Cada día somos más personas que requerimos este vital elemento, y lamentablemente el recurso disponible lo estamos convirtiendo en algo de “mala calidad”, incluso en escaso, debido a la deforestación de masas boscosas, es decir, los principales pulmones del planeta. México se ubica como el onceavo país en población mundial, con 112 millones 336 mil 538 habitantes, y consecuentemente en la posición 13 de los países emisores de gases de efecto invernadero, con alrededor de 1.6 por ciento del total mundial. Tan sólo en México somos tantas personas usando, desechando, contaminando e ignorando la magnitud de las consecuencias de nuestro estilo de vida, que es casi inconcebible que habiendo quedado atrás la época en la que se concebía como una moda hippie el amor al planeta y encontrándonos en el momento del boom de las tecnologías de la comunicación y la información –donde un tema recurrente es el cambio climático– aún predomine la inconsciencia y deslinde de responsabilidades que corresponde a cada persona por el simple hecho de ser habitante de este mundo.

“El cambio climático es consecuencia de la contaminación de las industrias, trasnacionales y falta de políticas públicas”, dicen algunos. Tan sólo la generación de residuos sólidos urbanos aumentó de 31 mil 488 toneladas en 2001 a 39 mil en 2010. Si a ello le añadimos la apatía e indiferencia con que se aborda el tema en la agenda social y la poca seriedad con que se consideran aquellos tips ambientales, todo parece indicar que estamos destinados a seguir siendo los generadores de nuestro propio daño.

A pesar de que en la conciencia colectiva se ha planteado reiteradamente la tendencia de elevación en la temperatura del planeta, este problema social global no ha podido incidir en la conciencia colectiva de tal manera que se materialice un camino por el cambio de paradigma sobre la responsabilidad de los causantes, pero especialmente de la misión de los afectados.

El problema es que los principales causantes de este calentamiento somos todos. Actividades como la quema de combustibles fósiles, el uso de energía eléctrica, la tala de árboles e incluso la ganadería industrial producen gases de efecto invernadero. Lo más curioso de esta situación es que aún no hemos llegado a un nivel de conciencia en el que racionalicemos la importancia de un cambio de estilo de vida cuyo único objetivo es el autobienestar. ¿Es acaso tan terrorífico intentar un cambio de esta magnitud por defender nuestros intereses? Porque si es así, entonces deberíamos estar preparados para un cambio inevitable que no tendrá nada que ver con el mejoramiento, sino con la adaptación a lo dañino, la escases, el deterioro e incluso la muerte colectiva de especies, de la que inevitablemente formamos parte.

Una cadena de vida interconectada tiene reacciones enlazadas. Los desechos no separados y reutilizados emiten metano a la atmósfera, la energía eléctrica produce CO2, al igual que los gases de automóviles y fábricas que producen lo que nosotros requerimos. El cambio no debe venir de una vida sin consumo, sino del consumo responsable, pero especialmente de la reducción y compensación. Así es. Para esperar un aire limpio, detener el aceleramiento en el aumento de la temperatura del planeta y evitar la muerte de miles de organismos podemos comenzar por mejorar nuestros hábitos.

Se puede reducir la producción de CO2 con pequeñas pero importantes acciones diarias, como apagar las luces en habitaciones vacías o intentar caminar más en lugar de utilizar el automóvil, por ejemplo. Sin embargo, cuando ya no pueden reducir más sus emisiones, pueden recurrir a la compensación a través de la adquisición de certificados de captura de carbono dentro del Mercado Voluntario de Carbono.

Estos certificados son la factura que todos, como habitantes conscientes, preocupados y ocupados por el planeta, deberíamos exigir pagar. Exigir y no esperar a ser exigidos como pagadores. Consumimos aire, necesitamos aire limpio y vivimos a costa de la producción de este recurso proveniente de las plantas verdes que lo producen a través de la fotosíntesis. Tan simple como el esquema que muchos de nosotros tuvimos a bien estudiar en la escuela: los árboles absorben CO2 que emitimos todos, y lo transforman en aire limpio para nuestra sobrevivencia. Si estamos acostumbrados a pagar a industrias, empresas y trasnacionales por generar bienes de consumo cotidiano, ¿no es justo que paguemos un servicio de mantenimiento para los árboles que nos ayudan a vivir y combatir el cambio climático al mismo tiempo?

En el marco de la firma del decreto de la Ley General de Cambio Climático, Felipe Calderón Hinojosa hizo mención de que México ha avanzado en materia de combate al cambio climático al dejar de emitir 44.5 millones de toneladas de bióxido de carbono respecto de su meta, que es la de reducir a 51 millones para este año. Si cada día somos más personas debemos comenzar a considerar la realidad de que algún día nuestro consumo desmedido y no compensado de servilletas, lápices, muebles, entre otros, terminará por dejarnos sin aire, agua y vida.

Fuente
Contralínea (México)