¡A este paso, ni Chinguel está seguro!

El asesinato violento del que fue víctima Patrick Zapata Coletti, amigo y acompañante en días pasados de Gerald Oropeza en el Porsche siniestrado, da cuenta de una situación innegable: hay seres incómodos cuyo testimonio puede ser muy comprometedor. Los más de 10 balazos en su cuerpo son probanza que Zapata "estorbaba". Y para la mafia, muerto el perro, se acaba la rabia.

En Perú se padece, desde hace años, el accionar in crescendo de bandas cuyas características no se ajustan del todo a los arquetipos delincuenciales comunes. Hay demasiada violencia y no hay móviles de robo, atraco ni nada que se le parezca. Se trata de ajustes de cuentas con disparos a la cabeza, al corazón, de necesidad mortal como reza la jerga forense. La quemazón del Porsche fue una advertencia macabra para que Oropeza se pusiese en vereda y arreglara sus cuentas. Ciertamente, nadie puede cobrar deudas a los muertos y en San Miguel no cayó ningún facineroso.

Si esto ocurre con los que están circulando más o menos libres, aunque engrilletados a sus acciones de bajo imperio, ¿qué puede esperar quien está preso y de quien se ha descubierto que tenía vínculos más o menos directos con la familia de Gerald Oropeza? ¡A este paso, ni Chinguel está seguro!

Lo que aparenta una especulación mayúscula no la es tanto si se tiene en cuenta que Chinguel estaba en el ministerio de Justicia cuando ocurrió el asesinato de Américo Oropeza y el ex jefe de la Comisión de Indultos compró acciones de un negocio que terminó concediendo o revendiendo a la viuda del malogrado Oropeza. Es decir, las ligazones, lo que hasta hoy se conoce, va revelando que existían lazos comprometedores.

Por tanto, inferir que Miguel Facundo Chinguel, aún en el penal de máxima seguridad donde está detenido, es una persona incómoda, no es ninguna bobería. Por el contrario, es él quien sabe o puede delinear el camino que permita aclarar lo que hoy son nubarrones. Y tirios y troyanos podrían estar temblando. Tómese en cuenta que a Chinguel aguarda no menos de 15 años de prisión.

La pregunta que flota en el ambiente es ¿a quién o a quiénes convendría un desenlace de esta naturaleza absolutamente perversa? La respuesta es simple: a los que desean evitar que Chinguel se arrope con el manto de colaboración eficaz o sea impreciso en sus respuestas o versiones y pavimente nuevas avenidas de investigación.

Un comentario amigo me espetó: "no faltaría algún tiro loco, con tal de echar la culpa a los del Partido".

En un país con alto índice de violencia desde el Estado contra masivos grupos ciudadanos, Tía María, e irrespeto por la palabra empeñada en las campañas electorales, con el obsequio disimulado de nuestras materias primas o con la obesa cantidad de concesiones con dedicatoria vía la cual el Estado regala el patrimonio nacional, nada es imposible. Para no hablar de cómo el oficialismo se desgañita en ladridos contra las críticas a la intromisión evidente de una dama que no fue elegida por nadie y ¡mucho menos! para ejercer influencia en el alto mando de la Nación.

Los clubes electorales están muy concentrados en la liza del 2016. A ellos preocupa que sus eternos trebejos, ya setentones y anacrónicos, asienten sus rollizas posaderas en las curules del Congreso. Hay no pocos débiles mentales a quienes el sueño onanista de la presidencia no deja dormir. Por eso lo que ocurra en la vida cotidiana, los tiene sin mayor cuidado.

La administración Humala debiera comprender que, hoy más que nunca, tiene la obligación de otorgar al pueblo peruano, la certidumbre que está a cargo de la total seguridad ciudadana y, también, de la vida de los detenidos importantes por el conocimiento de hechos y personas que poseen. No vaya a ser que los pesquen con los pantalones abajo.

Esta inquietud es personal, no compromete a nadie, salvo a mi conciencia, espero equivocarme y que mis tremebundas alertas tan sólo sean producto de mi imaginación fértil, sobre todo, cuando las faltriqueras empiezan a chillar su anemia consuetudinaria. Pero, siempre hay un pero, no descartemos nada. En Perú, como es de conocimiento de la ciencia política ¡llueve para arriba!