1-1-2013

No me refiero al god en inglés, sino a mí: God, o sea, al hoy adulto Guillermo Olivera Díaz, vuestro artesano de la escritura. Que siendo osado, devino en autor de varios libros y cientos de opúsculos. Los pueden encontrar en bibliotecas de derecho y también en Internet.

Cuando niño, las penurias eran infinitas; papá Raúl ya nos había abandonado, quedó, a sus 33, literalmente molido en un accidente de tránsito, en Chocope, cerca de Trujillo. Mamá Esther, recuperó el cuerpo malherido y días después su cadáver fue enterrado en Chongoyape, hecho que no vi, era imposible que me trasladara a pie teniendo cinco años. Ella, carecía de renta, muy poco provenía de la chacra para comer y pequeños saldos de yuca o camotes que se vendían en casa por kilos; nada le ingresaba del Estado, estoy seguro que no sabía, con su primaria apenas, que existían los bonos de representación de la congresista Ana Jara, ni de otros angurrientos, como Kenji Fujimori, que los embolsican por miles cada mes, sin dar cuenta a su benefactor.

En cambio, el niño God no disponía de cinco soles, tiempo en que no se motejaban de nuevos, que permitieran oblar el transporte en camión, ómnibus era mucho pedir, para llegar al colegio. Por eso los 30 kilómetros, de Catache a Santa Cruz, los hacía a pie, solo y soportando el miedo en el trayecto. Para ir a diario, a las 5 de la mañana, del humilde hogar de residencia al caserío El Monte, a inspeccionar los sembríos, la caminata era descalzo, habría sido imposible comprar zapatos o zapatillas, que otros niños usaban porque sus padres podían. La chacra no daba para esos lujos. El desayuno, almuerzo y cena frugales tenían un común denominador: ausencia de proteínas que nutran. La carne, los huevos, la leche o el queso eran inalcanzables. De trecho en trecho, con trancos largos, saboreábamos su existencia, relamiéndonos.

El God adulto hoy goza de cierto contraste, como abogado libre, aficionado al campo penal y sin la función pública que los gerifaltes aprovechan. Sin mi hija, que cultiva la ingeniería genética del cáncer en Suiza, extrañando al hijo varón, también Guillermo, que es cultor de las energías renovables en Aachen, Alemania, también ausentes Raúl y Gladys, ambos hacedores de sus propias vidas y que disfrutan con holgura, he quemado, con mis herederos menores, el año 2012, en mi departamento propio, comprado al contado porque vendí otro, de San Borja. Lo hicimos con algunas sartas de cohetecillos, sin ratas blancas, ni luces de bengala, para no dar el mal ejemplo que prende con facilidad. Desde el balcón éramos mudos testigos del inmenso cielo limeño iluminado.

Asistíamos a la quema bulliciosa del 2012, que otros hacían a su placentero modo, en búsqueda ilusoria de buenos augurios el 2013, aunque la realidad los torne distantes.

¡Si supieran que el destino se hace a pulso, luchando, de sol a sol, con singular denuedo, contra la injusticia y la serpenteante corrupción que brega, por solo medrar, con turbiedad, la de Marco Turbio, por revocatorias, que ya las encontramos hechas, esparcidas en nuestro camino. Ellas son las creadoras únicas de la extrema pobreza de millones y la inveterada desigualdad con pocos ricos! Estos llevan el remoquete de DBA; son los que se resisten al cambio.

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Guillermo Olivera Díaz
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