8. febrero, 2015 Autor: Álvaro Cepeda Neri * Contrapoder

Han transcurrido casi 3 décadas (1988-2015) en las que pusieron a los pueblos en manos de todas la modalidades de la pobreza: miserias y hambrunas con todos los riesgos de enfermedades y pestes como el ébola, que han desgraciado a las naciones, mientras se gestaron los dueños absolutos de la riqueza concentrada en no más del 5 por ciento de sus respectivas poblaciones. Al grado que se escucha el “ronco son” (¡oh, Víctor Hugo!) de nuevas revoluciones anunciadas en las revueltas en marcha, si antes las revoluciones electorales, como la griega, no acuden a resolver pacíficamente las demandas populares (estudiantiles en China, los desaparecidos de Ayotzinapa, los negros estadunidenses, la impunidad y corrupción de los gobernantes, etcétera).

La revolución electoral en Grecia, cuyos actores son los ciudadanos víctimas del neoliberalismo económico, con su barbarie devastadora contra los trabajadores, los campesinos, los indígenas… la soga al cuello de las clases medias a las que “Dios aprieta y los capitalistas ahorcan”, ha puesto en marcha a las izquierdas del mundo para, si no quieren las elites del capitalismo salvaje que estallen las violencias, hacerse del poder del Estado por medio de elecciones sustentadas en los derechos humanos del voto, la crítica y las consultas, con arreglo a las democracia directa para hacer funcionar a la democracia representativa.

La victoria del pueblo de Grecia ha sido la del López Obrador mutatis mutandis, es decir, con los cambios necesarios para la comparación si el ejemplo de que las izquierdas pueden ganar con votos a sus adversarios. Los países necesitan sacudimientos como el de Alexis Tsipras, del partido de la Coalición de Izquierda Radical, por la vía pacífica, como única manera de sacarle la vuelta e incluso detener los levantamientos revolucionarios por hambre, desempleo e injusticias que enraizó el neoliberalismo económico. Con la victoria griega en las urnas, se vislumbra el final del Consenso de Washington que hace 20 años en Davos, Suiza, Jim Wolfenson, presidente del Banco Mundial, ingenuamente decretaba su final.

Con el triunfo electoral del López Obrador de Grecia se ha dado el pistoletazo de salida de las izquierdas democráticas que no encontraban cómo romper su aislamiento. Ir a las urnas es la clave. Asistir masivamente. Enrique Peña y sus 11 reformas que zozobran en las revueltas de Ayotzinapa y Tlatlaya, exigiendo el final de la impunidad, de la corrupción y demandando elecciones auténticas y libres para ejercer la revolución electoral pacífica tal vez sean el último alfil del neoliberalismo económico; un punto de no retomo del capitalismo salvaje al que le salieron en Europa las elecciones griegas.

Una vez más los atenienses-griegos se atrevieron a lo que parecía imposible. Y han puesto en jaque mate las políticas empobrecedoras que en nombre de la democracia representativa, y tras elecciones amañadas, dirigieron a sus países a la ruina, convirtieron a la política económica en un medio para los fines enriquecedores de una elite integrada por gobernantes y empresarios-patrones-banqueros. Socialmente esclavizaron a los pueblos. Fue a los griegos a quienes la Unión Europea, neoliberal en lo económico y antirrepublicana, sometió a la miseria. Pero ellos, revolucionarios en toda su historia y en la historia, contra la Esparta alemana y la Bretaña de la monarquía caduca, que controlan a Europa, pudieron cuestionar ese dominio mediante la revolución electoral que logró el triunfo de la izquierda Syriza.

Los movimientos de izquierda tienen un ejemplo a seguir en la Grecia de las novedades que han enriquecido el pensamiento universal de las ciencias naturales de fundamento matemático, de las ciencias sociales de fundamento jurídico, en la cultura filosófica, las letras, las artes, el teatro. Le han impreso un viraje a las políticas del neoliberalismo económico, los autoritarismos, las corrupciones, injusticias e impunidades.

El López Obrador griego, Alexis Tsipras, y su partido de izquierda radical lograron que el pueblo confiara y asistiera a las urnas; y contra las desviaciones de la democracia representativa o indirecta hiciera uso de la democracia directa, la del pueblo, para detener a los nuevos oligarcas de la autocracia, que se habían apoderado del Estado y sus poderes en complicidad con los dueños del poder económico privado. Los beneficiarios del capitalismo salvaje encontraron su primer revés. Es una réplica histórica al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional, a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y a los del club de Davos, donde ya escucharon una voz de los suyos advirtiéndoles sobre atender a los pueblos y escoger en la alternativa: revoluciones electorales o revoluciones violentas.

Álvaro Cepeda Neri*

*Periodista

Contralínea 423 / del 08 al 14 de Febrero 2015