Nación Yakama, Estados Unidos. Ejecutivos, políticos y funcionarios del Departamento de Energía de Estados Unidos discutían cómo advertir a las generaciones que vivirán dentro de 125 mil años de la basura radiactiva de Hanford, el sitio más contaminado del país, ubicado en el extremo Noroeste. “Yo les diré cómo”, los interrumpió el nativo Russell Jim.

“Se miraron entre ellos y luego a mí. Entonces les dije: ‘Hemos estado aquí desde el inicio de los tiempos, así que también estaremos para entonces’. Ahí se dieron cuenta de que tenían un lío entre manos”, relata a Inter Press Service (IPS) este hombre de 78 años, que forma parte del pueblo yakama.

Con sus largas trenzas, Jim es una figura impactante. Dirige el Programa de Recuperación Ambiental y Manejo de Residuos (ERWM, por su sigla en inglés) de las tribus yakama, y permanece tranquilamente sentado en su oficina en las áridas tierras de la Nación Yakama.

La reserva, situada en el Sudeste del estado de Washington, tiene 486 mil hectáreas, 10 mil integrantes de tribus reconocidas federalmente y unos 12 mil caballos salvajes vagando por las desiertas estepas.

Es lo que queda de un territorio de casi 5 millones de hectáreas que en 1855 los yakamas tuvieron que ceder por la fuerza al gobierno estadunidense, y está a sólo 32 kilómetros del complejo nuclear de Hanford.

Aunque la carrera armamentista nuclear terminó en 1989, la basura radiactiva es la herencia que dejó en distintos lugares de este país el Proyecto Manhattan.

Hanford en particular comenzó a operar en 1943. Aquí se produjo el plutonio de la bomba atómica que Estados Unidos arrojó sobre la ciudad japonesa de Nagasaki en 1945. Llegó a tener nueve reactores y cinco grandes complejos para procesar ese metal pesado. Hoy está casi totalmente desmantelado. Pero sigue conteniendo y filtrando radiactividad muy dañina.

Los yakamas lograron evitar que sus caladeros ancestrales se convirtieran en depósitos de residuos procedentes de otros sitios, invocando el tratado de 1855 que les aseguró acceso a sus “lugares usuales y acostumbrados”. Pero Hanford está lejos de ser un ambiente sano, pese a la promesa de limpieza que hizo el Departamento de Energía.

“El gobierno está intentando reclasificar la basura como de ‘baja radiactividad’. Quieren dejarla aquí y enterrarla en vertederos casi superficiales. Pero los científicos dicen que se deben sepultar a gran profundidad”, explica Jim.

Tom Carpenter, de la organización Hanford Challenge, explica que ésta “es una batalla para que los federales cumplan su promesa de retirar la basura, por el estado de Washington y por las tribus.

“Hay 67.5 kilómetros de zanjas de 4.5 metros de ancho y 6 metros de profundidad sin revestir y llenas de cajas y frascos de residuos”, dice Carpenter a IPS.

Además, hay 177 tanques subterráneos de basura radiactiva y seis de ellos presentan pérdidas. Se supone que cuando se detecta una filtración, los residuos deben retirarse en un plazo de 24 horas o cuando sea “practicable”. Pero las empresas contratistas dicen que no hay espacio suficiente.

Tres denunciantes que trabajaban en las tareas de limpieza manifestaron sus preocupaciones y fueron despedidos. La denuncia fue reportada por una emisora de comunicación local, pero los grandes medios de comunicación la ignoran, al igual que hacen con la lucha de los yakamas.

“Antes teníamos un encargado de prensa, pero el Departamento de Energía dice que no lo necesitamos porque ‘está todo bien’”, dice Jim. El ERWM es financiado por el Departamento de Energía, pero perdió 80 por ciento de los fondos tras un recorte federal.

Por supuesto no está todo bien. Los sedimentos radiactivos llegaron a las napas subterráneas y de allí al Río Columbia. Algunas filtraciones están a poco más de 100 metros del curso de agua, donde las tribus acceden al monumento nacional Hanford Reach.

Esta reserva natural, una zona de amortiguación del complejo nuclear, es el área de desove más grande del salmón real en el Río Columbia.

El gobierno del estado de Washington reporta que agua subterránea contaminada con uranio, estroncio-90 y cromo ya ingresó al curso del Río.

“En la grava del lecho del Río hay unas 150 ‘surgencias’ de agua subterránea de Hanford, entre las que nadan los salmones jóvenes”, explica Jim.

“Helen Caldicott [fundadora de Médicos por la Responsabilidad Social] nos dijo en 1997 que si comíamos pescado del Columbia moriríamos”, agrega.

La consultora ambiental de los yakamas, Callie Ridolfi, dice a IPS que la dieta de estos indígenas contiene entre 150 y 519 gramos de pescado por día, casi el doble de lo que ingieren otras tribus y mucho más que la población general.

Por eso tienen una posibilidad de uno en 50 de contraer cáncer, debido a la ingesta de pescado de especies no migratorias.

En cambio el salmón, que pasa en el océano la mayor parte de su vida, se ve menos afectado.

Según un estudio publicado en 2002 por la Agencia de Protección Ambiental sobre los contaminantes que afectan a los peces de la zona, el esturión y el corégano de montaña eran los que presentaban mayores concentraciones de bifenilos policlorados (PCB).

El año pasado, los estados de Washington y Oregon recomendaron limitar a una vez por semana el consumo de peces residentes de una franja del Columbia donde hay varias represas, por la contaminación con PCB.

“Los lubricantes con PCB se usaron durante años en los transformadores, sobre todo en represas hidroeléctricas”, dice a IPS el administrador de pesquerías de la Comisión Intertribal de Pesca del Río Columbia, Mike Matylewich.

Aunque la recomendación no incluyó a Hanford Reach, donde no hay represas, Jim duda de su seguridad.

“El Departamento de Energía le dice al Congreso [Poder Legislativo] estadunidense que el corredor del Río está limpio. No lo está, pero ellos temen que los demanden”, sostiene este hombre que ha sobrevivido a un tipo de cáncer.

Su tribu nunca fue indemnizada por los escapes radiactivos que se sucedieron entre 1944 y 1971 y que llegaron a 6.3 millones de curios (unidad de medida de radiactividad) de neptunio-239.

El toxicólogo Steven G Gilbert, de Médicos por la Responsabilidad Social, asegura que falta transparencia e información sobre la limpieza de Hanford, que es “un problema enorme”.

Ocho de los nueve reactores nucleares se desmantelaron. Pero la generadora eléctrica de Energy Northwest, de 1 mil 175 megavatios, todavía funciona.

“Mucha gente no sabe que hay un reactor nuclear que sigue funcionando. Y es del mismo tipo que el de Fukushima”, explica Gilbert.

En medio de esta contienda están las tribus, que son naciones soberanas. Russell Jim sostiene que a menudo se comete el error de describirlas como “partes interesadas” cuando son gobiernos separados.

“Fuimos la única tribu en denunciar la cuestión nuclear y prestar testimonio en un subcomité del Senado en 1980. En 1982 solicitamos el estatus de tribu afectada. Los umatillas y los nez percés nos siguieron más tarde”, relata Russell Jim.

La cadena montañosa Yucca Mountain, en el occidental estado de Nevada, fue designada por el Congreso estadunidense como lugar de almacenamiento provisorio de los residuos de Hanford y otros complejos nucleares, pero el presidente Barack Obama eliminó el plan. Dos tribus de esa zona –los paiutes del Sur y los shoshones occidentales– se declararon también afectadas.

La Planta Piloto de Aislamiento de Residuos del suroccidental estado de Nuevo México, se destinó entonces a recibir la basura de Hanford, pero luego de un incendio en febrero pasado, eso ya no fue posible.

El Boletín de científicos atómicos manifestó el 23 de marzo su preocupación porque no hay lugares donde almacenar estos peligrosos desechos.

Estados Unidos tiene las mayores existencias del mundo de combustible nuclear gastado, cinco veces más que Rusia.

“El mejor material para almacenarlo es el granito, que abunda en el Noreste. Un sitio ideal se encuentra a 48 kilómetros de la capital, pero eso está fuera de consideración” por su proximidad con la Casa Blanca, alega Jim con una sonrisa mordaz.

Pero el veterano líder nativo no piensa rendirse. “Nosotros somos los únicos que no podemos irnos de aquí”, sentencia.

Fuente
Contralínea (México)