Los conflictos armados de la última década del siglo XX –Bosnia, Serbia, Kosovo– cambiaron la fisionomía de los Balcanes. Bosnia recuperó sus atributos de país musulmán; Serbia volvió a ser un territorio pobre, rodeado por vecinos codiciosos y molestos; Kosovo tuvo la dicha de convertirse en el primer protectorado de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ubicado en una de las regiones más inestables de Europa. El común denominador de los tres conflictos: la limpieza étnica. La solución trajo consigo los tráficos de armas y de drogas, la corrupción, la criminalidad, el reinado de las mafias. Todo ello, bajo la complaciente o cómplice mirada de los funcionarios internacionales y los expertos europeos.

El operativo militar en los Balcanes, liderado por el general estadunidense Wesley Clark, comandante en jefe de la OTAN, desembocó en la modificación de las fronteras. De la antigua Yugoslavia, promotora del Movimiento de los No Alineados, la famosa tercera vía entre el comunismo y el capitalismo, sólo queda un vago recuerdo. El ensayo resultó concluyente: se abría el camino para la expansión hacia el Este.

Trescientos paracaidistas estadunidenses llegan a Ucrania. La noticia, publicada hace apenas unos días en los periódicos europeos, hace hincapié en el carácter pacífico de esta visita. Los militares estadunidenses se limitarán a adiestrar a los miembros de la futura Guardia Nacional ucraniana, cuerpo de elite integrado por antiguos paramilitares.

Tranquilícese, estimado lector: nos aseguran nuestros ángeles de la guarda que la crisis de Ucrania poco tiene que ver con la Guerra Fría. Se trata de una guerra híbrida, eufemismo empleado por los estrategas para ocultar verdades por todos conocidas. Sin embargo, la guerra híbrida sirve para el envío de material sofisticado a las autoridades de Kiev. Los suministros se efectúan a través de empresas privadas que sirven de tapadera para la venta de armas, aparentemente no autorizadas por los gobiernos.

Paralelamente se registra un incremento del gasto militar de los nuevos miembros de la OTAN: Polonia, los países bálticos, Rumania y Bulgaria. Se trata, en realidad, de los únicos países de la Alianza Atlántica que aumentan los presupuestos de defensa, pues tanto Estados Unidos como las potencias occidentales –Alemania, Francia, Italia, Dinamarca y Portugal– planean aplicar recortes drásticos a sus respectivas partidas de defensa.

“Hay que armar a Ucrania. Rusia atacará dentro de 2 meses”, afirma el exgeneral Wesley Clark en una entrevista concedida al semanario estadunidense Newsweek. Clark encabeza un triunvirato castrense, integrado por el general Patrick M Hughes, antiguo director de la inteligencia militar de Estados Unidos y el también general John S Caldwell, exjefe adjunto del Estado Mayor, encargado del suministro de armamento, que dirige actualmente una de las más importantes compañías especializadas en la venta de material bélico sofisticado. Curiosamente, al trío se le suma el multimillonario George Soros, exespeculador reconvertido a mecenas y pensador, también partidario de un enfrentamiento abierto entre Ucrania y Rusia. Estima Soros –y lo pregona– que en Ucrania se defienden los valores y los principios sobre los que se creó la… Unión Europea. Olvida sin embargo el financiero húngaro-estadunidense el renacer de los movimientos de corte nazi y la omnipresente corrupción, principal lacra de Ucrania.

Por ende, conviene señalar que el diabólico cuarteto dispone de fondos ilimitados, mueve el negocio de armas y cuenta con influencias a escala mundial. En este caso concreto, utiliza hábilmente un argumento clave: si la Unión Europea no se involucra, aunque sólo sea indirectamente en el conflicto, Europa dejará de tener un peso específico en las relaciones internacionales.

En resumidas cuentas: la guerra caliente contra el oso ruso está servida.

Fuente
Contralínea (México)