El general al-Sissi anuncia la destitución del presidente Morsi.

La publicación, ayer en la prensa escrita y hoy [lunes 8 de julio] en nuestro sitio de internet, de mi crónica de política internacional sobre la crisis egipcia [1] dejó a algunos de mis lectores con ganas de saber más. Algunos me han escrito preguntándome: «¿Cómo puede usted apoyar un golpe de Estado militar contra un presidente democráticamente electo?»

Pero, ¿dónde han visto que este presidente constitucional fue «democráticamente electo» ni que se haya comportado de «manera democrática»?

La elección presidencial realizada en Egipto los días 17 y 18 de junio de 2012 se caracterizó por un nivel record de abstención que se elevó al 65% de los electores registrados, teniendo en cuenta que los 2 millones de egipcios que se hallan en las filas del ejército no tienen derecho al voto. Eso quiere decir que Mohamed Morsi obtuvo menos de 12 millones de votos, cuando la población egipcia en edad de votar se eleva a 70 millones de personas (incluyendo a los militares), o sea un 17% de los egipcios adultos. Luego de 80 años de intentonas golpistas y de actos de terrorismo perpetrados –en Egipto y en otros países– por la Hermandad Musulmana, era la primera vez que un miembro de esa secta llegaba legalmente al poder.

Cierto es que la Constitución no establece un mínimo de participación que determine la validez de la elección, lo cual explica el hecho que esa consulta no haya sido cuestionada de inmediato. Pero no es menos cierto que para ser «democrático» el presidente tiene que mostrar mucho más talento para consultar y unir a la ciudadanía. El hecho es que tenía que haber convencido a sus conciudadanos de era el presidente de todos los egipcios y no el presidente de los 12 millones que votaron por él.

Pero lo que sucedió fue exactamente lo contrario. Mohamed Morsi, simple correa de transmisión de la Hermandad Musulmana, se apresuró a introducir miembros de la cofradía en todos los sectores de la administración, llegando incluso a nombrar gobernador de Luxor al jefe del comando que masacró allí a más de 60 personas en 1997. Y emprendió también una oleada de privatizaciones que incluía la venta del Canal de Suez, símbolo de la independencia nacional desde la victoria de Gamal Abdel Nasser sobre la coalición imperialista franco-anglo-israelí. Ante la oposición de la ciudadanía, el presidente Morsi toleró el desarrollo de un ficticio movimiento de independencia del Canal, movimiento enteramente financiado por Qatar, que era precisamente el «candidato con más posibilidades» para la compra del Canal.

En vez de buscar un compromiso con el ejército –que trataba de no caer bajo el control de los civiles– y con el Pueblo –que ya había boicoteado su elección–, el presidente Morsi se presentó como el representante de una secta al servicio de intereses extranjeros. En primer lugar, por supuesto, de los intereses de Qatar –que desembolsó en un solo año 8 000 millones de dólares para socorrerlo. Venían después los intereses de Turquía –que le garantizó la comunicación política. Y no podían faltar los intereses de los anglosajones, o sea los intereses de Estados Unidos, del Reino Unido y de Israel.

Si el Pueblo reaccionó ante el carácter sectario y antinacional de la Hermandad Musulmana, el ejército se pronunció por su parte sobre las consecuencias de esa política en el plano militar. Desde el 15 de junio de 2013, la Hermandad Musulmana había modificado su discurso para calificar de «infieles» tanto a los partidarios de Bachar al-Assad como a los egipcios chiitas o cristianos, o sea cerca del 15% de la población. Con esa actitud, la Hermandad Musulmana estaba llevando el país hacia la guerra civil.

En una conferencia de prensa organizada ese mismo día, el presidente Mohamed Morsi, cuyo cargo no le confería autoridad alguna sobre las fuerzas armadas, llamó a estas a emprender la «Yihad» contra «los infieles de Damasco».

Es importante recordar que Egipto y Siria se unieron, desde 1958 y hasta 1961, en un Estado único, la República Árabe Unida. Aunque ese intento de unión duró sólo 3 años, los lazos entre Egipto y Siria siguen siendo particularmente estrechos.

De inmediato, al día siguiente de ese llamado, el jefe del Estado Mayor Interarmas, general Abdel Fatah al-Sissi, opone a Morsi una rotunda negativa, recordándole que la función de las fuerzas armadas no es irse a librar una «guerra santa» en otros países musulmanes sino garantizar la defensa del país dentro de sus propias fronteras.

A partir de ese momento, el ejército permitió el desarrollo del movimiento TamarodLa rebelión»), que en unos pocos días reunió 15 millones de firmas contra el presidente Morsi y preparó la destitución del presidente.

La proposición presidencial de entrar en guerra contra Siria debe ser interpretada como un intento de rellenar la brecha turca, ya que Ankara se ha retirado parcialmente del conflicto desde principios de mayo. La Hermandad Musulmana decidió entonces que el Hermano Morsi debía relevar al Hermano Erdogan.

Cuando las manifestaciones contra Morsi alcanzaron un punto crítico, muy superior al número de votos que Morsi había obtenido en las elecciones ya que se habla de 17 millones de manifestantes, se produjo la intervención del ejército para destituir al presidente. El general al-Sissi se entrevistó primero con el secretario de Defensa estadounidense, para asegurarse de que Estados Unidos no trataría de hacer algo para respaldar al presidente –no hay que olvidar que Morsi tiene la ciudadanía estadounidense, además de ser un agente del Pentágono (incluso dispone de una autorización de acceso a información militar clasificada).

El general al-Sissi parece haber recibido garantías de que la iniciativa anti-siria del presidente era cosa de la Hermandad Musulmana y no de Washington. Por prudencia, esperó hasta las 22 horas del 3 de julio (hora del Cairo) para anunciar la decisión del ejército. ¿Por qué? Porque a esa hora ya estaban cerradas las oficinas en Washington y el 4 de julio es el día [feriado] de la fiesta nacional estadounidense. El general al-Sissi hizo el anuncio ante las cámaras de televisión, rodeado de los principales líderes civiles y religiosos del país, exceptuando a los de la Hermandad Musulmana.

Quiero señalar con ello que no había otra manera de solucionar la crisis egipcia que no fuese la intervención del ejército, lo cual explica el hecho que 33 millones de egipcios se hayan lanzado a las calles para festejar el golpe de Estado. La disyuntiva no era entre una democracia y un golpe de Estado sino entre un golpe de Estado y la guerra civil.

Es en mi opinión deplorable que el ejército egipcio haya aceptado una paz separada con Israel a expensas del Pueblo palestino. No apoyo su golpe de Estado porque ese ejército se haya negado a sumarse a la guerra contra Siria sino porque está tratando de preservar la unidad de su propio país y su paz civil. Mi reacción es resultado de mi experiencia: yo he visto los crímenes perpetrados por la Hermandad Musulmana en Libia y en Siria.

Después de todo, el objetivo de este golpe no ha sido poner al ejército en el poder sino impedir la confiscación del poder por una secta de golpistas. Los jefes de los partidos políticos, el rector de la universidad Al-Azhar y el papa copto, reunidos todos alrededor del jefe del Estado Mayor militar en el momento del anuncio, habían aceptado previamente una «Hoja de ruta» común en la que se precisa el tipo de régimen a implementar y las etapas a seguir para lograrlo. Se trata de un acto más que lógico para un país donde todos los jefes de Estado, con excepción del propio Morsi, han sido militares… durante los últimos 4 000 años.

Todos se pusieron de acuerdo para reactivar, cuando se elimine la amenaza de guerra civil, el experimento democrático que la Hermandad Musulmana había interrumpido.

Y ese es, en efecto, el primer deber de un gobierno, ya sea civil o militar: evitar la guerra civil en vez de provocarla. Es por eso que el ejército organizó el arresto de 300 de los principales responsables de la Hermandad Musulmana, con excepción de su líder supremo.

Y después bloqueó las salidas de los túneles que conectan Egipto y Gaza. El objetivo es impedir que los combatientes del Hamas –que se han unido a la estrategia de la Hermandad Musulmana, movidos a ello por Khaled Mechaal y por el dinero de Qatar, y que están luchando en Siria bajo la dirección del Mossad y contra otros palestinos– vengan a socorrer a sus Hermanos egipcios. Pero el cierre de los túneles, además de mantener el Hamas a raya, también acentúa el sufrimiento del Pueblo palestino.

Por otro lado, el Consejo Militar designó e instaló un presidente civil interino, Adly Mansur, el francófilo presidente del Consejo Constitucional. De esa manera, bajo la presión de los acontecimientos, el ejército violó el orden constitucional poniendo el poder en manos de quien tenía la responsabilidad de garantizar ese mismo orden constitucional.

Al tratar de enfrentar lo urgente de la situación, el Consejo Militar creyó que podía designar como primer ministro a Mohamed ElBaradei, un hombre que dispone de la confianza de Washington. Así esperaba garantizar la continuación de las subvenciones estadounidenses, de 1 390 millones de dólares al año. Ante la oposición de los salafistas del partido Al-Nour, el ejército –fiel a la «Hoja de ruta»– suspendió esa nominación, mientras se procede a una nueva negociación.

El futuro dirá si el Consejo Militar es capaz de mantener la unidad nacional ante el peligro que constituye la Hermandad Musulmana. O si, impulsado por el estruendo de las armas, acaba imponiendo una nueva dictadura.

[1«¿La caída de Morsi anuncia el ocaso de la Hermandad Musulmana?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 8 de julio de 2013.