Elección y pontificado

El 19 de abril de 2005, Ratzinger fue elegido sucesor del polaco Karol Wojtyla (Juan Pablo II). Este último tuvo como prioridades de su pontificado la lucha contra el bloque socialista y, especialmente, contra las libertades sexuales, al grado de que sus predicaciones cotidianas solían ser condenas al aborto, los anticonceptivos, condón y a la sexualidad en general; algunas de sus encíclicas –como El evangelio de la vida– tenían el tono de panfletos antiabortistas.

Para impulsar su lucha político-religiosa, Wojtyla no tuvo escrúpulos para acercarse lo mismo a mandatarios genocidas como Reagan y Bush, que a famosos abusadores sexuales como Marcial Maciel, fundador de la orden mexicana de los Legionarios de Cristo.

Durante el proceso de sucesión de Juan Pablo II se manejó el nombre del alemán Joseph Ratzinger como uno de sus posibles relevos, que previsiblemente sería el candidato de la continuidad con la ultraderecha identificada con el sexofóbico y reaccionario Wojtyla.

Ratzinger tenía ese perfil por sus antecedentes personales y en la Iglesia, pues estuvo al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una especie de Santo Oficio desde donde castigó y hostilizó a célebres teólogos de la izquierda dentro de la Iglesia, como Leonardo Boff.

Durante el nazismo, Ratzinger participó en las juventudes hitlerianas, y décadas después rechazaría los movimientos estudiantiles porque cuestionaban los principios de autoridad.

Concentrado en los problemas de Europa, Ratzinger adoptó como pontífice el nombre de Benedicto XVI, dado que Benedicto XV (quien gobernó la Iglesia de 1914 a 1922) fue el pontífice contemporáneo a la Primera Guerra Mundial, que enfrentó el reto de promover la conciliación entre las potencias imperialistas europeas de aquella época.

Si el perfil ideológico de Ratzinger era afín a las tendencias que representó Juan Pablo II, su personalidad fue la cara opuesta de la moneda.

En contraste con Juan Pablo II, cuyas habilidades teatrales y demagógicas eran evidentes, Benedicto XVI fue incapaz de despertar la simpatía, y a veces ni siquiera la atención de sus feligreses. También fue menos combativo, pues aunque fiel a las ideas más conservadoras del clero, no las enarbolaba con el mismo énfasis y energía que su predecesor.

Ciertamente, Ratzinger condenó el aborto y el matrimonio homosexual, pero no con el fanatismo y la insistencia de Juan Pablo II, quien durante su gestión se comportó como si fuera un activista de los movimientos provida, y a quien luego de morir siguieron venerando por encima de su sucesor.

Melómano, eurocentrista y estudioso de la filosofía, Ratzinger no sabía acercarse a las multitudes ni comunicarse con éstas –como el teatral Wojtyla mediante gestos y emociones más que con un discurso sobrio–, además de que tampoco mostró habilidad ni disposición para acercarse a la feligresía de América Latina y de otras regiones “subdesarrolladas”.

El periodo que le tocó enfrentar a Ratzinger fue de turbulencias para la Iglesia, por los escándalos de pederastia protagonizados por religiosos y por denuncias sobre manejos fraudulentos en las finanzas de la Santa Sede.
Ante la oleada de denuncias contra curas pederastas, Ratzinger tomó decisiones que no gustaron a los más conservadores, como la de castigar a Marcial Maciel, quien gozó de total impunidad bajo el papado de Juan Pablo II.

En cuanto al aspecto financiero, baste recordar que en 2010 el gobierno italiano abrió una nueva investigación sobre el Instituto para las Obras Religiosas al sospechar que administraba, mediante cuentas anónimas, importantes sumas de dinero de oscura procedencia (www.clarin.com/mundo/Escandalos-financieros-negocios-muertes-sospechosas_0_715728584.html).

Ratzinger en México: con el PAN y con Calderón

El periodo de Ratzinger coincidió con el del mayor poder del clero en México y con el ascenso de la ultraderecha católica panista, encabezada por Felipe Calderón.

En junio de 2007, en lo que puede interpretarse como uno de los primeros acercamientos de la ultraderecha mexicana con el papa exnazi para trabajar juntos contra el Estado laico en México, Calderón, su esposa y sus hijos visitaron en Roma a Benedicto XVI.

En esa época, el embajador de México en El Vaticano era nada menos que el yunquista Luis Felipe Bravo Mena.

Meses después, el propio pontífice y otros funcionarios del Vaticano, al igual que el gobierno de Calderón, tratarían de intervenir públicamente para evitar la despenalización del aborto en la Ciudad de México.

Por fortuna, para el pueblo capitalino la intervención pontificia fue un cero a la izquierda en virtud de su poca popularidad.

Durante el sexenio de Calderón, las diferentes dependencias federales se pusieron al servicio del clero y el propio Calderón participó públicamente en eventos organizados por la Iglesia.

A principios de 2012, a finales del sexenio y en vísperas de las campañas electorales, Benedicto XVI viajó a México, visita que se redujo a Guanajuato, el único estado donde el pontífice podría reunir simpatizantes y que fue también el único territorio donde el PAN logró prevalecer en las elecciones federales.

La visita preludió, además, la reforma al Artículo 24 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, a fin de beneficiar al clero y socavar al Estado laico.

“Renuncia por motivos de salud”

Benedicto XVI nació el 16 de abril de 1927. Para justificar su renuncia alegó problemas de salud y su avanzada edad, de 85 años (que no lo es tanto en nuestra época, marcada por una mayor longevidad y por los avances médicos).

Con sólo una quincena de anticipación, el 11 de febrero anunció que el 28 del mismo mes dejaría el cargo, y si bien cuando fue elegido algunos hicieron notar que su periodo sería corto debido a su avanzada edad, no se pensaba que Ratzinger rompería la tradición pontificia de morir en el cargo.
En su anuncio oficial dijo que “por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”, mientras que su hermano, el también religioso Georg Ratzinger, de 89 años, declaró que “el médico del sumo pontífice ha aconsejado al papa que no haga más viajes transatlánticos” y que su “hermano quiere más tranquilidad a esta edad (www.elnuevoherald.com/2013/02/11/1405103/georg-ratzinger-dice-que-su-hermano.html#storylink=cpy).

Por cierto, Georg Ratzinger es otro de los que se han visto involucrados en escándalos de abusos sexuales, pues en 2010 el arzobispo de Ratisbona, Alemania, informó de vejaciones perpetradas por cuatro educadores durante 15 años contra algunos cantantes del coro de las voces blancas, en la época en que el hermano del papa era su director.

La última renuncia de un pontífice fue hace 6 siglos: la de Gregorio XII, en 1415. Dicho pontífice, que era el veneciano Ángelo Correr, renunció a su cargo a fin de lograr la unificación de la Iglesia que estaba dividida entre un papa y un antipapa. Es decir, era forzosa para que la institución sobreviviera.

Las razones que esgrime Ratzinger para renunciar son menos creíbles: de un día para otro, Benedicto XVI alega que ya se dio cuenta de que está viejo y que tiene achaques, que ya no le conviene viajar y que prefiere la tranquilidad.

En contraste, hay que recordar que Wojtyla apenas se sostenía en pie durante los últimos años de su mandato y, en un estado ruinoso, seguía viajando, incansable en su afán de evitar el uso del condón y de promover el encarcelamiento de las mujeres que abortan. Finalmente murió cuando estaba por cumplir los 85 años.

Mientras que Ratzinger se retira el día menos pensado tranquilamente, su predecesor se aferró al pontificado incluso cuando ya estaba hospitalizado, a partir de febrero de 2005.

Por si fuera poco, la renuncia de Ratzinger tiene lugar en momentos en que han arreciado las críticas contra los malos manejos en el Vaticano y cuando es cada día más evidente su impopularidad, lo mismo en los sectores mayoritarios que en los más conservadores.

Entonces, o bien los motivos de salud que alega Ratzinger pueden ser más graves de lo que él dice –como ocurriría en el caso de una incapacidad mental– o bien su retiro del cargo le fue impuesto por presiones externas.
Si su renuncia resulta extraña, también lo fue la muerte de Albino Luciani, Juan Pablo I, quien sólo duró 33 días en el cargo, que dejó en manos del reaccionario Juan Pablo II.

Puesto que los papas se mantenían en el cargo hasta su muerte, el mundo moderno nunca había visto un expapa, es decir, un personaje vivo que hubiera detentado ese cargo por un tiempo, como sucederá con Ratzinger, lo cual no contribuirá a fortalecer la imagen, ya de por sí deteriorada, de la jerarquía católica.

Fuente
Contralínea (México)