Para Rusia, Crimea no es una tierra extranjera que por simple capricho ha querido unirse al territorio de su vecino. La península de Crimea representa en la historia rusa un capítulo fundamental sin el cual no existiría la Rusia actual. En un estilo hagiográfico, la Oriental Review explica los vínculos orgánicos que unen Crimea y Rusia.
El 18 de marzo de 2014, el presidente Vladimir Putin saludó la reunificación de Crimea y Rusia en un discurso histórico. Muchos se habían quedado estupefactos ante los resultados del referéndum realizado 2 días antes, caracterizado por el más absoluto respeto de las reglas de la democracia y los principios del derecho internacional: el 82% de los electores de Crimea fueron a las urnas y casi el 97% de los votantes se pronunció a favor de la reunificación con Rusia.
Los resultados eran tan sorprendentes que, en Occidente, muchos se niegan a creer que la población de Crimea haya deseado tan ardientemente el regreso a la Madre Patria. Y hay que reconocer que tanto entusiasmo puede parecer irracional, e incluso artificial, a quien no conozca la heroica historia de esa tierra, tan generosamente regada con sangre rusa.
Es imposible comprender el por qué de esa decisión sin analizar primeramente con la debida atención la profunda relación que siempre ha existido entre Crimea y Rusia. En Crimea, donde quiera que se pose nuestra mirada, en cualquier objeto o lugar que despierte nuestro interés, puede sentirse la presencia de esa historia común y de ese orgullo compartido. En Crimea se fundó Tauris o Quersoneso, la ciudad de la antigua Grecia en el Quersoneso Táurico [1], donde fue bautizado San Vladimir, el Gran Príncipe de Kiev [2], en el año 988 de nuestra era.
Es difícil encontrar palabras que expresen en toda su magnitud todo lo que Crimea representa en el sentimiento nacional ruso. La instalación de poblaciones en la península de Crimea se remonta a la antigüedad, a cerca de 500 años antes del nacimiento de Jesucristo, con la implantación de una colonia griega. Allí encontramos huellas del paso de San Andrés [3], uno de los primeros discípulos de Jesucristo, conocido como «el apóstol de las riberas del sur, del norte y del este del Mar Negro». Crimea es la tierra donde fue sacrificado San Clemente [4], el discípulo del apóstol San Pedro, quien derramó allí su sangre en nombre de Cristo, consagrando así la Rus cristiana ya en gestación. Allí predicaron el Evangelio los «apóstoles de los eslavos» Cirilo y Metodio. La conversión al cristianismo y el bautizo del Gran Príncipe Vladimir en la ciudad de Quersoneso abrieron el camino al desarrollo de la civilización rusa en lo que ha sido una contribución inestimable a la cultura universal y a la historia de la humanidad.
En el siglo X, los príncipes rusos fundaron, en las riberas del Mar Negro y del Mar de Azov, el Principado de Tmutarakan, que se extendía a lo largo del litoral de Crimea y la península de Kerch, incluyendo [la colonia eslava de] Korchev, que hoy en día lleva el mismo nombre que la península (Kerch). Fue en esa época crucial de la historia cuando los eslavos de la Rus de Kiev comenzaron a instalarse poco a poco en toda la península de Crimea. Las ciudades donde predominaba la población eslava eran Staryi Krim (literalmente, la vieja Crimea), Sudak, Mangup y Quersoneso.
En Tmutarakan, en la península de Taman, frente a la península de Kerch, se cruzaban casi todas las rutas comerciales que atravesaban la estepa y los océanos. La ciudad se convirtió rápidamente en el segundo puerto más importante del mundo, después de Constantinopla. Mstivlav, hijo del Gran Príncipe Vladimir, reinó sobre el principado de 1024 a 1036 ampliando y consolidando sus fronteras. Los restos del Reino del Bósforo (que había pasado de Bizancio a Roma antes de ser restaurado para acabar siendo militarmente derrotado por la Rus de Kiev) son integrados al Principado de Tmutarakan a finales del siglo X. Una huella de ese hecho aparecerá mucho más tarde al descubrirse en la península de Taman una placa de mármol, esculpida en 1068, con la siguiente inscripción:
«En el verano del año 6575 [desde la creación del mundo, o sea en 1068. Nota de Oriental Review], el Príncipe Gleb midió 14 000 brazas [unos 28 km. Nota de OR] recorriendo el mar helado desde Tmutarakan hasta Korchev.»
A finales del siglo XI, las frecuentes incursiones del pueblo cumano en la Rus de Kiev dejarían Tmutarakan prácticamente aislada de las demás tierras rusas. El principado acaba perdiendo su independencia en 1094 y cae consecutivamente bajo el control de los cumanos, de Bizancio, de la Horda Dorada, de Génova y de Turquía.
A fines del siglo XVIII, Catalina La Grande [5] se esforzó exitosamente por traer nuevamente Crimea al seno de Rusia. El regreso del Imperio Ruso a la península de Crimea permitió salvar del olvido los vestigios de Quersoneso, símbolo sagrado de la historia de Rusia.
La historia recordará igualmente que fue Catalina La Grande quien fundó la base naval de Sebastopol en el puerto de Akhtiar (hoy conocido como «la Bahía de Sebastopol», con ayuda del príncipe Grigori Potemkin. Narrar la historia de Sebastopol nos obliga a contar otra prodigiosa historia: la del glorioso ejército ruso y sus valerosos soldados.
Sebastopol, Balaclava, Kerch, la colina Malakov y la línea de Sapun son testigos de gloriosas hazañas, de la intrepidez y del coraje de los soldados rusos. En cada uno de esos lugares la tierra ha sido generosamente regada con la sangre de los soldados que allí lucharon valientemente en defensa de un porvenir de paz y seguridad. Tanto en Rusia como en Crimea, los 349 días de heroicos combates que marcaron la defensa de Sebastopol durante la guerra de Crimea (1853-1854) han de conmemorarse por siempre y quedarán grabados eternamente en la historia de dos países, de dos pueblos hermanos, al igual que los 250 días de feroz resistencia que caracterizaron el sitio impuesto a esa ciudad en 1941 y 1942, durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1854, los ejércitos de la coalición conformada por Gran Bretaña, Francia, Turquía y el Reino de Cerdeña invadían la península de Crimea. Sebastopol, que hasta entonces siempre había tenido enfrentar ataques únicamente desde el mar, se vio esa vez bajo un asedio terrestre a partir del 13 de septiembre de aquel mismo año. Bajo el fuego de un enemigo muy superior en número y en armamento hubo que construir fortificaciones y emplazar baterías de artillería capaces de enfrentar el asalto terrestre.
El almirante Vladimir Kornilov, comandante de la Flota del Mar Negro, y su segundo al mando, el vicealmirante Pavel Najimov, asumieron la defensa de la ciudad. Para cerrar el acceso del enemigo al puerto de Sebastopol, hundieron a la entrada de este 5 navíos de su propia flota. Por su parte, las tripulaciones de todos los barcos de la flota sirvieron de refuerzo a las tropas que defendían la ciudad, al igual que las piezas de artillería de los buques. La tenacidad y el fervor patriótico de los soldados, los marinos y los habitantes de la ciudad asombraron al mundo entero.
El 5 de octubre, los invasores iniciaron el primer bombardeo contra Sebastopol sin lograr causar muchas bajas entre los defensores. Pero el almirante Kornilov fue mortalmente herido. El teatro principal de las operaciones se desplazó entonces hacia la colina Malakov.
El 28 de marzo de 1855, los invasores lanzaron un segundo asalto. Al precio de gran cantidad de bajas lograron alcanzar las posiciones rusas. Los dos ataques siguientes no lograron mejores resultados que los dos anteriores pero el vicealmirante Najimov resultó muerto en un intercambio de fuego de artillería. El general francés Jean-Jacques Pelissier, al mando de la coalición enemiga, había recibido del emperador Napoleón III la orden de tomar la fortaleza sin importar el precio que tuviesen que pagar las tropas que comandaba. Después de la quinta ofensiva, tan infructuosa como las anteriores, las fuerzas de la coalición se prepararon para asestar un golpe decisivo a las fortificaciones rusas, ya muy seriamente dañadas.
La sexta y última ofensiva se inició el 27 de agosto. La artillería de los atacantes concentró sobre las posiciones rusas el fuego de 8 divisiones francesas, 5 divisiones británicas y una brigada de Cerdeña, movilizando un total de 60 000 hombres. Para hacerles frente, los 40 000 hombres de las fuerzas rusas se habían visto obligados a redesplegarse en la última línea de defensa.
El resultado de la batalla se mantuvo incierto por mucho tiempo. La victoria parecía sonreír sucesivamente a uno u otro bando. Los franceses lograron tomar la colina Malakov. Obedeciendo a la orden de su comandante en jefe, el general Mijaíl Gorchakov, los defensores se replegaron sobre el flanco sur de Sebastopol después de haber hecho estallar los polvorines de los barcos que quedaban a flote para hundirlos en el puerto.
El fracaso de todos los intentos de vencer la resistencia de Sebastopol ya comenzaba a tomar un cariz de derrota para las fuerzas de la coalición y acabó quebrando la determinación y el potencial ofensivo de los invasores. Estos tuvieron que decidirse a emprender negociaciones de paz en condiciones muy distintas de las que habían previsto al inicio de la guerra. La defensa de Sebastopol, la página más admirable de la guerra de Crimea, había demostrado una vez más el coraje y la firmeza del soldado ruso y su capacidad para proseguir el combate, sitiado y en las peores condiciones, en momentos en que la victoria parecía imposible.
87 años más tarde, Sebastopol sería otra vez protagonista de una defensa épica y demostraría nuevamente la decisión inquebrantable de sus habitantes ante la adversidad. Las tropas nazis invadirían Crimea el 20 de octubre de 1941. En 10 días alcanzaron las cercanías de Sebastopol.
La ciudad no estaba preparada para enfrentar una ofensiva terrestre. Pero los ejércitos alemanes y rumanos fueron rechazados cuando trataron de tomar Sebastopol por asalto. Comenzó entonces una defensa feroz. Los defensores construyeron fortificaciones en medio del combate que ya había comenzado y a pesar de que la llegada de refuerzos en hombres y equipamiento, así como la evacuación de los heridos y de la población civil, sólo podía realizarse por vía marítima y bajo el fuego de la aviación enemiga.
El 4 de noviembre, las tropas soviéticas se reagruparon dentro del perímetro defensivo de la ciudad. El 11 de noviembre, las fuerzas enemigas, que contaban con un volumen de fuego y de efectivos claramente superiores, emprendieron una nueva ofensiva. El 21 de noviembre, después de encarnizados combates en los que sufrieron gran cantidad de bajas y cuantiosas pérdidas materiales, los alemanes interrumpieron el ataque frontal e instauraron el sitio de Sebastopol.
El 17 de diciembre, los invasores iniciaron una nueva ofensiva con fuerzas muy superiores movilizando 7 divisiones alemanas de infantería y 2 brigadas rumanas. Los ataques fueron rechazados con el apoyo del fuego de artillería de la marina soviética. Los intentos del enemigo por emprender nuevas incursiones fueron detenidos en seco por el desembarco de tropas rusas en Kerch y Feodosia. Obligando a los alemanes a desviar hacia Feodosia el XI Ejército de la Wehrmacht, que asediaba la ciudad bajo las órdenes del general Erich von Manstein, los batallones de las fuerzas regionales que defendían Sebastopol emprendieron una ofensiva limitada. En marzo de 1942 habían logrado consolidar sus posiciones.
A partir del 27 de mayo, Sebastopol estuvo bajo constantes bombardeos combinados de la artillería y la aviación enemigas. En la mañana del 7 de junio, el enemigo lanzó un ataque devastador contra el conjunto de fuerzas del perímetro de defensa de la ciudad. Después de una batalla implacable, las tropas rusas evacuaron la colina Malakov el 30 de junio.
Pero la resistencia prosiguió en la ciudad ya devastada. Los combates se prolongaron hasta el 4 de julio. En varios sectores se extendieron incluso hasta el 9 de julio. La mayoría de los defensores de la ciudad murieron o fueron hechos prisioneros. Sólo algunos lograron alcanzar las montañas y unirse a los partisanos. A pesar del trágico desenlace, los 250 días de encarnizados combates por la defensa de Sebastopol mostraron al mundo entero la abnegación ejemplar de los marinos y soldados rusos.
En los corazones y las mentes, Crimea siempre ha sido parte de Rusia. Y esto se ha mantenido como una convicción inquebrantable, sostenida por el ansia de verdad y de justicia, que se ha transmitido de generación en generación. Es algo que ni el tiempo ni las circunstancias nunca han podido alterar. Ni siquiera los cambios espectaculares que se produjeron en Rusia a finales del siglo XX lograron alterar esa convicción.
Nadie podía imaginar que Ucrania y Rusia se convirtirían un día en dos Estados diferentes. Pero se produjo el derrumbe de la URSS y todo fue tan rápido que muy pocos comprendieron en aquel momento la verdadera importancia de los trágicos acontecimientos que se sucedían tan rápidamente. Y cuando, de la noche a la mañana, la tierra de Crimea se convirtió en parte de otro país, Rusia se sintió no solamente engañada sino además despojada de un pedazo de su tierra. Millones de rusos se despertaron una mañana en otro país, convertidos de un día para otro en minoría dentro de las repúblicas que hasta entonces habían sido soviéticas. Así se convirtió Rusia en una de las naciones más desarticuladas del mundo.
Pero el pueblo nunca aceptó esa flagrante injusticia histórica. Durante todos estos años numerosos ciudadanos y personalidades señalaron esa cuestión una y otra vez, proclamando que Rusia surgió en la tierra de Crimea y que Sebastopol es una ciudad auténticamente rusa. A lo largo de estos 23 años Crimea conservó su alma rusa. Cada uno de sus habitantes deseaba ardientemente el regreso de la península a Rusia.
Hoy se ha concretado esa aspiración y el deseo esperado durante tanto tiempo al fin se ha cumplido en medio de la mayor alegría, saludado por lágrimas de felicidad y por la celebración popular, reparando la injusticia del pasado.
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