Por Antonio Paneque Brizuela / Prensa Latina

Los bombardeos de drones que matan africanos, árabes y asiáticos constituyen para Estados Unidos un nuevo tipo de ejecución sumaria de sus enemigos, pero para el resto del mundo se trata sólo de una máquina destinada a matar por control remoto.

Los drones (zánganos, en español) o vehículos aéreos no tripulados (unmanned aerial vehicles, UAV) son parte de una cruzada de ese país contra objetivos en Somalia, Afganistán, Irak, Libia, Yemen y Pakistán en la que, sobre todo, perecen inocentes.

Los 22 millones de dólares que cuestan algunas de esas naves no tripuladas (aproximadamente), ubicadas en bases dentro o cerca de los países de interés y manejados desde fuera de ellos, garantizan un alto potencial tecnológico para cumplir sus propósitos. Washington asegura que esas naves poseen el mismo porcentaje (ciento por ciento) de efectividad en el tiro que presume la robótica estadunidense, pero cada vez se incrementan más las pruebas que acusan a su gobierno de muertes indiscriminadas.

Según un estudio de las universidades de Stanford y Nueva York, Estados Unidos ha realizado desde 2004 unos 400 ataques con drones, en los cuales murieron más de 2 mil personas, aunque esas cifras pueden ser superadas por la realidad.

Los aviones no tripulados poseen “una increíble agudeza de visión mediante múltiples videocámaras de gran potencia”, según el coronel de la Fuerza Aérea estadunidense, Matt Martin, quien “pilotó” el tipo Predator desde una consola en la ciudad de Nevada.

El oficial asegura que esos equipos permiten distinguir hasta cuando sus objetivos van al sanitario, encienden un cigarrillo o se involucran en aventuras amorosas, sin sospechar que son observados desde el otro lado del mundo.

Fuentes del Pentágono declaran poseer unos 7 mil 500 drones y precisan que mientras en septiembre de 2001 se disponía de 50 aeronaves de este tipo, a inicios de 2012 ya había uno por cada tres aviones militares convencionales.

Obama y el sentimiento contra Washington

Según el periódico The New York Times, los más importantes ataques con drones en Yemen y Somalia, y los más riesgosos en Pakistán, han sido aprobados personalmente por el presidente estadunidense Barack Obama.

Un artículo que ese diario publicó en junio de 2012, firmado por los periodistas Jo Becker y Scott Shane, indica que el jefe de Estado sólo es asesorado por algunos subordinados y por otros especialistas en seguridad nacional.

Cuando un ataque con drones tiene como objetivo un supuesto jefe terrorista acompañado por su familia, el presidente se reserva el cálculo moral final. “Él es el responsable por la posición de Estados Unidos en el mundo”, destaca la publicación.

El citado estudio de las universidades de Stanford y Nueva York insertado en el periódico The Hill subraya que el uso de drones contra Al Qaeda en Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia y otros países incrementa el sentimiento antiestadunidense en todo el mundo.

Esas operaciones siembran la ansiedad y el trauma sicológico entre comunidades civiles de las áreas donde se producen, y crean un caldo de cultivo para próximas acciones insurgentes de grupos opositores y el incremento de sus bases, apunta la encuesta.

Las acciones de esas naves contra personas vinculadas a Al Qaeda o a cualquier otro grupo, unido al consiguiente exterminio de poblaciones indefensas incrementan en general el rechazo mundial.

El periodista estadunidense Harry Blackmouth simplifica la cuestión en la publicación TalCualDigital, mediante una suerte de ingenioso retruécano: “Si es tan difícil determinar quién es culpable, ¿cómo puede saberse quién es inocente?”.

Otra característica peligrosa del dron es que a veces falla su control desde el mando, como ha ocurrido en Afganistán, Irak y Pakistán con algunos que se desconectaron y lanzaron misiles a ciegas contra blancos indefensos.

Reacción de países atacados

Ante estos ataques indiscriminados, salvo algunas tímidas condenas de la Organización de las Naciones Unidas, es natural que la más contundente respuesta de repudio frente a esos crímenes se localice en los Estados afectados de manera directa por los misiles. Afganistán, Pakistán, Yemen, Irak, Libia o Somalia son los que más han reaccionado contra esas aeronaves militares, a las que ya Washington prevé aplicar energía nuclear, así como emplearlos en su territorio y en América Latina.

Pese a que es la CIA (Agencia Central de Inteligencia estadunidense) la encargada práctica del desempeño de los drones, la responsabilidad formal y el costo ético afectan cada vez más la imagen del gobierno de Washington en el mundo y en particular en los países escogidos para esas operaciones.

Pakistán, un aliado de Estados Unidos en la “guerra contra el terrorismo” y el único país islámico con armas atómicas, objetó en algunos casos la acción bélica estadunidense por medio de los drones.

Ese país fue escenario a principios de octubre de 2012 del más relevante gesto de oposición, mediante una marcha de dimensiones sin precedentes contra los drones, organizada por el Movimiento Pakistaní por la Justicia.

Sólo en Pakistán, unos 30 drones han lanzado misiles en más de 230 ocasiones y provocado la muerte de 2 mil personas, comprendida la del presunto número dos de Al Qaeda, el libio Atiyah Abdel Rahman, en agosto del año pasado.

La población de Yemen, otro de los principales “Estados-víctimas” de esas máquinas y donde el primer ataque fue en diciembre de 2009, experimentó en los últimos meses frecuentes manifestaciones en contra de los drones.

El número e intensidad de esos ataques en los Estados mencionados han llegado al punto de que algunos ya se preguntan si Washington ha reemplazado con los muertos por esa vía el envío de “terroristas” a la ilegal prisión de Guantánamo, en Cuba.

Lo que hace poderosas a esas máquinas es su habilidad para ver, pensar, despegar, aterrizar y volar por ellas mismas, pues sus movimientos no son a una supervelocidad y sus misiles son de modelos comunes.

Los operadores programan un destino o área determinada de patrullaje y luego se pueden concentrar en los detalles de la misión mientras los aparatos se ocupan de todo lo demás, aunque oficialmente sólo esos “pilotos” humanos asumen la decisión de disparar.

Entre los tipos o modelos más conocidos de aviones no tripulados figuran el Predator (depredador), el Reaper (segador, como una hoz), el Sky Warrior (guerrero del cielo) y el Stealth (invisible al radar).

Sus “pilotos” u operadores a distancia tienen el privilegio de ver correr la sangre sin verterla ni salpicarse: “En el improbable caso de que un dron sea derribado –relata el coronel Martin– su operador puede levantarse de su consola y salir andando”.

Fuente
Prensa Latina (Cuba)
Contralínea (México)