En todos los aspectos de la vida nacional, por lo que corresponde a las obligaciones federales, Calderón deja un país sin ninguna solución a sus problemas. En cambio, los aumentó y complicó. Y el peñismo, notoriamente incapaz, salvo al estilo del ídolo de Peña, el sonorense Álvaro Obregón en cuanto a su lado más oscuro, dictatorial y sangrientamente represivo, solucionaría las demandas sociales, económicas y políticas, como lo hizo en Atenco. La tesis para obtener su título de licenciatura en derecho por una universidad del Opus Dei versa sobre el presidencialismo de Álvaro Obregón; y es ya objeto de análisis por varios investigadores que darán a luz el libro Peña y Obregón, para exhibir la ideología del parido por el grupo tenebroso de Atlacomulco: de Hank a Montiel (Jorge Toribio, El grupo Atlacomulco: secretos, Editora Ágora).

Las libertades de prensa duramente conquistadas, desde Francisco Zarco a Miguel Ángel Granados Chapa, nunca han sido bien vistas desde Antonio López de Santa Anna a Calderón. Sin embargo, han sido defendidas por los mismos periodistas y sectores de la opinión pública, sin que se haya podido, todavía, crear un defensor de periodistas y del libre ejercicio de sus libertades. Un defensor de la prensa con competencia federal y uno en cada entidad, incluyendo la capital del país. O uno de carácter nacional.

A lo más que se ha llegado es, perversamente, a incluir una fiscalía en la tenebrosa Procuraduría General de la República, dependiente del presidente en turno (y que es uno de los que más embisten esas libertades), con una unidad para dizque investigar denuncias contra el abuso de los poderes que se han visto implicados en homicidios contra periodistas. Para nada han servido, salvo para aparentar protección a quienes ejercen sus derechos constitucionales en los medios de comunicación.

Con toda la malévola intención, el señor Poiré y el señor Calderón decidieron, de último momento pues ya están de salida, crear un mecanismo de Protección de Defensores de Derechos Humanos y Periodistas, que no aterriza en forma y contenido, ya que su consejo consultivo no se ha constituido. Y es que el calderonismo quiere manipular la selección de sus miembros y utiliza a sus adeptos con la mira de poder controlarlo, en lugar de que los periodistas y las asociaciones de comunicación, plenamente identificados, sean los que elijan a quienes presidan el órgano colegiado en cuestión. Se debe erradicar toda sospecha de intervención gubernamental, que garantice la independencia y libertad para conocer las denuncias y demandas del gremio periodístico y actuar eficazmente ante las amenazas de funcionarios y particulares al desempeño individual, si bien sobre todo de los reporteros, de cuantos quieren cumplir con sus tareas en radio, televisión, internet, prensa escrita y demás medios de información y crítica.

Calderón –colérico y alcohólico como es su fama pública, que confirman sus propios compañeros de viaje panista, adversarios y enemigos al grado de que, también por su militarismo, lo han comparado con Victoriano Huerta– ha sido un mal presidente. Ha odiado a los periodistas que informan y a quienes lo critican por sus actos y omisiones, pero es solícito con quienes lo adulan (elogios sin sustento que la prensa complaciente tiene derecho a hacerle y Calderón a recibirlos), de tal manera que ninguna de sus propuestas supuestamente para proteger la actividad de los periodistas ha tenido éxito, porque se ha encargado de que sean sus buenos propósitos de los que está empedrado el camino a su infierno de maldades y fracasos.

Ya no tiene tiempo Calderón para más de sus acciones salvo que, como presidente protegido por la inmunidad estadunidense para cubrirlo de impunidad, haga más cosas desesperadas para hacer polvareda en estos últimos dos meses para que se vaya como llegó: despreciado por el pueblo que se lo demostró la noche del 15 de septiembre pasado.

El periodismo, como la nación, ha pagado con las vidas de más de 70 profesionales de la información, otros secuestrados, desaparecidos y miles amenazados por la criminalidad gubernativa y la criminalidad de las delincuencias. Y como el reyecito autócrata, se va desnudo de legitimidad y dejando a un país en el total desastre y la barbarie de la violencia, repitiendo la frase aquella de “después de mí, el diluvio…”.

Fuente
Contralínea (México)