Belgrado, Serbia. Sumido en la gris periferia de Belgrado, al final de una avenida larga e impersonal, se encuentra Canvas, el nuevo laboratorio sociopolítico de Srda Popovic, fundador del movimiento estudiantil que en 2000 contribuyó eficazmente al derrocamiento del presidente de la entonces República Federal Yugoslava, Slobodan Milosevic.

Llevando por nombre Otpor (resistencia) y bajo una bandera negra con un puño cerrado en blanco, Popovic y su compañero de facultad Slobodan Dinovic (hoy amo y señor de las telecomunicaciones serbias) hicieron correr como la pólvora una nueva forma de insurrección importada de Estados Unidos que ya es conocida como golpe blando o revolución de colores.

Financiados por organizaciones de ese mismo país, estos jóvenes universitarios de clase media siguieron punto por punto los manuales de “revolución no violenta” escritos por el politólogo Gene Sharp, quien dirige junto al excoronel estadunidense Bob Helvey, el Instituto Albert Einstein, de Boston.

Repudiados por una izquierda que los considera una clara herramienta de la Casa Blanca para cambiar gobiernos allá donde les interesa, y admirados por jóvenes conservadores y liberales que ven en ellos una nueva forma de tumbar gobiernos incómodos, los hechos revelan que suman varias victorias, y que la coincidencia con la agenda del Departamento de Estado estadunidense es casi un calco, especialmente en el área que circunscribe a la Federación Rusa.

Tras ser delatado por WikiLeaks como cómplice de Stratfor (una agencia de inteligencia que coopera con la estadunidense Agencia Central de Inteligencia, CIA, por su sigla en inglés) y bajo la máxima de “allá donde la revuelta armada no es viable se impone nuestro sistema”, sus métodos siguen siendo llevados con insistencia a Venezuela, pero no a otros países escasamente democráticos como Honduras o Colombia; al Irán de los ayatolás, pero no a las oprimidas sociedades de Palestina o Marruecos.

¿Es todo traspaso forzado del poder sinónimo de evolución democrática? Srda Popovic lo cuenta a su modo, desde su centro de operaciones.

—Es conocida su etapa como joven líder del movimiento Otpor que derrocó al presidente Milosevic, pero, ¿cómo ha continuado exportando su método después?

—A partir de 2003 dejé el partido político del cual hice parte tras conseguir derrocar a Slobodan Milosevic, y es entonces cuando me comienzan a llamar para viajar a países que quieren inspirarse en nuestras revolucionarias técnicas. El primer lugar al que acudí fue Bielorrusia. Todos estaban muy interesados en recibir asesoramiento sobre cómo se podía hacer cambios de régimen sin violencia. Desde entonces, dejamos las siglas de Otpor y formamos este nuevo sello llamado Canvas ubicado aquí en Belgrado. Hasta este momento ya hemos formado a 46 grupos a lo largo y ancho del mundo. Unos no han prosperado, pero otros han sido muy exitosos.

—¿Cuáles son esos grupos?

—Los georgianos fueron muy efectivos y terminaron llevando a cabo la revolución de las rosas, como los ucranianos precursores de la revolución naranja a quienes formamos igualmente. También viajamos a sitios muy desconocidos como Maldivas, así como otros en los que seguimos insistiendo y otros que no han prosperado, como fue el caso de Birmania antes de la actual transición. Los grupos contactan con nosotros y nosotros les decimos cómo pueden trabajar con nuestro sistema no violento.

—¿Cuál es el funcionamiento de su sistema?

—Tiene tres niveles. Uno con activistas locales, quienes reciben a nuestra gente, gente con experiencia en Serbia o lugares como Georgia. Otra parte es prestar herramientas gratuitas, en las cuales se dice cómo combatir a los opresores. Una de ellas es el clásico manual de lucha no violenta, que está en la red y en muchos idiomas para que pueda ser usado sin costo ni problema allá donde se necesite. Nuestro último manual se llama Volver la opresión contra sí misma; está siendo un éxito. Es, como todos los demás, muy fácil de comprender y llevar a cabo. Y en el tercer nivel de este método trabajamos con científicos que ayudan a hacer comprender a las masas nuestro sistema. Es por ello que muchas facultades de Estados Unidos están llevando a cabo formación académica con base en nuestras experiencias y potenciales para cambiarlo todo.

—Pero, ¿cuál es exactamente la singularidad de su método, más allá de la estructura que emplea su curso?

—Cuando miramos las experiencias del siglo XX se ven varios hechos claros de éxito sin usar violencia que cambiaron para siempre el mundo. Gandhi fue un caso de cómo acabar con el colonialismo, como Nelson Mandela o Martin Luther King contra el racismo. La lucha de Lech Walesa por echar a los rusos de Polonia y traernos la unidad de Europa es otro ejemplo. Así que mi instituto Canvas trata de comprender cómo fueron estos procesos con la ayuda de especialistas en las ciencias sociales. En cualquier caso es muy difícil poder decir qué hacer exactamente, porque aquí no funciona el corta y pega. Cada sitio tiene sus particularidades. Cada opresión es diferente, y podemos tomar elementos de Gandhi, en India, y tratar de incorporarlos en Siria, pero no siempre funciona. Hay unos pocos elementos comunes entre todas las experiencias exitosas citadas y esos son los que trabajamos. Lo llamamos la divina trinidad de nuestra lucha. Son, primero, la unidad; segundo, planear; y tercero, disciplina en la no violencia. El de la unidad ha sido necesario de utilizar para sumar gente en los países religiosos. Hay que hacer participar a cuanta más gente mejor, sin dejar que violenten. En una dictadura lo que inmoviliza a la gente es el factor miedo, y en gobiernos democráticos pero corruptos, la apatía es lo que hace a la gente inefectiva. Sabiendo esto analizamos el estado de ánimo de la gente así como la capacidad de entusiasmar y la estrategia y táctica a emplear. Así que cuando ves las protestas en España, que es sin duda un país democrático, y lo comparas con otros países no democráticos donde se usa la policía y armas, la única diferencia real es el miedo y la apatía de la gente. Pero estableciendo pequeñas victorias, ganando credibilidad y sumando un abanico de gente muy diversa en las protestas, veremos que son en ambos casos las mismas reglas. Básicamente trabajamos con el concepto acuñado por Gene Sharp: “Si la gente no obedece, quien manda no puede ordenar”.

—Ha citado a Nelson Mandela, quien tuvo junto a su movimiento político un largo haber de lucha armada, así como a Gandhi, que no ejercía la violencia activa pero sí la pasiva poniendo los muertos y heridos de su propia parte para hacer presión sobre el régimen…

—Bueno, en sociedades con una fuerte cultura de no violencia, por la influencia budista en el caso de los birmanos por ejemplo, ponemos todo nuestro esfuerzo sin recurrir a la autoinmolación y ese tipo de acciones, porque pensamos que son dañinas y no productivas. De todos modos, hay un estudio muy interesante llevado a cabo por dos investigadoras estadunidenses, Erica Chenoweth y Maria Stephan, en el que han examinado 323 campañas entre 1900 y 2006. En él se puede ver que los conflictos llevados a cabo tanto por métodos de resistencia no violenta han sido mucho más duraderos y efectivos que los violentos o de guerra. Quedaba en un 53 por ciento de éxito por la resistencia no violenta frente a un 26 por ciento de posibilidades de éxito con la guerra. Así que nuestro sistema no es sólo más ético, sino también más efectivo.

—Y respecto a uno de los países donde están trabajando, como es el caso de Venezuela. ¿Qué es lo que están haciendo allí ahora?

—Hay muchas cosas en marcha. Mira, ahora hay nuevas corrientes y lugares desde donde emerge la protesta, como se ha dado en Grecia o España. Son gente que no viene de esferas políticas. Lo que pasa en países como Venezuela y Ucrania es que la gente no confía más en elites políticas. Las protestas no están siendo llevadas a cabo por partidos políticos formales, sino por gente cansada de la situación, que quiere hacer las cosas por ella misma y que sin duda va a seguir adelante. En este momento somos testigos de tres tipos de protestas. Una es la de Tailandia, las camisas amarillas contra las rojas. Luego tenemos Ucrania, que fue muy efectivo con la “revolución naranja” en 2003, pero luego la transición de ésta se encauzó mal, dio un paso atrás, y llevó a que Yanukovich desoyera a medio país que estaba en la calle y desechó el acuerdo de asociación con la Unión Europea. El país ahora está en una diatriba de si se acerca a Rusia o a la Unión Europea. En Venezuela tenemos una dinámica muy diferente. Existe un gobierno elegido en elecciones, pero parece incapaz de cubrir las necesidades básicas de la gente. La mayor razón que veo de las protestas allí es el incremento de la criminalidad, sobre todo desde que mataron a una Miss Venezuela, por lo que aquí no hay tanto un problema de partidos sino de resolver estos problemas económicos y de seguridad. El tema allí lo están llevando estudiantes, tenemos que ver aún lo que pasa…

—¿Cómo define cuando un gobierno o régimen es opresivo?

—Nosotros nunca decidimos, nunca tomamos parte y no juzgamos a los gobiernos públicamente. Estamos aquí y la gente se nos acerca desde diferentes países. Tenemos grupos para cada área. Si es un grupo no violento que quiere hacer algo, nos acercamos y le ayudamos, aunque vemos cuál es el pasado de cada grupo para ver si cooperamos con ellos. Por ejemplo, no trabajamos con grupos que tengan un historial de violencia. Se nos han puesto etiquetas de estar detrás de protestas en las que ni siquiera hemos estado. En todo caso nuestra misión es apoyar a los grupos que quieren un cambio político, sea democracia o autocrático.

—Pero ustedes hacen valoraciones políticas claras, ¿no? Asegura que España sin duda es una democracia y da a entender que no hay opresión. Asimismo, también trabajan y publican informes sobre Venezuela, donde no hay una dictadura…

—Yo trato de dividir el mundo en dos grandes grupos. En países felices, el gobierno tiene miedo de la gente; y en países infelices, la gente tiene miedo del gobierno. Ésta es la única limitación que yo veo. Y a nada que haya un grupo que salga de la sociedad, y que piense que el cambio no violento pueda ser instaurado, les proveeremos de las aptitudes necesarias. En cualquier caso nunca queremos intervenir. No porque queremos ser políticamente neutrales y tener credibilidad, sino porque no queremos aprender de extraños. Así que cuando ves a asesores extranjeros decir a la gente qué debe de hacer, creemos que no funcionará bien. Por tanto nosotros sólo proveemos fe en la suma de gente, entusiasmo y conocimientos. Sólo queremos que funcionen sus ideas, no las ideas de otros.

—A principios de año pudimos ver en imágenes de agencias internacionales a jóvenes de clase media lanzando bombas molotov en Caracas con camisetas de Otpor. ¿Cómo lo valora?

—Bueno, eso no significa necesariamente que aquella persona tenga relación con nosotros. Lo único que nosotros hacemos es asesorar a quien se quiera organizar frente a los opresores.

—¿Y qué me dice del financiamiento que han estado recibiendo del gobierno de Estados Unidos?

—Mucho se ha dicho sobre esto y sobre la parte de financiamiento que recibimos de Occidente, pero lo que la gente no comprende es que cuesta mucho mantener una estrategia internacional de resistencia no violenta durante 10 años. Hubo un apoyo de ellos y gente de negocios cuando ya éramos una organización con 50 mil miembros… Si me preguntas si nos fue útil para terminar con Milosevic, sí, sí lo fue. ¿Milosevic estaría de todas formas fuera del gobierno sin la ayuda económica que nos dieron de Estados Unidos? Probablemente, porque había mucho descontento… Los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte realmente ayudaron a Milosevic. ¿Qué opción teníamos? ¿Que Milosevic continuase gobernando? Nos hubiera costado más guerras. Así que no teníamos muchas opciones. Es realmente absurdo pensar que quien provee de financiamiento a nuestro movimiento está moviendo los hilos.

“Si hay organizaciones internacionales que están dispuestas a ayudarte, es normal conversar con ellos. Yo normalmente no pongo trabas a que los activistas puedan hablar con estos grupos internacionales. Pero hay que ser francamente naïve para pensar que Estados Unidos da dinero a unos, pero no a otros, sin ninguna motivación política, ¿no cree? Si tienes unos objetivos claros y alguien quiere ayudarte con ellos, hablas con esa persona, y si coincides en los objetivos aceptas su ayuda. No veo problema en ello.”

Fuente
Contralínea (México)