Mixtla de Altamirano, Veracruz. A la orilla del despeñadero van naciendo las casas voladas. En las piedras se arraigan los troncos que las sostienen en el aire, con una levedad parecida a la de los anémicos cuerpos de sus habitantes.

De día, la vista de los caminantes es atraída por los espejos-techumbres: rectángulos plateados que reflejan el sol y sobresalen del verde de las montañas. La vida en ellas se aprecia desde temprana hora en esa humareda que emiten las estufas de leña y que no cesa a lo largo del día.

Hechos con tablones que nunca empalman, los hogares de los indígenas nahuas se desperdigan bordeando los caminos de Mixtla, donde hasta los animales –sean chivos o perros– tienen la piel pegada a las costillas. En las comunidades de este municipio, las casas “de material” no sobrepasan en número los dedos de la mano. En una metáfora de la exclusión, éstas también se suelen construir en el filo del precipicio.

Juana, de 38 años de edad y quien sólo habla náhuatl, vive en una de esas casas voladas de madera. Madre de tres niñas y tres niños, la mujer explica que a su vivienda, que no sobrepasa los 7 por 5 metros cuadrados, le hacen falta láminas sin goteras.

Por fuera, su hogar cuenta con un gran depósito de agua que le construyó hace 2 años el Fondo para la Paz, IAP, en el que almacena toda la lluvia posible, porque en Mixtla el servicio de agua potable no llega más que a la cabecera municipal.

Por dentro, la vivienda flotante permite atestiguar la profundidad del voladero: las ranuras en el suelo, también construido con tablas, apenas son de la medida que impide accidentes, como que los pies se atoren o se salgan.

Aquí no hay drenaje, sólo baños secos, como Juana le dice a las letrinas. Médico y medicinas, hasta el municipio de Zongolica, porque en el “sexenio de la salud” –así autonombrado por el expresidente Felipe Calderón– ni a ella ni a su comunidad se les dio el “beneficio”. Más de 1 hora de ida y otro tanto de regreso (a pie) son las consecuencias de que la “casa de salud” no funcione. Diarreas y dolor de cabeza, dice la mujer, son las enfermedades más frecuentes.

Juana sí recibe el dinero del Programa Oportunidades, 2 mil pesos cada bimestre; pero su esposo no tiene el beneficio del Programa de Apoyos Directos al Campo (Procampo), por lo que trabaja en tierras ajenas donde nomás le pagan 60 pesos al día. Cada traslado le implica más de 1 hora de camino a pie.

El dinero no alcanza, se queja Juana, porque hay que comprar la comida, los uniformes, el calzado… “A los niños les piden que vayan bien uniformados…”.

Y de verdad no alcanza ni para renovar ese espejo que ya no detiene el paso de la lluvia, o para pagar el pasaje a dos de sus hijos que van a la secundaria, y que diario caminan más de 2 horas para ir y regresar de la escuela; tampoco para comer pescado: ninguno de los integrantes de esta familia conoce ese sabor. Carne, una vez a la semana si les va bien. Generalmente, sólo frijolitos, quelites, sopa de pasta, arroz, tortillas y chile.

Infografía estática:

El Informe de evaluación de la política de desarrollo social 2012 ubica al municipio donde nacieron Juana, su esposo y sus seis hijos, como el cuarto más pobre de México.

Elaborado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social y publicado a mediados de noviembre de 2012, dicho informe indica que “los municipios que presentaron el mayor porcentaje de población en pobreza fueron San Juan Tepeuxila, Oaxaca (97.4); Aldama, Chiapas (97.3); San Juan Cancuc, Chiapas (97.3); Mixtla de Altamirano, Veracruz (97); Chalchihuitán, Chiapas (96.8); Santiago Textitlán, Oaxaca (96.6); San Andrés Duraznal, Chiapas (96.5); Santiago el Pinar, Chiapas (96.5); Sitalá, Chiapas (96.5) y San Simón Zahuatlán, Oaxaca (96.4)”.

Economía de autoconsumo

Mixtla de Altamirano –nombrado así en honor al escritor guerrerense Ignacio Manuel Altamirano– se ubica en la zona Centro de Veracruz, en la Sierra de Zongolica. Limita al Norte con el municipio de Texhuacán, al Este con Zongolica, al Sur con Tehuipango y al Oeste con Astacinga.

“Lugar de nubes abundantes” es el nombre náhuatl que le dieron sus residentes, aunque aquí lo que más abunda no son las nubes sino la desesperanza, que se percibe en cada habitante. Porque aquí la pobreza no cambia aunque ellos trabajen de sol a sol.

Tener tierras de cultivo en zonas frías no cambia nada respecto de quienes no tienen o de quienes las poseen en tierra caliente. Tampoco importa que ahora tengan caminos de terracería, algo que las comunidades anhelaban hace un sexenio con la esperanza de transportar y vender sus productos. Lejos de un sistema de comercio justo, la mayoría de la población está condenada a una economía de autoconsumo. En especial quienes producen maíz.

Pero aquellos que siembran café tampoco “viven mejor”: invariablemente aceptan las migajas que los intermediarios ofrecen por costal del producto. No importa que cada jornal –que, por mucho, rebasa las 8 horas laborales– les consuma sus escasas fuerzas y que detrás de cada cosecha haya más de 160 jornales, en los cuales ha participado la familia completa. Del precio final, ellos apenas verán entre el 1 y el 5 por ciento.

Aquí la sentencia de la pobreza es simple: el sudor de los indígenas que se queda en los campos acabará enriqueciendo los bolsillos de alguien más. El viejo Andrés conoce bien las penurias de los campesinos nahuas de la Sierra de Zongolica.

—Aquí en lo que se trabaja nada más es en la milpa. No hay otra cosa qué hacer. Por eso nos ayudamos entre todos.

—¿Dónde venden el maíz?

—No lo vendemos. Sólo cuando se produce mucho. Pero casi siempre es nada más para autoconsumo.

El indígena no puede, siquiera, costear la reparación de su hogar dañado tras el paso del huracán Ernesto, en agosto de 2012. “El viento se llevó la lámina y necesito dinero para reparar la casa”, dice el indígena, de acuerdo con la traducción hecha por Daniel Hernández Zopiyactle, activista comunitario que acompaña a Contralínea.

“El gobierno sólo fue a supervisar lo de la pérdida de las milpas, no lo de las casas”, señala Andrés. Por ello, lo más urgente aquí es “que nos mejoren las viviendas. Así el aire no las va a perjudicar”. También, el camino. Su comunidad es una de las pocas que aún no cuenta con carretera, aunque las máquinas ya están abriendo la brecha.

Andrés tiene una herida en la mano. No sabe qué le pasó, nomás se le empezó a rasgar el pellejo. Hace 2 meses que no toma el medicamento porque se le terminó y, más que acudir al médico, su preocupación es conseguir los 30 mil pesos que necesita para comprar las láminas de su casa.

Moisés Paniagua, de 42 años, explica también en náhuatl, que las familias requieren al menos 400 pesos semanales para la comida. Por ello, dice, los hombres se van a trabajar a los campos de los municipios aledaños, como Amatlán y Zongolica. Los salarios van de 60 a 100 pesos por jornal. También venden leña: cada rollo en 20 pesos.

Andrés y Moisés sí reciben el Procampo: 1 mil pesos por hectárea que, sin embargo, no hacen la diferencia: cada hectárea sembrada requiere una inversión de más de 4 mil 500 pesos; si vendieran el producto, recuperarían menos de 4 mil, pues cada kilo se los pagan en cinco pesos. “Aquí se siembra por tradición y por autoconsumo”.

Las historias de los campesinos en Mixtla son similares. Isauro Mayahue dice que en Coximalco, su comunidad, viven unas 408 familias, 200 de ellas en la parte baja, donde no cuentan con camino pavimentado. El hombre explica que la gente siembra sus tierras, pero muchos prefieren irse a Tezonapa a cortar caña y café, porque “ahorita están pagando por día 100 pesos”. Pero acota: “la verdad [ese dinero] no alcanza. A veces en una semana nomás se trabajan 3 o 4 días. No nos sale”. Para ganar los 100 pesos deben cortar poco más de 3 toneladas de caña o 100 kilos de café. “No sale. Aquí está todo muy caro: ahorita la tortilla vale 12 pesos el kilo; el frijol, 20 pesos; azúcar, 12 pesos. Aquí la verdad la gente es pobre”.

Aunque las 408 familias de la comunidad son campesinas, el Procampo no les llega a todos. Isauro, quien no lo recibe, reflexiona un momento y luego afirma: “Aquí en Coximalco tienen [el beneficio] como unas seis personas”.

Pobreza, interminable

Cada pueblo de Mixtla luce, a la entrada, un letrero pintado a mano de Vivir Mejor, el lema del Programa Oportunidades con el que “el presidente del empleo” buscaba abatir los índices de miseria en el país. De manera implícita se anuncia que la comunidad ha sido beneficiada por la Secretaría de Desarrollo Social federal. Pero sólo parcialmente.

El dinero que se les entrega para “garantizar” la salud de las mujeres y la educación de los menores no parece rendir frutos entre quienes sobreviven sin acceso a la canasta básica alimentaria, vivienda digna (con piso firme, sanitario con drenaje, agua potable, estufa de gas), carretera pavimentada; sin hospitales, médicos, medicinas, maestros…

María Magdalena Temoctli, de 45 años de edad, recibe 1 mil 200 pesos cada bimestre. “No alcanza lo que es el Oportunidades porque todo está muy caro: el azúcar, el frijol, el arroz, el maíz. Tenemos que trabajar para poder comprar las cosas que se consumen en la casa. En la escuela piden la cooperación, hay que pagar uniformes, útiles escolares, la faena… Si no podemos ir hay que pagar a una persona para que haga la faena y son 50 pesos. No alcanza”.

En su casa ubicada en el Barrio Primero, el piso es de tierra. Aunque hay agua potable, no hay drenaje. “Aquí no hay trabajo. La mayoría de la gente migra; se van para La Paz [Baja California], para [el Estado de] México, para traerle algo a sus familias. Migra la mayoría, hombres y mujeres”.

Por las narraciones que van haciendo los indígenas se puede saber que el Programa Oportunidades ha logrado dos cosas en este municipio: que los niños no emigren con sus padres, pero también ha conseguido desarticular las redes comunitarias que distinguían a estos pueblos. Y es que los nahuas explican que no todas las familias reciben las becas y, a consecuencia de esto, ahora las faenas las hacen quienes sí reciben el recurso público y por órdenes del gobierno.

Andrea Xacatepetl, de 29 años de edad, no es beneficiaria. “Soy madre soltera y yo solvento lo de mis tres hijos. Para que den el apoyo piden que vayas a pláticas [de salud], a la faena. Y yo como soy madre soltera no puedo ir. Tengo que trabajar y salgo de la comunidad. Y aquí o se hace una cosa o se hace otra, y no alcanza [para vivir] lo del Programa Oportunidades. El salario tampoco nos alcanza, pero es mejor trabajar”.

Además de mantener a sus pequeños hijos, Andrea solventa los gastos de su madre, quien quedó viuda. La dieta de los cinco se basa en el consumo de quelites. Carne, de vez en cuando. Pescado, “la verdad, no”. La joven explica que el acceso a la salud también es complicado, a pesar de que la comunidad, Barrio Primero, se ubica en las inmediaciones de la cabecera municipal.

Ahí sólo hay una pequeña clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social, que no atiende partos ni emergencias. “Sí estaría muy bien que construyeran una clínica aquí para que se atienda a la gente y no vaya lejos. Son muchas localidades, y cuando traen sus enfermos aquí pues no los pueden atender. Entonces sí nos urge lo del hospital. La clínica no tiene suficiente equipo. [En Mixtla sólo] hay una ambulancia para las 36 comunidades”.

A pesar de las carencias, tanto para Andrea como para María Magdalena la prioridad del Barrio Primero es la construcción del colegio. “Lo más urgente para esta comunidad es que nos arreglen la escuela, para que los niños estudien”. Cinco salones desvencijados, que albergan a más de un centenar de infantes, son toda la Escuela Primaria Fernando Montes de Oca, donde se imparte educación indígena. A la hora del recreo, el hacinamiento se hace más evidente, porque la escuela carece de patio.

La directora, Rosa María Hernández, explica que hace más de 2 años que el exalcalde Regino Hernández Núñez compró el terreno para las nuevas instalaciones. “Con el señor Jacobo [Romero Atlahua, presidente municipal actual] se están haciendo nuevamente las gestiones; ya está el proyecto [de la nueva escuela] y nos enseñaron una copia de que la obra está licitada y supuestamente la construcción iba a iniciar en junio; pero no ha habido nada”.

En las comunidades de Mixtla de Altamirano la mayoría de las primarias siguen teniendo el modelo de maestro multigrado: un solo maestro imparte más de dos o hasta los seis grados. Aquí, la educación media se basa en el modelo de telesecundarias y definitivamente no se cuenta con educación superior.

Sin acceso al agua potable

Inés de la Cruz Rodríguez, de 44 años de edad, vive con su esposo y sus dos hijos en una casa de madera y lámina, en la comunidad de Coximalco. Para llegar a su hogar tiene que caminar 1 hora 30 minutos desde el pie de la carretera, donde se ubican una tienda de abarrotes y las escuelas de preescolar y primaria.

El pueblo de Inés no cuenta con agua potable. “Cuando no hay lluvia la tenemos que acarrear de lejos. [Caminamos] como 1 hora y media o 2 horas. [Traemos] 20 litros y no alcanzan: se tiene que poner el nixtamal, cocer los frijoles, lavar los trastes, [hacer] la comida, [la requerimos] para tomar”.

Pero el agua no es la principal exigencia de su comunidad, sino la carretera en la que ya trabaja el municipio. Faltan “2 o 3 años para que llegue hasta allá”.

Inés dedica su esperanza a la carretera. Con ésta, las caminatas serían más rápidas. Ahora, cuenta, cuando alguien se enferma hay que trasladarlo por la vereda. “Tenemos que ir hasta Mixtalcalco o nos mandan hasta Zongolica. Primero tenemos que ir a Mixtla caminando. Hacemos como 2 horas. De ahí ya vamos en el camión”. Si la persona va muy enferma, explica, la tienen que cargar en camilla.

—¿Les falta el médico aquí?

—Sí nos hace falta, porque ahorita nomás viene la doctora cada mes. Da su plática, nos revisa y ya se va.

Hugo Guzmán, integrante del Centro de Derechos Humanos Toaltepeyolo de Tlilapan, dice que aunque Tehuipango y Mixtla de Altamirano son considerados los municipios más pobres de Veracruz, la miseria es generalizada: “Podemos encontrar el mismo nivel de vida en comunidades de Mixtla como en comunidades de Apatzinga o del mismo municipio de Zongolica. [En ese último caso] como la cabecera municipal tiene mucha actividad comercial, industrial en algunas zonas y ahí se concentra el acaparamiento del café, entonces hay mucho dinero, pero en las comunidades no. Hay algunas que están a 15 kilómetros en línea recta, pero que en camioneta pick up te haces 2 horas y caminando la gente se hace 4 o 5 horas, porque el camino es muy malo”.

El defensor de los derechos humanos indica que las comunidades no cuentan con un servicio médico cercano y los residentes se tienen que desplazar caminando en veredas difíciles de transitar. “Llueve mucho, se encharca y tienen que andar en el lodo, que les llega hasta las rodillas a veces, y si tienen que trasladar a sus enfermos pues es cargando o en camilla. Entonces me ha tocado ver que improvisan dos palos y le tejen o le amarran un costal abierto o cobijas y así van caminando, y el trayecto que una persona hace en media hora, pues lo hacen en 2 horas, porque van cargando una persona de 60 kilos. Cuando llegan a la casa de salud o a la clínica no hay medicamentos; o si llegan después de las 3 de la tarde ya no hay doctor. Ha habido fallecimientos en el camino. Eso es generalizado en toda la Sierra, no es específico de Tehuipango o de Mixtla de Altamirano”.

Viviendas dignas, derecho vedado

Las necesidades de los nahuas son variadas. Julia Xalam, de 55 años de edad y residente del Barrio Tercero, refiere que los hogares de esta comunidad, incluido el suyo, requieren nuevas techumbres, “porque tienen hoyos las láminas, ya no sirven. Queremos que la autoridad nos ayude, que haga obras para la comunidad. Pero no dicen nada”.

La mujer indica que su cocina tampoco sirve, al igual que las de otras 30 familias. El problema de las estufas descompuestas reside en la exposición al monóxido de carbono que enfrentan sobre todo las mujeres y los niños, y las enfermedades que padecen a raíz de ello.

Julia es madre de siete jóvenes, abuela de 25 y bisabuela de cuatro. No cuenta con el Programa Oportunidades: “Cuando me cambié de localidad, en 2010, ya me dieron de baja. Llevo 2 años sin recibirlo”.

—¿Ha pedido que le renueven el apoyo?

—Ya fui a [las oficinas de la Secretaría de Desarrollo Social en el municipio de] Tequila, pero dicen que no encuentran mi nombre y que por eso no me lo dan. Pero ahora ya no me están llamando cada rato para ir a las pláticas [de la salud].

—Cómo le hace cuando se enferma. ¿Hay clínica aquí?

—No. Hasta el centro.

—¿Vienen las caravanas de salud?

—No. Ahorita por ejemplo me duelen mis pies, me duele la espalda… A la clínica [de la cabecera municipal] hay que ir caminando. Si uno va corriendo se hacen 40 minutos. [Y a paso normal] como 1 hora.

Reinaldo García, oficial mayor del municipio de Mixtla de Altamirano, explica: “Nuestras comunidades carecen de muchas cosas. Estamos lejos de las ciudades, por ejemplo de Zongolica. Entonces aquí las principales necesidades son los caminos pavimentados”.

El servidor público reconoce que en salud, educación, vivienda y acceso a agua potable también hace falta avanzar. Pero justifica que el recurso que le llega al municipio es limitado, por lo que no alcanza para cubrir todas las necesidades de la gente.

Hernández Zopiyactle, quien impulsa proyectos productivos en la Sierra, explica que los recursos federales y estatales que se destinan a Mixtla y Tehuipango, para abatir los índices de rezago, acaban beneficiando sólo a los militantes del partido en el poder.

Sin embargo, señala, hay comunidades del municipio de Zongolica en el abandono total, como Quetzaltotolt y Tepanticpac, donde no hay siquiera camino.

Días de hambre

En Mixtla nadie se queja por el hambre que pasan, a pesar de que el 97 por ciento de la población no tiene garantizado el acceso a la canasta básica. En Tepecuitlapa, Laureano y su esposa cuentan las condiciones de vida que asolan a los nahuas, pero no reparan en la gravedad de sus palabras.

Con humildad, describen que desayunaron a las 8 de la mañana y comerán a las 8 de la noche, como siempre. La dieta que consumirán se restringe a tortillas, frijoles y chile. Incluso Tejón, como se llama su perro, es muestra viviente de la miseria: su famélico cuerpecillo apenas se sostiene en pie. (Fotografías: Monserrat Rojas, integrante de Regeneración Radio.)

Fuente
Contralínea (México)