Las primeras acciones y disposiciones políticas y económicas adaptadas desde las catacumbas del priísmo restaurado no fueron más que los oráculos que reafirmaron descarnadamente la fatídica continuidad de los tiempos autoritarios y neoliberales. Sin preámbulos. Ni siquiera le dieron a la población la oportunidad de gozar, para deleite de los morbosos sicoanalistas, de su tedioso ritual sexenal, el voluptuoso hechizo de la emoción o la perturbación que representa encontrarse ante “las puertas de una nueva etapa de nuestra historia”, como dijera Enrique Peña Nieto, cuyos misterios son revelados gradualmente, lo que contribuye a renovar la fe de los creyentes fieles en el régimen y su “modernidad” platónica del paraíso prometido, el cual suponen se afirma terrenalmente; o a hundir paulatinamente a los ingenuos en la ciénaga del desencanto y cuyas esperanzas se renovarán patéticamente en las próximas elecciones presidenciales, mientras no haya cambios radicales en el funcionamiento del régimen mutado de “revolucionario-nacionalista” a neoliberal; o a destruir sádicamente sus anhelos de cambio, sin anestesia, a golpes de despiadado carnicero político, al sumarlos a las filas del creciente ejército de pobres y miserables condenados a muerte por inanición, delincuentes, resentidos, descontentos y anticapitalistas que rumian las formas de dinamitar a un sistema socialmente excluyente por naturaleza, que les niega una vida digna y democráticamente participativa en las decisiones que determinan su presente y su futuro.

La manera en que se inaugura el peñanietismo vaticina 6 años más de crispación, de convulsión, de enfrentamientos políticos enconados, de la agudización de la lucha de clases. Al cerrarse furiosamente la posibilidad de una salida republicana a los conflictos sociales, se arraiga la percepción de que la única forma de terminar con la relación amo-esclavo, del trabajo asalariado-capital, es con la negación, la muerte histórica del amo capitalista y de la formación económica-social que construyó en su beneficio. Esa convicción no es exclusiva de México. Es compartida globalmente, a raíz del colapso del capitalismo neoliberal mundializado que orilló a la elite político-económica a dejar de lado la retórica de la democracia delegativa y reforzar su autoritarismo, en aras de tratar de rescatar al sistema de su peor naufragio provocado por la voraz y genética necesidad empresarial de maximizar sus ganancias por cualquier medio, al trasladar los costos del desastre sobre las espaldas de las mayorías. En 1997 (recuerda el filósofo catalán Antoni Domènech), los 500 ejecutivos más importantes del mundo, reunidos en el Fairmont Hotel de San Francisco, acuñaron el nombre de la sociedad hacia la que nos encaminamos a corto plazo: la “sociedad de los cuatro quintos” o la “sociedad 20/80”. Una sociedad compuesta por un 20 por ciento de individuos imprescindibles para el funcionamiento de la maquinaria económica globalizada, dotados de trabajos estables y más o menos bien remunerados, y un 80 por ciento restante ocupado en trabajos precarios, inseguros, temporales, informales o irrelevantes, y siempre azacaneados. En la década de 1980, el político alemán socialdemócrata y científico social Peter Glotz usó una metáfora de números quebrados: “la sociedad de los tres tercios: un tercio de ricos, un tercio de clases medias (más o menos seguras), y un tercio de población que estaba más o menos a la buena de Dios”.

Ahora se habla de una sociedad aún más quebrantada: la del 1 por ciento de privilegiados contra el otro 99 por ciento. A la floreciente “clase media de época dorada” de la década de 1960 se le hundió el piso y fue homologada en el abismo con los underclass, subclase o clase inferior, con la prole. La quiebra de sus expectativas parió a los indignados y encabronados que hicieron a un lado sus miedos, desafían al sistema y son brutalmente reprimidos en México y el mundo.

El discurso del 1 de diciembre de 2012, el programa económico para 2013 y las florituras empleadas por los subalternos para justificar las primerizas medidas asumidas por su deidad Enrique Peña Nieto, con las que piensa “transformar a México”, no son más que un manojo de demagógicas obviedades destinadas para el consumo de los cándidos que recrean una nación inexistente (“México democrático”, “estado de derecho”, “sana pluralidad”, “procesos electorales competidos, plurales y participativos”… Palabras de Peña); de desvergonzados, insultantes y excesivos elogios a las supuestas virtudes que atavían a Enrique Peña y que realmente carece (“mi primera obligación cumplir y hacer cumplir la ley”, “respetaré a todas las voces de la sociedad”, “gobierno abierto, facilitador, responsable”, “acataré la división de Poderes”, etcétera); de verborrea hueca con la que quiso ocultar los intereses antisociales y antinacionales de la derecha política-oligárquica; de promesas que nunca se cumplirán (crecimiento, empleo formal, bienestar), porque la esencia y los “ejes” de los planes, basados en conceptos como “estabilidad macroeconómica”, “prudencia”, “austeridad”, “cero déficit presupuestal”, “seguridad”, “competitividad”, calidad”, “mercado libre”, “mitos y paradigmas”, “reformas estructurales”, las contradicen y conducen al mismo vertedero de las aguas pantanosas y pútridas neoliberales, donde los Chicago Boys, al estilo Luis Videgaray, llevaron al estancamiento económico de 1983-2012, hundieron en diferentes grados de pobreza y miseria a las mayorías y arrojaron de la Presidencia a la derecha priísta y panista, operadores del modelo, al cual ahora le toca dirigir y emular a Peña Nieto. Ese modelo que sólo ha beneficiado fundamentalmente a las corporaciones trasnacionales y al 1 por ciento de la población local, la oligarquía, entre ellas a unas 40 familias (Slim, Azcárraga, Salinas Pliego, Larrea, Bailleres, Arango, Servitje, González Berrera, Roberto Hernández, Claudio X González, etcétera) que respaldan al Partido Revolucionario Institucional-Partido Acción Nacional-Partido Verde Ecologista de México y financian sus aventuras golpistas, cuyos monopolios y fuerza política obstaculizan despóticamente la libre competencia y la democratización del país.

Enrique Peña Nieto promete crecimiento, bienestar, democracia, prosperidad, estado de derecho. Si se cumplen o no esas metas, ello dependerá de la forma en que se gobierne, las prioridades de la política económica y la estrategia de largo plazo y, antes que nada, de lo que se considere como los problemas principales de la economía. Si el objetivo central es “el desarrollo humano, el crecimiento económico debe tener las siguientes características: generar empleo y seguridad en los medios de ganarse el sustento; propiciar la libertad de las personas; distribuir equitativamente los beneficios; promover la cohesión social y la cooperación; salvaguardar el desarrollo humano futuro” (Organización de las Naciones Unidas, Hacia una sociedad para todos, 1994). La pobreza, la exclusión social y el desempleo generan inestabilidad económica, política, social y cultural, violencia y amenazas para la seguridad de las personas. “Cualquier discusión sobre la producción tiene que poner ante todo la necesidad de la gente, no los negocios”, agrega Enrique Martínez, titular del Instituto Nacional de Tecnología Industrial de la República Argentina.

Si la apuesta es por el bienestar, entonces la primacía será el alto crecimiento sostenido, con empleos estables y permanentes, salarios reales crecientes, política fiscal activa, redistributiva del ingreso (más impuestos a los que más ganan y más gasto social e infraestructura), que suavice el ciclo económico y promueva el crecimiento a largo plazo, al aceptar un nivel socialmente tolerable de precios. Y, desde luego, con otros empresarios, porque los actuales han recibido cuantiosos beneficios (fiscales, depredación, recursos nacionales, etcétera) y la inversión productiva ha sido mediocre (en 1981 fue de 28 por ciento del producto interno bruto, y de 23.3 por ciento en 2012), al igual que el crecimiento (2.4 por ciento en 1983-2013). Se han dedicado a especular, sacar sus capitales del país (33 mil millones de dólares durante el gobierno de Calderón) y la bon vivant (la buena vida, vividores, pues). ¿A quién importa menos la inflación? A quienes no tienen empleo. ¿A quién le importa que sea baja? A las empresas y los especuladores.

¿Qué propone Enrique Peña?

Seguir dando vueltas a la noria autoritaria-neoliberal. Privilegia los mantras monetaristas: baja inflación (3 por ciento anual en 2013-2018) y no macroeconómica, porque descansará en la sobrevaluación cambiaria (el dólar bajaría de 13.2 pesos a 12.9 pesos por dólar) y agudizará el déficit externo (9 mil millones de dólares a 15 mil millones, de 0.8 por ciento a 1.2 por ciento del producto interno bruto), lo que desplazará a la producción local (importaciones más baratas) y exigirá mayores flujos de capital (especulativos que desestabilizarán a la paridad y los mercados financieros) para compensar dicho déficit; que exigirá mayores réditos (de 0.6 por ciento a 1.6 por ciento por encima de la inflación) para saciar la voracidad especulativa (la economía del casino) y evitar sus ataques desestabilizadores cambiarios y financieros, y que desalentará el consumo basado en el crédito y la inversión productiva, el balance fiscal cero para reforzar la desinflación y atenuar el déficit externo, y que se cimentará en el menor gasto programable (-1.4 por ciento en 2013), pues el costo de la deuda subirá 8.1 por ciento, la “prudencia salarial” (alzas similares a la inflación esperada y no la alcanzada), que impedirá que los mínimos recuperen el casi 80 por ciento de su capacidad de compra perdida durante el neoliberalismo, y los contractuales en poco más de 48 por ciento, e incluso pueden quebrantarse más; más desregulación y apertura externa, más Estado autista, más reprivatizaciones (petróleo, electricidad, infraestructura, telecomunicaciones), que se sumarán a los trabajadores “flexibilizados”, precarios y “libres” de los estorbosos sindicatos y leyes laborales que impedían su sobreexplotación; la “autonomía” del banco central ante la sociedad y su vasallaje ante los especuladores.

¿Cuál es el crecimiento esperado? 3.5 por ciento en 2013, contra 3.9 en 2012; 3.9 por ciento en promedio anual en 2013-2018. En 1983-2013 fue de 2.4 por ciento. Uno de los peores del mundo. En 1983-2018 sería de 2.6 por ciento. En 1933-1983, cuando la economía estaba cerrada y el Estado era activo fue de 6 por ciento. Con el panismo fue de 2 por ciento y sólo se crearon 432 mil empleo anuales (excluye los “informales”), 281 mil formales (afiliados al Instituto Mexicano del Seguro Social; sólo 206 mil permanentes) de los poco más de 1 millón que se requerían. Esta década se necesitarán al menos 1.2 millones y, dada la estructura actual, la inversión tendría que ser de al menos 30 por ciento del producto interno bruto y el crecimiento de, al menos, 6 por ciento anual para absorberlos formalmente. Estados Unidos cierra las puertas a los ilegales. Y Peña Nieto piensa en sólo 3.9 por ciento y la inversión rondaría el 25 por ciento.

¿Qué propone el Enrique Peña a los miserables?

Según el lector de las tablas del Moisés Enrique Peña-Videgaray no se trata nada más de regalar pescado, sino de enseñar a pescar. Pero Peña no es Cristo ni taumaturgo. Como en el Evangelio de Marcos, multiplicará los pescados asistencialistas que no enseñan a pescar. Pero sirven para manipular a los degradados sociales por el neoliberalismo. El apostolado de las limosnas recaerá en Rosario Robles, experta en brincar promiscuamente en los tálamos de la política y el exhibicionismo del ménage à trois, pero no en el reparto de peces. El maná de los panes, empero, estará ausente porque los salarios seguirán siendo de hambre. En nombre de la maximización de la tasa de ganancia.

Como María Antonieta, Enrique Peña, Videgaray y Robles dirán: “¡coman pasteles!”.

¿Qué otra cosa puede esperarse de Videgaray, Fernando Aportela, secretario y subsecretario de Hacienda y Crédito Público y empleados de Pedro Aspe en Protego Asesores; Miguel Messmacher, subsecretario de Ingresos; Fernando Galindo, subsecretario de Egresos, y Agustín Carstens (gobernador del Banco de México) si son Chicago Boys que comparten con Peña el fundamentalismo por el inexistente “mercado libre”?

Enrique Peña se dice preocupado porque “somos una nación que crece en dos velocidades: hay un México de progreso y desarrollo, pero hay otro que vive en el atraso y la pobreza”.

O es un mentiroso, un ignorante o un valemadrista. Porque sólo existe un México y una sola velocidad neoliberal, donde el progreso del cártel de los 40, sin contar al Chapo Guzmán, descansa en la indigencia del resto. Con sus programas sólo ampliará la opulencia de esa minoría, la pobreza, la miseria, la delincuencia, el descontento y el riesgo del estallido social.

Fuente
Contralínea (México)