y resolvió sus cuitas con su inhabilitación de la función pública por 17.6 años y una multa por 69.6 millones de pesos. La misma suerte corrieron otros cuatro exfuncionarios de la CFE. En Melate se descubre otro fraude y es considerado como un delito “menor”.

Como “menor” será calificado el descomunal fraude cometido por el PRI y sus secuaces.

Manlio Fabio Beltrones anunció la siguiente fase. Apesadumbrado porque Felipe Calderón nunca pudo ingresar al edificio legislativo y para que “en el futuro ningún presidente tenga que pasar por ese bochorno, ese estado tan inconveniente de haber entrado por la puerta de atrás”, se decidió que los mandatarios electos puedan protestar “ante el Congreso de la Unión, las mesas directivas de ambas Cámaras, la Comisión Permanente ante el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el lugar que así se señale”. Sería horrible que Peña Nieto se vea obligado a emular a Calderón, cuya movilidad no replicaba la presidencia itinerante juarista. Se mueve como un delincuente, acosado por sus transgresiones y los indignados.

¿También tienen listo otro “Ypiranga” o un helicóptero como los argentinos? La muchedumbre es impredecible.

Como no se pueden dejar los hilos sueltos (de por sí se escapan de las manos), Peña Nieto anunció que para enfrentar la inseguridad, contratará al general Óscar Naranjo que, según Carlos Fazio, es acusado de corrupto, mentiroso y otras lindezas. Trabajó en grupos especiales de la policía colombiana, auténticos organismos paramilitares encargados de perseguir a narcos y que terminaron corrompiéndose, conviviendo con ellos y extorsionándolos, interceptando y grabando ilegalmente las comunicaciones y conversaciones de ministros, militares, magistrados, fiscales, políticos, empresarios, grupos progresistas y de izquierda. Naranjo ya “recomendó” la creación de grupos de choque, de escuadrones de la muerte.

¿Enrique Peña Nieto prepara el garrote para cobrar las afrentas?

Textos relacionados
 http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2010/10/31/20-anos-del-ife/
- http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2012/07/29/la-protesta-crece/
- http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2012/07/08/magistrados-del-tribunal-electoral-reciben-bonos-de-medio-millon/
- http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2012/07/29/hay-democracia-sin-principios/

Fuente
Contralínea (México)