El presidente Obama se prepara para recibir a su homólogo chino. Pero el encuentro va a desarrollarse en un ambiente de cordialidad a la vez que de temor. Washington no sabe cómo controlar el desarrollo del panda chino, cuya influencia se ha hecho planetaria.
La cumbre «informal» entre el presidente Obama y el presidente chino Xi Jinping, que se desarrollará en California el 7 y el 8 de junio de 2013, se transmitirá por televisión a escala planetaria, según el guión washingtoniano de la cálida atmósfera familiar, aderezada con sonrisas y payasadas.
El tono cambiará, sin embargo, cuando se apaguen las cámaras. Muchas preguntas candentes están sobre la mesa.
Estados Unidos, país que ocupa el primer lugar mundial en inversiones directas en el exterior (IDE) tiene invertidos más de 55 000 millones en China (primer destino mundial de las IDE), donde las transnacionales estadounidenses han deslocalizado cada vez más su producción manufacturera, gran parte de la cual se reimporta después [a Estados Unidos].
Sin embargo, Estados Unidos ha contraído así ante China un déficit comercial que sobrepasó en 2012 los 315 000 millones de dólares, o sea 20 000 millones más que en 2011. Las inversiones chinas en Estados Unidos son mucho menores, lo cual se debe sobre todo a las restricciones impuestas. Por ejemplo, sólo se aceptan inversiones chinas en el sector de la alimentación (un grupo de Shanghai acaba de comprar el mayor productor estadounidense de carne de puerco), pero el sector de las telecomunicaciones está enteramente vedado para los capitales chinos. Washington acusa además a China de haber penetrado con sus hackers los sistemas informáticos estadounidenses y de robar así datos sobre una veintena de sistemas de armas entre los más avanzados.
La economía, que ha alcanzado el segundo lugar mundial con un ingreso nacional bruto que es casi la mitad del que registra Estados Unidos, se hace cada vez más dinámica: no sólo su capacidad productiva es impresionante –exporta cada año 1 000 millones de teléfonos celulares o móviles y 20 000 millones de piezas de ropa– sino que también invierte cada vez más en países de importancia estratégica para Estados Unidos.
Después de gastar 6 000 millones de dólares en las guerras de Afganistán e Irak y de haberse endeudado hasta el cuello, Estados Unidos se ve ahora ante una China cada vez más presente en esos países. En Irak, no sólo compra alrededor de la mitad del petróleo producido sino que además está haciendo, a través de compañías estatales, grandes inversiones en la industria del petróleo, ascendientes a más de 2 000 millones de dólares al año. Cerca de la frontera iraní se ha construido incluso un aeropuerto destinado especialmente a garantizar el transporte del personal técnico chino.
La carta de triunfo de las compañías chinas es que, al contrario de la compañía estadounidense ExxonMobil y de otras compañías occidentales, las empresas chinas aceptan contratos para la explotación de los yacimientos en condiciones mucho más ventajosas para el Estado iraquí, sin priorizar la ganancia sino la garantía del abastecimiento en petróleo, del que China se ha convertido en el principal importador mundial.
En Afganistán, compañías chinas están invirtiendo en el sector minero, después de que geólogos del Pentágono descubriesen allí ricos yacimientos de litio, cobalto y otros metales.
Al enfrentar cada vez más dificultades en el plano de la competencia económica, Estados Unidos pone la espada en la balanza. En vísperas de la cumbre, el secretario de Defensa Hagel «tranquilizó a los aliados asiáticos ante el crecimiento militar chino» prometiendo que, a pesar de la austeridad, Washington desplegará en la región Asia/Pacífico fuerzas dotadas de las más avanzadas tecnologías militares: unidades navales con armas laser, navíos de combate costero, aviones de combate F-35, etc. Los navíos de guerra desplegados en el Pacífico, que hoy constituyen la mitad de los 100 desplegados (de un total de 283), serán después más numerosos.
Según Hagel, Estados Unidos conservará así «un margen decisivo de superioridad militar». A la que sigue aferrado el imperio «americano» de Occidente en su lucha contra la decadencia.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión francesa de Marie-Ange Patrizio
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