Esta declaración de guerra a los tiburones ha desatado una agria polémica en el país. En los últimos meses, manifestaciones de hasta 6 mil personas han tomado las playas de Perth, la capital de la región, en protesta por el programa.

El gobierno de Australia, como otros que consienten el exterminio de estas especies fundamentales para el ecosistema marino, le ha hecho juego a las películas que representan a los tiburones como asesinos a sangre fría. De 1 mil 200 especies, menos de 1 decena resulta peligrosa para el hombre y, aun así, mueren más personas por la descarga de un relámpago que por la mordida de un tiburón. La carne de humano es para ellos lo que la de rata es para los occidentales. Quizá deberían plantearse prohibir la práctica de ciertos deportes en los hábitats de las especies más “peligrosas”. O dejar claro que, quien insista, lo hace bajo su propio riesgo.

Los escualos se asfixian en redes o mueren perforados por los arpones de pescadores deportivos, por el mazazo de los comerciantes que los rematan para después quitarles lo único que para muchos tiene valor: las aletas. En China y en otros países asiáticos se considera un manjar con el que los anfitriones de eventos sociales impresionan a sus invitados y muestran su estatus social. Aunque es común tirar el resto, algunos pescadores conservan el cartílago y el hígado por sus respectivas propiedades medicinales.

Esto ha llegado hasta la clase media china, lo que aumenta exponencialmente la demanda de tiburón como producto de consumo. El paquete completo de aletas puede darle 100 dólares a un pescador en Ecuador. El producto se exporta a través de redes clandestinas a Hong Kong, Pekín, Taiwán, Singapur y otras ciudades asiáticas, en las que se desembolsan hasta 200 dólares por un tazón de sopa de aleta. Además de sus propiedades medicinales, las aletas de tiburón se consideran afrodisiacas.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO, por su sigla en inglés) estima que se pesca cada año cerca de 1 millón de toneladas de tiburón y sus parientes biológicos, lo cual supone el triple que hace 50 años. Por ejemplo, la población de grandes tiburones blancos y tiburones martillo se ha reducido en un 70 por ciento en los últimos 25 años. Esto provoca un desequilibrio en el ecosistema, ya mermado por las prácticas pesqueras irresponsables y clandestinas. Las amenazas a la vida en el mar ponen en peligro de forma automática al 70 por ciento de la vida en el planeta.

Como muchos mares ya están depredados, los comerciantes asiáticos miran hacia las aguas donde aún abundan los tiburones, del otro lado del Pacífico, desde Perú hasta Centroamérica, al Norte. Ecuador exportaba hace unos años, de forma ilegal, más de 300 mil tiburones a China, aunque, según la FAO, las principales exportaciones de aleta a los países asiáticos provienen de España. Brasil, Colombia, Ecuador, Costa Rica y Honduras abanderan iniciativas con la Unión Europea y Estados Unidos para regular las capturas y el comercio de ciertas especies de tiburones.

Anda sobre dos extremidades y con otras dos extermina a quienes aparecieron en la Tierra hace 400 mil años, mucho antes que los primeros dinosaurios. El depredador más mortífero de la Tierra no es el tiburón, sino este mamífero que mide entre 1.65 y 2 metros de longitud en su edad adulta: el hombre. Él amenaza los ecosistemas marinos y pone en peligro la vida de otras especies por su supuesto derecho a surfear y nadar donde quiera; o a comer aletas. Esto sólo lo pueden detener seres humanos, conscientes de su responsabilidad de proteger su único hogar.

Fuente
Contralínea (México)