“Se dice que no hay peligro, porque no hay agitación. Se dice que como no hay desorden material en la superficie de la sociedad, las revoluciones están lejos de nosotros. Señores, permítanme que les diga que yo pienso que están ustedes equivocados. Es verdad que el desorden no está en los hechos, pero ha penetrado muy profundamente en los espíritus. Miren lo que pasa en el seno de esas clases obreras, que hoy –lo reconozco– están tranquilas. Es verdad que no están atormentadas por las pasiones políticas propiamente dichas, en el mismo grado que lo estuvieron en otro tiempo, pero, ¿no ven ustedes que sus pasiones se han convertido de políticas, en sociales? ¿No ven ustedes que, poco a poco, en su seno se extienden unas opiniones, unas ideas que no aspiran sólo a derribar tales leyes, tal ministerio, incluso tal gobierno, sino la sociedad misma, quebrantándola en las propias bases sobre las cuales descansa hoy?
“¿No escucháis ustedes lo que todos los días se dice en su seno?… ¿Y no creen ustedes que, cuando tales opiniones echan raíces, cuando se extienden de una manera casi general, cuando penetran profundamente en las masas, tienen que traer, antes o después –yo no sé cuándo, yo no sé cómo– pero tienen que traer, antes o después, las revoluciones más terribles?”. Las anteriores, son palabras del entonces diputado Alexis de Tocqueville, pronunciadas el 29 de enero de 1848. Casi un mes después, el 23 de febrero, estallaron manifestaciones antigubernamentales de los pobres contra los poderosos. Y es que “la clase que entonces gobernaba se había convertido, por su indiferencia, por su egoísmo, por sus vicios, en incapaz e indigna de gobernar” (Alexis de Tocqueville, Recuerdos de la Revolución de 1848; edición preparada por Luis Rodríguez Zúñiga, para editora Nacional).
Sirve de introducción el párrafo anterior a la actual crisis general mexicana, cuyo factor común es que tenemos 50 millones en todas las modalidades de la pobreza, que llega a la hambruna y la miseria. Y que los conservadores de la derecha religiosa, encabezados por Calderón y su grupo, decidieron una guerra interna que en cifras oficiales arroja más de 100 mil homicidios. Siete millones de jóvenes sin trabajo y sin acceso a estudios superiores, porque han construido más cárceles que escuelas y cada vez recortan más los subsidios a las universidades; atacando el carácter laico de la educación pública, y el laicismo del Estado cuestionado por las embestidas del clero político y sus secuaces del sector privado que proponen la intolerancia religiosa.
También vulneran las conquistas del liberalismo político: democracia directa e indirecta o representativa, y atacan las virtudes del republicanismo, mientras interrumpen la observancia de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, al grado de que el Instituto Federal Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con la indiferencia o complicidad de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, resuelven problemas electorales contrarios a los principios que ella sanciona (lo que es ya una rebelión desde el Estado, a la par del terrorismo sangriento de las delincuencias, que lleva visos de establecer un gobierno contrario al imperio de la ley constitucional).
Esto viene al caso porque con las contrarreformas al Artículo 123 constitucional y contra los trabajadores en todas las modalidades de la prestación de su fuerza laboral, la elite legislativa federal, la alianza Calderón-Peña y la misma Corte –intencionalmente pasando por alto sus facultades de tribunal constitucional para conocer de oficio violaciones a la ley suprema, y de acuerdo para favorecer a los patrones– harán que tras 12 años de panismo, con su conservadurismo derechizante, los mexicanos queden sometidos a otro sexenio que reinaugura al priísmo más salinista-zedillista, para consolidar el capitalismo salvaje con su punta de lanza de privatizar Petróleos Mexicanos, último y muy acotado reducto del patrimonio nacional, para dar rienda suelta al neoliberalismo económico.
Se trata de alinear al país con la globalización de más explotación de los trabajadores que, presos de sus sindicatos que les roban las cuotas, padecen la pinza de los gobiernos y los patrones. Se trata de unas cuantas migajas para disfrazar descaradamente que en lugar de trabajadores quieren esclavos. Es cierto que en la historia del trabajo, excepcionalmente hay rebeliones, revueltas y revoluciones contra la regla patronal-capitalismo irracional que obtiene únicamente ganancias y miserables salarios (Claude Fohlen, Francois Bédarida, Historia general del trabajo, tomo tres: La era de las Revoluciones, Grijalbo).
Calderón y el panismo, con el pretexto de que los sindicatos rindan cuentas y sus dirigentes sean electos por voto secreto, quieren implantar contrarreformas obreras. Peña y el Partido Revolucionario Institucional quieren lo mismo, salvo cuestionar la tradición de su sindicalismo caciquil y corrupto. Y el Partido de la Revolución Democrática, de Ebrard, los Chuchos y las tribus con el santo y seña del neocardenismo, tras el desprendimiento del lopezobradorismo, quieren coquetear a derecha y centro, con bandera de defensores obreros, como partido bisagra.
Patrones, empresarios, inversionistas extranjeros y nativos; la elite política, económica y los grupos de poder fáctico (Televisa y Tv Azteca y los amigos-enemigos Slim-Azcárraga, etcétera), quieren colmar de problemas a la sociedad para explotar a los trabajadores y convertirlos en esclavos. Ya veremos si con la pobreza, el desempleo, la hambruna, el alza de los precios y el peñismo como más de lo mismo, la nación seguirá resistiendo. O si en cualquier momento explota la crisis general, como es de esperarse. Con más palabras de Tocqueville: “la nación es un volcán social”.
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