A medida que el desarrollo económico penetra hasta en los rincones más aislados del planeta, muchas comunidades originarias se ven amenazadas, al igual que su estilo de vida. El avance del progreso significa que se hacen esfuerzos tanto para extraer recursos vitales para los pueblos indígenas como para integrarlos mediante la introducción de la medicina occidental y de los sistemas educativo y económico a su estilo de vida tradicional.

“Hay dos comunidades no contactadas cerca de mi casa, pero sufren la amenaza de la exploración petrolera”, dice Moi Enomenga (integrante del pueblo waorani o huaorani, grupo indígena de la Amazonia que vive en el Este de Ecuador en un área de exploración petrolera. Nadie sabe cuánto tiempo llevaban allí antes del primer encuentro con los europeos, a fines del siglo XVII) a Inter Press Service (IPS). “Para ellos sacar el petróleo de la tierra es como sacarles la sangre del cuerpo”, ejemplifica.

Ecuador ratificó la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, que otorga derecho a consulta frente a proyectos de extracción en sus territorios. Pero según organizaciones, la minería y las prospecciones ponen en duda el compromiso del gobierno de cumplir esos derechos, lo que generó varias protestas.

A pesar de su larga historia, las comunidades indígenas diseminadas por el mundo tienen en común el estar bajo intensa presión por adaptarse a un sistema económico globalizado, que les ofrece algunos beneficios pero que destruye su tierra y su cultura y las convierte en especialmente vulnerables a fenómenos como el cambio climático.

La vida es difícil para las comunidades de montaña, porque el impacto del cambio climático se hace cada vez más evidente, indica Matthew Tauli, integrante de la comunidad indígena Kankana-ey Igorot, en la región montañosa de Filipinas.

“Necesitamos cosas pequeñas y sencillas, no grandes obras económicas de desarrollo como grandes represas o proyectos de minería”, dice Tauli a IPS. Se estima que en Filipinas viven entre 14 millones y 17 millones de indígenas pertenecientes a 110 grupos etnolingüísticos, que representan casi 17 por ciento de los 98 millones de habitantes.

El estilo de vida tradicional de una gran proporción de indígenas está en riesgo, por el desplazamiento forzado y la destrucción de sus tierras ancestrales, según la ONU.

Protectores de la naturaleza

Como en otras partes del mundo, las comunidades originarias desde Luzón, uno de los tres grandes archipiélagos de Filipinas, a Mindanao, la mayor de las islas del Sur, luchan para resistir a las formas destructivas del desarrollo. Su lucha es similar a la de otras regiones, en especial en países como India donde viven 107 millones de indígenas en tribus, como se denomina a las comunidades originarias también llamados adivasis.

“Resistimos los esfuerzos del gobierno de hacernos cultivar y plantar los mismos cultivos en vastas áreas”, relata a IPS el adivasi K Pandu Dora, del meridional estado indio de Andhra Pradesh, que tiene 49 millones de habitantes. Según el censo de 2011, las tribus constituyen 5.3 por ciento de la población, casi 3 millones de personas.

El pueblo de Dora habita en lo alto de la montaña, y practica la rotación de cultivos en una relación íntima con los ciclos de la naturaleza. Las tribus vecinas que siguieron el consejo de las autoridades de adoptar métodos agrícolas modernos con fertilizantes químicos y monocultivos ya atraviesan dificultades, explica Dora por medio de un traductor.

Con 70 por ciento de las comunidades agrícolas y tribales por debajo de la línea de pobreza, las prácticas agrícolas no sostenibles son un desastre potencial para millones de personas. El cambio climático causa estragos a la hora de cultivar y cosechar, perturba los ciclos naturales a los que están acostumbradas las comunidades rurales.

En el Continente Africano, en la zona seca de Kenia, los pequeños agricultores que dependen de una diversidad de cultivos siguen bien, destaca Patrick Mangu, etnobotánico del Museo Nacional de Nairobi. “La señora Kimonyi nunca tiene hambre”, dice Mangu a IPS al describir el terreno de una hectárea de esta campesina, quien tiene 57 variedades plantadas de cereales, leguminosas, raíces, tubérculos, frutas y hierbas. La diversidad, principalmente de variedades locales que producen alimento casi todos los días, es la que permitió amortiguar el impacto de la sequía para Kimonyi, asegura.

Casi la mitad de los 44 millones de habitantes de Kenia son pobres, la gran mayoría vive en zonas rurales de las regiones central y occidental del país. El aprovechamiento de métodos agrícolas tradicionales puede significar una importante mejora en los ingresos, la salud y la seguridad alimentaria en el vasto cinturón agrícola de ese país africano, pero el gobierno todavía debe avanzar en esa dirección.

En el mundo, los bosques mejor protegidos son cuidados por indígenas, dice Estebancio Castro Díaz, de la nación kuna, en el Sureste de Panamá. Por ejemplo, más de 90 por ciento de las selvas controladas por ellos aún se mantienen. Pero no sucede así en el resto de ese país, que perdió 14 por ciento de su cobertura forestal entre 1990 y 2010.

“La selva es un supermercado para nosotros, no se trata sólo de madera. El control local de los bosques también trae otros beneficios para toda la sociedad”, explica Díaz.

Como los árboles absorbenCO2, los bosques saludables contribuyen en la lucha contra el cambio climático. Las selvas controladas por comunidades locales absorben 37 mil millones de toneladas de CO2 al año, dice a IPS la relatora especial de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, Victoria Tauli-Corpuz. “En Guatemala, los bosques a cargo de comunidades locales tienen 20 veces menos deforestación que las que gestiona el Estado; en Brasil es 11 veces menos”, observa. Pero muchos gobiernos ni reconocen el derecho a la tierra de los pueblos indígenas ni su forma de gestión, añade.

El problema general cuando se trata del cambio climático, de la pérdida de biodiversidad y de llevar una vida sostenible es que requiere cambiar el actual sistema económico creado para dominar y extraer recursos de la naturaleza, observa Tauli-Corpuz.

“La educación y el conocimiento modernos tratan principalmente de cómo ejercer un mejor dominio sobre la naturaleza. Nunca se trata de cómo vivir en armonía con ella”, apunta. “Vivir bien es tener una buena relación con la Madre Tierra y no depender de la dominación ni de la extracción”, resume.

Traducción
Verónica Firme
Fuente
Contralínea (México)