5. noviembre, 2012 Arely Miranda González Opinión

Xi Jinping es hijo de Xi Zhongxun, general, héroe revolucionario y fundador del Partido Comunista de China (PCC). Xi Jinping pasó de campesino a vicepresidente de China, y recientemente fue nominado secretario general del Comité Permanente del Politburó, el colectivo de nueve integrantes que dirige al PCC. Así, en 2013 reemplazará a Hu Jintao como presidente de China y se convertirá en el hombre más poderoso del mundo. En un momento en el que China enfrenta retos sociales y una peculiar turbulencia política, la pregunta es: ¿será capaz Xi Jinping de mantener una estabilidad sustentable?

China roja

Xi Jinping es lo más cercano que existe a la aristocracia en China. Su padre sirvió con Mao Zedong hasta que éste lo acusó de conspirar contra el Partido. Así sufrió la misma suerte que muchos otros líderes que subieron tan rápido como cayeron de la gracia de Mao. El mito en torno a Xi Jinping es de un muchacho que luchó por salir adelante, un hombre que trabaja por su país y un líder que vivirá por su pueblo.

Sin embargo, poco se sabe de Xi Jinping. Se le conoce por tener una personalidad más afable que su predecesor, Hu Jintao. También es un dirigente que no esconde su nacionalismo exacerbado. En un viaje a México en 2009, Xi Jinping respondió espontáneamente a críticas en contra de su país: “Algunos extranjeros se dedican a apuntarnos con el dedo. En primer lugar, China no exporta revolución; en segundo, no exporta hambre ni pobreza; y tercero, no se mete con ustedes. ¿Qué más hay que decir?”.

Aún así, queda mucho por decir. Si bien las voces críticas se escuchan más fuera del país que dentro, en 2011, los gritos de la Primavera Árabe resonaron en China. La diferencia fue que mientras los jóvenes egipcios reclamaban al entonces presidente Mubarak una tasa de desempleo de 12 por ciento, los chinos admiraban el crecimiento promedio anual de 10 por ciento.

Uno de los temas comunes de descontento social entre el Oriente Medio y China fue la corrupción del Estado autoritario. En su último discurso ante el Congreso del Partido Comunista como presidente, Hu Jintao advirtió que la corrupción podría causar la caída del Estado y del propio Partido.

En los meses previos al nombramiento de Xi Jinping, el remolino político arrasó con la misma violencia que el huracán Sandy. En febrero pasado, el jefe de la policía, Wang Lijun, de Chongqing, una provincia con 34 millones de personas, huyó al consulado estadunidense para pedir asilo político. El gobernador de esa provincia, Bo Xilai, impidió su ingreso al consulado a toda costa. Bo Xilai, otro principito, era considerado candidato a entrar al Comité Permanente del Politburó.

El desenlace de esta historia fue una confesión del jefe de policía: Gu Xilai, esposa de Bo Xilai, había ordenado el asesinato del empresario británico Neil Heywood. Lo que seguramente será una gran película de Hollywood culminó en el encarcelamiento del jefe de policía, la pena de muerte suspendida de Gu Xilai y la expulsión de Bo Xilai del Parlamento.

Mientras tanto Xi Jinping desapareció de la escena política durante dos semanas. En un país de 1.34 mil millones de personas, nadie quiso revelar su paradero. Se especuló sobre una posible enfermedad, un enfrentamiento con la elite partidista y múltiples escenarios más.

La marea se ha calmado y el Partido reemergerá a la superficie. Ya no existe un líder supremo, sino muchas cabezas que asienten al unísono sin perder el ritmo. Las luchas internas de poder pueden debilitar al Partido pero difícilmente lo derrumbarán.

No más cuentos chinos

El PCC se enfrenta a una crisis de fe. Las nuevas generaciones no creen en el Partido, ni en el comunismo ni en un puritanismo oriental. Con mayor medida, incluso los líderes comunistas se acercan a Occidente. Por ejemplo, Xi Mingze, hija de Xi Jinping, estudia –igual que muchos otros principitos– en la Universidad de Harvard.

Como ella, muchos jóvenes están conectados con el mundo por medio de microblogs (el Twitter chino) a pesar de que otras redes sociales como YouTube y Facebook estén bloqueadas en China. Los jóvenes presionan por la liberalización política del país.

El nacionalismo es parte de la educación china. Sin embargo, la diferencia es que en China el amor por la patria es sinónimo de amor por el Partido Comunista. Un partido, un país, un amor. Éste es el mensaje oficial, si bien pocos lo adoptan como mantra.

Muchos creen que el riesgo de no reformar es más alto que el riesgo de reformar. Sin embargo, la China que espera el mundo occidental no es la China que surgirá. Ni siquiera los líderes del Partido Comunista saben si su modelo funcionará en el futuro, pero nos han demostrado que el cambio lo decidirán ellos.

China ha evidenciado que el modelo democrático occidental no es el único que existe. Poco importa la nomenclatura. Deng Xiaoping, arquitecto de la reforma china, aseguró que “no importa si el gato es blanco o negro, siempre y cuando atrape al ratón”. La China moderna adopta el pragmatismo y flexibilidad de Deng Xiaoping, pero no desdeña el valor ideológico del Partido.

Si bien pocos creen que China es comunista, el Partido requiere de ideas, propuestas y valores para justificar su razón de ser al paso del tiempo. Xi Jinping tiene 10 años para mostrar si su capital político garantizará el renacer del Partido y, aún más importante, si lo utilizará para el bienestar de la población.

*Maestra en estudios de paz internacional por el Trinity College, de Dublín, Irlanda; politóloga e internacionalista por el Centro de Investigación y Docencia Económicas, de México

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Fuente: Contralínea 312 / Noviembre de 2012