Si aún fuese necesario demostrar el cinismo de ciertos dirigentes políticos, la manifestación contra el terrorismo realizada en Túnez sería una nueva prueba. En un espectáculo similar al que se orquestó con la manifestación de París, luego de los atentados contra el semanario Charlie-Hebdo y contra un supermercado judío, varios jefes de Estado y de gobierno se exhibieron en Túnez para expresar su «determinación» antiterrorista después del ataque contra el museo del Bardo. El problema es que varios de esos mismos jefes de Estado y de gobierno apoyan claramente el mismo terrorismo que denuncian públicamente.
En Túnez, al igual que en París en enero, una manifestación popular dice «Alto al odio y a la muerte» rechazando no sólo el terrorismo sino la guerra de la que se deriva este.
Sin embargo, en el desfile de Túnez, al igual que en el de París, participaron varios de los principales responsables de las políticas guerreristas que alimentan la espiral de odio y muerte.
En primera fila se vio a Francois Hollande, presidente de la Francia que apoyó hasta el último instante la dictadura de Zine el-Abidine Ben Ali, garante de los intereses neocoloniales de Francia, la misma Francia que, bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy –quien hoy regresa a la escena política francesa– contribuyó, con la guerra contra Libia, a la difusión del terrorismo. No es casual que los autores de la matanza del museo del Bardo se hayan entrenado precisamente en Libia.
Y junto a Hollande también estuvo en Túnez el primer ministro italiano Matteo Renzi, representante de la Italia que contribuyó a incendiar el norte de África y el «Medio Oriente» con su participación en la destrucción del Estado libio mediante una operación en la que los grupos islamistas, anteriormente clasificados como terroristas, fueron entrenados y armados por Estados Unidos y la OTAN, que sin embargo expresaron en Túnez su respaldo a la lucha contra el terrorismo.
También estuvo presente en la marcha contra el terrorismo organizada en Túnez el viceprimer ministro Numan Kurtulmus, representante del gobierno turco que –además de entregar armamento al Emirato Islámico y de facilitarle el tránsito hacia Siria e Irak– firmó el 19 de febrero con Estados Unidos un acuerdo para entrenar y equipar cada año 5 000 «rebeldes» (o sea terroristas) «moderados» para infiltrarlos en Siria. Según el acuerdo turco-estadounidense, el entrenamiento de esos elementos estará garantizado por 400 asesores de las fuerzas especiales estadounidenses.
También está del lado Túnez y en contra del terrorismo… la monarquía saudita, bien conocida como primer financista de grupos terroristas. Su ministerio de Relaciones Exteriores envió un mensaje donde afirma que «los principios de tolerancia de la religión musulmana prohíben matar inocentes». Human Rights Watch denunció este mismo año que «las nuevas disposiciones antiterroristas adoptadas por Riad permiten criminalizar como acto terrorista toda forma de crítica pacífica contra las autoridades sauditas» en un país donde –según reporta The Telegraph el 16 de marzo de 2015– se aplican cada año 80 penas de muerte por decapitación y donde además se ejecutan igualmente numerosas condenas de flagelación, como en el caso del bloguero Raif Badawi condenado a recibir 1 000 latigazos (50 cada viernes).
La manera como Arabia Saudita «evita matar inocentes» está viéndose confirmada en Yemen, donde la monarquía saudita está masacrando a los civiles con sus aviones, proporcionados por Estados Unidos. En base a un contrato de 30 000 millones de dólares, firmado en 2011 en el marco de un acuerdo mucho más amplio que asciende a 60 000 millones, Washington está enviando a Riad 84 aviones de guerra F-15 nuevos, con todo su armamento de bombas y misiles, mientras moderniza otros 70.
Es con todos esos aviones de guerra y otros más –igualmente Made in USA– que Arabia Saudita y los demás miembros de su coalición están librando, en nombre de «un compromiso común contra el terrorismo», una guerra gestionada y dirigida por Estados Unidos por el control de Yemen, país de primera importancia estratégica en el Estrecho de Bab al-Mandeb (de 27 kilómetros) entre la Península Arábiga y África, por donde transitan el petróleo y los intercambios comerciales entre el Océano Índico y el Mediterráneo.
Y Washington, mientras que trata por todos los medios de bloquear el programa nuclear iraní, cierra los ojos ante el hecho que Arabia Saudita ha declarado oficialmente –como reporta The Independent, el 30 de marzo de 2015–, por boca de su embajador en Estados Unidos, que no excluye la posibilidad de fabricar o de comprar armas nucleares, con ayuda de Pakistán, cuyo programa nuclear está financiado por Riad en 60%.
Por supuesto, en nombre de la lucha contra el terrorismo.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
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