La ley 29499, de 18-1-2010, promulgada por Alan García, permite la conversión, por un juez que la decide y luego la puede revocar, de penas privativas de libertad, no mayores de 6 años, a vigilancia electrónica en la calle o en el domicilio que señale el condenado. Pero aún no se cumple por modorra del INPE y otros órganos y falta de licitación de brazaletes o tobilleras (u otros adminículos) que controlen el desplazamiento del interno.

No es cierto, entonces, que la detención domiciliaria sólo existe para procesados, pues ella es legalmente posible, desde hace dos años y medio, también para condenados, aunque como está la ley no le alcanza al reo Fujimori y adolece aún de reglamentos para echarla a andar.

Al implementarse esta norma, nuestra apiñada población penitenciaria de casi 70,000 reclusos, que purga condena en condiciones infrahumanas, por falta de capacidad instalada, y que cuestan al fisco un ojo de la cara, se reduciría en muchos miles, dependiendo de la política penitenciaria que se adopte: ¡podríamos tener 10,000 ó 20,000 internos menos!, sin recurrir a la corrupta subasta de conmutaciones de penas en favor de traficantes de drogas y por precio, que instituyó Alan García y sus varios ministros, esquilmando por excarcelar.

Esta conversión de pena a vigilancia electrónica de cómodos brazaletes y tobilleras es posible antes de la condena y después de ella. Ambas son legales y convenientes para el país. Además, este método resulta más barato que seguir construyendo costosas cárceles y persistir creyendo, con desbarre, en la vieja monserga de la resocialización, rehabilitación o reinserción social, que se repite históricamente. Los penólogos o penitenciaristas, de nuevo y viejo cuño, siguen dando pena y si llegan a congresistas, peor.

¡La pena no resocializa sino desocializa. Las cárceles no son clínicas de conducta, a donde habría que enviar a nuestros llamados políticos a tomar un curso acelerado! Ni las universidades lo son.

A nadie se le priva de la libertad locomotiva para enseñarle a vivir en libertad. La misma sociedad “libre” es impotente y ha fracasado en conseguir este feliz y anhelado resultado. ¡No se imaginan cuánto diera, quien esto escribe, por tratar de ser mejor sin tener que franquear los muros de la gélida cárcel!