Jacobo Silva Nogales fue enviado a la Sierra de Guerrero con la encomienda de entrevistarse con dos contactos, con quienes iniciaría la columna guerrillera. Se encontraban en poblaciones distintas. Se trataba de dos viejos campesinos.
Recuerda que su llegada a la sierra fue “bastante difícil” desde el punto de vista anímico: “Veo a un contacto y me dice: ‘Yo colaboraba con Lucio [Cabañas] y me dijeron que te ayudara en todo lo que pudiera y que tú ibas a andar por aquí; te voy a proporcionar lo necesario para comer y para que tengas donde quedarte; yo no sé lo que tú hagas, tú eres de la guerrilla y con eso me basta’”.
El campesino rebasaba los 60 años de edad. Contaba con familia que dependía de él y debía trabajar todo el día.
Con todo, Jacobo sintió que podía reproducir la historia de Lucio Cabañas y el Güero Cedeño, un legendario campesino que, a la llegada de Lucio a la sierra, en 1967, rondaba los 65 años. Entonces el profesor rural, perseguido, se había remontado a la sierra. Así comenzaría la etapa clandestina y armada del PDLP con Lucio Cabañas en la Sierra de Atoyac, armado con un fusil, y con el Güero Cedeño con su machete en la mano.
De hecho, esta imagen sería recreada por Jacobo Silva, en una pintura, años más tarde: Lucio Cabañas, en un monte selvático, cruzando un arroyo; el Güero Cedeño, discípulo-mentor, atraviesa con él, fusil en las manos, pantalones remangados.
—¿Y por qué no nos vamos los dos y otra vez iniciamos la lucha como Lucio? –le planteó, sin más, Jacobo a su “colaborador”.
—No, no se puede: hay que organizar mucha gente… Y luego la gente está desanimada porque Lucio murió… No. Cómo se va a ir uno a la sierra. Nos vamos a morir de hambre. Quién nos va a llevar de comer.
Jacobo tuvo que reconocer que al viejo campesino le asistía la razón. El otro contacto, quien también le daba “cobertura” y se hacía pasar por su tío ante la comunidad, le dijo lo mismo. Todas las personas que le presentaron a Jacobo en esos meses eran viejos colaboradores o combatientes de Lucio Cabañas, pero ninguno estaba dispuesto a integrarse a una columna guerrillera.
En un periodo de 8 años logró reclutar a 30 colaboradores que estaban de acuerdo con la lucha guerrillera, pero que no estaban dispuestos a pelear. Todos rebasaban los 50 años de edad. En ese tiempo, específicamente en 1982, el PDLP se fusionó con el Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo (PROCUP). La organización a la que pertenecía Jacobo ya era PROCUP-PDLP.
—¿En cuántos años llegaré a hacer una columna de 100 elementos? ¿Y una de 1 mil? Para un gran combate, ¿cuándo? Si en 8 años apenas 30… En otros, 60… No, pues aquí me voy a hacer viejo. Y se me ocurrió modificar la idea de reclutamiento.
Llegó 1987. A favor de la expansión del movimiento guerrillero trabajó la efervescencia política y social que generaba el proceso electoral del siguiente año, en el cual, por primera vez, se vislumbraba la derrota del Partido Revolucionario Institucional frente a la izquierda electoral, representada por Cuauhtémoc Cárdenas, expriísta e hijo del general Lázaro Cárdenas del Río.
El hartazgo de casi 60 años de régimen y el descontento social por la pobreza, la corrupción y la violencia privaban en la sierra guerrerense. La impunidad, las desapariciones forzadas contra luchadores sociales, los asesinatos y el cacicazgo, habían replegado las movilizaciones; pero habían generado más indignación que buscaba expresarse. Nada pasó desapercibido para Jacobo Silva.
Escuchó a muchos campesinos decir que si había fraude electoral se levantarían en armas. “No, qué va a combatir esta gente –pensó entonces Jacobo–. Y luego, si llegara a combatir, su lucha sería para poner [en la Presidencia de la República] a Cuauhtémoc Cárdenas; no, pues sería para que quedara todo igual que antes…”.
Informó a sus superiores de la “situación explosiva” en Guerrero. Le dijeron: “No, esa gente es reformista; aléjate de ellos. No conviene. Es súper riesgoso; ni te metas con ellos”. Jacobo se regresó pensativo.
—Por primera vez decidí desobedecer e intentarlo por mi cuenta. Me dije: “para mucha gente esta situación es la primera experiencia”. Con ella están entrando al movimiento social. Si la conduzco adecuadamente, la voy a llevar a la lucha armada.
Uno de sus colaboradores le informó que habían líderes campesinos dispuestos a luchar con las armas si había fraude electoral. Jacobo decidió hablar con uno de ellos en la sierra, lejos de los poblados. Asistió encapuchado.
—Entonces dices que te irías a la guerra si hay fraude electoral –le habría dicho Jacobo al campesino.
—Si hay fraude, sí –contestó resuelto.
—¿Y con quién te vas ir a la guerra? ¿Se va a ir a la guerra Cuauhtémoc Cárdenas?
—Yo digo que sí… Y si no se va él, nosotros nos vamos.
El campesino le dijo que se trataba de 15 personas las que estaban ya dispuestas, como él, a no permitir un fraude electoral más.
Jacobo sonríe: “¡Y todos eran jóvenes! Ya no como todos mis colaboradores, de más de 50 años; estos nuevos podían pelear”.
Al atender al principio de compartimentación, Jacobo le dijo que sólo le llevara a tres de los jóvenes para un primer encuentro. Se presentó, como siempre, encapuchado. Ellos se presentaron con su escopeta calibre .22; una de las armas era de un sólo tiro. Comenzó con las clases teóricas y con el adiestramiento. Con “gran gusto” pudo informar en México, a su superior, del reclutamiento que había logrado.
—¡Pero estás arriesgando mucho! –fue lo primero que le dijeron.
—Es que si no nos arriesgamos, esto no va a crecer; ya es mucho tiempo… Y si no nos arriesgamos, esto no tiene futuro –replicó.
—No debiste haberlo hecho.
—Yo me arriesgo. De cualquier manera, nos van a matar en cualquier momento. Y mejor que sea con mucha gente.
—Ése no es el método.
—Pero resultó, ¿o no? Son 15 personas que pueden pelear. Yo les voy dando entrenamiento.
—Nadie ha hecho eso en otras partes porque es muy riesgoso. ¿Crees que funcione?
—Sí.
—Ya llévatela tranquila. No vuelvas a hacerle así. Que no te vean todos. Nada más esos tres. Y que esos tres vean a la demás gente.
“Y así empezó a crecer esto”, dice Jacobo.
—¿Entonces ya te habías nombrado Antonio? –se le pregunta.
—No, ese nombre es más reciente. Usé muchos nombres en los diferentes lugares en que anduve… Tantos que se me olvidó el de nacimiento. Durante 15 años no usé el nombre “Jacobo”, de tal manera que cuando lo recuperé y me llamaban por mi nombre ni volteaba… Tuve muchos nombres. Llegué a ser Pedro, Manuel, Miguel, Agustín…
—Por qué adoptaste el nombre de Antonio.
—En los nombres que adoptaron otros compañeros siempre hubo algo simbólico. Es el caso de Hermenegildo [quien, junto con Antonio, se separó del EPR y fundó el ERPI], un héroe de la Independencia [Hermenegildo Galeana]. José Arturo [quien 1 año después de la escisión del ERPI encabezaría otra: la de la Tendencia Democrática Revolucionaria] tiene que ver con Arturo Gámiz [líder del primer grupo guerrillero moderno, que atacó en 1965 el Cuartel de Madera, Chihuahua] y José María Morelos [héroe de la Independencia]. Antonio fue algo más cercano. Antonio fue un compañero que murió en combate y que su nombre pasó a mí. Por cierto, yo no lo elegí. Mis compañeros pensaron que sería bueno que yo tomara su nombre y me dijeron: “Ahora tú vas a ser Antonio”.
—¿Tú conociste a ese Antonio?
—Sí.
De nueva cuenta, no cumplió las instrucciones al pie de la letra. No era falta de disciplina ni vacilación en los objetivos de su lucha. Simple y sencillamente la realidad de la sierra se imponía; no cabía en el esquema que le dictaba su Partido.
El sistema informático electoral se “cayó” en las elecciones federales del 6 de julio de 1988. Cuando se restableció, el candidato del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI), Carlos Salinas de Gortari, aventajaba con más de 20 puntos al de la izquierda partidista Cuauhtémoc Cárdenas. Ni los priístas creyeron tal ventaja. Salinas asumió el poder el 1 de diciembre de ese año. Miles de personas esperaron el llamado de Cárdenas para defender el voto, pero nunca llegó.
Campesinos guerrerenses tomaron palacios municipales. Se enfrentaron a la policía, muchas veces con machetes, escopetas, máuseres. Defendían los triunfos electorales de sus candidatos municipales, estatales y federales. Pero los candidatos se “disciplinaron” y terminaron por aceptar las “derrotas”.
—No había más que romper lo establecido. Tenía que ponerme un poquito más en riesgo, aunque fuera desobedeciendo –explica Jacobo.
Y es que la efervescencia de la sierra desbordaba el método que le dictaba el partido: crecimiento en células compartimentadas e incorporación de dos o tres combatientes cada año. Se percató que no era el “maestro” de las comunidades serranas, sino el alumno: que era él quien aprendía de ellas.
Tuvo que presentarse sin capucha en las asambleas (“cómo iba yo a argumentar que era por mi seguridad, si los demás que asistían ya estaban también arriesgando su vida”). Un joven campesino le había espetado: “¿Y qué, nomás va a ser de palabra? Ya estuvo suave. Si no se lanzan ustedes, la gente se va a lanzar sola”.
—Para ese entonces ya tenía un [fusil de asalto] M1. Les dije que trajeran sus armitas. Me dejé ver sin capucha. Hubo más confianza. Se fueron haciendo más estrechos los lazos al conocerme, convivir y compartir el riesgo por igual. No se trataba de decirles “vayan”, sino “vamos”.
Los campesinos celebraron que le vieran el rostro por primera vez. Le decían: “Lucio no se tapaba la cara”. Les advirtió: “Eso fue en otro tiempo. Ahorita dejo que me conozcan porque ya hacía falta y porque son de los que ya están listos. Pero no siempre va a ser así con todos… Y así comencé a romper esas normas de compartimentación para aumentar el trabajo”.
Casi concluía 1989. Para entonces las cúpulas del PDLP y del PROCUP habían concluido la fusión. El hecho no tuvo ningún tipo de repercusión en su trabajo:
“La alianza fue para nosotros imperceptible, porque nunca se nos decía ni preguntábamos de dónde venía cada uno. Simplemente íbamos a las reuniones, a las escuelas político-militares, a las caminatas en el monte, a un entrenamiento o a una práctica de tiro. Y nadie preguntaba: ‘¿quién es del PROCUP?, ¿quién es del PDLP?’ Y cuando se hizo ya una sola estructura se consolidó la unidad, ya ni había necesidad de saber. Tratar de averiguar quién venía de dónde sería una violación a las normas de compartimentación.”
Acepta que, sin embargo, las diferencias subsistieron entre algunos cuadros y se mostraron años después: “La gente que venía del PDLP era de un origen más cercano al campesinado; su lenguaje era más abierto y menos riguroso teóricamente”.
El crecimiento alcanzado en medio año fue vertiginoso. Pero no del agrado de sus superiores, quienes siempre le advirtieron que corría muchos riesgos.
Jacobo se frota las manos. Reproduce el diálogo con el que informó de su trabajo a sus jefes y mentores.
—Ya tengo gente aquí, acá y acá. Ya no es de sólo un municipio ni de una sola región. Fui de aquí para allá y llegué hasta acá –expone como si se apoyara en un mapa.
—¡Oye, no, no, no! Platícame despacio. Cómo le hiciste –le habrían contestado.
—La única manera fue dejarme conocer por mucha gente.
—Pero es riesgosísimo. Te van a entregar.
—Sí, puede ser; pero voy a evitar los retenes.
—Pero cuando andes en la ciudad alguien puede identificarte.
—Pero si no le hago así, no crecemos. Y mira ya cuánto tiempo llevábamos. Es más, me voy a dividir Atoyac.
—Pero ya no te podrás mover libremente.
—Pero esto va a crecer. Y si me pasa algo, pues ya ni modo. Hay otro que se queda.
A regañadientes aprobaron lo que ya estaba hecho. Le dijeron que no volviera a actuar así sin avisar. “Pero es que si les aviso, no me dejan”, les respondió.
—¿Entonces ya eras parte de la Comandancia General? –se le pregunta.
—No. Ahí era el responsable de todo el estado de Guerrero.
—¿No había comandantes estatales o regionales?
—Al ir creciendo esto, fui nombrado responsable del estado de Guerrero, sin grado de comandante. Conforme siguió creciendo y [la guerrilla] se extendió a varias partes del estado, surge la necesidad de tener una estructura. Y se comenzó a nombrar responsables de pelotón y también de pelotones de una región. Y comenzaron a haber cabos, sargentos, tenientes, capitanes y mayores.
—¿Hasta ese momento todos tenían el mismo rango?
—Sí. Conforme avanzaron las clases teóricas y el adiestramiento, surgió la necesidad de darle una forma más militar al asunto. Ya no nada más de responsable en masa o combatiente: de estructura. Así vinieron los grados. No sólo en Guerrero; también en otros estados, porque igual iban creciendo. Esa propuesta no fue mía. La hizo otro compañero.
—¿Pero se logró aglutinar una fuerza guerrillera consciente o se trataba de personas impetuosas que sólo buscaban vengar alguna injusticia? Según lo expuesto, muchos estaban molestos por un fraude electoral –se le pregunta.
—Hubo una situación muy bonita en Guerrero: no se necesitó de mucho tiempo para conocer a la gente ni para saber de su real disposición a luchar. En la ciudad hacían falta meses o años para poder confiar en una persona. En las comunidades la gente ya se enfrentaba a las corporaciones policiacas con el machete en la mano. Y muchas personas morían. Observé cómo la gente, por dignidad, oponía su machete o su escopeta a los [fusiles de asalto] AR-15 de los policías y pistoleros de los caciques. Esa gente que peleó primero por cuestiones electorales, y que era muy humilde y honesta y que a diario sufría las injusticias, no necesitaba probar su fidelidad a la lucha revolucionaria. Tal vez el que tenía que pasar esa prueba era yo.
Agrega que las conductas de los líderes electorales y las lecturas y análisis de libros y medios de comunicación terminaron por hacer que las comunidades serranas abandonaran los partidos políticos electorales y abrazaran el movimiento armado (“pues ellas mismas lo iban creciendo”).
Pero también cambió Jacobo. Estaba arriesgando y “desobedeciendo” a sus superiores cada vez más. Disciplinado siempre fue. Sucedía que las instrucciones no se ajustaban a la realidad de la sierra. Incluso las clases de marxismo variaron un poco.
—No podía ser dogmático ni muy teórico. Tuve que modificar el programa de estudio y fortalecer la explicación de la cuestión histórica de la pobreza.
—¿Continuaron o se suspendieron las clases de marxismo?
—Sí era explicar la teoría marxista, pero de manera más entendible para la realidad de los campesinos. No se conocía ahí a ninguna burguesía o proletariado. Se tuvo que modificar el lenguaje y hasta la enseñanza. Ya no fue teniendo en la mano un librito, leyéndolo. Sí fue menos riguroso teóricamente, pero más rico en aprendizaje para toda la población del lugar porque se basaba en lo que los campesinos vivían todos los días.
—Cómo se armó la gente.
—Primero fueron las escopetitas y puros [rifles de calibre] .22 que tenían los campesinos, junto con uno que otro M1 que nos mandaron compañeros del DF [Distrito Federal] o que me llevé yo o Gloria [Arenas] en un carro. Ésas fueron las primeras armitas, muy sencillas. Andaba yo con un escopetón que era más grande que yo, y que era estorbosísimo.
—Pero ésas no fueron las armas de las columnas posteriormente…
—Los compañeros de la estructura nacional me mandaron algunas. Pero, además, se consiguieron algunas allá, en Guerrero. Y se consiguen porque hay solidaridad. Por ejemplo, algunas personas decían: “Yo también me quiero ir a pelear; pero no puedo, por mi familia; en qué puedo ayudar”. Ya entonces le decíamos que nos ayudara a que otro que sí podía irse a la sierra se fuera. Y pues la manera era consiguiéndonos un armita. Algunos ya la tenían. Otros nos decían que no tenían, pero colaboraban para comprar una. Así comenzaron a prevalecer los [fusiles de asalto] M1, mini M14, AR-15 y pues ya luego uno que otro cuerno de chivo [AK-47].
El acelerado crecimiento de la guerrilla en Guerrero provocó que algunos cuadros formados en el estado fueran trasladados a otras regiones del país donde el proceso de “acumulación de fuerzas” era más lento. Y es que la mayoría de los líderes guerrilleros tenían experiencia en guerrilla urbana, pero donde se requerían era en las zonas rurales.
—También recibimos a compañeros en Guerrero para que se entrenaran en las columnas. En otros lados, donde no había columna, nos decían: “Ahí les van estos muchachos para que ustedes los entrenen; nos los regresan para que acá hagan una columna; les enseñan el método, que vean el campamento, cómo son las caminatas, cómo es la relación con la población, que vean cómo se hace el estudio, cómo se hacen los campos de entrenamiento”.
Así transcurrió hasta 1994: “hasta ese año solamente llegó a haber dos columnas en el cerro”.
Para el PROCUP-PDLP, 1994 fue determinante. Jacobo hace una pausa para referirse al levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, al que califica como “un movimiento importantísimo, trascendental para la historia del país… Y para nosotros [entonces los guerrilleros de Guerrero] también, porque nos impactó”.
Explica que cuando escucharon las noticias acerca del levantamiento en Chiapas, automáticamente pensó que se trataba de la estructura del PROCUP-PDLP en ese estado. Tanto los guerrilleros urbanos como los rurales con los que habló también pensaron que se trataba de sus compañeros y sólo se preguntaban qué estrategia era ésa de la dirigencia nacional de no avisarles y hacer el levantamiento armado en varios estados al mismo tiempo.
—Cuando vimos que no éramos nosotros fue un golpe muy grande al orgullo: vimos que era una fuerza que movía no centenares sino miles de hombres y que estaba fuera de nuestra estructura.
—¿Se sintieron decepcionados?
—Fue un impacto muy grande para nosotros porque vimos que no éramos los más grandes ni los mejores ni los más avanzados, ni éramos la vanguardia que creíamos ser y que nos habían dicho que éramos. Porque eso nos decían [los dirigentes del PROCUP-PDLP]: “Son lo máximo del país, la vanguardia”. Y pues, estábamos viendo que tal vez no éramos…
—Qué análisis hicieron entonces del levantamiento zapatista.
—Se buscó imponer la idea de que ellos sí tenían gente, pero que no eran muy revolucionarios… Algo así, como tratando de disminuir al otro para aumentar la importancia propia. Pero por supuesto que muchos de nosotros teníamos claro que eran un ejemplo y que, así como ellos, necesitábamos crecer enormemente y lanzarse ya. Y lo que pensamos en Guerrero era que ellos [los zapatistas] ya se habían levantado y que iban a necesitar un respaldo. Y que si en Guerrero ellos no tenían gente, nosotros éramos los que íbamos a dar la pelea en este estado y en otros estados donde estaba nuestra estructura. Yo tenía la idea de que así como estaba el PROCUP-PDLP en Guerrero estaba en otros estados y que de un día para otro se podían levantar dos o tres columnas.
—¿Se plantearon la idea de levantarse inmediatamente después de los zapatistas?
—Se hizo el planteamiento en el Partido de convocar a una reunión nacional, donde se conocieran los diferentes responsables de cada estado. Y no sólo fue idea del estado de Guerrero. Para entonces, yo ya era integrante de la dirección colectiva del estado. Por decisión de nosotros mismos [los guerrilleros guerrerenses], nuestra dirección estatal era colectiva. Y buscábamos que las comandancias estatales informaran con cuánta gente contaba, cuál era su estructura y cuál era su capacidad. El objetivo era hacer un plan único. Pero esa reunión no fue de inmediato.
—¿Pero sí hubo algún tipo de respaldo al EZLN en los días de los enfrentamientos de esa guerrilla con el Ejército Mexicano?
—Sabíamos que habían muchos muertos en Chiapas y que el Ejército [Mexicano] estaba masacrando. Hubo la necesidad de parte nuestra de hacer acciones. Y se determinaron dos en el estado de Guerrero.
—¿Qué acciones?
—Una columna que estaba en el cerro hizo una emboscada, pero no me acuerdo dónde fue. La otra no se concretó porque la columna que la haría no estaba en condiciones en el momento preciso. Y cuando las tuvo, el tiempo se había pasado. Sobre esto, es lo que puedo decir.
En efecto, los diarios de la época diariamente informaban de decenas de muertos en las filas del EZLN durante los enfrentamientos con el Ejército Mexicano. Y también dieron cuenta de acciones realizadas por el PROCUP-PDLP. Los periódicos impresos en la Ciudad de México destacaron como noticia principal el sábado 8 de enero de 1994 el estallido de un coche-bomba en Plaza Universidad. El diario La Jornada detalló que la explosión ocurrió a las 01:20 horas. Un día después, los peritos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal se referirían al hecho como “obra de profesionales: conocían los tiempos de detonación y no querían víctimas”.
El mismo 8 de enero de 1994, La Jornada informó de movimientos de tropas en las sierras de Hidalgo y Guerrero. Las autoridades no ofrecieron explicación alguna. Un día después informarían de explosiones en cuatro entidades más. El PROCUP-PDLP se adjudicó todas, incluso el estallido de un vehículo con “misiles” cerca de la puerta 7 del Campo Militar 1.
Respecto de las acciones en Guerrero, La Jornada publicó: “Seis muertos en dos emboscadas este fin de semana”. En la nota, firmada por José Manuel Benítez, se detallaba que “a poca distancia de la comunidad de Amacahuite, municipio de Apaxtla –cercana a la presa hidroeléctrica El Caracol– 11 policías de seguridad pública estatal fueron emboscados al parecer por 10 sujetos”. No hubo quien reivindicara la acción.
“Y ya no hubo más –agrega– porque fue cuando el subcomandante Marcos [del EZLN] dijo que ya…”. Jacobo extiende con firmeza las palmas de sus manos de dentro hacia fuera, como si dijera “se acabó”.
—¿Se llevó a cabo la reunión para determinar el levantamiento del PROCUP-PDLP?
—Sí. Me correspondió ir a mí como representante de Guerrero. Yo iba con el ánimo de que somos unos tontos porque la guerra ya empezó y nosotros no nos hemos incorporado. Se determinó que haríamos una comandancia nacional de esto que somos. Yo hice el planteamiento de cambiar de nombre y reestructurar todo no como guerrilla, sino como un ejército.
—A qué determinaciones llegaron.
—Me tocó ser el primero. Informé con cuánta gente contábamos, cuántas columnas habíamos subido por acá y cuántas por allá. Percibí que todos me observaban, calladitos, pero como muy insistentemente. Seguí informando: con cuántos combatientes armados contábamos y cuánta gente estaba dispuesta a levantarse en armas en caso de un levantamiento masivo. Luego pasó un compañero a informar de otro estado, luego otro, y otro… Con razón me observaban con asombro: ellos tenían muy poco, casi nada, con la metodología vieja. Hasta le dije a un compañero: “Oye, hace 1 año tu zona era la más avanzada, más que Guerrero”.
Las palabras de Jacobo fueron recibidas con incredulidad. Sus compañeros no podían creer que contaran ya, realmente, con un ejército. Y los informes que escuchó le resultaron decepcionantes: “Yo esperaba que hubiera cientos de columnas; mínimo, decenas de ellas distribuidas en varias partes. Y no, no había columnas en ningún lado más que en Guerrero”.
Los superiores de Jacobo pidieron más informes con otros delegados en el estado, quienes confirmaron los datos del ya conocido, entonces, Comandante Antonio. “Los resultados en Guerrero, comparados con los de otros estados, ya reflejaban que teníamos que cambiar de método, y ahí fue donde empezaron los problemas…”.
El 3 de junio de 1994 el PROCUP-PDL emitió un comunicado de “formalización y oficialización” del Ejército Popular Revolucionario. Se trató de la presentación interna del EPR con su lema “¡por la revolución socialista, vencer o morir!”; y su consigna “¡con la guerra popular, el EPR triunfará!”. Todo, bajo el mando del todavía Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo-Partido de los Pobres, que reafirmó su lema “¡por nuestros camaradas proletarios, resueltos a vencer!”. Se comenzaron a preparar para la presentación ante la sociedad y los medios de comunicación.
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