Si en 2 años Enrique Peña quemó su pólvora en los infiernitos de sus fallidas contrarreformas, en 2 días recibió la descalificación del papa Francisco, con exorcismos para que su país, Argentina, no fuera a “mexicanizarse”, en alusión a la plaga del narcotráfico y la sangrienta inseguridad que provoca; sin perdonarle al mexiquense del cártel de Atlacomulco sus pecados políticos y económicos, no obstante la penitencia que le impuso al aislarlo del cono Sur latinoamericano. Religiosamente católico, por su formación desde jardín de niños hasta estudios superiores, en escuelas antilaicas del Opus Dei, el gancho al hígado que recibió el inquilino de Los Pinos ha sido lo que en la jerga boxística se llama un descontón.

Y groggy: atontado, tambaleante, fuera del ring sexenal, acusó Peña el golpe del Vaticano sin tener que ir (como lo ha hecho ya en dos ocasiones para recibir la bendición papal) hasta Roma, no obstante que todos los caminos conducen a la llamada ciudad eterna. Inmediatamente ordenó el “señor presidente” –terminado ya su sexenio en sólo un tercio–, enviar una “nota” al papa para replicar, citando su secretario de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade, al nuncio apostólico para mendigar, como limosna, una explicación del conjuro hecho para librar a Argentina del demonio de la inseguridad que, impunemente, anda suelto en México a consecuencia de los malos gobiernos antidemocráticos y antirrepublicanos del Partido Acción Nacional (PAN) con Vicente Fox-Felipe Calderón y del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de Peña.

Y por si algo faltara, desde el Hollywood de Los Ángeles, California, Estados Unidos, con su premio en las manos por su filme Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia, Alejandro González Iñárritu, simbólicamente rezando, pidió que los mexicanos tengamos el gobierno que nos merecemos (abogó, a su vez, por los migrantes sometidos a la esclavitud de los conservadores estadunidenses) y que fue, sin duda alguna, una censura al peñismo, deseando que nuestro país se abra al buen gobierno republicano-democrático. Su discurso ante el público que ovacionó el año pasado al director de Gravedad y ahora a él, fue una propuesta para que los ciudadanos mexicanos, sus compatriotas, se deshagan pacíficamente del peñismo que no quiso consultar la opinión del pueblo para poner en marcha las 11 contrarreformas propuestas, y que ya naufragaron en su autoritarismo favorable al neoliberalismo económico.

Peña ha ganado el Oscar por su incapacidad política que ha llevado al país al desastre total, dejando a la nación al borde de una revolución electoral para deshacernos de los malos gobernantes, o una revolución violenta ante la pobreza, el hambre, el desempleo y el botín de la corrupción, aunado a la impunidad concedida a la elite de los tres poderes federales, de los tres poderes de los estados incluyendo al gobierno defeño, y a la elite empresarial-banquera que concentra el 99 por ciento de la riqueza a la sombra del capitalismo salvaje que Peña ha llevado hasta sus últimas consecuencias. Por lo que no ha dejado más que una salida democrática-republicana o el golpismo militar como respuesta sangrienta, en cuya disputa entra el narcotráfico. El ruego del cineasta González Iñárritu (“…porque en mi país encontremos el gobierno que nos merezcamos…”) es una recriminación al peñismo.

Y lo único que le faltaba al de la pandilla de Atlacomulco era que desde el La Ciudad del Vaticano o desde el centro de los premios Óscar para reconocimiento de películas y actores, le llovieran duro y tupido las críticas que cierran el círculo de las desaprobaciones a su régimen. Y es que severamente cuestionado desde su campaña (hasta haberse tenido que esconder en un sanitario cuando los estudiantes de la Universidad Iberoamericana le echaron en cara lo de Atenco) y en su toma de posesión en medio de impugnaciones y represiones policiacas, después de 2 años su gobierno político y administrativo ha ido de mal en peor, al grado que sus medidas legislativas han quedado al margen por negarse a presentarlas en consultas populares. De esta manera no ha podido consolidar la jefatura de su gobierno y la jefatura de Estado, ya que desde dentro y desde fuera lo critican e impugnan.

Que el papa Francisco, Alejandro González Iñárritu y las indirectas del escritor Sergio Ramírez de que “nuestra historia en el presente es una macabra fotografía de cuerpos regados en un baldío con el título en letras rojas de una masacre” lo hayan cuestionado tan duramente significa que el peñismo ya no tiene para donde hacerse. Y los sucesos de Tlatlaya y Ayotzinapa lo han puesto al borde del juicio político. Que Peña se despeñe no importa, pero que se esté llevando entre las patas a la nación es lo relevante en esta crisis general, que anuncia que el pueblo debe tomar una decisión: la revolución electoral pacífica (al estilo de Grecia) o la revolución violenta. Una sin más derramamiento de sangre, la otra totalmente sangrienta.

Fuente
Contralínea (México)