Si los profesores fueran egresados de las verdaderas Facultades de Educación y no de simples centros de instrucción, las escuelas enseñarían a pensar a los niños y los adolescentes sabrían lo que significa la educación y apreciarían la ventaja de ser educados. Y si las autoridades del sector proyectaran desde el cargo que ostentan, la pulcritud de sus conductas, la cadencia de sus discursos y el brío de la razón, serían suficientes señales de garantía para la educación del país, porque la ciudadanía vería en ellos como inexorables referentes, conductores premunidos de conocimiento e intachables líderes con admirable sabiduría.

Pero, qué lejos estamos de esa escuela que pudiera enseñarles a nuestros niños el valor de la educación. Qué distante estamos de esos profesores que desde las aulas pudieran ilustrarles a nuestros adolescentes la belleza de la justicia. Qué alejados estamos de esas autoridades que pudieran hacernos admirar exhibiendo sus grandes virtudes, aquellas de las que hablaba el viejo Platón. Consecuentemente, qué leguas de distancia estamos de una auténtica civilización, aquella en la que pudiéramos ser legítimos ciudadanos y verdaderos humanos, y no tan sólo superiores neandertales con celular en mano balbuceando: smartfhone y tablet, o avanzados cromagnones reclutados por la internet y la televisión envilecida.

Nuestras escuelas siguen siendo remolonas, sosas y pardas.Nuestros maestros continúan siendo jornaleros llenos de apremios y sin nociones de la elevada misión que sus labores exigen. Nuestras autoridades carecen no sólo del sano concepto de interés social, sino también, de ideales de ciudadanía. Entonces, como resultado tenemos una incipiente civilización donde los educadores no son educados y los educandos no saben qué es educación ni saben para qué se educan, porque confunden la educación con la instrucción, el rigor con la repetición mecánica, la razón con la opinión de la mayoría, el pensamiento con la paporreta y el sano juicio con la agresividad.

Desde luego, nos hacen creer en el ostentoso ‘Ministerio de Educación’ cuando lo que esta cartera no hace sino cumplir un simple papel de Ministerio de la Instrucción, y nos hablan del ‘Ministerio de Justicia’, cuando éste no es mas que un mediano Ministerio de Derecho. Ninguno hace honor a la denominación que tiene o el nombre que lleva. Ni el uno ni el otro, cumplen sus verdaderas funciones o sus reales misiones. El ‘Ministerio de Educación’ no educa, sino, sólo instruye. No tiene educadores, sino, únicamente instructores que no desarrollan las mentes ni estimulan los pensamientos, por el contrario se dedican a aplastar a los niños que tienen mente ágil y se ocupan en adocenar a los pocos adolescentes que aspiran a pensar. Y, el ´Ministerio de Justicia’, es una falsedad genérica, una estafa contra la fe pública que no administra la justicia, ni aspira a encargarse de esa elevada misión. Lo único que hace es ocuparse medianamente del derecho, de ese derecho imperfecto y sinuoso que en muchos casos resulta contrario a la justicia porque los abogados que hacen de magistrados no son egresados de las Facultades de Justicia como debiera, sino simplemente de Derecho, facultad en la que no han sido adiestrados en el verdadero concepto de la justicia ni han sido capacitados en el rigor de la probidad ni en las nociones de la imparcialidad. Por eso, los juzgados y salas —con algunas honrosas excepciones— están atiborrados únicamente de seres nescientes con exigua preparación en el derechoy absolutamente ignaros en asuntos de justicia. Muchos de ellos son oligofrénicos por naturaleza y pusilánimes por conveniencia. Otros tantos, no son sino bribones mercenarios con título de juez y delincuentes avalados por ese mal llamado‘ministerio de justicia’. Por toda esta vergonzosa e inocultable realidad, parece como que la educación estuviera aún en las manos de los sofistas como en la vieja Grecia, con la diferencia de que aquellos por lo menos eran talentosos en el discurso y diestros en la oratoria, y no eran tan grotescamente ordinarios como los de este país. En tanto quela Justicia, parece estar detenida en el tiempo. Como que aún estuviera vigorosamente vigente el antiquísimo pensamiento de Simónides y Polemarco, cuando hace aproximadamente dos mil trescientos años, ambos creían que la justicia era el arte de escamotear para bien de los amigos en perjuicio de los enemigos, con la única diferencia de que en el Perú de hoy, los operadores escamotean por dinero y simpatía.

Claro que todo esto no es mas que el resultado del fracaso de la educación y el colapso de la escuela, cuyas aulas no han hecho sino optar por la instrucción utilitaria dejando de lado la enseñanza de la sabiduría. Por eso, entre sus programas no existe un curso o una asignatura que a los estudiantes les motive a pensar con algo de profundidad, a razonar con algo de esfuerzo e imaginar con algo de reflexión. Los currículos están diseñados simplemente para ocuparse de una mediana instrucción.

De manera que, quienes egresaron de una escuela que no les motivó a pensar con rigor desarrollando la agudeza, es imposible que puedan entender la vigorosa fuerza de la educación y advertir el espíritu de la justicia. Y, si la educación no cumplió con despertar la dormida conciencia de los niños, y si a los adolescentes la escuela no les enseñó a subir los peldaños de la responsabilidad para que cuando grandes se inserten al mundo de los adultos, es imposible la existencia de verdaderos ciudadanos conocedores no sólo de sus derechos y cumplidores de sus deberes, sino, ante todo y sobre todo, con claras nociones de justicia. Porque al fin y al cabo, la educación es la que desarrolla la belleza de esa virtud en los hombres. La educación es el único camino que conduce a los predios de la justicia. Y, es ella, la única que logra iluminar la dimensión de su naturaleza, la perfección de su espíritu que emana de distribuir a cada cual lo que le corresponde y a cada quien con equivalencia a su merecimiento.

En consecuencia, en un país con la educación quebrada, nadie puede advertir que la justicia no es sinónimo de derecho, ni nadie puede darse cuenta de ese grosero contrabando en el que hacen pasar el derecho por justicia, cuando a la luz del sano juicio, el derecho y el deber, sólo son accesorios de la justicia basada en la solidez de la razón, en el fiel de la balanza, en la decisión más pura, en el acto más elevado, en la acción más sublime. Pero en un mundo que ha renunciado a su capacidad de pensar, reflexionar y meditar, es difícil que hayan seres preocupados por la justicia y es imposible que existan hombres justos desgarrándose por su auténtica esencia, y simplemente, porque la educación no les despertó la conciencia dormida, ni les agilizó la mente aletargada, consecuentemente, no entienden de que en resumen y síntesis, la justicia no es sino el divino resultado del cotidiano ejercicio del ser consciente.

titre documents joints


(JPEG - 22.9 kio)