A partir de las revelaciones de Edward Snowden sabemos que:

  • Estados Unidos espía a gran escala nuestra economía para apropiarse de nuestras tecnologías y patentes, lo cual se traduce –según estimados de la Unión Europea– en pérdidas por un monto de 50 000 millones de euros cada año;
  • La National Security Agency (NSA) intercepta, escucha y explota de forma sistemática todas las llamadas telefónicas, correos electrónicos y otras formas de telecomunicaciones;
  • Una instalación especial situada en el techo de la embajada de Estados Unidos en Berlín permite espiar todos los ministerios y el Bundestag [el Parlamento federal de Alemania] así como la Cancillería Federal, situados a menos de 100 metros;
  • La NSA escucha, durante las 24 horas del día, muy especialmente a nuestros dirigentes vinculados a los sectores de la economía y de la política, incluyendo sus teléfonos celulares –hasta el de la canciller federal–, lo cual permite a esa agencia estadounidense estar mejor informada que nadie en Alemania sobre todos los preparativos vinculados a las decisiones económicas y políticas.

Al principio, Estados Unidos negó las revelaciones de Snowden. Pero luego, ante los detalles que salieron a la luz, no tuvo más remedio que confesar que escuchaba, espiaba y vigilaba no sólo países extranjeros sino también países «amigos», así como la Comisión Europea en Bruselas.

Habría tenido que oírse entonces un grito de indignación colectiva a través del mundo entero, incluyendo Europa y Alemania, ante las taimadas actividades de las autoridades y el gobierno de Estados Unidos. Pero sucedió lo contrario. Fue Estados Unidos quien arremetió contra el «traidor» Snowden.

Gracias a las revelaciones de este último, nos enteramos también de que tanto Gran Bretaña como Francia espiaban a Alemania sistemáticamente, al igual que Estados Unidos. Del lado alemán, se adoptó una pose de indignación: «Eso no se hace entre amigos…». Pero el hecho es que nos quedamos callados. Parece que los políticos alemanes no se atreven a oponerse al ocupante.

El colmo de la sumisión alemana se pone de relieve en las negociaciones, en marcha desde hace meses, entre los servicios de inteligencia de Alemania y Estados Unidos, negociaciones cuyo supuesto objetivo sería lograr que Washington cese al menos de espiar a los miembros del gobierno, que reduzca su espionaje electrónico y que informe de sus resultados a los servicios secretos alemanes. Las negociaciones fracasaron porque Estados Unidos rechaza categóricamente toda modificación y se arroga el derecho a ejercer una vigilancia total sobre la política alemana, y también sobre la economía, los medios de prensa y todo el conjunto de la sociedad alemana.

Los políticos alemanes se muestran tan sumisos que ni siquiera tienen el coraje, a pesar de la vigilancia total que Estados Unidos ejerce sobre la economía y la sociedad alemanas, de suspender las negociaciones sobre la zona de libre comercio, particularmente favorable a Estados Unidos, para obligar a Washington a poner fin al espionaje. Las negociaciones se desarrollan a puertas cerradas, siguiendo la agenda de Estados Unidos, a pesar de que todo el mundo sabe que la NSA espía a los negociadores alemanes y europeos. Dicho de otra manera, es como si los estadounidenses estuviesen sentados a ambos lados de la mesa de negociaciones.

Es además verdaderamente escandaloso ver hasta qué punto nuestros responsables tratan de restar importancia a todo este asunto. Si algún país asiático o Rusia se hubiese dado el lujo de implementar tan solo una ínfima parte de este espionaje, los occidentales hubieran hecho un increíble escándalo, las expresiones de protesta habrían sido interminables.

El hecho que nuestro gobierno no se defienda seriamente del espionaje contra nuestra economía y nuestra población no es otra cosa que una violación del juramento que prestaron sus miembros. Y al no defenderse ni siquiera de un espionaje total contra sí mismo, nos demuestra que nuestro gobierno y las élites –como sucedió con el salvamento del endeudamiento de Europa entera– obedecen más a las órdenes atlánticas que a los intereses de la población y a sus propios intereses.

¿Qué tendría que suceder para que nuestro gobierno tome nuevamente en serio su obligación constitucional de defender los intereses de los alemanes y para que se interese por la libertad individual y por la inviolabilidad de nuestros derechos como individuos?

El escándalo del espionaje de la NSA demuestra que la pobreza moral que Estados Unidos muestra a través de sus actos se expresa también en la pasividad del gobierno alemán.

Fuente
Zeit Fragen (Suiza)