17. diciembre, 2013 Marcos Chávez * @marcos_contra Capitales

Debemos impulsar, sin ataduras ni temores, todos los motores del crecimiento. Creo en un México con crecimiento económico sólido y sostenido. Por eso, lograr un México próspero es el cuarto eje de mi gobierno

Enrique Peña Nieto, 1 de diciembre de 2012

El balance del primer año de gobierno es un verdadero desastre para alguien que sin desdoro recargó excesivamente de empalagosas florituras su discurso de toma de posesión. A sabiendas que sus caros compromisos asumidos, los mismos consagrados en el altar de vanidades principescas de las cinco administraciones de la derecha priísta-panista precedentes, con quienes comparte los mismos principios ideológicos y políticos autoritarios y la misma fe económica neoliberal, nunca pudieron alcanzarse. Que en 5 años más es inconcebible que pueda logarse lo inalcanzado en los últimos 30 años, empleándose un programa económico idéntico y los mismos ajustes estructurales, los cuales, desde el cataclismo de diciembre de 1994, evidenciaron su inutilidad, sus límites y contradicciones irresolubles, su agotamiento. Que su avalancha de ofrecimientos no existirá más allá de la fatua retórica huera. Junto a la verborrea iniciática en el arte de la farsa política y la cábala económica de Enrique Peña Nieto, la ornamentación churrigueresca resulta recatada.

Las circunstancias del 1 de diciembre de 2012 se prestaron para el lirismo desbordado. El retorno apoteótico del longevo partido autoritario gracias a sus irremediables y manidos artilugios fraudulentos, ingeniosamente blanqueados por las autoridades electorales y la alternancia de favores, “la colaboración del presidente Felipe Calderón, cuya disposición institucional permitió una transición ejemplar, transparente, ordenada y apegada a derecho” (Peña Nieto dixit). El ritual cortesano para el nuevo príncipe, al nostálgico viejo estilo palatino priísta, resguardado por los muros barrocos del Palacio Nacional y la intransitable muralla de los sables, plácidos aislantes del plebeyo estruendo callejero, detractor de la transparencia de la transición y la calidad legal del triunfo peñista, asediado por un novedoso actor capitalino-federal, guardián del orden y versado en el encapsulamiento, la provocación y la represión de la protesta social.

En ese escenario irresistible, era inevitable que, con “una emoción profunda”, Enrique Peña Nieto, autodenominado “presidente democrático” y supuesto respetuoso “de [la] división de poderes” (sic), anunciara en su discurso de toma de posesión cinco ejes y 13 decisiones saturados de ambiciosas promesas, entre las que destacan: impulsar todos los motores para acelerar el crecimiento y, sin descuidar la estabilidad macroeconómica, México alcance la prosperidad y se convierta en un actor con responsabilidad global; modelar un México socialmente incluyente, de clase media, combatir la pobreza, cerrar la brecha de la desigualdad que divide a los mexicanos, promover la equidad, la cohesión y la elevación de la vida de las familias mexicanas; garantizar la seguridad, la justicia y la paz para las familias.

Los ejes y los motores de la carreta

Desdichadamente, en el transcurso de 2013, los viejos motores del crecimiento dejaron de funcionar y los ejes resultaron ser de una carreta que se hundió penosamente en las aguas estancadas de la economía.

El primer año del retorno de los símbolos del pasado fue atroz para la sociedad y la economía. Registró el peor comportamiento desde 2001.

El paquete económico de 2013 quedó en los anales de las cosas que nunca existieron. Nació muerto. Peña Nieto ni se dio cuenta. Como responsable de la conducción económica, Luis Videgaray tenía cosas más importantes como para preocuparse por un aparato productivo cuyos motores, el del mercado interno y el externo, dejaban de funcionar y se deslizaban por la pendiente de la desaceleración hacia el precipicio de la recesión inflacionaria. Dejó en las manos invisibles del mercado los ajustes automáticos. Le resultó más afrodisiaco y rentable para sus ambiciones principescas su papel adicional de recadero de Los Pinos que el de bombero económico de circunstancia.

El primer motor que falló fue el único que controla el Estado: el fiscal.

El piloto Videgaray no hizo el esfuerzo necesario para que se aplicara el gasto de acuerdo con el calendario presupuestal, el cual se desplomó globalmente en poco más del 10 por ciento, en términos reales, en el primer trimestre del año, comparado con el mismo lapso de 2012. Luego, su ejercicio fue lento y sólo tendió a ajustarse precipitada y desordenadamente a la trayectoria prevista hacia el tercer y último trimestres del año para evitar subejercicios.

Tampoco hizo nada para diseñar un programa contingente anticrisis, una vez que eran evidentes los síntomas recesivos de la economía, que el programa se había descuadrado y las metas esperadas eran ya sólo una anécdota. Ni siquiera hizo el intento para simular que se encontraba acongojado por el asunto económico. Ni para ocultar la responsabilidad de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en la caída económica debido al cambio de administración, el proceso de aprendizaje de los nuevos Chicago Boys que llegaron a los puestos de mando de la burocrática telaraña de la Secretaría, el torpe, tardío y pésimo ejercicio del gasto público y las múltiples barreras existentes que entorpecen su aplicación desde su aprobación.

De acuerdo con su actuación, Peña Nieto y Videgaray prefirieron sacrificar el corto plazo en favor de los pactos palaciegos con los partidos y un selecto club de “notables” al margen de la sociedad, con el objeto de imponer las antipopulares contrarreformas estructurales neoliberales. Con la maduración de éstas esperan que la economía acelere su ritmo de crecimiento en la segunda mitad del sexenio y termine con una tasa de 5 por ciento en 2018 y la creación de 1 millón de nuevos empleos en ese año. De paso, inmolaron a la población y las empresas.

Los esfuerzos se concentraron en tratar de sacar adelante lo más rápido posible los cinco acuerdos y las 95 propuestas de reformas firmadas por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y la chiquillería, los partidos rémoras del Congreso de la Unión. A la contrarreforma neoliberal laboral se sumaron otras como son hasta el momento: la educativa, de telecomunicaciones, la financiera, la fiscal. Esta última reproduce el mismo esquema seguido para su aprobación: la “negociación” en las penumbras y al margen de los reclamos de las mayorías; el funcionamiento del mercado mafioso del Congreso, donde se transan las leyes de acuerdo con los intereses y compromisos de los partidos; el atropello del proceso legislativo (dispensa de lecturas, por ejemplo); la precipitada votación de las ciegas manadas de los congresistas que desconocen los contenidos pero que se alinean al mandato divino (cosa de premios y castigos); el mayoriteo y el desprecio a los juicios opositores razonables, pese a que se pisoteen los intereses nacionales y de la población y se tuerza el cuello a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; la deliberada ambigüedad a los cambios en la Carta Magna para violentarla aún más con las leyes secundarias…

Así el PAN, por ejemplo, obtuvo, con algunos ajustes, la concesión del PRI para alcanzar otro más de sus dorados sueños neoporfiristas: la reelección de diputados, senadores y alcaldes, sin crearse mecanismos que les obligue a rendir cuentas y que castigue sus tropelías, entre otros cambios. Sólo falta la reelección Presidencial. A cambio de esa transacción, el PRI podrá cruzar sin contratiempos la aduana legislativa para realizar su fantasía depredadora neoliberal: subastar la joya de la corona a las corporaciones; reprivatizar la industria petrolera con un dadivoso premio adicional: la eléctrica.

¿Los peñistas se convertirán en comisionistas o en socios? Al menos otros que actuaron como ellos ya gozan del pago a sus leales servicios: han sido contratados como mascotas por las empresas beneficiarias.

A los opositores y defensores de las riquezas de la nación sólo les quedan las calles, donde la protesta pacífica es sinónimo de derrota bovina ante la ferocidad adquirida por los mastines represivos del Estado.

Para octubre, el gasto público real acumulado sólo mostraba un rezago de 0.4 por ciento respecto al mismo lapso de 2012. Sin embargo, esa “regularización” es irregular y desigual; tiene serios efectos multiplicadores y muestra graves atrasos. Por ejemplo, la inversión directa del gobierno federal observa un retroceso de 13.5 por ciento, o materiales y suministros de 16.2 por ciento. Por ramos administrativos del gasto del sector público, el de energía evidencia un desplome de 77 por ciento (¿para agravar su deterioro y justificar la reprivatización?); medio ambiente y recursos naturales, 18 por ciento; desarrollo social, 7 por ciento (¿el México sin exclusiones, de combate a la pobreza, de clases medias?); comunicaciones y transportes, 0.2 por ciento; educación pública, 2 por ciento (¿ahorros de la contrarreforma?); o turismo 35 por ciento.

Del lado de las cuentas nacionales, en el primer semestre, el consumo público real apenas aumentó 0.3 por ciento contra el mismo periodo de 2012. Es decir, cayó 93 por ciento. La inversión pública decreció 7.4 por ciento. Un año antes había crecido en 6 por ciento.

Por añadidura, al paralizarse el primer motor, el segundo, el privado, siguió el mismo curso. En un efecto en cascada, el retraso en el gasto público puso en serios apuros a decenas de miles de empresas de diversos tamaños que dependen, directa o indirectamente, de las compras, inversiones y otras operaciones con el Estado, o por la postergación en el pago de facturas. Ello explica las airadas protestas empresariales que exigían el ejercicio del gasto estatal. A lo anterior hay que agregar la pérdida de los ingresos reales de la población, debido a la inflación general y de la canasta básica en particular.

El motor del consumo privado real en el primer semestre creció en 3 por ciento, contra una tasa de 5.3 por ciento de hace 1 año: bajó 44 por ciento. La inversión privada creció a una tasa de 6.5 en 2012 y en 2 por ciento en 2013; fue 68 por ciento menor. Para agosto, la inversión productiva acumulaba un retroceso de 0.9 por ciento y la inversión en 4.5 por ciento. A junio de 2012, la inversión total (pública y privada) había sido de 6.5 por ciento y 1 año después decrecía en 0.9 por ciento.

Con los motores internos paralizados, la situación se agravó por el atascamiento del externo. Las exportaciones de bienes y servicios representan el 15 por ciento de la demanda total de la economía. En la primera mitad de 2012 las ventas externas aumentaron 5.7 por ciento, y en el mismo lapso de 2013 en 0.9 por ciento. Es decir, decreció apenas en 84 por ciento.

En esa lógica, era imposible que se cumplieran las metas económicas programadas para 2013. Lejos quedó el mediocre objetivo de crecimiento, estimado en 3.5 por ciento. Con trabajos, la economía apenas rasguñará la tasa del 1.2 por ciento, apenas un tercio de lo propuesto. ¿A eso se le puede llamar crecimiento? O es el estertor de un cuerpo agonizante. Lo llamativo es que a pesar de la recesión y el estancamiento económico, el déficit externo aumentó desproporcionadamente. En 2012, la balanza comercial arrojó un déficit por 47.5 millones de dólares. En octubre de este año fue negativa en 3 mil millones y cerrará el año en alrededor de 3.6 mil millones. La cuenta corriente pasó de un déficit de 14.6 mil millones en 2012 a 15.6 mil millones hasta septiembre de 2013. Al término del año se ubicará en poco más de 20 mil millones. La meta esperada era de 15.2 mil millones de dólares.

La meta de precios programada fue de 3 por ciento y será del orden de 4 por ciento. La inflación de la canasta básica pasará de 4 por ciento en 2012 a 5 por ciento en 2013, aunque sólo algunos precios como los esquizofrénicos de la electricidad, el gas y las gasolinas, o los impuestos prediales devoraron los 2.37 pesos en que generosamente aumentaron en promedio los salarios mínimos este año. El déficit fiscal esperado era de 326.3 mil millones de pesos (2 por ciento del producto interno bruto, PIB), pero cerrará en 394 mil millones (2.4 por ciento del PIB).

¿A qué “solidez macroeconómica y financiera se referirán Peña, Videgaray o Agustín Carstens?

En materia de empleos, Jesús Alfonso Navarrete Prida, titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, recién estimó que en 2013 se crearán de 450 mil a medio millón de nuevas plazas, aunque habían proyectado de 600 mil a 700 mil, y el país requiere anualmente 1.2 millones. Hasta octubre, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) contabilizaba 570 mil nuevos trabajadores registrados. De ellos, 490 mil fueron contratados permanentemente. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) contabiliza hasta septiembre 500 mil nuevos puestos. Los desempleados sumaron 225 mil para totalizar 2.7 millones; los informales 269 mil, equivalentes al 54 por ciento de los ocupados. En total son 13.9 millones. Al inicio del peñismo eran 13.7 millones. Los dos últimos conceptos suman 494 mil.

Como en el pasado, con el peñismo la economía es una fábrica de desempleados, informales y trabajadores que dejaron de buscar un empleo (6.2 millones). El total de ocupados son 49.5 millones. Los otros, 22.8 millones.

El nuevo curioso consenso

Lo peor de todo es que el presupuesto y la política económica para 2014 también fueron diseñados para un mundo que no existe. Por ejemplo, la tasa de crecimiento (1.8 por ciento) y la tasa de la inflación (3.5 por ciento) serán diferentes a las utilizadas para estimar su desempeño en 2014, al igual que el déficit corriente (19 mil millones de dólares). La historia se repite en el caso del consumo y la inversión. En particular, en el caso de la inflación probablemente se presente una burbuja debido al aumento del IVA (impuesto al valor agregado) en la zona fronteriza. Para 2014 se espera que cada variable señalada sea de 3.9 por ciento, 3 por ciento y 21.4 mil millones de dólares. Navarrete Prida hace cuentas alegres y supone que una tasa de crecimiento de 3.5 por ciento generaría unos 800 mil nuevos empleos.

El paquete económico tiene un optimista supuesto fundamental: considera los efectos multiplicadores de las reformas estructurales aprobadas y las que se suscribirán, así como una expansión de la economía estadunidense de 2.6 por ciento, en concordancia con las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI).

¿Son realistas las metas?

Ante todo, debe descontarse la contribución de los aumentos salariales en la demanda. Si es en línea con la inflación esperada, los salarios mínimos recibirán en 2014 otros 2 jugosos pesos diarios más. Pasarían de 63.12 pesos a 65.33. Los contractuales aumentarán en alrededor de 4 pesos.

A ellos debe restarse el efecto de la inflación y las alzas en el gas, la electricidad, las gasolinas, la lluvia de impuestos que se tendrán que pagar el próximo año (IVA, impuestos a la renta y especiales), los gravámenes a las prestaciones sociales. Más que mejorar el poder real de compra, éste se reducirá. El motor del consumo seguirá deprimido.

El gasto público programable pagado proyecta un alza real de 9.4 por ciento. En algo puede ayudar al crecimiento; siempre y cuando los nuevos impuestos y el aumento de los precios públicos y de la economía no afecten la recaudación, que se espera se eleve en 4.6 por ciento, y el déficit fiscal previsto no se dispare del nivel de 620 mil millones de pesos, el cual será financiado con más deuda; y que ya se haya pagado la novatez, la negligencia y las deficiencias en la conducción económica de Videgaray, pero sobre todo, que se acuerde que es secretario de Hacienda y Crédito Público.

Pero todo depende de las reprivatizaciones neoliberales y las montañas de dólares que supuestamente ingresarán a México. A esos factores está atado el crecimiento, el empleo y el bienestar.

Carstens dice que “las reformas son muy importantes por varias razones, la más fundamental es porque hará a muchos sectores más competitivos y en otros casos hará más baratos los insumos o los productos finales”. Entre esos insumos se considera la contrarreforma laboral, que busca abaratar los costos del trabajo: salarios, prestaciones o despidos, fórmulas que nada tienen que ver con el empleo digno, estable y mejor pagado, lo que contribuiría al bienestar.

Luis Robles Miaja, del BBVA Bancomer, primero dice que 2013 fue “mediocre”. Luego desinfla las ilusiones, pues agrega: las reformas económicas estructurales no pueden verse como “arte de magia, hacer la reforma y automáticamente poner a trabajar la máquina y producir crecimiento [...] Son de gran calado…”, pero no tienen un efecto inmediato en el crecimiento de la economía, “no actúan por arte de magia”.

Los gurús económicos del sector privado consultados por el Banco de México suponen que en 2013 la economía crecerá en 1.24 por ciento y en 2014 en 3.41 por ciento.

Jonathan Heath, del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas, añade que el primer año del gobierno de Peña Nieto fue una “desilusión”, y supone que la economía crecerá en 3.2 por ciento en 2014, lo que generaría 600 mil nuevos puestos de trabajo, cuando se necesitan al menos 1 millón.

Troy Wright, del Grupo Financiero Scotiabank, no se queda atrás en el mundo de las decepciones. Dice, sobre el primer año peñista, “no es lo que esperábamos”. En 2014 la economía crecerá en 3.5-4 por ciento, “pero vemos algunas oportunidades de crecimiento que no dependen de las reformas”.

Gerardo Gutiérrez Candiani, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, lamenta que donde se ha registrado menos avances con el gobierno actual es del lado del crecimiento económico y del cumplimiento del estado de derecho.

El consenso empresarial gira entre el desencanto y su pesimismo sobre el futuro inmediato.

En el caso del motor externo, el FMI estima que la expansión estadunidense pasará de 1.6 a 2.6 por ciento entre 2013 y 2014. Tan mediocre como el mexicano, cuya tasa estima, se elevará de 1.2 a 3 por ciento.

En términos de crecimiento, bienestar, del país próspero, incluyente, de clase media, tendrá que postergarse más allá de 2014. O del sexenio peñista.

*Economista

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Contralínea 365 / 16 – 22 de diciembre de 2013