14-1-2015

En nuestro país de mamey, donde llueve para arriba y con psicosociales al por mayor, cuando creíamos que esa aciaga época había sido superada, pasó cuasi desapercibido el nombramiento del ex ministro de Economía, Luis Castilla, a la embajada más importante del Perú en el exterior: Washington D.C. No parece aventurado afirmar que el asunto cosechó no pocos aplausos, uno más de ellos está en pagos norteamericanos.

Si cuando el presidente Humala ascendió a la administración del gobierno debió aceptar el precio de entregar a Castilla la poderosa cartera de Economía para no inquietar a los inversionistas, entre ellos a los de Gringolandia, la ecuación cierra su ámbito ahora que el referido personaje se va como representante del Estado al distrito de Columbia. Insisto, el clamor y ovación deben haber sido ensordecedores.

A un flamante ascendido a embajador en el muy accidentado proceso de pocas semanas atrás, Luis Benjamín Chimoy Arteaga, le ha sido encomendada la responsabilidad diplomática en La Paz, Bolivia. El canciller Gonzalo Gutiérrez aludió a sus antecesores en esa misma localidad altiplánica: Silvia Alfaro y Fernando Rojas Samanez a quienes endilgó un supuesto trabajo "brillante". Si salirse de los pétreos confines del Tratado del 3 de junio de 1929 entre Perú y Chile, es "brillante" para el titular de Torre Tagle, entonces ¡todo está patas arriba!

Baste recordar las expresiones del ex canciller García Belaunde, de los antecitados embajadores Fernando Rojas y Silvia Alfaro, ambos acreditados ante Bolivia, como también la columna en Correo, del embajador Ponce Vivanco, que sostienen que Perú debe ser "consultado" y no celebrar un previo acuerdo -como manda el Tratado del 29- con Chile, cuando se trate de cesión a una tercera potencia ¡por Arica o Tacna!

El titular de RREE, Gutiérrez, engreído y propuesto por Wagner y García Belaunde, se inscribió en la misma línea cuando declaró sobre aspectos internos de la demanda boliviana a Chile, tema ajeno al Perú, motivando el reclamo de Chile

En Bolivia hay para Perú una papa caliente: Martín Belaunde Lossio. Es de exigir que el embajador Chimoy esté en capacidad de lidiar con el tema sin concesiones, trapisondas o acuerdos ajenos a la estricta posición que la Patria mantiene con respecto al diferendo que la nación altiplánica litiga con Chile. No parecieran tener mayor relación las circunstancias pero ¡precisamente! los dos ex embajadores Silvia Alfaro y Rojas Samanez dieron declaraciones proclives a involucrar a Perú en el diferendo bilateral aludido. ¡Por si acaso, por si acaso a alguien se le ocurran ideas peregrinas!

Ayer en La Paz se presentó ante la Comisión Nacional de Refugiados, Martín Belaunde Lossio y en Palacio Quemado, ante el presidente Evo Morales, el embajador Chimoy se acreditó como representante del Perú. La coincidencia es curiosa.

Si hacemos una suposición, negada en todos sus extremos, en que hay ciertas urgencias políticas para que se demore todo lo posible la resolución en torno al paradero en Bolivia de Belaunde Lossio y que, además, ya ha sido anunciado, nunca sería entregado al Perú que lo reclama, entonces, alguien quedaría debiendo un favor enorme. ¿A cambio de qué?

En 1879 Perú no declaró su neutralidad ante la agresión chilena a Bolivia. Fuimos arrastrados a una guerra de rapiña porque estábamos moralmente obligados por un pacto firmado en 1873 con Bolivia y hoy se recuerda la sangrienta batalla de San Juan y Chorrillos que precedió a la de Miraflores, en ambos casos dolorosas derrotas sin atenuantes. A eso nos condujo una dirección traidora y claudicante como fue la de Nicolás de Piérola que a fines de 1881 y ya como ciudadano sin mando, se entrevistó en su cuartel en Lima con el jefe de la ocupación chilena Patricio Lynch, sin que hasta ahora haya habido una explicación sobre ese vergonzoso encuentro.

No buscamos la guerra, fuimos envueltos en ella y salió Perú como país destrozado, en bancarrota, mutilado, herido moralmente hasta hoy con un recuerdo que sucesivos gobiernos evitan rememorar como hoy mismo. ¿Se repite la historia? ¿Cuál el costo de semejante desmán?

Mientras que en el caso de Castilla, él se siente como pez en el agua para defender los intereses de los inversionistas, tribunales y orientaciones empresariales norteamericanos, él encaja perfectamente en lo suyo; hay derecho a preguntarse si Chimoy, un embajador novel, puede hacerse cargo de una delegación delicada como es, hoy por hoy, Bolivia. Aparte de haber sido compañero de promoción de Gonzalo Gutiérrez y Claudio de la Puente, ministro y viceministro de Relaciones Exteriores, respectivamente, no parece exhibir otros méritos. A menos que se considere como tal su exitoso salto de un puesto más allá del 20 y de allí al 7mo., en el muy discutido proceso de ascensos que le otorgó el título de embajador.

El silencio nacional frente a sucesos que parecieran revivir hechos del pasado, constituye probanza de la nulidad de las generaciones que habitan en la cosa pública desde hace más de 40 años. Es hora del relevo, velis nolis.

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Embajador Luis Chimoy Arteaga
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