Durante su campaña electoral, Francois Hollande denunció a la vez la catastrófica administración de su predecesor, Nicolas Sarkozy, y su estilo vulgar y ostentoso. Y anunció un cambio inmediato. Cien días después de su investidura, se puede decir que existe, ciertamente, un cambio de estilo. Pero la política sigue siendo la misma. Francia sigue hundiéndose en la crisis.

Los principales temas de debate que aparecen en la prensa francesa –y sobre todo la manera misma como esa prensa los aborda– demuestran la sumisión de la clase dirigente a la dominación estadounidense y justifican el actual inmovilismo.

• Los franceses temían que, al término de las elecciones, varias grandes empresas anunciaran planes de despidos. Así que la difusión de una nota interna de la empresa PSA Peugeot Citroen sobre el cierre de las fábricas de Aulnay-sous-Bois y Sevelnord, lo cual implica la supresión de más de 8 000 empleos –sin entrar a tener en cuenta a las empresas menores que tienen contratos con ese gigante francés del automóvil y que se verían por lo tanto afectadas–, tuvo el efecto de una bomba en la opinión pública francesa. El gobierno convocó entonces al patrón de PSA, puso en tela de juicio su competencia y criticó el estereotipo del gran patrón que explota a la clase obrera. Pero todo eso no fue más que una serie de gestos teatrales que resaltan de hecho la impotencia del propio gobierno.

La realidad es que la empresa francesa PSA Peugeot Citroen está en pleno proceso de alianza con General Motors. Haciéndose eco de las presiones del grupo de presión sionista estadounidense United Against Nuclear Iran (UANI), GM le ha exigido a su asociado francés que ponga fin a su actividad en Irán, exigencia que PSA aceptó sin demandar siquiera la menor compensación. El problema es que la cuarta parte de la actividad de PSA Peugeot Citroen tenía que ver precisamente con la República Islámica.

En este asunto, el patronato francés simplemente se inclinó ante el dictado estadounidense, y el gobierno no se atrevió a denunciarlo. Ambas partes prefirieron enzarzarse en una discusión vacía sobre falsos problemas económicos, en vez de confesar a la opinión pública francesa que están sacrificando la economía nacional a las exigencias de Washington.

• El gas de esquito fue otro tema de polémica. Después de las que existen en Polonia, las reservas de ese gas que contiene el subsuelo francés son al parecer las más importantes de Europa. Nicolas Sarkozy otorgó 64 permisos de exploración. Ante los desastrosos efectos ambientales de las técnicas utilizadas, el candidato Francois Hollande se había comprometido a dar marcha atrás. Sin embargo, su gobierno ha hecho un sinfín de declaraciones contradictorias y, en definitiva, ha permitido la continuación de la exploración.

También en este caso, la clase dirigente estimula un debate falso para no exponer ante la opinión pública su voluntaria sumisión. La prensa explica que los bajos costos del gas de esquisto mejorarían la competitividad de la industria. De ser así, antes de apostar todo a la reanimación económica, habría que poner también en la balanza los problemas ecológicos que implica esa decisión.

Dicho de manera menos elegante, la explotación del gas de esquisto es la aplicación de una directiva de la Casa Blanca, formulada en el plan Cheney del año 2000 y cuya puesta en práctica prosigue hoy en día la administración Obama. El objetivo es impedir a toda costa que París recurra al gas ruso, para evitar así que Francia pueda alejarse de Washington y acercarse a Moscú.

Es importante resaltar que, al verse ante ese mismo dilema, la clase dirigente alemana rechazó las presiones estadounidenses. Los empresarios alemanes han preferido alimentar su industria con el gas ruso. El propio ex canciller socialdemócrata Gerhard Schroder preside el consejo de dirección del gasoducto North Stream, que garantizará a Alemania el aprovisionamiento en gas ruso a fines de este año. Y si la canciller atlantista Angela Merkel se mantiene aún en el poder es simplemente porque los empresarios alemanes prefieren contemporizar con Washington en este difícil periodo.

• Otro gran tema de la prensa francesa es el debate entre Nicolas Sarkozy y su sucesor sobre el tema sirio. El ex presidente subraya que Francois Hollande no es capaz de hacer en Siria lo que él mismo hizo en Libia. Con su característica “sutileza”, el cabildero Bernard Henry-Levy acusa mientras tanto a Vladimir Putin de estar matando a los niños de Alepo y pide aviones para bombardear a la soldadesca del tirano al-Assad.

En este caso, el señor Hollande está pagando el precio de su cobardía. Aceptó que el mandato del Consejo de Seguridad de la ONU para proteger a la población libia fuese utilizado para derrocar a Muammar el Kadhafi. En vez de denunciar a Sarkozy ante los tribunales por el desencadenamiento de aquella guerra ilegal que dejó 160 000 víctimas, Hollande pide hoy excusas por no poder hacer lo mismo en contra de Siria. Haciendo gala de una candidez totalmente fingida, su ministro de Relaciones Exteriores explica que no se puede violar abiertamente el derecho internacional ordenando bombardear Damasco, pero que sí se puede hacer con discreción, por ejemplo, armando a los terroristas.

Esta deriva no es nueva. Tres ministros sucesivos de Relaciones Exteriores de Francia (el independiente Bernard Kouchner, el derechista Alain Juppé y, hoy en día, el “socialista” Laurent Fabius) han puesto el mayor empeño en destruir el legado tradicional de la diplomacia francesa. La Francia defensora de las naciones se ha convertido en obediente ejecutora de la doctrina Blair de «injerencia humanitaria». Y ni siquiera tienen la cínica excusa de la explotación colonialista ya que son los anglosajones quienes están sacando los mayores beneficios de las batallas de Francia contra el pueblo libio, y seguramente serán también los anglosajones quienes obtendrán la mayor tajada del gas libanés si Francia sigue alimentando la guerra secreta contra el pueblo sirio e incrementando el resentimiento en su contra entre los pueblos del Medio Oriente.

Y mientras sus medios de prensa los mantienen entretenidos con cuestiones intrascendentes, los franceses no parecen acabar de percibir de una vez la relación que existe entre la traición de sus élites y los problemas económicos que los agobian.