13. octubre, 2013 Jorge Retana Yarto**
Ensayo

Segunda de tres partes

Hipótesis del complot interno-externo

El periódico La Republica, de Italia, publicó que Alí Agca –quien atentó contra la vida de Juan Pablo II– contó a la prensa que, sin la ayuda de determinadas personas –en concreto sacerdotes y cardenales–, no habría podido disparar de tan cerca dos veces seguidas contra el jefe de la Iglesia Católica cuando pasaba en su vehículo abierto por la Plaza de San Pedro, en 1981. “El Diablo está también intramuros en el Vaticano”, dijo, y luego precisó: “el Vaticano porta la responsabilidad por el ataque contra el papa. Sin la ayuda de algunos sacerdotes y cardenales no lo habría conseguido”. Agregó que “el 13 de mayo nadie sabía que cometería mi atentado. Recuerdo que en el último minuto había renunciado y decidí volverme a Zúrich, con el tren de las 20 horas, pero en aquel momento sucedió algo, un milagro, decidí volver y le disparé” (www.emol.com/noticias/internacional/2005/03/31/177620/ali-agca-asegura-que-sacerdotes-y-cardenales-lo-ayudaron-en-atentado-al-papa.html).

Una variante dentro de esta hipótesis la estableció el propio Agca, al declarar a la revista People, tras su liberación luego de 30 años de prisión, que “el objetivo no era matar al pontífice, sino herirlo” ya que, desde el sitio en donde él estaba “habría sido muy fácil matarlo, pero no estaba en los planes”. Sin embargo, en estas mismas declaraciones, al hacer algunos agregados importantes, realmente despunta ya otra versión al afirmar también que en “septiembre de 1980, un agente de los servicios secretos de un país extranjero lo contactó en Zúrich”, para lo que definieron como “una misión histórica”, y le prometió que saldría de la cárcel tras sólo algunos años de prisión, aunque, reconoció, que “las cosas no salieron así” (13 de agosto de 2010; www.cooperativa.cl/noticias/mundo/ vaticano/juan-pablo-ii/autor-de-atentado-contra-juan-pablo-ii-revelo-que-su-intencion-era-solo-herirlo/2010-08-13/151529.html). Es decir, habló de una eventual conspiración externa que encontró simpatizantes dentro de la estructura jerárquica del Estado vaticano. En realidad, no se contradicen las versiones, sino se complementan. Esto es lo que en la prensa mundial se denominó “la conspiración internacional en su variante turca”, pues “en la fase de preparación del atentado contra el papa el 13 de mayo de 1981, Agca actuó en estrecho contacto con la organización terrorista turca de extrema izquierda los Lobos Grises, radicada en Suiza y la República Federal de Alemania” (http://elpais.com/diario/1985/ 06/01/internacional/486424820_850215.html). Pero obsérvese la confusión y vaguedad o manipulación del articulista en este periódico de edición internacional: se clasifica a los Lobos Grises-Partido Nacionalista turco como de “extrema izquierda” (cuando en toda Europa se sabe que combatieron a los comunistas turcos en la década de 1970, como parte de la ofensiva de la derecha). Pienso que el articulista incurre en un grave error de apreciación ideológica y política por todo lo antes presentado, pero agrega algo interesante: la detención en Holanda de un turco que figura como Aslan Samet, armado con una pistola del mismo lote adquirido por Alí Agca en Viena, en la primavera de 1980. Esto pareciera vincular la fuente turca y nacionalista extrema del atentado. Pero pudo haber sido usada para otros intereses.

La hipótesis de la conspiración turca y búlgara

Ésta es una derivación de la raíz turca, de los Lobos Grises, del nacionalismo fascistoide turco-europeo. Aquí se elabora una hipótesis sobre una alianza extraña: la ultraderecha turca se alía con la izquierda del “campo socialista”, representada por el gobierno en Bulgaria, de sus servicios secretos y actúan para asesinar a Juan Pablo II mediante el turco Agca: “Los Lobos Grises recibieron el ‘contrato’ de los búlgaros a través de la mafia turca, y encargaron a Agca la difícil faena de matar al pontífice. Si hubo coberturas desplegadas para facilitar la fuga de la Plaza de San Pedro al terrorista turco, y si es cierto que había otros dos turcos encargados de ayudarlo, todo esto quedó envuelto en las nubes del misterio. Pero no hay otra explicación razonable para la conspiración ejecutada por los Lobos Grises y a la pista búlgara. En Bulgaria no se movía una mosca sin que se enterara el capilar sistema de los servicios secretos, el Partido y la policía. Y sin embargo, en el lujoso hotel Vitosha, en Sofía, Bulgaria, acampaban grandes mafiosos turcos y Lobos Grises, a quienes nadie molestaba. Alí Agca estuvo allí casi 2 meses”. El supuesto complementario es que dado el dominio que la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tenía sobre estos países, no podía ser ajeno a este trascedente evento (http://edant.clarin.com/diario/2006/01/13/elmundo/). Sin embargo se ha afirmado también que Alí Agca, luego de escapar de la prisión turca en donde purgaba una condena por asesinar a un periodista de tendencia política de izquierda moderada, envió una carta al periódico turco Milliyet, en la que amenazaba con matar al papa Juan Pablo II, quien visitaría Estambul 3 días después de su huida: “Los imperialistas occidentales, temiendo que Turquía y sus naciones islámicas hermanas puedan convertirse en una potencia política, militar y económica en el Oriente [Medio], envían a Turquía, en tan delicado momento, al jefe de las Cruzadas Juan Pablo II, disfrazado de dirigente religioso. Si esta visita […] no es cancelada, sin duda, mataré al papa-jefe. Éste es el único motivo de mi huida de la cárcel. Además, la responsabilidad en el ataque a La Meca, atribuible a norteamericanos [estadunidenses] e israelíes, no quedará sin castigo” (citado en www.comayala.es/Libros/ddc2/08.atentado.htm; fuente, Tribunal de Roma, Declaración de Motivos 11).

Pero más importante aún es que los servicios secretos franceses habían puesto en alerta al propio papa de que el atentado contra su vida estaba en pleno proceso de desarrollo, según se nos refiere en esta forma: “el Vaticano fue advertido de antemano por el SDECE, el servicio francés de documentación exterior y de contraespionaje: ‘en el mes de abril de 1981, ciertos servicios del SDECE, aún dirigido por Alexandre de Marenches, están persuadidos de que se prepara un atentado contra el papa. Disponen de suficiente información y es suficientemente seria como para inducir su convicción absoluta: ¡un asesino va a pasar a la acción en Roma! En torno al 20 de abril, Alexandre de Marenches envía a dos de sus más próximos colaboradores cerca del santo padre para advertirle del peligro…’ Recibidos discretamente en el Vaticano, transmiten a la santa sede la información detallada de la que disponen. Esta información es explosiva, pues pone directamente en cuestión a una potencia extranjera” (www.comayala.es/Libros/ddc2/08/). ¿Pero a cuál potencia se refieren? Se consideraron los detalles “secreto de Estado”. Incluso así lo declararon oficialmente tanto el jefe de los servicios secretos franceses como uno de sus enviados al Vaticano en una declaración ante el nuevo fiscal del caso en la ciudad de Washington, a la que él viajó para encontrarse con ellos e interrogarlos (primeros días de octubre de 1982) una vez que el caso se reabrió, el 6 de noviembre de 1981, bajo la nueva conducción del juez Ilario Martella (Agca ya había sido sentenciado por el juez anterior a cadena perpetua). Agca mantenía su versión de “la pista búlgara” que se apuntalaba en Estados Unidos por periodistas conocidos mediáticamente y en los gobiernos occidentales.

El 31 de octubre de 1984, el juez de instrucción, Martella, hizo público un documento en el que se inculpaba a seis personas como cómplices en el atentado contra el papa: tres búlgaros (Serguei Antonov, Jelio Vassilev y Todor Aivazov) y tres turcos (Oral Celik, Musa Celebi y Bekir Celek). Omer Bagci, otro turco involucrado en la preparación del atentado, fue acusado por importación ilegal de armas y municiones. Sin embargo, el fiscal no presentó acusación alguna contra el jefe de la mafia turca Abuzer Ugurlu (no olvidar el cuantioso tráfico ilegal de drogas y armas en la Europa media). El abogado francés Christian Roulette publicó en septiembre de 1984 su libro La filière. Habiendo tomado contacto con juristas y periodistas de diversos países, denuncia la “pista búlgara” como “el mayor montaje de la posguerra”. Un año después publicaría otro libro en la misma línea, titulado Le procès.

De todos estos acontecimientos, la primera llamada de atención la dieron los juristas búlgaros en el congreso que en octubre de 1984 reunió en Atenas a 400 miembros de la Asociación Internacional de Juristas Demócratas. Unas semanas después, la Unión de Juristas Búlgaros publicó un extenso documento en el que se decía que el hecho de que la única fuente de acusación sean las declaraciones de Agca “no es absolutamente aceptable ni jurídicamente admisible”. Se daba por supuesto que Agca “no podía obtener por otro medio información sobre los búlgaros inculpados, sino por contactos personales con ellos antes del atentado, y esto a pesar de los numerosos hechos que prueban que el criminal pudo romper su aislamiento en las cárceles italianas”.

Se habían vuelto las investigaciones un campo de batalla política internacional, de guerra mediática y de intereses estratégicos: o era secreto de Estado, o era un montaje internacional de las potencias occidentales, o era un complot con participación de autoridades eclesiásticas de alto nivel dentro del Vaticano, o era una gran cortina de humo para esconder otras situaciones comprometedoras para los servicios secretos occidentales u otras cosas. Pero entonces, realmente, ¿quién ordenó ejecutar al papa y por qué? Llama la atención la variedad de versiones del inculpado, su acceso mediático y su capacidad de volver sus versiones acusaciones internacionales que modificaban el entorno sin mayores sustentos más que su palabra. Para estar acusado de un delito tan grave tenía demasiada libertad, recibía todo tipo de visitas (especialmente de agentes de servicios secretos occidentales) e incidía para cambiar las coyunturas políticas internacionales, no como un mentiroso, sino –como todo indicaba– mediante un juego político conducido por alguien más.

Valoremos esta aseveración: “el periodista Borchgrave, que da un ‘testimonio espontáneo’, y el diplomático De Marenches, que se calla, tienen un amigo en común: Francesco Pazienza, agente de los servicios franceses desde 1976, hombre de confianza de logias masónicas estadunidenses, de los servicios secretos italianos, el hombre que ha podido coordinar las tareas confiadas a aquellos que rodeaban la celda de Agca: Raffaele Cutolo, jefe de la Camorra; Senzani, de las Brigadas Rojas; el padre Morlion, de la CIA; el capellán camorrista Santini; e instituciones integristas y neonazis. Pazienza era el hombre de Reagan en Italia” (www.comayala.es/Libros/ddc2/08/).

La hipótesis manipulada de la conspiración desde la URSS

Se ha afirmado en varias ocasiones, por distintos analistas y periodistas, que Karol Wojtyla era espiado y vigilado por los servicios de inteligencia del régimen polaco y por el propio KGB (Comité para la Seguridad del Estado o Agencia de Inteligencia de la entonces Unión Soviética) desde su estancia en Polonia, particularmente desde que fue investido cardenal de Cracovia. Pero, igualmente lo hizo la CIA (se habla de 1 millar de archivos de los cuales sólo unas 300 páginas han sido desclasificadas). Esta hipótesis de la participación directa del KGB en el atentado ha sido difundida mediante dos vertientes: desde una comisión parlamentaria italiana (que no fue una investigación judicial) y la propia CIA. Paolo Guzzanti, presidente de la Comisión Parlamentaria que investigó el “Caso Mitrojin” (espías que trabajaron para el KGB) ha afirmado que detrás del atentado contra el papa Juan Pablo II estaba el KGB. Dicho planteamiento, que pretendió ser conclusivo (no hipotético), afirmó que “dirigentes de la URSS [Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas] tomaron la iniciativa de eliminar a Karol Wojtyla, y la transmitieron al servicio secreto militar para que adoptara todas las operaciones necesarias para realizar un delito de gravedad única”. El informe retoma la llamada “pista búlgara”.

De acuerdo con esto, agentes búlgaros dieron cobertura al atentado ejecutado por el turco Alí Agca, quien llevó a cabo el atentado. Agca acusó a Sergei Antonov, exjefe de las líneas aéreas búlgaras Balkan Air en Italia, de ser la persona que debía esperarle tras el atentado cerca de la Plaza de San Pedro, para facilitarle la huida. Las anteriores afirmaciones de Alí Agca en el sentido de que había personajes del interior del Vaticano que colaboraron con él pareció tener mayores elementos cuando, en 2005, el Instituto Polaco de la Memoria Nacional, un ente público independiente cuyo estatuto fue aprobado en diciembre de 1988 por el Parlamento Democrático de Varsovia con el objetivo de restablecer la verdad histórica sobre la opresión nazi y comunista de Polonia de 1939 a 1989 (no podemos pensar que esté fuera el componente ideológico propio de los nuevos gobiernos polacos a la caída del régimen comunista), examinando para ello los archivos secretos de la policía secreta polaca, concluyó que uno de los hombres más cercanos a Juan Pablo II, el padre dominico Konrad Stanislaw Hejmo, responsable de las peregrinaciones a Roma, habría sido desde los tiempos del régimen comunista en Polonia uno de los más estrechos informantes para los servicios secretos del gobiernos de orientación marxista. La fuente de esta revelación fue León Kieres, presidente de dicho Instituto. Sin embargo, la causa principal, según el informe, fue la enorme molestia que causo en el Kremlin el apoyo de Karol Wojtyla al movimiento Solidarnosc en Polonia, que protagonizó el principio del fin del régimen comunista.

Sin embargo, Alí Agca, dentro de la lógica del “complot interno” que respaldaba la idea del asesinato, culpó también directamente al entonces secretario de Estado, Agustino Casaroli, de haber ordenado el asesinato de Juan Pablo II (en una de tantas versiones) a través de un contacto en el Vaticano identificado como Padre Michelle, con quien planeó todo. Incluso que lo ensayaron en la Plaza de San Pedro, y que el papa sabía muy bien de esta conspiración; además que ni la CIA ni el KGB tuvieron nada que ver, que la llamada “pista búlgara” fue un invento para terminar de hundir a la Unión Soviética. Todo en una entrevista ante la televisión turca (“Los soviéticos y el ataque al papa”, 5 de marzo de 2006, www.elsalvador.com/vertice/; “Karol Wojtyla vivió más de 40 años rodeado de espías polacos”, 6 de febrero de 2007, www.belt.es/noticiasmdb/; y “Alí Agca afirma que El Vaticano le ordenó atentar contra el papa”, 10 de noviembre de 2010, www.ikerjimenez.com/noticias/).

La hipótesis Iraní desde el Ayatola Jomeini

En un libro autobiográfico de título Me ofrecieron el paraíso. Mi vida y la verdad sobre el atentado al papa, Alí Agca nuevamente ofrece otra versión: según él cuenta que durante la visita que le hizo Juan Pablo II tras recuperarse del atentado en la cárcel romana de Rebbibia el 27 de diciembre de 1983, le preguntó quién le había mandado que le matara, y que ante el recelo que él mostró le dijo: “te doy mi palabra de honor de que lo que me digas quedará entre nosotros”, y la respuesta de Agca fue que le confesó que el inductor del atentado había sido el ayatolá Jomeini y que le pidió al pontífice que guardase el secreto. Afirma que sus palabras exactas fueron: “Ha sido Jomeini y el gobierno iraní los que me han ordenado que te mate”. Obviamente, de haber sido cierta esta versión y el papa darla a conocer, la vida de Agca tendría sus días contados. Agrega el turco, integrante entonces de la organización Lobos Grises: “Juan Pablo II guardó el secreto”, pero considera que pasados ya 32 años, una vez que ha recobrado definitivamente la libertad y rechaza el ‘nazi-fascismo islámico’ puede desvelar ese gran secreto”. El papa Juan Pablo II afirmó en distintas ocasiones, como fiel devoto que era, que su sobrevivencia al atentado se debía a un milagro de la virgen de Fátima, ya que aquel día era también la festividad de dicha santidad. Sin embargo, el cardenal Federico Lombardi (con distintos cargos en el manejo informativo sobre la santa sede, por ejemplo vocero del Vaticano recientemente), luego de leer el libro, según consigna la prensa italiana, interrogó al actual cardenal de Cracovia, Polonia, Stanislaw Dziwisz, quien asistió al diálogo entre Juan Pablo II y Alí Agca, aunque se mantuvo a cierta distancia, y que éste le confirmó que en aquel coloquio no se mencionó nada sobre Jomeini ni el gobierno iraní de la época. Es decir, según ambos, Agca miente. No obstante, el frustrado magnicida afirma en el libro que se encontró con Ruholla Jomeini –luego de huir de una cárcel turca acusado de homicidio el 23 de noviembre de 1979–, quien afirmó al encomendarle dicha misión: “Esta es la voluntad de Alá, querido Alí. No tengas dudas […] Alá te llama a esta gran misión. No dudes nunca, ten fe, mata por él, mata al anticristo, mata sin piedad a Juan Pablo II, y después quítate la vida para que la tentación de la traición no ofusque tu gesto […]. Esta muerte abrirá una vez por todas la vía para el regreso del imán Mahdi a la Tierra. Este derramamiento de sangre será el preludio de la victoria del Islam en todo el mundo. Tu martirio será recompensado con el paraíso, con la gloria eterna en el reino de Alá” (“Ayatola Jomeini ordenó el atentado a Juan Pablo II”, 1 de febrero de 2013; www.sexenio.com.mx/articulo/; e “Irán ordenó la muerte de Juan Pablo II, dice autor”, 1 de febrero de 2013”, www.abc.com.py/mundo-curioso/iran-ordeno-muerte-de-juan-pablo/).

En el mundo islámico hubo quien hacía responsable a Juan Pablo II de una “cruzada religiosa contra el Islam.” Sin embargo, es importante consignar que Rosario Priore, el juez instructor del proceso por el atentado contra Karol Wojtyla, al conocer la versión declaró que “cuando investigaba sobre Alí Agca me llegaron indicaciones sobre un posible papel de Teherán. Fueron indicaciones que recibí poco después del atentado”. Agregó el magistrado: “hubo cuestiones ‘desagradables’ de los servicios secretos de todo el mundo. Naturalmente, los más activos fueron los búlgaros y todos los del Este. Pero también la CIA presionó para que se acreditara la responsabilidad al bloque soviético del atentado en contra del papa”. El documento judicial que expone el caso es justamente la sentencia que redactó Priore en 1988. Una instructoría que nació en 1985, mientras continuaba el proceso en el que se encontraban involucrados, además del artífice del atentado, algunos funcionarios de la compañía aérea Balkan Air, en un procedimiento que debía arrojar datos positivos sobre la llamada “pista búlgara” y que terminó en 1986 con la absolución de los supuestos cómplices (Giacomo Galeazzi, “Priore: la matriz iraní del atentado al papa no es novedad”, 5 de febrero de 2013; http://vaticaninsider.lastampa.it/es/reportajes-y-entrevistas/dettagliospain/articolo/agca-agca-agca-21962/). Pero el desvanecimiento de la “pista búlgara” y con ella la posible autoría del bloque comunista y las órdenes del Kremlin, la desestimó en vida, públicamente, el propio Juan Pablo II: “el papa Juan Pablo II dijo el viernes al presidente de Bulgaria, Gueorgui Parvanov, que nunca creyó en la llamada ‘pista búlgara’”, además: “Antes de eso, hubo declaraciones similares del papa ante el exrey de Bulgaria, Simeón, y durante la visita al Vaticano del ministro de Educación y Ciencia búlgaro, Ilcho Dimitrov. En aquella ocasión Juan Pablo II dijo que había que “limpiar para siempre la llamada ‘pista búlgara’ del atentado”, y declaró que invitaba a visitar el Vaticano a Sergei Antonov, el representante en Roma de las líneas aéreas búlgaras Balkan –que había salido absuelto de un juicio en el que compareció como presunto cómplice del atentado y juzgado como presunto cómplice– con la intención de “dar su bendición personal al ciudadano búlgaro y rezar por su salud” (Rafael Poch-de-Feliu: “La ‘pista búlgara’ y la muerte del papa”, www.lainsignia.org/2005/abril/int_ 006.htm).

La mención del juez de la causa sobre las presiones recibidas para inculpar a los servicios secretos de los países del Este sin poder acreditarlo judicialmente y el desmentido público reiterado del propio Juan Pablo II al respecto, son notoriamente suficientes. Inclusive, los inculpados turcos señalados por Alí Agca fueron liberados “por insuficiencia de pruebas”.

La hipótesis desde el solo entorno italiano

Miembros de los servicios secretos italianos vinculados a la logia masónica P2 (Propaganda Due) desviaron la investigación. Una primera contradicción revela un gran desconcierto interno en las autoridades italianas que tomaron en sus manos la investigación: Luciano Infelisi, el primer magistrado encargado del caso, declaró: “Para nosotros existen pruebas documentales de que Mohamed Alí Agca no actuó solo”. Sin embargo, fuentes del gobierno italiano manifestaron lo contrario: “La policía está convencida de que Agca actuó en solitario”. El auto de procesamiento del magistrado Infelisi fue revisado, se suprimió la referencia a la colaboración de otras personas y, a los pocos días, el propio Infelisi fue apartado del caso, primera pésima señal, porque al tiempo, Alfredo Lazzarini, jefe de la DIGOS (sigla de la policía antiterrorista italiana), declaró públicamente que: “No tenemos ninguna prueba, ni indicios, ni pistas, ni la menor evidencia de que exista una conjura internacional”. El antes citado juez Priore se ocupó del caso hacia mediados de 1985. No logró avanzar sustancialmente en las líneas de investigación abiertas, pero en el ambiente italiano surgió un elemento a considerarse: las listas con nombres y detalles de los miembros del Vaticano pertenecientes a la logia masónica P2, que también pasaron por las manos de Juan Pablo I. Entonces, hay una doble implicación analizado el atentado desde el ámbito político interno italiano: la participación de la logia masónica P2 y la participación de los servicios secretos italianos y franceses que insinuaron tener toda la información, pero ésta era irrevelable por ser “secreto de Estado”, misma razón por la que el entonces gobierno de Giulio Andreotti bloqueó las investigaciones de los fiscales, como lo aseveró el juez Martella al Diaro L’Stampa en junio de 1991. Sobre la logia masónica P2 se afirmó entonces, por parte de Ambrogio Viviani, que fue durante 4 años el responsable del contraespionaje italiano, quien vincula a la logia masónica P2 con el atentado al papa. Según el general, “para analizar el atentado del siglo es necesario escribir en tres columnas las fechas de lo que ocurría entonces en Polonia, los movimientos de Alí Agca y lo que sucedía en Italia [la aparición de las listas de la P2]”.

Un articulista como Juan Arias (periódico El País), quien participó en todas las giras de Juan Pablo II, comentó al respecto: “el hecho de que la P2, de alguna forma, directa o indirectamente, participase en el atentado al papa ha sido siempre un tabú que todos han querido evitar” (“Dos asesinos para matar a un papa”, 1 de agosto de 1988, http://elpais.com/diario/1988/08/01/internacional/586389603_850215.html). Por lo tanto el atentado, sus orígenes, planeadores, ejecutores y motivaciones, no era en realidad “secreto de un Estado”, sino de varios, o invención de distintos de ellos.

La CIA y la doble hipótesis de la mafia trasnacional

El primer estudio interno del caso por parte de la CIA no se hizo hasta mayo de 1983 y mostraba “tendencia a poner en duda la complicidad de los búlgaros”. Pero lo que sobre todo indujo a los máximos analistas de la CIA a rechazar la hipótesis de la conexión búlgara fue el hecho de que “Moscú no tenía ningún incentivo para ello”. Más aún, en 1981 los analistas estaban convencidos de que “Moscú había llegado a un acuerdo con el papa en virtud del cual éste moderaría la agitación en Polonia a cambio de las promesas soviéticas de no intervenir”. Probablemente, el 12 de julio de 1985 el grupo especial de la CIA que investigaba sobre el atentado contra el papa entregó una nota en la que se decía que “el papel de Juan Pablo II como fuerza agravante en la crisis polaca se veía compensada por su papel moderador, y que Moscú tenía poco que ganar con su eliminación… Matar al papa no hubiera resuelto el problema polaco de Moscú, sino que, en vez de ello, hubiese podido exacerbarlo al causar más agitación”.

Fue una conclusión correcta. Sólo a un demente se le hubiera ocurrido echarle gasolina al fuego. Más atrás decíamos que la intervención de varios servicios secretos de los gobiernos occidentales en calidad de confusionistas más que de esclarecedores con sus “investigaciones”, podía ser una maniobra distractora que ocultaba algo: “el 24 de noviembre de 1982 el juez de Carlo Palermo Trento anunció órdenes de detención contra 200 personas de diversas nacionalidades que trabajaban para el círculo de traficantes de armas y drogas más importante de todos los descubiertos en nuestra época: “el círculo, que enviaba heroína a Occidente y armas al Este, dominaba este tráfico en doble sentido desde Turquía y el Próximo Oriente [Oriente Medio] a toda Europa occidental y Estados Unidos. Los principales componentes eran la mafia siciliana, que trabajaba en tándem con la Cosa Nostra norteamericana [estadunidense], y la mafia turca, cuyo jefe supremo en la terminal del Este era el padrino Abuzer Ugurlu. La conexión de la mafia turca con otras bandas en Europa era el copadrino de Ugurlu, Bekir Celenk, cuya detención fue ordenada por Palermo unas semanas más tarde”. El asunto era gordo, inconfesable: “miles de millones de dólares, bancos poderosos, hombres de reputación inatacable, masones, militares de alta graduación, financieros vaticanos, terroristas, asesinos, servicios de inteligencia del Este y del Oeste” (“La desaparición de Emanuela Orlandi”, www.comayala. es/Libros/).

Pero hay más sobre este punto: “El 2 de octubre de 1991, el juez Carlo Palermo denunció en el semanario Avvenimenti que la Banca de Crédito y Comercio Internacional (BCCI) “era la caja fuerte del terrorismo y del tráfico mundial de armas”. Los principales imputados en la investigación sobre armas y droga realizada por el juez Palermo “serán después implicados en los asuntos Calvi-Ambrosiano y en el atentado contra el papa Wojtyla” (De Angeli, “Le guide di mafia connection, III”, Biblioteca e Centro Documentazione, 1992, I, página 173).

Como se puede apreciar, en este señalamiento convergen dos cuestiones fundamentales: toda la historia de los últimos años sobre cómo la mafia, en complicidad con estructuras internas de poder en el Vaticano y altos personajes eclesiásticos habían dominado para sus intereses y fines criminales las instancias financieras de dicho Estado, y junto con ello emergían nuevamente las propias interrogantes sobre la muerte de Albino Luciani (Juan Pablo I) y luego el atentado a Juan Pablo II, bajo un contexto de personajes ligados a la mafia trasnacional, todo lo cual –con las revelaciones del fiscal Palermo– se engarzan directamente.

Es decir, atentado, circunstancias y personajes (incluyendo a Alí Agca, Lobos Grises y criminalidad en la zona geográfica señalada), derivan hacia el atentado de la Plaza de San Pedro, aprovechando la febril actividad anticomunista de Karol Wojtyla como distractor; y a su vez, manipulando el tercer secreto de la virgen de Fátima (que habla de la lucha contra el ateísmo ruso como “fuente del mal” y era una gran coartada para desviar la atención sobre los responsables reales del atentado), como apuntó el juez Palermo (quien sufrió también un atentado en Sicilia en abril de 1985 prosiguiendo investigaciones): “sobre la base de datos verificados a nivel bancario, el asesino turco aparecía vinculado a la cúpula de la masonería inglesa y a las sectas integristas inspiradas en el culto de Fátima”.

La hipótesis sinóptica o “la pista político-mafiosa-europea”

Ésta (con las vertientes incorporadas desde la hipótesis anterior), que podríamos llamar “la pista político-mafiosa-europea”, se solidifica con los elementos y conclusiones que se presentan y parecen cuadrar con mucha más consistencia si consideramos lo siguiente: Vincenzo Calcara, jefe de la mafia siciliana “arrepentido” (son quienes desertan de la organización y colaboran con la justicia dando información a cambio de un trato judicial más benévolo para sus responsabilidades criminales) declaró a la Fiscalía que Agca estuvo 2 días en Palermo, 6 meses antes del atentado, y cuyos gastos fueron financiados “misteriosamente”, por lo cual sostuvo que “en el atentado al papa habría conexiones entre Alí Agca (cuya presencia fue registrada en el lugar siciliano de las 23 horas del 13 de diciembre a la mañana del 14 de diciembre de 1980); Salvatore Riina; Antonino Vaccarino, exalcalde democristiano de Castelvetrano, Trapani; y un tal Antonov (no identificado), que después sería asesinado en Milán”, agregando motu proprio el juez Carlo Palermo en su libro El papa en el punto de mira, que estando en Trapani, Sicilia, “un mes después descubrió cerca de Trapani la refinería clandestina de Alcamo, abastecida de droga por la misma organización de la mafia turca descubierta en Trento. De ella formaban parte Celek y Alí Agca. No en vano se ha dicho que ‘de Nápoles a Trapani el territorio está sólo en parte en manos del Estado’”. Numerosos árabes de la organización, así como los turcos Tegmen Ertem, Bekir Celek y Atalay Saral (estos dos últimos implicados también en el atentado al papa), “durante mucho tiempo gozaron de protección en Europa y en Estados Unidos, siempre como informadores o agentes cubiertos de los servicios secretos estadunidenses. No es, por tanto, casual que Mohamed Alí Agca haya estado en contacto con la organización de la mafia turca y siciliana, la cual en Trapani (precisamente en Alcamo) llevaba en aquellos años un laboratorio para la elaboración de morfina base”. Los Lobos Grises son un partido que negocia con drogas como medio de financiación: “Escondida en camiones, la heroína se transporta a través de Bulgaria y Yugoslavia –la ruta de los Balcanes– hasta Europa”. Y se ofrece un corolario: “El padrino de Agca, Oral Celik, no podía sino ser un dirigente del MIT, del servicio secreto turco, directamente vinculado a los servicios secretos americanos [sic]” (puede verse el video de “Carlo Palermo e la strage di Pizzolungo” en www.youtube.com/watch?v=bLh Sud5nRCQ; igualmente se puede ver el documental “Atentado papa Juan Pablo II” en www.youtube.com/watch?v=hCEJrxQiHCo).

Lo anterior se refuerza con las aseveraciones que hacen las agencias de prensa ANSA y EFE que, citando también declaraciones de Vincenzo Calcara ante el entonces juez de la causa Rosario Priore, en el sentido de que “el atentado al papa Juan Pablo II en mayo de 1981 fue el fruto de una conspiración de la mafia, los búlgaros y sectores del Vaticano […] Según el arrepentido, el padrino Antonino Vaccanino le contó sobre una reunión que habían mantenido en Roma el jefe de Cosa Nostra, Salvatore Toto Riina, con el arzobispo estadunidense Paul Marcinkus, que organizaba los viajes del papa y dirigía el Banco Vaticano, el IOR (Instituto para las Obras de Religión). También habrían participado un cardenal no identificado de la Curia Romana –el gobierno central de la Iglesia– y Serguei Antonov, un espía búlgaro. Todo esto habría ocurrido entre 1980 y 1981 y formó parte de un plan para matar a Juan Pablo II que, según Calcara, fastidiaba a la mafia y a grupos internos vaticanos. En realidad, en aquellos años había en Sicilia una sangrienta guerra mafiosa, y Riina no era aún el indiscutido capo de los capos. El arzobispo Marcinkus, además, estaba en gran ascenso. Juan Pablo II lo protegía y estimulaba, porque las turbias maniobras en el mercado internacional de cambios del Banco Vaticano le permitían financiar las redes de resistencia del Sindicato Solidaridad en Polonia y de otros grupos anticomunistas en el Este europeo. El papa defendió a Marcinkus hasta el final”. Y se afirma igualmente en tales notas periodísticas: “poco antes del atentado [Calcara] viajó a Roma en donde, con otros mafiosos, se encontró con dos terroristas turcos y con el búlgaro Antonov. No dijo por qué, pero que uno de los dos fue asesinado y enterrado, aunque su cuerpo no apareció nunca”. (Julio Algañaraz, “Versión sobre el atentado al papa”, 6 de abril de 1998, El Clarín; http://edant.clarin.com/diario/1998/04/06/i-03201d.htm).

Esta falta probatoria del mafioso arrepentido (quién era el asesinado y en dónde estaba enterrado y que su cuerpo nunca apareció) por supuesto que desalentó al jurista sobre la veracidad de las declaraciones, pero tiempo después se identificó, localizó y desenterró al mafioso referido por Vicenzo Calcara: se trataba de Enrico de Pedís, uno de los tres jefes de una de las organizaciones intermedias de la mafia llamada La Magliana y era conocido también como Renatino, quien había sido asesinado en la romana Plaza Campo de Fiori en un “ajuste de cuentas” el 2 de febrero de 1990, siendo enterrado en el cementerio Verano de Roma. Pero después, la viuda del mafioso, que al parecer fue un generoso benefactor de la Iglesia, logró que fuese trasladado a San Apolinar, iglesia que dirige actualmente el Opus Dei, a una tumba construida en la cripta de la iglesia. Por ello, resultaba extremadamente difícil identificarlo y localizar el cuerpo, comprobando así lo que había dicho Calcara, por lo menos en esta parte de la confesión. Cuando se reveló todo lo anterior, dicha tumba fue abierta por orden de la Fiscalía de Roma, curiosamente, en el contexto de las investigaciones sobre la hija adolescente de un empleado del Vaticano de nombre Emanuela Orlandi, de 15 años, por lo cual, articulando las declaraciones del mafioso arrepentido con los hechos antes mencionados, se generaba un vínculo directo de orden pragmático entre ambos procesos, ya que, adicionalmente, el secuestro de la jovencita (quien nunca apareció) se le atribuyó a un grupo llamado Frente de Liberación Turco, que demandaba la liberación de Alí Agca, quien aseguró a la prensa que la joven estaba viva y vivía en Europa.

Pero todo ello no pudo probarse jurídicamente, porque tal y como pasa en estos casos, cuando las investigaciones están cerca de los hechos reales, los protagonistas principales han muerto. (“El Vaticano y la apertura de la tumba de un mafioso enterrado en una iglesia romana”, actualizado, 15 de mayo de 2012, www.religionenlibertad.com/articulo.asp? idarticulo=22571).

El colmo es ya la afirmación de que el Vaticano, a través del vicario general de Roma, cardenal Ugo Poletti, aceptó un pago de 661 mil 261.75 dólares de la viuda del jefe de la mafia (una exprostituta llamada Sabrina Minardi, vuelta “testigo protegido” y colaboradora de la Fiscalía romana, y quien afirma en declaraciones para un libro que había sido amante de Paul Marcinkus, el presidente del Banco Vaticano o IOR, para permitir su entierro en la basílica antes señalada, según la agencia de noticias ANSA, reproduciendo lo dicho por “una fuente de la santa sede”, quien agregó que, “a pesar de la renuencia inicial […] ante el tamaño de la suma, dio su bendición” para el entierro del polémico Enrico De Pedis, exjefe de la banda Magliana de Roma que controló casi 1 década dicha ciudad, y sobre la cual, la citada viuda declaró que “tenía relación con la mafia siciliana, la Camorra, la masonería, los servicios secretos, políticos como Andreotti, empresarios, banqueros y altos prelados”. Todo ello contado por la periodista de televisión Raffaella Notariale en la introducción al libro Memorias. Secreto criminal. La verdadera historia de la banda de la Magliana (“Vaticano aceptó soborno para enterrar a jefe de la mafia, junto a papas y cardenales”, http://elcerro.com.uy/index.php?option=com/; y de Miguel Mora, “Amante del gánster, querida del obispo”, www.eldiariointernacional.com/spip.php?article3631).

En suma, el atentado contra Juan Pablo II se vincula, por las vías antes expuestas, a la muerte, con dudas razonables (en virtud de todas las acciones, fuerzas y motivaciones que giraban a su alrededor) de Juan Pablo I. Y en esto hay un conjunto de investigadores académicos y periodísticos que coincidieron con líneas de investigación, revelaciones y conclusiones que se hicieron desde los distintos fiscales que tomaron en sus manos el caso, y que periodísticamente le llaman “la trama vaticana”, la cual, por lo tanto, queda estrechamente ligada a lo que nosotros en esta investigación hemos llamado la hipótesis “del complot interno-externo” y la hipótesis “desde el solo entorno italiano”, las cuales se complementan y se convierten en el conjunto de hechos, eventos y procesos más sólidamente engarzados y con poderosos antecedentes estructurales desde el Vaticano, sus liderazgos y sus relaciones.

*Licenciado en economía, especializado en economía internacional; maestro en finanzas, con especialización en inteligencia para la seguridad nacional; miembro de la Red México-China de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México

TEXTOS RELACIONADOS:

Los atentados contra Reagan-Wojtyla: duelo de mafias

La coalición Wojtyla-Reagan: alianza católico-evangélica

La coalición estratégica Karol Wojtyla-Ronald Reagan

La coalición Wojtyla-Reagan: la inserción de la mafia

Fuente: Contralínea 356 / 14-19 octubre de 2013