Dentro de lo escandaloso del precio, el problema estalla cuando el Ministerio de Sanidad pretende restringir el acceso al Sovaldi sólo a casos muy graves, por razones económicas y no por criterios médicos. Finalmente Gilead acordó con Sanidad suministrar Sovaldi por 25 mil euros por tratamiento. Aún un precio abusivo y escandaloso a todas luces, sobre todo cuando los costos de producción oscilan de 50 a 100 euros por paciente de acuerdo con varios estudios.

Se trata de salvar vidas. ¿Cómo aceptar que se especule con oferta y demanda? Esa basura puede aceptarse con artículos de lujo innecesarios, pero no con la vida. Gilead es una voraz multinacional farmacéutica, creada en un paraíso fiscal, propiedad de grandes fondos de inversión mundiales con ramificaciones en la banca y trasnacionales.

Las trasnacionales de farmacia pretenden justificarse a menudo con el argumento de que dedican mucho dinero y años a la investigación para producir un nuevo medicamento, y han de cobrar caro para poder continuar investigando. Sería casi hermoso si no fuera un embuste. Vicenç Navarro, que ha trabajado años en sanidad pública de Estados Unidos, afirma que “la mayor parte de la investigación para producir un fármaco no la financia la industria farmacéutica, sino los centros de investigación públicos de Estados Unidos. La producción de los principales medicamentos se basa en los resultados de los institutos nacionales de la salud, los prestigiosos centros de investigación sanitaria del gobierno federal. La mayoría de costos de investigación no recaen en la industria farmacéutica, sino en el Estado”. Y añade que muchas empresas farmacéuticas además registran como gastos de investigación los que son de mercadotecnia, relaciones públicas y publicidad. Para hinchar más la factura final.

En España, la Coordinadora contra la Privatización de la Sanidad de Madrid asegura que el Sovaldi se desarrolló con fondos públicos. Y el blog La ciencia y sus demonios insiste en ello. Cuando se indaga sobre el financiamiento de los estudios de investigación, asegura, se averigua que todos, incluidos los básicos para el Sovaldi y otros antivirales patentados, han sido financiados durante más de 20 años por agencias públicas estadunidenses.

¿Por qué, tras financiar con dinero público la investigación básica, se transfiere al sector privado el desarrollo de los medicamentos y los beneficios monetarios? Porque el sector farmacéutico es tal vez uno de los más poderosos y de los más implacables.

El truco indecente de las farmacéuticas es registrar una molécula, una fórmula, como suya, patentarla. Y da igual si esa fórmula es fruto de su investigación, ha sido financiado con recursos públicos o la han robado a indígenas, como llevan haciendo hace décadas. Lo que les vale es que este sistema capitalista les reconoce una propiedad intocable.

De la voracidad y amoralidad de la industria farmacéutica hay mucho que hablar. Qué cabe esperar de esa industria lo indica una declaración del consejero delegado de Bayer, Marijn Dekkers, al responder por qué un fármaco suyo era muy caro: “En Bayer no desarrollamos un medicamento para los indios, sino para los pacientes occidentales que pueden permitírselo”.

Y el ganador del Premio Nobel de Química de 2009, Thomas Steitz, denunció hace tiempo que las farmacéuticas no invierten ni un centavo en investigar antibióticos que curen definitivamente, sino en medicamentos que el paciente haya de tomar toda la vida. “Muchas grandes farmacéuticas han cancelado sus investigaciones de antibióticos porque curaban a la gente y ellas quieren fármacos que haya que tomar siempre, no que curen”, declaró.

La industria farmacéutica es uno de los sectores económicos más potentes del mundo. Una lista de las 500 mayores empresas del mundo mostraba hace unos años que los beneficios de las 10 mayores farmacéuticas superaban los beneficios de las otras 490 empresas de la lista. De ello y de lo denunciado antes se deduce que son lo más voraz y amoral del actual capitalismo por desposesión.

Fuente
Contralínea (México)