El ministro de Exteriores de Polonia, Grzegorz Schetyna, hizó estudios de Filosofía y Leyes y fue presidente interino de la República de Polonia. Pero parece que no conoce la historia de su propio país y sus políticas anti-rusas constantement lo llevan a cometer graves errores. Según este ministro polaco no fue el Ejército Rojo el que liberó a los prisioneros de Auschwitz. También “ignora” la responsabilidad de Polonia en la conquista nazi.

El Ejército Rojo sufrió el 80% o más de todas las muertes causadas por la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial. Pero no hay nada que agradecele. En el este de Polonia, un cementerio del Ejército Rojo fue recientemente profanado por pandillas. En efecto, los monumentos del Ejército Rojo en Polonia están siendo destruidos y los símbolos soviéticos están prohibidos en ese país mientras que en los Estados bálticos los residentes locales ofrecen flores y cerveza a los veteranos de las SS nazis. Y… ¿qué decir sobre Ucrania?, hoy convertida un Estado fascista donde el colaborador nazi Stepan Bandera ha sido elevado a la categoría de “Padre de la Nación”.

El embajador ruso en Polonia, Serguei Andreyev, lamentó la profanación del cementerio del Ejército Rojo. Pero lo que realmente causó controversia dentro del ministerio polaco de Exteriores fueron sus comentarios sobre la responsabilidad de Polonia en el inicio de la Segunda Guerra Mundial. El embajador comentó:

«A lo largo de los años 1930, Polonia bloqueó repetidas veces la creación de una coalición contra la Alemania nazi. Por lo tanto, se puede decir que Polonia es parcialmente responsable de la catástrofe que ocurrió en septiembre de 1939.»

El ministro de Exteriores de Polonia, Grzegorz Schetyna, reaccionó con indignación y convocó al embajador ruso para que se justificara. Schetyna calificó las declaraciones del embajador de «injustas y mentirosas». Y agregó: «Son declaraciones deplorables y surgen de la ignorancia e incomprensión de la historia».

Pero ¿qué tan bien conoce el ministro de Exteriores polaco la historia de su país? Hay que recordar que este mismo Grzegorz Schetyna argumentó que fueron los ucranianos y no el Ejército Rojo quienes liberaron Auschwitz, el campo nazi de la muerte. Es cierto que en 1944 y 1945 había ucranianos en Polonia, pero eran renegados, colaboradores nazis que asesinaban polacos.

¿Y qué tan certeros eran los comentarios del embajador ruso Andreyev sobre la política polaca durante el periodo que separó las dos guerras mundiales? Veamos:

En enero de 1934, Polonia firmó un pacto de no agresión con la Alemania nazi, casi en el mismo momento en que la URSS iniciaba arduos esfuerzos por organizar una alianza defensiva antinazi. El pacto de no agresión entre Polonia y la Alemania nazi fue un golpe a la seguridad colectiva y a la de la Unión Soviética, aunque Maxim Litvinov, el comisario para Asuntos Exteriores de la URSS, buscaba reforzar las relaciones con Polonia. Litvinov advirtió al ministro de Exteriores de Polonia, Josef Beck, sobre el peligro de cortejar a la Alemania nazi. Pero Beck no le hizo caso. Los franceses, aliados de Polonia, no estaban contentos con aquel cambio en la política polaca. «Contaremos con Rusia», dijo el ministro francés de Exteriores Louis Barthou en 1934, «y no tendremos que seguir preocupándonos por Polonia». Poco después, Barthou fue asesinado y los franceses nunca lograron decidirse a separarse de Polonia. Quizás Barthou hubiese tenido el coraje de hacerlo.

Los polacos se disculparon ante los franceses. El embajador de Francia en Polonia advirtió: «Rusia es el enemigo. Cada acercamiento de Francia hacia la URSS provocará un paso polaco hacia la Alemania nazi.» La élite polaca estaba infectada por la rusofobia, un mal que todavía padece.

En 1934-1935, mientras que el comisario Litvinov trataba de consolidar la seguridad colectiva de Europa, Polonia se resistía a cada paso. Pero los polacos no fueron los únicos saboteadores. Pierre Laval, el sucesor de Barthou como ministro francés de Exteriores, era un sovietófobo recalcitrante. Este futuro colaborador nazi prefería mejorar las relaciones con la Alemania nazi antes que garantizar la seguridad colectiva de Europa en colaboración con la URSS.

A pesar de ello, Litvinov siguió tratando de negociar un pacto de seguridad colectiva para el este de Europa, lo cual rechazó el ministro polaco de Exteriores, Beck, logrando un pacto de asistencia mutua con Francia. Si el francés Pierre Laval logró un acuerdo hay que recordar que fue sólo después de haber convertido el pacto a un cascarón vacío. Polonia no era el único país cuya política exterior priorizaba el odio a la Unión Soviética.

Luego vino la crisis checoslovaca de 1938. Durante la primavera todo mundo podía percibir la proximidad de una crisis. Checoslovaquia estaba en la mira de las armas de Hitler. En mayo, el ministerio de Exteriores de Francia quiso saber cuál sería la reacción de Polonia en caso de crisis. «No nos moveremos» fue la respuesta del embajador polaco en París. Y precisó que Polonia consideraba «a los rusos como enemigos» y que, por consiguiente, «recurriremos a la fuerza» ante cualquier intento de la URSS de acudir en ayuda de Checoslovaquia pasando por territorio polaco, tanto por tierra como por aire.

El mariscal de campo polaco Edward Rydz-Smigły subrayó incluso que, sin importar quién la gobernara, Rusia «es el enemigo número 1». El mariscal agregó:

«El alemán sigue siendo un adversario pero no por ello es menos europeo. Para los polacos, el ruso es un bárbaro. Y si es un bárbaro, es un asiático, un corrupto, un elemento ponzoñoso con el que todo tipo de contacto es peligroso. Y cualquier compromiso con él es mortal.»

No nos empujen o nos pondremos del lado de la Alemania nazi, decían los polacos. Los diplomáticos lanzaron una campaña de prensa para advertirles de su error, pero sin resultado. «No sólo no podemos contar con el apoyo polaco sino que no tenemos ni siquiera la certeza de que Polonia no [nos] atacará por la espalda», confesó el primer ministro francés Edouard Daladier.

Francia tampoco podía presumir de ser un aliado fiel –basta con preguntarle a los checos– pero los polacos eran como la caricatura de la serpiente en el prado. El embajador de Francia en Berlín le dijo a su homólogo soviético que el gobierno polaco estaba «claramente ayudando a Alemania» en la desestabilización de Checoslovaquia.

El caso de Teschen, un distrito checoslovaco con una población polaca de importancia, fue la gota que desbordó el vaso de Varsovia. Los diplomáticos polacos dijeron que si Hitler conseguía los territorios de los Sudetes, poblados de alemanes, los polacos no podían quedarse con las manos vacías y reclamaron Teschen. Y si lo consiguieron fue porque Inglaterra y Francia también traicionaron a Checoslovaquia en Munich. ¡Qué espectáculo tan sucio de porquería y traición! Polonia se convirtió en cómplice de Hitler en 1938 y también se convirtió en su víctima un año después.

Los diplomáticos soviéticos, y nadie menos que Stalin, no albergaban ilusiones sobre Polonia. Pero Francia e Inglaterra hicieron un esfuerzo más en 1939, al tratar de establecer una alianza para luchar contra los nazis. Hasta eso lo echó a perder Polonia. En enero, el embajador de Francia en Varsovia reportó que, para muchos polacos, una opción forzosa entre Alemania y la URSS, recaería sobre Berlin. «Dejen que lo hagan, que metan las manos en el fuego», esa habría sido la respuesta correcta. A fines de marzo, el gobierno polaco se negó a firmar con la URSS una declaración aplicable en caso de que hubiera una amenaza contra de la independencia de otro Estado europeo. Fue entonces, en abril de 1939, cuando, en un último esfuerzo, Litvinov propuso a París y a Londres una alianza política contra la Alemania nazi. Los franceses no fueron precisamente entusiastas y funcionarios del ministerio de Exteriores británico incluso se burlaron y menospreciaron a Litvinov.

Aquello fue suficiente para Stalin y despidió a Litvinov a principios de mayo, nombrando en su lugar a Viacheslav Molotov. Uno de los primeros actos de Molotov fue ofrecerle ayuda a Varsovia. La puerta de la colaboración sovietico-polaca aún estaba abierta. «Pueden insinuar que, si Polonia lo desea, la URSS puede prestarle ayuda», cableó Molotov a los negociadores soviéticos. En 24 horas, los polacos les darían con la puerta en las narices, rechazando toda cooperación con Moscú.

El último acto polaco de autodestrucción sucedió en 1939, cuando delegaciones francesas e inglesas viajaron a Moscú para discutir sobre una alianza antinazi. «¿Cooperarán los polacos?», quería saber la parte soviética. «¿Lo harán los ingleses?», habría sido la pregunta correcta. De hecho, la orden de Londres a su delegación era: «Vayan muy lento.» Pero a los polacos no les importaban la rapidez o la lentitud. Su respuesta fue la misma negativa que siempre oponían cuando se trataba de cooperar con la URSS en contra de la Alemania nazi. El mariscal de campo Rydz-Smigły ya lo había dicho: los rusos son «bárbaros» y «asiáticos». Los polacos no concederían al Ejército Rojo derecho de paso a través del territorio polaco ni siquiera para combatir a un enemigo común. Esa era la posición de Polonia desde 1934 y no cambiaría a pesar del inminente peligro de invasión alemana.

Cuando se supo del pacto de no agresión entre la URSS y la Alemania nazi, luego del fracaso de las negociaciones anglo-franco-soviéticas, los polacos recibieron la noticia con indiferencia. «Realmente, no ha cambiado gran cosa», opinó el ministro polaco de Exteriores Beck. En Varsovia, según reportó el embajador inglés, «el polaco de la calle tomó la noticia con un tonto encogimiento de hombros». «Vasily es un cerdo, ¿no?», era una afirmación común. La «insensatez» polaca, comentó el primer ministro francés Daladier.

Ningún novelista podría haber inventado estas increíbles historias de la imprudencia polaca de los años 1930. Como historiador, yo puedo asegurar que nada aquí ha sido inventado, por muy poco creíble que parezca. Para descubrir los detalles y las referencias de archivo, lea mi libro 1939: The Alliance that Never Was [En español, “1939: la alianza que nunca existió"] [1], o mi más reciente ensayo “Only the USSR has Clean Hands” [En español, “Sólo la URSS tiene las manos limpias”.] [2].

El embajador ruso Andreyev dijo que Polonia tenía algo de responsabilidad por la «catástrofe ocurrida en septiembre de 1939». Dada la documentación existente, uno tendría que decir que el embajador estaba siendo amable y discreto con su comentario. El ministro polaco Schetyna podrá tratar de reescribir la historia todo lo que quiera, pero puedo decirle que pierde su tiempo. Las pruebas y el rastro documental existente en los archivos son demasiado profundos y difíciles de esconder. No es una bella imagen la de la Polonia durante los años 1930.

En estos tiempos peligrosos, al gobierno polaco le haría bien algo más de introspección y menos rusofobia. El ministro polaco de Exteriores, Schetyna, podría comenzar por leer la correspondencia de su lejano predecesor, Beck, para tener una idea de cómo no dirigir las relaciones exteriores de su país. Sólo Inglaterra tuvo más responsabilidad que Polonia en cuanto a la fallida colaboración con la URSS en contra de la Alemania nazi durante los últimos años de la década de los treinta. Yo llamo a esta oportunidad perdida “La gran Alianza que nunca existió”.

Traducción
Sophia Vackimes
Fuente
Strategic Culture Foundation (Rusia)