9-9-2013

El dicho popular reza: contra gula, templanza y refiérese, más bien, a cuando la opípara abundancia nos cerca y es imprescindible guardar templanza. Pero ¿qué ocurre cuando a millones circunda aviesamente la miseria? ¿nos hundimos en la ciégana desesperanzada que no otea horizonte o apelamos a la inteligencia, al buen humor y a más objetividad? Tengo la más viva fe que contra miseria ¡más serenidad y optimismo! He allí una clave de vida indesmayable y hermosa hasta en el solo hecho de pensarlo y motorizarlo en lo cotidiano.

Hay muchas clases de miseria. La material que apunta a faltriqueras vacías porque no se hizo nada para ganar la justa recompensa o por la sinrazón que los clientes no honran sus compromisos, en cualquiera de los dos casos las consecuencias en forma de obligaciones sin pagar es el lógico resultado. Pero si hay una miseria de la que abominar y huir con paso presuroso, esta es la miseria moral que echa al resto todas las culpas de su desgracia. Tengo la más plena convicción que la arquitectura de una vida plena puede reconocer bajones o fracturas pero como contraparte la imprescindible mirada de porvenir optimista, la de sabedores y constructores de uno o más proyectos exitosos y, sobre todo, la reflexión hondísima que no serán los panes y los peces bíblicos los que te saquen de la pobreza.

Las nuevas generaciones, tengo cómo saberlo, miden su "éxito" en la cantidad de tarjetas de crédito que poseen, el número de sellos en el pasaporte y en las retribuciones que obtienen cada fin de mes. En los últimos 12 meses ¡no hay siquiera un libro leído! ¿Es que el hedonismo materialista ha reemplazado las ambiciones de justicia social, igualdad y fraternidad que millones hicieron emblemas y testimonios de fe en calles y plazas? Un dilema sobre el que conviene reflexionar y hacerlo con paciencia y autocrítica.

Así como hay miseria y miserias, también hay "éxito" y éxitos. Hasta donde mi experiencia cincuentenaria y algo más me permite ver, suele ser imposible reemplazar los valores de solidaridad y amor a la tierra. Ninguna tarjeta Visa, Master Card o American Express, generará identificación con el resto de seres o superará el patrimonio natural de que es dueño Perú en su vasto territorio. Por tanto, el dinero plástico sólo sirve para, contablemente, poseer cómo pagar gastos pasajeros y placenteros. Nada más.

La miseria moral también se nota en temas de Estado. ¿No parece oprobioso que dos ex jefes de Estado sean sospechosos de dineros ilícitos cuando son capaces de comprarse, directa o por la intermediación de testaferros, propiedades por millones de dólares? Uno de ellos, Midas al revés, es un aniquilador de cualquier clase de moral y sus dos gestiones gubernamentales revisten el sucio hedor del latrocinio. El otro fue la esperanza callejera de la protesta y lucha contra la dictadura fujimorista, pero hoy rumia el océano de contradicciones y es precarísimo el edificio de sus mentiras.

Además la miseria moral retrata en sus fauces a los clubes electorales que apenas tienen un hambre descontrolado por ocupar puestos en la maquinaria estatal y ser siervos de quien esté con las riendas administrativas. Más de una vez hemos dicho ¿qué manda un presidente del Perú?: poco o casi nada, es en los laboratorios de las empresas multinacionales que se decide el destino de los minerales que Perú exporta y sus precios en un mercado que puede estar en alza y también en baja como en los días que corren. Somos "elegibles" para créditos o capitales si los poderosos así lo afirman o, como en el caso de Estados Unidos y la DEA (Drug Enforcement Agency) damos probanza de buena conducta para que nos obsequien millones de dólares para la "lucha contra el narcotráfico".

Ninguna miseria más atroz que la miseria moral a nivel colectivo país o al ras de ciudadanos comunes y corrientes.

Puede que los bolsillos estén mustios y anémicos, es posible que las cuentas se venzan y se yugulen los servicios telefónicos, de luz, agua y etc., pero si hay algo que constituir es el monolito inteligente de una voluntad de acero que no se arredra con los fracasos y que los convierte en acicate y espoleo de la voluntad de victoria, del señuelo que presagia las trompetas del éxito y la alegría de la misión cumplida.

Importa poco que las convocatorias carezcan del éxito deseado y que muchos se hagan de los oídos sordos. Nada reemplazará la férrea voluntad de triunfo y éxitos que vendrán irremisiblemente. Cuando mañana haya que dar la mano el acto será con generosidad y sin distinciones y sólo por el hecho de ser enterizos seres humanos.

Por eso, contra la miseria: ¡más templanza!

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