Habrá que olvidar que en su momento los anteriores gobiernos griegos mintieron descaradamente para poder justificar financieramente la entrada en el euro. Habrá que perdonar que las autoridades de Bruselas miraron pudorosamente hacia otro lado, porque el país que todavía usaba la moneda más antigua de la humanidad y que había fundado la mitificada democracia no quedara fuera de la fiesta inaugural del capítulo más espectacular de la integración.

Habrá que soslayar pragmáticamente la sempiterna costumbre europea de intentar un arreglo al límite, para que al final de una cumbre no salgan vencedores y vencidos: todos deben volver a casa con un triunfo. Ésta es una batalla que puede todavía generar notable daño y bajas considerables.

En primer lugar, aunque los porcentajes de la votación reflejen una victoria evidente del rechazo ante las imposiciones de la Unión Europea, la sociedad griega ha quedado peligrosamente dividida por la alternativa presentada por el primer ministro, Alexis Tsipras. Es predecible que los problemas del pueblo griego en su vida cotidiana no desaparecerán con el resultado del referéndum.

Por lo tanto, los que votaron aceptar las condiciones de las instituciones europeas y el Fondo Monetario Internacional (FMI) le recriminarán a los que respaldaron a Tsipras por los previsibles daños que todos se verán obligados a soportar. Los ganadores de la contienda, que votaron por el rechazo, pueden sentirse defraudados, al ver que la situación económica empeora o no mejora ostensiblemente.

El porcentaje refleja que los sectores conservadores y de clase media siguieron la tesis de aceptar las condiciones porque algo tenían. Por el contrario, la mayoría que no tiene nada o lo ha perdido casi todo consideraba que debía seguir la lucha y desdeñar las presiones de la Unión Europea.

Conviene recordar, por ejemplo, que el porcentaje del referéndum es incluso superior a los resultados de las recientes elecciones, que en enero auparon al poder al dirigente triunfador en el plebiscito de ahora.

Si no llega un nuevo rescate o una reducción espectacular de la deuda, al resultar impotente en satisfacer las demandas de la ciudadanía, el gobierno puede verse obligado a dos alternativas, cada cual peor.

Por un lado, puede tener que aceptar de manera humillante una urgente ayuda humanitaria de la Unión Europea, tal como a última hora se ha sugerido. Por otro, se puede mover por la peligrosa senda de solicitar la protección de intereses exteriores, como indicaban recientemente los movimientos hacia Moscú.

Los dirigentes de la Unión Europea se pueden ver abocados a cumplir las amenazas vertidas en las últimas horas de la contienda. El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, puede verse en la situación incómoda en tener que respaldar con acciones sus argumentos de las últimas horas con respecto al castigo al abandono del euro. De ahí que haya plegado velas y se haya decantado por la senda de la negociación.

El dilema en que se van a encontrar los líderes que tienen más peso en la Unión Europea es también preocupante. ¿Cómo quedarán el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, si la mano dura impuesta por Berlín se impone?

Al revés, ¿cómo van a quedar todos si ahora se sopesa la negociación tradicional y el compromiso clásico?

Una predicción tradicional consiste en que los líderes de Bruselas, respaldados por el FMI, optarán por la negociación, ya que no quieren pasar a la historia como actores de un enfrentamiento de consecuencias impredecibles.

Al primer ministro griego no le conviene tensar más la cuerda y, por lo tanto, podría presentar una oferta que la Unión Europea no pueda rechazar. Por su parte, la canciller alemana, Angela Merkel, y otros dueños de la deuda estratosférica saben que la salida de Grecia del euro garantiza la imposibilidad del cobro.

En la distancia, Estados Unidos ya ha expresado en todo este proceso una preocupación por su evolución. Aparte de que una convulsión económica en Europa no conviene en Washington, dos frentes son pivotes del interés estadunidense en que el daño no se derrame a otras dimensiones cruciales.

La primera es la amenaza de la oscilación de una Grecia a la deriva hacia la tentación de un refugio bajo la protección de Rusia.

La segunda es la incomodidad de contemplar una Unión Europea dividida en su liderazgo y con las alas financieras dañadas en plenas negociaciones para la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones (TTIP por su sigla en inglés).

Con líderes indecisos va a ser muy difícil que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pueda ejercer su mandato de negociación concedido por el Congreso para un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, con el resultado de que el proyecto se retrase hasta que haya un nuevo presidente.

Finalmente, depende ahora de las decisiones que se tomen en Bruselas y otras capitales europeas que no se dañe todavía más la esencia de la Unión Europea… y del euro, la joya de la corona, y la causa de todo este drama.

Fuente
Contralínea (México)