En Egipto, el general Abdel Fattah al-Sissi –hombre del Pentágono nombrado hace un año jefe del Estado Mayor y ministro de Defensa por el presidente Mohamed Morsi– ordena disparar contra los partidarios de la Hermandad Musulmana que protestan contra la destitución y arresto de Morsi y llama a las fuerzas laicas a que salgan a la calle para que le otorguen «el mandato para hacer frente a la violencia y el terrorismo». La exhortación surtió efecto en Túnez. «Lo que está sucediendo en Egipto alimenta nuestras esperanzas y pudiera influir en Túnez, porque el enemigo común es la Hermandad Musulmana», declara Basma Khalfaoui, viuda de Chokri Belaid, el líder del Frente Popular asesinado en febrero pasado. Y concluye: «Lo sucedido en Egipto no es un golpe de Estado, es la continuación de la revolución».

La casta militar [egipcia] formada y financiada por Estados Unidos, garantizó por más de 30 años el régimen de Mubarak; y después la «transición pacífica» cuando el levantamiento popular derrocó a Mubarak; y luego el ascenso de Morsi a la presidencia, para neutralizar a las fuerzas laicas; y finalmente la destitución de Morsi cuando las oposiciones laicas se sublevaron contra él.

Ante la sangrienta represión del Cairo, la Casa Blanca ha declarado diplomáticamente ««no tener la obligación legal de determinar si los militares egipcios dieron un golpe de Estado al deponer al presidente Morsi», declaración que permite a Estados Unidos seguir entregando al Cairo una ayuda militar de 1 500 millones de dólares al año, lo cual equivale a seguir manteniendo la casta militar, palanca fundamental de la influencia estadounidense y occidental en Egipto. Igual que en Túnez.

Túnez, indica la embajada de Estados Unidos, es un «aliado estratégico de larga data para Washington», que ha formado, entrenado y equipado sus fuerzas armadas. Lo cual queda confirmado por el hecho que se trata de «uno de los pocos países que tiene cadetes en todas las academias militares de Estados Unidos», donde se forman unos 5 000 oficiales tunecinos de alto rango. Esa casta militar, que también tiene formación francesa, respaldó durante 24 horas al dictador Ben Ali y luego lo depuso oficialmente, cuando ya había sido derrocado de hecho por el levantamiento popular.

Actualmente, en momentos en que se agudiza el enfrentamiento entre islamistas y laicos, algunos representantes de la izquierda tunecina exhortan a esa casta militar a recurrir a una «solución» al estilo egipcio, o sea una intervención armada contra el partido islámico, el «enemigo común».

Una posición suicida. Como lo demuestra lo que está sucediendo en Egipto, donde las poderosas fuerzas externes e internas contrarias a la revolución han favorecido la división del movimiento popular que derrocó la dictadura de Mubarak, cuyo resultado es el actual enfrentamiento entre masas de musulmanes empobrecidos y masas de laicos también empobrecidos. Esto beneficia a la casta militar, que fortalece su propia posición y también de las potencias –encabezadas por Estados Unidos– que mantienen Egipto sometido a sus intereses políticos, estratégicos y económicos. Y beneficia a Israel, que recrudece su cerco contra Gaza: los militares egipcios han destruido o cerrado cerca del 80% de los túneles, vitales para el abastecimiento de alimento y combustible y por lo tanto para la supervivencia de la población palestina.

Y mientras que, siguiendo los pasos de Estados Unidos, la Unión Europea incluye la rama militar del Hezbollah islámico libanés en su lista de «organizaciones terroristas», Estados Unidos y sus aliados europeos siguen infiltrando grupos de terroristas islámicos en Siria.

Mientras tanto, hay gente de izquierda que sigue definiendo todo eso como una «revolución»

Fuente
Il Manifesto (Italia)

Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio