Me complace tener la oportunidad de participar en la Asamblea ordinaria del CPED. Siempre son agradables este tipo de reuniones y sentirse rodeado de este potencial intelectual gracias al cual el Consejo, su dirección y sus distintos representantes por separado saben responder ante lo que sucede en el mundo y hacer un análisis de los acontecimientos. Por añadidura, siempre se trata de una valoración sin histerismos, fundamentada, sólida y con un poco de distancia, ya que quienes se encuentran inmersos en los acontecimientos difícilmente pueden hacer un análisis objetivo. Nos hallamos permanentemente influidos por el proceso, y por eso para nosotros es tanto más valioso lo que ustedes observan, analizan, concluyen y sugieren.

Según tengo entendido, en las discusiones de este año, se pondrá un especial acento en las perspectivas para acelerar el desarrollo nacional de Rusia. Sin duda alguna, la consolidación del esfuerzo de toda nuestra sociedad encaminado a asegurar un mayor nivel en los ámbitos económico, social y espiritual es precisamente lo que puede garantizar un futuro lleno de esperanza para Rusia. Sin embargo, como profesional en la materia, me siento obligado a concentrarme en la política exterior que, en cualquier caso, tiene relación con la agenda del día, ya que en un mundo de interdependencias y globalización no es posible aislar el desarrollo nacional del mundo exterior.

El Presidente de Rusia, Vladímir Putin, explicó detalladamente sus valoraciones sobre la situación internacional actual dentro del marco del Club Valdai en Sochi y a lo largo de las entrevistas que concedió en su viaje a Asia. De manera que no tiene sentido que haga hoy una exposición conceptual: todo está dicho. No obstante, sí que voy a detenerme en ciertas consideraciones aisladas que han ido tomando cuerpo durante nuestras acciones en el plano de la práctica de nuestra política exterior. No pretendo hacer un pronóstico completo y acertado ya que cualquier tipo de pronóstico en esta etapa depende de demasiadas variables, lo haga quien lo haga. Por otra parte, la labor de los diplomáticos no consiste en contemplar sino en esforzarse para influir en los acontecimientos.

Es imposible no empezar con el tema de Ucrania. Cuando estalló la crisis, llevábamos mucho tiempo ya percibiendo en el aire que nos acercábamos a una especie de momento de la verdad en las relaciones entre Rusia y la UE, entre Rusia y Occidente. Estaba claro que no se podía ya seguir postergando los problemas de nuestra interacción y que había que optar por una de dos, o bien negociar una verdadera asociación o bien, como se suele decir, “tirarse los trastos a la cabeza”. Rusia, no cabe duda, había elegido la primera variante, mientras que nuestros socios occidentales, desgraciadamente, lo quieras o no, se aferraron a la segunda. Básicamente se lo jugaron todo a una carta con Ucrania, traicionaron sus propios principios democráticos sobre el cambio del poder y apoyaron a los extremistas. En definitiva, era algo así como pretender jugar con Rusia al juego de quién es más valiente o quién pestañea antes. O como se diría de manera más vulgar, trataron de “hacernos picadillo” (no se me ocurre una expresión mejor) y hacernos tragar la humillación de los rusos y los ruso-parlantes de Ucrania.

El famoso y respetado analista Leslie Gelb, escribió que el acuerdo de asociación de Ucrania con la UE no era en sí mismo una invitación para que Ucrania ingresara en la UE, sino que, únicamente, tenía como objetivo a corto plazo poner obstáculos para su participación en la Unión Aduanera. Se trata de una valoración emitida por una persona imparcial y objetiva. Se pasaron por alto muchas cosas cuando se optó por tensar la cuerda con Ucrania, siendo muy conscientes además de cómo se interpretaría eso en Rusia. Se olvidaron de los consejos, como por ejemplo los de Otto von Bismarck, advirtiendo que sería un error político garrafal despreciar a millones de personas de la gran nación rusa.

El Presidente de Rusia, Vladímir Putin, dijo hace unos días que nunca nadie en la historia ha conseguido someter a Rusia a su influencia. No se trata de una valoración sin más, sino de un hecho. Pese a todo, ha habido intentos para calmar la sed de expansión del control geopolítico de Occidente, como consecuencia del temor a perder los beneficios comerciales que, tal como estaban convencidos al otro lado del océano, correspondían a Occidente como vencedores de la “Guerra Fría”.

Un plus de la situación desplegada es que todo se ha puesto en su sitio y que se han revelado todos los cálculos que había detrás de las acciones de Occidente pese a las declaraciones sobre el deseo de construir un espacio euroatlántico único y una comunidad de seguridad, una casa común europea. Como la canción del Bulat Okudzhava “el pasado es cada vez más y más claro”. Ahora la claridad permite ver. En este momento, nuestra tarea no es sólo desentrañar el pasado (aunque siempre conviene), sino que hemos de pensar en el futuro, eso es lo principal.

No merece la pena dar vueltas a las conversaciones sobre el aislamiento de Rusia. Este auditorio no es el lugar para hablar de esto en particular. Por supuesto es posible que se perjudique a nuestra economía, y la están perjudicando, pero no de una forma muy distinta a como se están dañando aquellos mismos que han adoptado las correspondientes medidas y que, es más, están destruyendo el sistema de las relaciones económicas internacionales y los principios sobre los que está construido. Cuando se imponían sanciones antes, (yo trabajaba entonces en la misión permanente de Rusia ante la ONU), nuestros socios occidentales, si se trataba de Corea del Norte, Irán u el país que fuera, insistían en que había que formular las restricciones de manera que se mantuvieran dentro de los límites humanitarios para que no afectaran negativamente a los ámbitos social y económico y apuntaran selectivamente a la élite. Ahora es todo lo contrario, los líderes de los países occidentales declaran públicamente que hay que diseñar las sanciones para destruir la economía y provocar protestas en la calle. Por lo tanto, en lo que respecta al planteamiento conceptual de la aplicación de tales medidas de coacción, Occidente demuestra claramente que no se trata de cambiar la política de Rusia (algo que es en sí mismo iluso), sino que lo que quiere es cambiar el régimen, cosa que prácticamente nadie niega.

Recientemente, el Presidente de Rusia, Vladímir Putin, en una rueda de prensa se refería a la falta de horizonte de los planes de los políticos occidentales actuales. Realmente da miedo pensar que las decisiones sobre problemas que revisten una enorme importancia y que afectan al desarrollo del mundo y a la humanidad en general se adopten partiendo de fines electoralistas a corto plazo: en EE.UU. es cada dos años y, entre tanto, hay que pensar y actuar para atraer los votos del electorado. Es el aspecto negativo del proceso democrático y no podemos dejar de tenerlo en cuenta. No es de recibo aceptar que se nos diga que nos resignemos, nos relajemos y que demos por hecho que a todos nos va a tocar sufrir porque son elecciones en EE.UU. cada dos años. No puede ser. No nos vamos a reconciliar con este hecho pues hay demasiado en juego en lo que se refiere a la lucha contra el terrorismo, la amenaza que supone la proliferación de las armas de destrucción masiva y los numerosos conflictos armados, cuyas consecuencias negativas van más allá de los países y las regiones donde tienen lugar. El afán por actuar para conquistar privilegios de manera unilateral o para complacer al electorado de cara a las siguientes elecciones sólo conduce al caos y el desbarajuste en las relaciones internacionales.

Escuchamos diariamente el mantra machacón de que Washington se da cuenta de su propia exclusividad y la obligación que tiene de soportar esa carga: guiar tras de sí al resto del mundo. Rudyard Kipling hablaba de “las cargas del hombre blanco.” Espero que no sea esto lo que mueva a los estadounidenses. El mundo hoy no es ni blanco ni negro, sino multicolor y heterogéneo. El liderazgo en él se puede asegurar no solamente con la convicción de la propia exclusividad y la obligación divina de responder por todos, sino también a través de la capacidad y el arte de saber llegar a consensos. Si los socios estadounidenses dirigieran su poder en este sentido, sería algo muy valioso y Rusia les ayudaría activamente.

Pero, de momento, los recursos administrativos estadounidenses todavía funcionan sólo dentro del marco de la OTAN, y además con considerables reservas, y fuera de la Alianza del Atlántico Norte no tienen jurisdicción en absoluto. Una prueba de ello viene dada por los resultados de las tentativas de Estados Unidos para poner contra las cuerdas a la comunidad internacional en relación con las sanciones contra Rusia y sus principios. Ya me he referido a esto en varias ocasiones y tenemos numerosas pruebas de que, en todo el mundo, los embajadores y emisarios estadounidenses han conseguido reunirse al más alto nivel exigiendo que el país de acogida castigara a Rusia junto con ellos, pues de lo contrario se verían obligados a actuar en consecuencia en sus relaciones. Además, han actuado de este modo en todos los países sin excepción, incluyendo nuestros aliados más cercanos (por lo visto así son los analistas de Washington). Una abrumadora mayoría de países, con los que continuamos manteniendo diálogo y con los que no existen limitaciones ni aislamiento, como comprenderá, aprecian el papel independiente de Rusia en el escenario internacional. No porque les guste que alguien conteste a los estadounidenses, sino en tanto en cuanto entienden que no podrá haber estabilidad con un orden mundial en el que nadie puede expresar en voz alta su opinión (aunque en privado la gran mayoría expresa su opinión, pero por miedo a las represalias por parte de Washington, prefieren no hacerlo en público).

Muchos analistas sensatos ven que cada vez es mayor el desajuste entre las ambiciones globales de la Administración de EE.UU. y el potencial real de este país. El mundo está cambiando y, como ha ocurrido siempre en la historia, en un momento dado, la influencia y el poderío de una potencia llega a su cénit y, a continuación, tienen lugar procesos en los que otra empieza a desarrollarse con más velocidad y eficacia. Hay que aprender de la historia y partir de la realidad. El “septeto” de economías emergentes encabezado por los países BRICS tiene ya un PIB más alto el del G-7 occidental. Hay que caminar con los pies en la tierra, no sobre la falsedad de creerse la propia grandeza.

Se ha puesto de moda argumentar que Rusia ha conducido una especie de “guerra híbrida” en Crimea y en Ucrania. Es un término interesante, pero yo lo utilizaría más bien para referirme sobre todo a EE.UU. y su guerra estratégica, pues es realmente una guerra híbrida dirigida, ya no tanto a derrotar militarmente al enemigo, sino a derrocar el régimen en el poder que lleva a cabo una política que no le conviene a Washington. Se valen de presión financiera y económica, ataques informativos, aumento de la tensión a través de terceros a lo largo de la frontera de los países en cuestión y, por supuesto, propaganda ideológica e informativa apoyada en organizaciones no gubernamentales financiadas desde el exterior. ¿Acaso no se trata de un proceso híbrido en lugar de lo que solemos llamar una guerra? Para entender lo que es la guerra híbrida, sería interesante también razonar quién la lleva a cabo y si el híbrido se compone sólo de “hombres de verde”. Seguramente, el instrumental de nuestros socios estadounidenses que dominan a la perfección, sea mucho más rico.

En un intento de imponer su dominio en unas circunstancias en las que han aparecido nuevos centros de poder económico, financiero y político, los estadounidenses provocan una reacción según el principio de la tercera ley de Newton y dan cabida a la creación de estructuras, mecanismos, movimientos y rutas de búsqueda de métodos alternativos a las recetas estadounidenses para resolver los problemas urgentes. No estamos hablando de un antiamericanismo y ni mucho menos de la formación de una coalición dirigida contra EE.UU., sino tan sólo del deseo natural de cada vez un mayor número de países de garantizar sus intereses vitales y hacerlo según lo que cada país considera lo correcto y no como una imposición “por narices”. Nadie tiene intención de entablar un juego antiamericano para “hacer la faena” a EE.UU. Nos topamos con casos en los que se ha intentado o se ha aplicado la legislación nacional de EE.UU. extraterritorialmente, con el secuestro de nuestros ciudadanos a pesar de que existen los correspondientes acuerdos con Washington en los que se prevén las soluciones de estas cuestiones a través de órganos judiciales para el cumplimiento de la ley.

De acuerdo con la doctrina de la seguridad nacional, EE.UU. tiene derecho a hacer uso de la fuerza en cualquier lugar cuando sea oportuno sin tener que dirigirse necesariamente al CS de la ONU. Ahora se ha creado la coalición contra el Estado Islámico (EI) sin dirigirse al Consejo de Seguridad. Le pregunté al Secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, por qué no habían acudido al CS de la ONU. Me dijo que en tal caso, en cierto modo, habría sido como fijar el estatus del Presidente de RAS, Bashar al-Asad. Se sobreentiende que Siria es un Estado soberano, miembro de la ONU (nadie le ha echado de ahí). El secretario de Estado contestó que no hubiera sido lo correcto, dado que ellos luchan contra el terrorismo, en cambio el régimen de Bashar al-Asad es el principal foco de atracción de los terroristas del mundo y que “como un imán” los atrae a esta región para engrosar las filas de los terroristas que quieren derrocar este régimen. Me parece que es una lógica completamente deformada. Si nos ponemos a hablar de los precedentes (y EE.UU. se adhiere a la jurisprudencia), entonces hay que mencionar el desmantelamiento de las armas químicas de RAS, en el que el régimen de Bashar al-Asad colaboró de manera exquisita y en el que fue un legítimo socio de EE.UU., Rusia, la OPAQ y otros. Estados Unidos mantiene y sigue manteniendo conversaciones con los talibanes. Cuando puede sacar beneficios, EE.UU. actúa con total pragmatismo. No sé por qué en este caso está dominando la postura absolutamente ideologizada de que Bashar al-Asad no puede ser un socio. Tal vez, no se trata tanto de una operación contra el EI como de una estrategia para preparar el terreno para derrocar finalmente al régimen escondiéndolo tras la operación contraterrorista.

Francis Fukuyama acaba de publicar su libro “Orden político y decadencia política”, en el que llega a la conclusión de que existe un decaimiento de la eficacia de la administración pública en EE.UU y un deslizamiento de las tradiciones de gestión democrática del Estado hacia métodos feudales. La cuestión es que, “viviendo en una casa de cristal”, por qué hay que tirar piedras sobre ella.

Todo esto está sucediendo dentro de un contexto en el que siguen aumentando las amenazas reales y los problemas del mundo moderno. Estamos observando un “tira y afloja” continuo en Ucrania y se avecinan problemas en el sur de las fronteras de la Unión Europea. No creo que los problemas de la región de Oriente Medio y el Norte de África se resuelvan solos. En la UE se ha formado una nueva Comisión y han aparecido nuevas caras en la política exterior que tienen por delante mantener una seria batalla sobre la asignación de los recursos principales –si continuar con la aventura en Ucrania, Moldavia, etc; dentro del marco de la “Asociación Oriental” (a favor de lo cual está una agresiva minoría en la Unión Europea) o si escuchar a los países del sur de Europa y dedicar su atención a lo que está ocurriendo al otro lado del mar Mediterráneo. Es un tema muy grave para la UE y de momento quienes predominan no son los que tratan de resolver los problemas reales sino los que quieren recoger enseguida los frutos de la tierra recién removida. Es una pena. La exportación de cualquier revolución, ya sea democrática, comunista o la que sea, no conduce nunca a nada bueno.

En la región de Oriente Medio y el Norte de África se está produciendo un verdadero colapso de las estructuras públicas, sociales y culturales. La energía destructiva colateral a este proceso puede chamuscar a países que están bastante más allá de las fronteras de esta región. Los terroristas (entre ellos el EI) pretenden en este momento reclaman un estatus oficial. Es más, están defendiendo un territorio concreto y han creado órganos pseudo-oficiales que se encargan de la administración. Al mismo tiempo, está teniendo lugar la persecución de las minorías, entre las que se incluyen los cristianos. En Europa ahora mismo no es políticamente correcto hablar de ello, se avergüenzan cuando les instamos a actuar conjuntamente en la OSCE a este respecto. Nos preguntan ¿por qué ese interés por los cristianos? ¿Qué tienen de especial? En la OSCE están teniendo lugar varios actos dedicados a impedir que caigan en el olvido las víctimas del Holocausto. Hace unos años en la OSCE, por iniciativa europea, se empezaron a celebrar actos contra la “islamofobia”. Pero nosotros vamos a proponer llevar a cabo un análisis de los procesos que han conducido a la “cristanofobia”.

Los días 4 y 5 de diciembre se celebrará la sesión ministerial de la OSCE en Basilea, donde lanzaremos la propuesta. Pero la mayoría de los miembros de la UE se “agazapan en la sombra” porque les avergüenza hablar de ello. Al igual que les dio vergüenza incluir en la que iba a ser la constitución de la Unión Europea, de cuya redacción se ocupó Valéry Giscard d’Estaing, la frase que aludía a que Europa tiene raíces cristianas. Si no recuerdas y respetas tus raíces y tus tradiciones, ¿cómo vas a respetar las tradiciones y los valores de otros? Es algo muy lógico. El politólogo israelí Shlomo Avineri, al comparar lo que está ocurriendo en Oriente Medio con el período de las guerras religiosas en Europa, señala que es muy difícil que el final de las turbulencias actuales venga dado por lo que entiende occidente por reformas democráticas.

El conflicto árabe-israelí no avanza. Es difícil jugar en distintos tableros a la vez. Es lo que trata de hacer sin conseguirlo Estados Unidos. En 2013, se tomaron un período de nueve meses para “enderezar” el conflicto palestino-israelí. No voy a entrar en explicar las razones que son de sobra conocidas, pero el caso es que no se consiguió. Ahora han pedido un poco más de tiempo para que antes de que finalice el año (este año) se pueda observar algún progreso y los palestinos no acudan a la ONU para firmar el Estatuto del Tribunal Penal Internacional, etc. Ahora de repente se ha aclarado que están manteniéndose paralelamente las negociaciones sobre Irán. El Departamento de Estado de EE.UU., ha abandonado lo de Palestina para comenzar la tarea sobre Irán.

El Secretario de Estado de EE.UU., John Kerry y yo hemos acordado intercambiar pareceres sobre este tema en fecha próxima. Conviene entender que no se puede mantener permanentemente en un estado de profunda “congelación” el problema del Estado palestino. Su falta de regularización durante casi 70 años es uno de los principales argumentos pronunciados por quienes reclutan extremistas en sus filas, “no hay justicia alguna: se prometió crear dos Estados, crearon el judío, pero el árabe no ha sido creado jamás”. En las calles árabes hambrientas estos argumentos suenan muy convincentes y se suman a los llamamientos para luchar por la justicia utilizando otros métodos.

Las palabras del Presidente de Rusia, Vladímir Putin en la sesión del Club de Valdai en Sochi sobre la necesidad de crear una nueva edición de la interdependencia resultan de lo más actuales. Hace falta sentar a los principales países de nuevo en la mesa de negociaciones y ponerse de acuerdo sobre cómo encajar los legítimos intereses de todas las partes en juego en una nueva edición (no sé cómo se va a llamar, pero ha de basarse en la Carta de Naciones Unidas), como se van a llevar a cabo unas restricciones autoimpuestas de forma sensata, y cómo se van a gestionar los riesgos comunes a todos dentro de un contexto de unas relaciones internacionales democráticas. Nuestros socios occidentales postulan todo esto en las relaciones que han de mantenerse dentro de su país –la supremacía del derecho, la democracia, el respeto hacia las minorías. Sin embargo, en el escenario internacional, lo esquivan, dejando a Rusia como “pionera” de los principios de la democracia, la justicia y la supremacía del derecho internacional. El nuevo orden mundial únicamente puede ser policéntrico y debe reflejar la diversidad cultural y de civilizaciones del mundo contemporáneo.

Ustedes saben cuál es nuestra postura en lo que se refiere a la necesidad de llevar a la práctica y consolidar jurídicamente la indivisibilidad de la seguridad. Por tanto no voy a extenderme en este tema.

Me gustaría apoyar la tesis presentada a través del Consejo para la Política Exterior y de Defensa acerca de que el rápido desarrollo de las regiones del este de nuestro país es una premisa obligatoria para conseguir que Rusia sea una potencia fuerte, próspera y segura en el mundo del siglo XXI. Sergéi Karaganov fue uno de los primeros en formular conceptualmente esta idea. Estoy completamente de acuerdo. Conseguir dar un salto cualitativo en nuestras relaciones con los Estados de la región Asia-Pacífico es imprescindible. Rusia abordó el trabajo de la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Pekín en esta clave y, asimismo, aprovechó la cumbre del G-20 para ello. Habrá una mayor oportunidad de aproximarse a esta tarea cuando empiece a funcionar el 1 de enero de 2015 la Unión Económica Euroasiática (UEEA).

Se nos considera “de segunda fila”. Rusia lleva algo más de una década tratando de entablar una interacción de igual a igual con la OTAN a través del OTSC. No solamente para poner a la OTAN y a la OTSC “en el mismo tablero de juego”, sino porque la OTSC se encarga de perseguir a los narcotraficantes y los emigrantes ilegales que cruzan el perímetro exterior de la frontera de Afganistán, y la Alianza del Atlántico Norte es la columna vertebral de la fuerza internacional para la asistencia para la seguridad que, entre otras cosas, tenía la misión de luchar contra la amenaza terrorista y sus fuentes de financiación a costa del narcotráfico. Hicimos lo imposible, por las buenas y exigiendo establecer un contacto en tiempo real de manera que una vez que los soldados de la OTAN detectaran el movimiento de una narco-caravana y no tuvieran posibilidad de detenerla, lo comunicaran al otro lado de la frontera donde podría ser interceptada por las fuerzas de la OTSC. Simplemente rehusaron a hablar con nosotros. En conversaciones privadas, nuestros confidentes en la OTAN (en el amplio sentido de la palabra) nos dijeron que en la alianza no pueden ver a la OTSC como igual por razones ideológicas. Hemos observado esa misma actitud condescendiente y arrogante hasta hace poco en lo que se refiere al proceso de integración económica euroasiática. No obstante, los países que van a formar parte y pertenecer a la Unión Económica Euroasiática tienen bastante más en común en lo que se refiere a su economía, su historia y su cultura que muchos países de la UE. Esta unión no consiste en crear barreras con nadie. Siempre hemos puesto de relieve el carácter abierto de esta unión. Estoy seguro de que será un importante elemento de unión entre Europa y la región de Asia-Pacífico.

No puedo dejar de mencionar la asociación entre Rusia y China que recorre todo los frentes. Hemos adoptado importantes decisiones en el plano bilateral que permiten hablar de la creación de una alianza energética ruso-china, pero ahí no queda todo. Hay más que razones para hablar de la creación de una alianza tecnológica ruso-china. Hoy en día, nuestro tándem con Pekín constituye uno de los principales factores para asegurar la estabilidad internacional y al menos cierto equilibrio en las relaciones internacionales, así como para asegurar la supremacía del derecho internacional. Aprovecharemos al máximo el potencial de nuestras relaciones con India y Vietnam - nuestros socios estratégicos - y con los países de la ASEAN. Estamos abiertos a expandir nuestra cooperación con Japón siempre que nuestros vecinos japoneses manifiesten su deseo de entender sus propios intereses sin estar pendientes de lo que se dice al otro lado del océano.

No cabe duda de que la Unión Europea es uno de nuestros socios colectivos más importantes. Nadie tiene intención de “tirar piedras contra su propio tejado” y renunciar a la cooperación con Europa, aunque lo que sí está claro es que los “business as usual” ya no son posibles. Nuestros socios europeos nos lo comentan, pero la cuestión es que ese “negocio” no nos interesa ya. Parten de la base de que Rusia les debe algo, y nosotros lo que queremos es colaborar entre iguales. Así que “el negocio acostumbrado” se acabó, aunque estoy seguro de que superaremos este período y que aprenderemos las lecciones creándose una nueva base para nuestras relaciones.

Ahora es cuando se empieza a hablar en alto de la legitimidad del planteamiento de crear un espacio económico y humanitario único desde Lisboa a Vladivostok. El Ministro de Asuntos Exteriores de la RFA, Frank-Walter Steinmeier anunció públicamente (a pesar de que hacía tiempo que habíamos hablado de ello) que la UE y la UEEA deben entablar el diálogo. Ya han dejado de verse como algo exótico las declaraciones que hizo en el mes de enero en Bruselas el Presidente de Rusia Vladímir Putin sobre la idea de crear una zona de libre comercio entre la Unión Europea y la Unión Aduanera como primer paso y con vistas al 2020. Se está trabajando en ello y forma parte ya de la agenda diplomática y la política real. Aunque de momento estamos en la fase de las discusiones, estoy seguro de que llegaremos a alcanzar la llamada “integración de las integraciones”. Este será uno de los temas clave que queremos presentar dentro de la OSCE en el Consejo Ministerial en Basilea.

Rusia está a punto de asumir la presidencia de los BRICS y la OCS. Ambas organizaciones celebrarán sendas cumbres en Ufa. Son unas estructuras muy prometedoras en la era que se nos presenta por delante. No son bloques (sobre todo los BRICS), sino asociaciones de intereses en las que están representados países de todos los continentes que coinciden en la forma de encarar el futuro de la economía, el sistema financiero y la política mundiales.