16. agosto, 2013 IPS Línea Global

Isaiah Esipisu/IPS

Nairobi, Kenia. La iniciativa de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de Bosques (Redd) parece ser una estrategia para combatir el cambio climático que se ajusta perfectamente a las necesidades de África. Pero también recibe muchas críticas.

La deforestación y la agricultura son responsables de una parte significativa de las emisiones de gases de efecto invernadero de África, aunque el Continente no está entre los principales contribuyentes al recalentamiento planetario. Conservar e incluso extender la cubierta forestal africana –la cuenca del Río Congo contiene el segundo mayor bosque tropical del mundo– reduciría las emisiones y, a la vez, absorbería carbono atmosférico.

La iniciativa Redd “es muy buena para África, aunque siempre habrá detractores que le busquen inconvenientes. Es especialmente bueno para los países donde predomina el miombo (sabana boscosa)”, dice Sharon Kockott, directora de Conservation

Science Africa, una entidad que trabaja en la conservación y recuperación de praderas comunitarias en Botsuana, Kenia, Zambia y Zimbabue.

La Redd propone estimar cuánto carbono está almacenado en la vegetación de un área en particular y, con base en ella, expedir los créditos de carbono necesarios para mantener y manejar de modo sostenible este elemento que, cuando es convertido en dióxido de carbono y liberado a la atmósfera, exacerba el calentamiento global.
Kockott explica a Inter Press Service (IPS) que proteger las reservas de carbono en las praderas y matorrales de la sabana es tan vital para mitigar el cambio climático como proteger las selvas tropicales de la cuenca del Río Congo.

“La teoría que hay detrás de la Redd dice que un bosque no existe en aislamiento, especialmente los de sabana. Pensemos en él como en una represa: la mayor cantidad de agua está en la parte más profunda de la represa (las mayores reservas de carbono están en los bosques tropicales ecuatoriales) y las sabanas son como el borde de una represa, es decir, el agua más llana en realidad es la que se retira más rápidamente”, explica.

Pero Nnimmo Bassey, director de la Health of Mother Earth Foundation (Fundación por la Salud de la Madre Tierra) e integrante de la No Redd in Africa Network (Red contra la Redd en África) piensa lo contrario.
“Redd es una falsa solución para la mitigación del cambio climático. Cuando uno custodia un bosque particular sin ofrecer una solución alternativa, los taladores se trasladarán a otros lugares, porque la necesidad sigue estando allí”, dice a IPS.

“El efecto neto es que la deforestación no se frena. Aunque lo hiciera en un lugar en particular, no habría ninguna garantía de que lo haría de modo permanente”, dice Bassey.

Destaca que la Redd también permite considerar como bosques a varias clases de plantaciones.

“Eso habilita, a quienes ven los árboles como meros sumideros de carbono, a reemplazar bosques con plantaciones, diezmando así la biodiversidad, la diversidad cultural y otros usos valiosos de los bosques y los productos forestales.”

La Redd puede desplazar comunidades dependientes del bosque de las áreas donde se desarrollan los proyectos a cambio de una limitada oferta de empleos como peones o guardabosques de los mismos recursos forestales que antes disfrutaban.

Se comprometieron miles de millones de dólares para desarrollar, realizar y expandir la Redd pero, según la Actualización de fondos climáticos del británico Instituto de Desarrollo en Ultramar, está claro que hasta ahora se desembolsó una parte relativamente pequeña de esa suma, especialmente en África.

La mitigación del cambio climático requiere datos detallados y precisos, así como mecanismos de verificación. El desarrollo de Redd expone la ausencia de capacidad administrativa de instituciones locales, nacionales e incluso internacionales en África.

Los desafíos que deben superar programas como Redd incluyen la complejidad de establecer niveles de referencia, parámetros como cuánto carbono retiene un segmento dado de un bosque y cómo evolucionará si no se cambian las prácticas actuales, para luego diseñar un proyecto que genere mejores resultados.

Una vez que esos parámetros y proyecciones estén establecidos, queda el enorme problema de contrastarlos con las realidades y su evolución en el terreno en lugares que a menudo son de difícil acceso.
La dificultad de cumplir en forma verosímil con estos requisitos determina, en cierto modo, que el esquema no se haya incluido en las obligaciones formales de abatir la contaminación climática y se mantenga entre las opciones de un mercado voluntario en el que las empresas pueden adquirir bonos de carbono como parte de sus políticas de responsabilidad social corporativa.

Por ejemplo, el proyecto Redd del corredor Kasigau, en Kenia, vendió parte de su primera tanda de 1.45 millones de unidades voluntarias de carbono –que representan la misma cantidad de toneladas de carbono secuestrado– al Nedbank de Sudáfrica, como parte de la campaña del banco para publicitarse como empresa neutral en materia de carbono.

“Debido a la crisis económica internacional que comenzó hace unos años, se asigna menos dinero a los programas de responsabilidad social”, admite Kockott.

“Las compañías siempre comprarán primero créditos de reducción de emisiones que les sirvan para sus objetivos obligatorios antes de pensar en los voluntarios”, agrega.

Los gobiernos africanos trabajan para crear los marcos necesarios para postularse, recibir y administrar fondos de la iniciativa Redd.
La República Democrática del Congo cuenta con una Coordinación Nacional para Redd y está ejecutando un Sistema Nacional de Monitoreo Forestal. Kenia lleva adelante procesos similares y considera la creación de un fondo nacional para absorber financiamiento internacional contra el cambio climático, catalizar recursos privados y alinearlos con las prioridades nacionales.
Philip Mrema, encargado de programas sobre bosques y cambio climático en la Alianza Panafricana de Justicia Climática, cree que la Redd debería centrarse en las poblaciones, fortalecer el manejo forestal y ampliar los depósitos de carbono y los beneficios sociales, mejorando así los medios de vida de las personas.

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Fuente: Contralínea 347 / agosto 2013